Trajano emperador

Page 45

45

invierno·2013

Lo que percibía mi vista a lo lejos era una palla negrísima que brillaba con un negro resplandor. Tras envolver su cuerpo, pasaba por debajo del costado derecho e iba a colgarse como un escudo del hombro izquierdo, pendiendo en muchos pliegues. En la parte baja del manto, caía hermosamente una franja de flecos. Por su extremidad bordada y esparcidas por toda su superficie brillaban muchedumbre de estrellas y en su centro la luna llena exhalaba resplandores brillantes. En toda la amplitud de aquella capa singular, adherida por una invisible trama, corría una guirnalda con toda clase de flores y frutas.

En lo que se refiere al calzado, el más utilizado por las féminas era el calceus y la solea. Pero, a diferencia del calzado masculino, el femenino estaba embellecido con perlas, bordados, era de piel más suave y de colores. Para rematar la apariencia exterior, las romanas utilizaban su pelo para lucir complejos peinados (ver Stilus9). En época de Trajano, se pusieron de moda los que marcaban gran cantidad de rizos en la parte delantera, para dar volumen, mientras en la parte trasera el pelo se recogía en la nuca con postizos en forma de rodetes. Tal fue la complejidad de los peinados de las patricias, que tenían peluqueras personals (ornatrices). Las mujeres se teñían el pelo y lo decoraban con lazos, alfileres de oro o marfil, diademas, coronas de flores… Autores como Apuleyo se hacen eco de esta suntuosidad capilar:

El calzado de hombres y mujeres se diferenciaba en la finura de la piel y los adornos utilizados en las piezas fabricadas para el público femenino. En la imagen, reconstrucción de un calceus de mujer a partir de un hallazgo. Museo de Saalburg (Alemania).

Háblame de una cabellera cuyo color es tan agradable como su lustre, cuyo resplandor brilla a los rayos del sol o se refleja con suavidad, presentando diversos matices según los accidentes de la luz. Ora sean cabellos rubios cuyo oro, menos claro en la raíz, toma el matiz de un rayo de miel. Ora sea negro de azabache que competirá con las irisaciones del cuello de un pichón. Si están perfumados con esencias de la Arabia, que los recorra un peinado fino y los reúna detrás de la cabeza… Otras veces, unidos en trenzas espesas, coronan la cabeza. Otros, extendidos libremente,

caen en larga trenza sobre las espaldas. En fin, el peinado es un ornato tan ventajoso, que a pesar del oro, de los ricos vestidos, de los diamantes y de todas las otras seducciones de la coquetería con que una mujer se presenta adornada, si su cabellera está mal cuidada, no recibirá alabanza alguna su aderezo (Apul., Met., 2, 9; 2, 7-9).

Las romanas destacaron, asimismo, por su gusto por los complementos como la sombrilla (umbella), el abanico (flabellum) o el pañuelo (sudaria). También sentían verdadera pasión por las joyas: anillos, broches, coronas, diademas, brazaletes, collares, pendientes… ◙

PARA SABER MÁS: • BOURBON, F. y LIBERATI, A. M. (2005): Grandes Civilizaciones del pasado: Roma Antigua. Folio. Barcelona.

La complejidad de los peinados, aunque no llegó al nivel de la época flavia, hacía aconsejable el uso de los servicios especializados de peluqueras, que llegaron a estar muy cotizadas. A la derecha, retrato de Faustina la Mayor, en los Museos Vaticanos.

• CROOM, A. T. (2002): Roman clothing and fashion. Tempus. • GUILLÉN, J. (1977): Vrbs Roma. Vida y costumbre de los romanos. Ed. Sígueme. Salamanca. • WROHNSTON, H. (2010): La vida en la Antigua Roma. Historia Alianza Editorial. Madrid.


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.