de Lector vidas
miercolees
Padre de la literatura El cuento del admiinglesa nistrador
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No. 16
Octubre 2016 Año II
Santiago de Querétaro, Querétaro leer más allá OTRAS ARTES escritores queretanos Chaucer medieval Canterbury, Londres, 9
Berlín, Hollywood
Alejandra Hoyos
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Geoffrey Chaucer
Estimado Lector del L, este mes presentamos a un escritor inglés: Geoffrey Chaucer. Nacido en 1340, entrando como paje al servicio de Elizabeth de Burgh, esposa del Duque de Clarence. Es muy conocido por su libro Los cuentos de Canterbury, considerada una de las obras más importantes de la literatura inglesa, e inclusive de la Edad Media. Estos relatos son contados por un grupo de peregrinos que viajan desde Southwark hacia Canterbury, quienes van a visitar el templo de Santo Thomas Becket, en la Catedral de Canterbury. En este número, el MiercoLees te presenta uno de ellos: El cuento del administrador, quien a través de una divertida historia relata un par de jóvenes que terminan durmiendo con la esposa e hija de un molinero ladrón y astuto. En Leer más allá, Luis Erick nos regala su experiencia al leer a Chaucer, invitándonos a leer sus textos en cualquiera de los conventos bien conservados de nuestra ciudad. En Otras Artes, Addy Melba nos habla de las adaptaciones de las obras de Chaucer, con una muy interesante serie de 6 capítulos producida por la BBC en 2003. En Escritores Queretanos, este mes presentamos a Alejandra Hoyos, con dos magníficos cuentos: El puente y Corazón de chocolate quien hace un par de años obtuvo el Apoyarte para la producción de una novela titulada Tanto amor apagará la luna, que esperamos ver pronto publicada. La Librería Sancho Panza recomienda el libro de María Toorpakai titulado Una hija diferente. Disfruta nuestro número 16. PRT
Octubre 2016 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar
Vidas
PADRE DE LA LITERATURA INGLESA Héctor Alejo Rodríguez
MiercoLees
El cuento del administrador Geoffrey Chaucer
Leer más allá
Chaucer medieval Luis Erick Anaya Suirob
Otras artes
canterbury, londres, berlín, hollywood Addy Melba Espinosa
Asistencia editorial Valeria García Origel Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Nuevos Horizontes, Librería Sancho Panza, Amadeus, Punta del Cielo, La Charamusca, elaboratorio, Dipac, Mosher.
Colaboradores Patricio Rebollar, Héctor Alejo Rodríguez, Escritores Queretanos Diana Pesquera, Ricardo Rabell, Librería EL PUENTE / CORAZÓN DE CHOCOLATE Sancho Panza, Luis Erick Anaya Suirob, Alejandra Hoyos Valeria García Origel, Addy Melba Espinosa, Alejandra Hoyos. suscríbete para obtener la versión digital
blogpartres@gmail.com
L de Lector. Octubre 2016, año II, No. 16. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 29 de septiembre de 2016 con un tiraje de 1000 ejemplares.
Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.
vidas Padre de la literatura inglesa Considerado el precursor del idioma inglés al escribir sus obras en forma vernácula, Geoffrey Chaucer nació en Londres alrededor del año 1340. Hijo de John Chaucer y Agnes Copton, se establece que creció en condiciones favorables gracias al oficio de mercader de vinos que ostentaba su padre, el cual le propició amplias relaciones. Se cree que sus primeros estudios los realizó en el St. Paul’s Cathedral School donde aprendió las bases para escribir en latín y francés, los idiomas predominantes de la época, además de familiarizarse con las obras de Ovidio y Virgilio. Entró como paje al servicio de Elizabeth de Burgh, Condesa del Ulster, esposa de Lionel de Antwerp, Duque de Clarence, en 1357. Al comienzo de la Guerra de los Cien Años, en 1359, el Duque lo reclutó para ser parte del ejército inglés que realizaría la campaña contra Francia. Fue capturado después de la batalla del asedio de Rheims, en 1360. El rey Edward III, instigador de la guerra, pagó por su rescate dieciséis libras, lo que deduce el grado de favoritismo hacia la persona de Chaucer. Después de su liberación, se incorporó al servicio real y diplomático; viajó por España, Francia e Italia. Por sus servicios recibió una pensión real de veinte marcos. Se casa en 1366 con Philippa Roet, hija de Sir Payne Roet, matrimonio que lo impulsa a aumentar sus privilegios dentro de la corte inglesa. El rey lo convierte en valet de cámara en 1368; se cree que su primer escrito reconocido, The book of the Duchess, proviene de este periodo y es una elegía a Blanche de Lancaster, esposa de John de Gaunt, fallecida en 1369. Realiza a partir de 1370 misiones di-
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Por Héctor Alejo Rodríguez
plomáticas en Florencia, y en Génova ayuda a establecer un puerto inglés. Es atraído por los trabajos poéticos de Dante, Petrarca y Boccaccio, se encuentra con los dos últimos y dedica tiempo para aprender sobre la poesía italiana medieval. A su regreso en 1374, y en pago a sus actividades diplomáticas, es recompensado con el cargo de controlador de aduanas en el puerto de Londres, una posición bastante lucrativa que ocupó por doce años. Durante este periodo escribe Anelida and Arcite, House of fame, Parlament of the foules, Troilus and Criseyde y The legend of good women. Se postula que Chaucer comenzó a escribir The Canterbury Tales, el ícono de su obra poética, alrededor de 1380 y que concluyó a finales de la década de 1390. Además, se afirma y refuta que llevó a efecto trabajos de traducción al texto The romaunt of the rose, y otra aparentemente confirmada al tratado sobre Consolation of Philosophy, conocido como Boece. Contribuyó con un escrito para los astrónomos y exploradores titulado A treatise on the astrolabe, un ensayo sobre el uso de esta herramienta para localizar las posiciones del sol, la luna y los planetas. Estuvo en Kent manteniendo su cargo en la aduana y fue comisionado de paz en ese puerto al sentirse el acercamiento de una posible invasión por Francia. Escribió el poema Compleynt in his purs a causa de que sus privilegios cortesanos habían casi desaparecido en el reinado de Henry IV. Murió el 25 de octubre de 1400; Chaucer fue el primer hombre de letras en ser sepultado en Westminster Abbey Poet´s Corner.
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El cuento del administrador Por Geoffrey Chaucer En Trumpington, no lejos de Cambridge, serpentea un arroyo cruzado por un puente. A una ribera de esta corriente se yergue un molino en donde y, os estoy contando la verdad, vivió un molinero durante muchos años. Era orgulloso y pagado de sí mismo como un pavo real; sabía tocar la gaita, cazar, pescar, remendar las redes, fabricar cazos de madera en un torno y luchar cuerpo a cuerpo. Colgado del cinto llevaba siempre un largo alfanje de hoja muy afilada, y en su faltriquera guardaba un puñal pequeño, muy bonito, que era un peligro para el que se le acercaba. Además, en sus calzas llevaba oculto un largo puñal de Sheffield. Calvo como el trasero de una mona y con una cara redonda de perro pachón, era la perfecta figura de un matasiete de mercado. Nadie se atrevía a ponerle un solo dedo encima, pues había jurado que el que se atreviera lo pagaría muy caro. Era, a decir verdad, un bribón muy taimado. Solía robar trigo y harina. Se le apodaba Fanfarrón Simkin. Tenía esposa de muy buena familia: su padre era el sacerdote de la ciudad, quien para conseguir que Simkin, la aceptase había tenido que darle una importante dote. La mujer había sido educada en un colegio de monjas, lo que para Simkin tenía gran importancia, pues, con el fin de mantener su posición de pequeño terrateniente, dijo que no tomaría esposa, a menos que ésta estuviera bien educada y fuera virgen. La mujer era orgullosa y lista como una urraca. Era un espectáculo ver a esta pareja en domingo: él la precedía por la calle con la cabeza cubierta por una caperuza; ella le seguía, con un vestido de color rojo, que hacía juego con las medias de él. Nadie osaba llamarla o dirigírsele sin decirle «Señora», ni a piropearla por la calle, a menos que desease que Simkin le degollara con alfanje, cuchillo o daga (los celosos siempre han sido sujetos peligrosos o, por lo
menos, esto es lo que pretenden que sus esposas crean). Como que su reputación no era muy clara, la mujer mantenía la gente a distancia (el agua de las acequias hace lo mismo) con altivo desdén. Creía que se le debía respeto, tanto por la familia de la que procedía como por haber sido educada en un colegio de monjas. Esta pareja había traído al mundo una hija, que frisaba los veinte años; hijo, sólo habían tenido un arrapiezo que todavía estaba en la cuna, pues contaba seis meses. La muchacha estaba bien desarrollada y era algo llenita; tenía una nariz respingona, ojos grises, anchas nalgas, pechos empinados y redondos, y debo reconocer que su cabello era muy hermoso. Como era tan bonita, el sacerdote de la ciudad pensaba nombrarla heredera de la casa y sus tierras y ponía dificultades a que se casara, puesto que quería que hiciera un buen matrimonio con alguien que perteneciese a una digna familia de rancio abolengo. Las riquezas de la Santa Madre Iglesia debían caer en manos de alguien cuya sangre procedía de ella, por lo que él tenía intención de honrar la sangre divina, aunque para ello tuviera que devorar a la Santa Madre Iglesia. Por cierto, que mucha gente acudía a él con el trigo y la cebada de toda la comarca circundante. En particular, había un gran colegio en Cambridge llamado King’s Hall, cuyo trigo y cebada molía. Un día sucedió que su administrador cayó enfermo y pareció que iba a morir sin remedio. A consecuencia de ello, el molinero empezó a robar cien veces más harina y trigo que antes. Hasta entonces él se había contentado con una mesurada expoliación, pero ahora era ya un ladrón a la descarada. El director se encolerizó y armó un zipizape, pero el molinero no cedió ni un ápice; profirió amenazas y negó la acusación en redondo. Ahora bien, en el colegio del que hablo
había dos jóvenes estudiantes, unos tipos testarudos dispuestos a todo. Simplemente por deseo aventurero, solicitaron del director permiso para ir a ver moler el grano del colegio. Estaban dispuestos a jugarse el cuello a que el molinero no conseguiría robarles, por la fuerza o por fraude, ni media espuerta de trigo. Al final, el director cedió y les dio permiso. Uno de ellos se llamaba Juan; el otro, Alano. Ambos habían nacido en la misma ciudad, un lugar llamado Strotherl, situado muy al norte del país. Alano cogió todas sus pertenencias y cargó un saco de grano sobre el caballo. Luego, Juan y Alano partieron, cada uno con su buena espada y broquel al cinto. No necesitaron guía, pues Juan conocía el camino. Cuando hubieron llegado al molino, echaron el saco de grano al suelo. Alano habló en primer lugar: –¡Ah, de la casa! Hola, Simón. ¿Cómo están tu esposa y tu chica? –Bienvenido, Alano –dijo Simkin–. ¡Por mi vida! ¡Si está aquí Juan también! ¿Cómo os van las cosas? ¿Qué os trae por aquí? –¡Vive Dios! Nos trae, Simón, la necesidad, que no conoce leyes –dijo Juan–. «Si no tienes sirviente, cuídate a ti mismo o eres un imbécil», como dicen los sabios. Nuestro administrador esta a punto de morir de dolor de muelas, y por eso he venido con Alano a que tritures nuestro grano para luego llevárnoslo a casa. Espero que te des prisa en despacharnos. –Ahora mismo lo haré; confiad en mí –dijo Simkin–. Pero ¿qué haréis mientras estoy trabajando? –Yo me situaré junto a la tolva –le replicó Alano– y miraré cómo entra el grano. En mi vida he visto funcionar esta tolva tuya. –Hazlo, Juan –repuso Alano–. Yo me pondré debajo para ver cómo la harina cae en esa artesa. Creo que lo haré bien, puesto que tú y yo somos tan parecidos, Juan. Soy tan mal molinero como tú. El molinero sonrió para sí y pensó: «Esto es sólo una argucia: creen que nadie puede burlarles; pero, a pesar de su inteligencia y filosofía, a fe de molinero que lograré engañarles. Cuanto más inteligentes sean los trucos que utilicen, más les robaré al final.
Incluso llegaré a darles salvado por harina. Como le dijo la yegua al lobo, “los que más saben no son los más listos”. Me río yo de todo lo que han aprendido en los libros». Cuando tuvo ocasión, se deslizó silenciosamente por la puerta y buscó el caballo de los estudiantes hasta que lo halló atado a un espeso arbusto detrás del molino. Se dirigió decididamente hacia la montura y le quitó la brida. Una vez suelto el animal, caminó hacia el pantano en donde había unas yeguas salvajes en libertad, y dando un relincho las persiguió a campo través. El molinero regresó y no dijo una palabra; prosiguió con su trabajo haciendo broma con los dos estudiantes hasta que todo el grano estuvo totalmente molido. Pero cuando la harina estuvo en el saco y Juan salió y descubrió que el caballo no estaba gritó: –¡Socorro! ¡Socorro! El caballo se ha escapado. Por el amor de Dios, Alano, muévete. Sal enseguida, hombre. Se nos ha extraviado el palafrén del director. Alano se olvido de la harina, del trigo y de todo. La necesidad de no quitar ojo de encima de las cosas se esfumó como por encanto. –¿Cómo? ¿A dónde ha ido? –gritó. La mujer del molinero entró corriendo y dijo: –¡Ay! Vuestro caballo se ha ido con las yeguas salvajes del pantano, galopando tan deprisa como podía. La mano que lo ató era inexperta. Debiste haber hecho un nudo mejor con las riendas. –¡Ay! –exclamó Juan–. Alano, desenvaina la espada; yo haré lo mismo. Dios sabe que no valgo más que un corzo, pero, ¡vive Dios!, no se escapará a nosotros dos. ¿Por qué no lo pusiste en ese establo? ¡El diablo te lleve, Alano; eres un imbécil! Y los dos simples salieron corriendo lo más rápidamente posible hacia el pantano. Cuando el molinero observó que se habían ido, tomó dos arrobas de su harina y le dijo a su mujer que con ella hiciese un pastel. –Te aseguro que voy a dar un susto a esos estudiantes –le espetó–. Un molinero puede chamuscar la barba de un estudiante, a pesar de los libros que hayan leído. Dé-
jales que corran. Contémplales y ve cómo se van. ¡Que jueguen los niños! ¡No van a recuperarlo fácilmente, por mis barbas! Los pobres estudiantes corrían de acá para allá gritando: –¡Ojo! ¡Eh! ¡Eh! ¡Eh! ¡Ahí! ¡Vigila por detrás! Tú le silbas y yo le agarro. En pocas palabras, por mucho que lo intentaron, el caballo corría tanto, que no pudieron cogerlo hasta que al anochecer lo acorralaron en una zanja. Los pobres Juan y Alano regresaron sudados y cansados como el ganado bajo la lluvia. Decía Juan: –¡Ojalá no hubiera nacido! Hemos sido burlados. Se ha reído de nosotros. Ha robado nuestro grano, y todos nos llamarán tontos: el director, nuestros compañeros y, lo que es peor, también el molinero. Así refunfuñaba Juan al caminar hacia el molino llevando a su bayardo de la rienda. Encontraron al molinero sentado junto al fuego. Como era de noche y no podían ir a ningún otro sitio, le rogaron al molinero que, por amor de Dios, les diese comida y albergue a cambio de dinero. Profirió el molinero: –Si hay sitio, tendréis vuestra parte; pero ocurre que mi casa es muy pequeña. Ahora bien, como vosotros habéis estudiado, sabréis cómo arreglároslas para convertir un espacio de veinte pies de anchura en una milla. Ahora, veamos si el espacio os conviene. Siempre lo podréis hacer mayor hablando, que es como arregláis las cosas los que sois sabios. –Oye, Simón –dijo Juan–, aquí nos tienes cogidos. Por San Cuzberto, cómo te burlas de nosotros. Pero muy bien dice el proverbio: «Un hombre solamente podrá tener una de estas dos cosas: o lo que encuentra o lo que trae». Buen hombre, por favor, acógenos y danos comida y bebida, que te pagaremos a tocateja. No puedes cazar un halcón con las manos vacías. Mira; aquí están nuestras monedas, listas para gastar. El molinero les asó una oca y mandó a su hija a la ciudad a por pan y cerveza; ató su caballo para que no se soltara de nuevo y les preparó una buena cama con sábanas y mantas en su propia habitación, a menos
de doce pies de su propio lecho. Allí cerca, en el mismo aposento, su hija tenía una cama para ella sola. Era aquél el mejor lugar que podían tener, por la simple razón de que no había ningún otro más en la casa donde dormir. Cenaron, charlaron, hicieron jolgorio y bebieron toda la cerveza que les vino en gana, hasta que hacia la medianoche se acostaron. El molinero se había embriagado a fondo, pero la bebida no le había hecho subir los colores, sino más bien estaba pálido; le sacudía el hipo y hablaba por la nariz como si tuviera asma o un resfriado de cabeza. Se acostó junto con su mujer; ella estaba alegre como un grajo, pues también se había remojado el gaznate. La cuna estaba al pie de la cama para poder mecer al niño o darle de mamar. Cuando hubieron terminado la jarra, la hija se fue directamente al lecho, seguida de Alano y Juan. No quedó ni una gota de vino, y no tuvieron necesidad de ninguna poción para dormir. El molinero la había cogido de órdago, pues roncó como un caballo mientras dormía, dando ruidosos graznidos después de cada ronquido; pronto su mujer le acompañó en el coro, metiendo más ruido que él, si cabe. Se les podía oír roncar a medio kilómetro de distancia. Para no dejarles solos, la hija también roncaba a placer. Después de escuchar esta sonora melodía, Alano dio un codazo a Juan y le dijo: –¿Estás dormido? ¿Oíste alguna vez graznidos semejantes? ¡Vaya concierto! Así les dé sarna. Es la cosa más horrible que he escuchado jamás. Y esto va de mal en peor. Ya veo que no pegaré ojo en lo que queda de noche; pero no importa, todo será para bien, pues te aseguro, Juan, que intentaré trabajarme esa chica si puedo. La ley nos permite alguna compensación, Juan, pues hay una ley que dice que si un hombre es perjudicado de alguna forma, debe ser compensado de otra. No hay quien niegue que nos robaron el grano. Hemos tenido mala suerte todo el día; pero como sea que no da satisfacción por la pérdida que he tenido, me tomaré la compensación. ¡Por Dios que va a ser así! –Mira lo que haces, Alano –repuso Juan.
Ese molinero es un tipo de cuidado, y si despierta de repente, puede darnos un disgusto. –Una pulga me da mas miedo que él –repuso Alano, quien se levantó y se deslizó hasta donde se hallaba la chica, que estaba profundamente dormida panza arriba, pero cuando lo vio, estaba tan cerca que era ya tarde para gritar. En otras palabras, que pronto llegaron a un acuerdo. Pero dejemos a Alano divirtiéndose y hablemos de Juan. Juan se quedó donde estaba unos cuantos minutos y empezó a lamentarse. –¡No le veo la diversión! –se dijo–. Solamente puedo decir que me han tomado el pelo a fondo sin que, como mi compañero, obtenga algo a cambio. Él, por lo menos, tiene a la hija del molinero en sus brazos. Ha probado fortuna y le ha salido bien, mientras yo sigo aquí acostado como un saco de patatas. Y cuando se cuente esta aventura algún día, parecerá que he estado haciendo el imbécil. Me acercaré a tomar fortuna y ¡que pase lo que Dios quiera!, como suele decirse. Por lo que se levantó y, sin hacer ruido, se acercó a la cuna, la cogió y sigilosamente la llevó al pie de su propia cama. Poco después, la mujer del molinero dejó de roncar y se despertó. Se fue a orinar, regresó y no encontró la cuna. En la oscuridad buscó a tientas aquí y allá, pero no la pudo localizar. «¡Dios mío! –pensó–. Por poco me equivoco y me meto en la cama de los estudiantes. Dios me proteja, pues me habría encontrado con un buen lío». Y siguió buscando hasta que localizó la cuna. Entonces siguió tocando los objetos con las manos a tientas hasta que encontró la cama, pensando que era la suya, pues la cuna estaba junto a ella. No sabiendo exactamente dónde estaba, se introdujo en el lecho del estudiante. Se quedó quieta y se hubiese dormido si Juan, cobrando vida, no se hubiera echado encima de la buena mujer. Ésta pasó el mejor rato que había gozado en años, pues él la trajinó como un loco, entrando a por uvas con fuerza. Así fue cómo los dos estudiantes lo pasaron tan ricamente hasta bien avanzado el alba. Por la mañana, Alano empezó a cansar-
se de tanto trabajo nocturno y susurró: –Adiós, dulce Molly; ya llega el día; no me puedo quedar más. Pero, por mi vida, que mientras viva y respire seré tu hombre, dondequiera que esté. –Entonces ve, cariño, y adiós –dijo ella–; pero te diré una cosa antes de irte: cuando os marchéis a casa, al pasar frente al molino, detrás de la puerta, encontraréis un pastel hecho con dos arrobas de vuestra harina, que ayudé a mi padre a robar. ¡Que Dios te bendiga y te proteja, cariño! Y al decir esto casi se puso a llorar. Alano se levantó y pensó: «Me deslizaré dentro de la cama de mi amigo antes de que rompa el día». Pero su mano tropezó con la cuna y pensó: «Dios mío, sí que estoy errado. Mi cabeza me da vueltas después del trabajo de esta noche, y por esto no sé caminar recto. Por la cuna, veo que me he equivocado de ruta. Aquí duermen el molinero y su mujer». Así quiso el diablo que el estudiante se metiera en la cama en la que dormía el molinero. Pensando que se metía al lado de su amigo Juan, se colocó al lado del molinero, le echó el brazo alrededor del cuello y dijo en voz baja: –Tú, Juan, imbécil, despierta, por Dios, y escucha, ¡por Santiago! Esta noche he jodido a la hija del molinero tres veces, mientras tú has estado aquí hecho un flan, temblando de frío. –¿Qué has hecho, bandido? –gritó el molinero–. ¡Por Dios que voy a matarte, mequetrefe, traidor! ¿Cómo te atreves a deshonrar a mi hija, ella que es de cuna tan noble? Y agarró a Alano por la nuez, quien a su vez se revolvió y le dio un puñetazo en la nariz. Un chorro de sangre le bajó por el pecho, y los dos se revolcaron por el suelo como dos cerdos en la pocilga, sangrando por la boca y la nariz, y se atizaron de lo lindo hasta que el molinero tropezó con una piedra y cayó de espaldas sobre su mujer, que no se había enterado de esta tonta pelea. Acababa de dormirse en los brazos de Juan, que la había retenido toda la noche, pero la caída la despertó sobresaltándola. –¡Socorro, Santa Cruz de Bromeholme!
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más de CHAUCER
–exclamó–. A tus manos me encomiendo, señor. ¡Despierta, Simón! Tengo un diablo encima. Mi corazón estalla. ¡Ayúdame, que me muero! Tengo a alguien sobre mi estómago y sobre mi cabeza. ¡Ayúdame, Simkin! Estos malditos muchachos están peleándose. Juan saltó de la cama lo más deprisa posible que pudo y, a tientas, buscó un palo por la pared. La mujer del molinero se levantó también y, conociendo la habitación mejor que Juan, pronto encontró uno apoyado junto a la pared. Por la débil luz que daba la resplandeciente luna al filtrarse por la rendija de la puerta distinguió a la pareja que estaba luchando, pero sin poder saber quién era quién, hasta que su vista distinguió algo blanco. Suponiendo que eso blanco era el gorro de dormir de uno de los estudiantes, se acercó con el palo con la intención de darle un buen estacazo a Alano, pero le dio a su marido en plena calva, que cayó al suelo dando voces. –¡Socorro, me han matado! Los estudiantes le dieron una buena paliza y le dejaron tendido en el suelo. Entonces se vistieron, recogieron su caballo y la harina y se fueron, no sin antes detenerse en el molino para recobrar el pastel hecho con sus dos arrobas de harina. De esta manera el fanfarrón molinero recibió una buena paliza, perdió su paga por moler el grano y tuvo que apoquinar todo lo que había costado la cena de Alano y Juan y acabó cornudo y apaleado. Le jodieron a la mujer y a la hija. Este es el pago que recibió por ser molinero y ladrón. Ya dice bien el proverbio: «Quien a hierro mata, a hierro muere.» Los timadores, al final, acaban siendo ellos mismos timados. Y Dios, que se halla con toda su majestad en la gloria, bendiga a todos los que me han escuchado. Así he correspondido yo al molinero con mi cuento.
Por la editorial
Datos Curiosos I
La vida de Chaucer ha sido reconstruida a través de documentos de pago existentes, lo que la ha conformado en varias especulaciones sobre su nacimiento, muerte, cuándo escribió sus obras y el retiro y restitución de privilegios al final de su vida.
Se le atribuye la invención de la rima real, escribió sus obras en versos decaII sílabos, poema precursor del verso clásico que sería reconocido en el teatro isabelino. Los idiomas que utilizó Chaucer en sus obras fueron el francés, italiano e inglés, III que corresponden cronológicamente a los periodos de su madurez literaria. Es reconocido por el Oxford English Dictionary en ser el primer autor en IV utilizar palabras del dialecto coloquial inglés de su época en sus obras.
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Debido al desplazamiento vocálico en la lingüística inglesa, los versos de Chaucer leídos en su contexto original, pueden resultar poco comprensibles para el lector actual.
leer más allá Chaucer medieval
Días complicados, sentarse frente a un ordenador y escribir 550 palabras que describan a un autor, el hay festival recién pasa, contacto con un montón de personas allegadas al mundo de las letras, verdaderos entusiastas y fanáticos, no solo de esta mi tierra, también visitantes de sitios tan lejanos como Dinamarca, debo confesar a usted mi fiel lector que más allá de presumir a usted la fortuna que para un servidor significa este tipo de momentos, compartiré algunos detalles de los que me he dado cuenta. Primero y antes que otra cosa la mente fluye mejor cuando es expuesta a las experiencias de otros, se expone a nuevas ideas, descubre otras parecidas y se afianza (esto último podría describírselos ¿alguna vez han sentido ese calor que llega a alguna articulación al poco tiempo de que se interrumpe la circulación? Es como un calor extenso, raro, pero cuando vuelve a fluir la sangre viene un frío ligero, delicioso, como cuando uno está al sol y toma un refresco frío, justo así) es un momento delicioso, pudiere ser adictivo y es parte de lo que en lo personal me gusta de la lectura. Las ideas fluyen, análisis de lo que pasa, arqueología de lo que ya ocurrió, de lo que pudo ser la historia, de lo que viven los que nos rodean, las cosas que no son, que la imaginación desarrolla, le da vida, en nuestra vida, podemos ver interactuar y recibir su filosofía, y hacer una contraposición con nuestra filosofía, en fin, hacer tangible lo intangible, para mí eso es magia. He oído hablar de la magia generalmente relacionada con los cuentos de hadas o los relatos de la edad media, y no me es difícil entenderlo. Haré otro paréntesis y les relataré sobre un viaje que la vida me ofreció al estado de Hidalgo, ahí cerca de Pachuca, hay una hermosísima hacienda que relata en sí su pasado minero (para quien guste pedirlas hay fotos) y es en el área de los hornos, donde me hizo presa una sensación extraña, el medioevo con todo su oscurantismo, todas sus limitaciones, su exposición a la naturaleza y a
9 Por Luis Erick Anaya Suirob
lo desconocido, todo llegó de golpe, el miedo a que de las esquinas oscuras y frías aparezca algo, la mente que confunde los reflejos y la luz que se cuela, las sombras metamorfosean en animales, estructuras y temores antropomorfos, mi mente crea una realidad empalmada con lo que mis sentidos poco a poco transforman en una pétrea realidad anecdótica. Debo decir mi estimado lector que el único con ese efecto no fui yo, pues al entonar las notas algo desentonadas de un amen del mecías, algún otro visitante puso pies en polvorosa hubo una evocadora resonancia, qué magia habrá hecho en sus imaginaciones y en que transmutaron esas cavidades, aunque pienso que debió ser algo tétrico para salir de ese modo. A este punto supongo que se preguntará ¿qué cuernos tiene que ver todo este pseudo relato que ver con el autor que hoy nos atañe?, muy simple, como ya habrán leído en las líneas biográficas tenemos a uno de los filósofos, narradores y ensayistas de la edad media, época donde la narración oral era la fuente de conocimiento y la memoria escrita estaba en pañales, no digamos ese algo que podríamos denominar como realismo mágico medieval, hoy día visto como fantasía, son los albores de las grandes lecturas, los cuentos de Canterbury son principio de la literatura clásica, junto con el mester de clerecía y la obra de Bocaccio son inspiraciones de Saavedra y otros grandes. Yo les recomiendo tomar la obra de Geoffrey Chaucer, en una buena traducción por supuesto e irse a leer dentro de alguno de los conventos excelentemente conservados que tiene esta ciudad, donde el pasado se ha trasformado en guardián de nuestras artes como el caso del ex-convento de Sta. Rosa de Viterbo, ahora centro estatal de las artes, el museo regional (ex-convento de San Francisco) o la facultad de filosofía (ex-convento de Santiago) o cualquiera de las casonas de esta hermosa ciudad. Yo como siempre me despido deseándole felices lecturas.
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GANADOR
LA BREVEDAD
La crisálida
¡Participa con tu mini ficción!
Patricia Betancourt
1.- Escribe tu mini ficción, tema libre, con una extensión que deberá ser entre las 70 y 100 palabras máximo. Formato de tu cuento: en Word, Arial 12, interlineado 1.5 pt
Fue tanta mi melancolía al ver que el Sol se escondía detrás de la Luna, que me arrebujé adentro de una gota oscura de hilo de seda. Pero el Sol, para que dejase aquel sombrío letargo, de un empujón ahuyentó a la estorbosa Selene. Y para alejar mi tristeza me obsequió dos hermosas alas de su mismo color. Si bien su asombroso regalo fue efímero, ya que pronto sucumbí bajo sus rayos fulgurantes cuando él despuntó cual primoroso diamante, fui la más dichosa criatura al remontar los aires, pasear por fantásticos paisajes y embelesarme entre miles de flores.
2.- Envíanos tu cuento antes del 20 de Agosto a blogpartres@gmail.com Necesitamos tus datos: Nombre, teléfono y edad. 3.- Un Premio mensual: Un paquete de libros y la publicación en L de Lector.
MENCIÓN
Karma
Andrés Rendón Comprendí que el Karma no existía, cuando después de tantos años de asesinarla, nada había pasado. Escuché tanto sobre ese mágico poder justiciero; un poder con una gran capacidad decisiva sobre la moral; el cual con exactitud define el bien y el mal, además de, sentenciar al culpable
a una penitencia –en su mayoría de veces– mayor al mal cometido. Así lo comentaban, padres y madres, empresarios y clérigos; clase alta y clase baja; maestros y estudiantes; toda clase de personas esperanzadas por ser justiciadas por este bienhechor invisible y justo…
11 OTRAS ARTES Canterbury, Londres, Berlín, Hollywood Había una vez en un reino muy muy lejano, una serie de lugares con algo en común: la pluma de Chaucer les dejó una huella. Y es que cuando un escritor logra plasmar los conflictos de la humanidad de forma atemporal, es lógico que sin importar los más de 600 años que han pasado se sigan contando esas historias. Aunque la obra de Chaucer ha estado presente en más de una de las ramas del arte, es en la pantalla (grande y chica) en donde se ha reinventado de formas más diversas. Los Cuentos de Canterbury son los que han recibido la atención más amplia en este ramo, siendo sin duda la adaptación más conocida la película “Corazón de Caballero” (2001), película basada en “El Cuento del Caballero”. Protagonizada por Heath Ledger; la película recibió críticas encontradas, en cuanto a su valor como adaptación, es más una referencia que una adaptación a la obra original, de la cuál prácticamente toma el nombre y un poco del contexto histórico. Narra la historia de un joven de gran corazón que lucha contra los estereotipos sociales para convertirse en caballero y conquistar a su amada, dejando de lado mucho del contexto original de la obra. Una adaptación anterior de los mismos cuentos es “I racconti di Canterbury” de 1972. Película italiana del reconocido director Pier Paolo Passolini (quién también tiene una interesante trayectoria como escritor). Aquí retoma 8 de los 24 cuentos de Chaucer y les agrega su toque personal extendiendo muchas de las historias que narra. Esta película, galardonada con el Oso de Oro del Festival de Berlín, forma parte de la Trilogía de la Vida, serie de pe-
Por Addy Melba Espinosa
lículas en las que se incluye la adaptación de “El Decamerón” de Boccaccio y tienen en común una dosis alta de sexo y un humor ácido que, para aquellos que no están familiarizados con el trabajo del italiano, puede herir susceptibilidades religiosas. En la pantalla chica la BBC presentó en 2003 una miniserie de 6 episodios en donde, en cada capítulo, se adapta una de las historias de estos mismos cuentos. Esta adaptación cuenta con una peculiaridad que se ha popularizado en los últimos tiempos: retoma la historia original pero le da un giro al presentarla dentro de un contexto moderno. Los episodios son presentados en la misma ruta de los peregrinos a Canterbury que los cuentos originales, y pese al cambio de época, tratan de ser fieles a la obra original. Por lo menos la adaptación de “El Cuento del Caballero”, es mucho más fiel a la historia original que la película protagonizada por Ledger. Aquí conoceremos a dos amigos de la infancia que se enemistaran al estar ambos enamorados de “Emily”, la maestra de la prisión en la que se encuentran. Aunque por parte de los conocedores de Chaucer recibió críticas encontradas, la serie fue reconocida por los premios de televisión británicos. La obra de Chaucer, sin duda continuará siendo adaptada en el escenario y en la pantalla, porque a través de sus historias el escritor nos muestra nuestra historia, nuestra propia complejidad humana y la forma en la que nos relacionamos y traicionamos una y otra vez. No nos queda sino agradecer su aportación a la literatura y disfrutar de estos homenajes que le hacen en otras artes.
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Boston, Nueva Inglaterra principios del siglo XVII. Ester Prynne es acusada de adulterio, casada, pero sin estar con su esposo, de pronto se embaraza. Es condenada a utilizar en su pecho una letra A dorada, sí, por adúltera; ella no tiene intención alguna para decir el nombre del padre. Su castigo es esa letra en el pecho, que no le deja vivir con dignidad. Un día aparece su esposo, haciéndose pasar por el doctor Roger Chillingwoth, con la meta fija de descubrir al amante y vengarse. Resulta que también hay un ministro, que observa a Pearl, la hija de Ester, crecer rebelde y caprichosa. En un círculo de sospechas entre todos los mencionados, Dimminsdale (el ministro) un día confiesa públicamente su pecado. Muertos todos, Pearl se queda con una generosa herencia y en la lápida de sus padres graba una letra A y el escudo de un campo de sable.
Las cifras de muertos aumentan, el temor se apodera de las calles, la gente comienza a perder la cordura, la peste ha llegado a Londres. Un cronista permanece en la ciudad para dejar testimonio de la peste y de sus consecuencias al describir en su diario todos los acontecimientos de los que es testigo entre los años 1664 y 1666 con la llegada de la enfermedad y su rápida propagación. Sirvientes al cuidado abnegado de sus amos, padres que abandonan a sus hijos infectados, casas clausuradas con enfermos dentro, ricos huyendo a sus casas de campo y personas tratando de conseguir bienes en otros poblados, extendiendo la epidemia fuera de las murallas de la ciudad. A través de datos estadísticos abrumadores, descripciones de una ciudad desolada y testimonios del sufrimiento humano y las medidas drásticas de seguridad por parte de los regidores, vivimos de cerca un acontecimiento que marcó la historia de la humanidad.
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escritores Queretanos
El puente / Corazón de chocolate Por Alejandra Hoyos Alejandra Hoyos González Luna. (Querétaro, 1987). Ha participado desde hace diez años en talleres de narrativa ofrecidos por el Instituto Queretano de la Cultura y las Artes. En 2010, le publicaron los cuentos: El niño que habitaba en el armario y Lluvia de plumas en Viento Inconstante del Seminario de Creación Literaria. Recientemente incluyó un compendio de cuentos y poemas en la Biblioteca Digital de escritores queretanos “PAR TRES”. Fue becaria del programa PECDA 2013, con su proyecto de novela Tanto amor apagará la luna. Actualmente es miembro del Taller de Novela de la Unidad Cultural del Centro; SEDIENTO Ediciones, le va a publicar, su compendio de textos breves titulado El niño que habitaba en el armario. El puente Todos los días al regresar de la escuela damos vuelta con el tractorcito por abajo del puente; en realidad es sólo un bocho, pero hace tanto ruido que papá lo llama así. Ayer pasó algo chidísimo: el señor que siempre está sentado debajo del puente se levantó y se me quedó viendo. Me señalaba y se reía. Con sus pantalones llenos de lodo que parecían no haberse lavado nunca, sin un zapato y su cabello despeinado como cuando a mi papá y a mí nos da flojera arreglarnos el domingo; yo creo que es porque mamá no me dice «Órale flaquito… ¡Ya te dije que te bañes y no te hagas pato! ¡Por todos los santos métete a bañar de una buena vez!». Papá ni cuenta se dio del señor del puente, estaba muy concentrado manejando y en cuanto llegamos a la casa se lo conté. No me regañó por decir «chidísimo» ni me dijo «Ay, hijo, habla bien», como diría mamá. Extraño sus regaños y hasta los coscorrones que me da al ver un bocho rojo en la carretera a Jalpan, camino a casa de los abuelos. Llegamos a casa y papá no dijo ni una palabra. Se puso a calentar lo poquito que quedaba de arroz y picadillo que nos regaló mi Tata. No es la primera vez que veo al señor del puente, pero sí la primera que él me voltea a ver. ¿No se aburrirá de estar sentado siempre en el mismo puente? A mí me aburre estar sentado siempre en el
mismo banco, aunque me entretiene ver la sonrisa de sandía de miss Iraís y ver cómo juegan futbol Ricardo y Sebas. A mí nunca me quieren juntar, quizá es porque estoy despeinado igual que el señor del puente o porque huelo feo. Es que a veces se me olvida bañarme o sólo me mojo la cabeza para hacer la finta. Lucy es la única que se sienta en el recreo conmigo y yo hago como que no oigo lo que dice Sebas: «Lucy y Jacob sentados en un árbol se besan y no son novios, muac muac, muac». La primera vez que me cantó eso me puse loco y le solté un golpe. Lo malo es que se lleva con varios de cuarto y el muy llorón les fue con el chisme y un día en el recreo me agarró el más grandote, al que le dicen el Ninja. Cuando me defendí, todos me echaron la culpa y se pusieron de su lado. Lucy sólo lloraba y las trenzas se le movían como temblando. No le dije nada a miss Iraís, para no quedar como lengua larga. Papá sí se dio cuenta y me dijo que no anduviera de peleonero. Cuando le conté que no fue mi culpa sólo se puso serio y me dijo: «Métete a bañar». Estaba tan enojado que sólo abrí la llave de la regadera, metí la cabeza y me senté en el excusado a jugar con mi muñeco de Thor. Esta vez, cuando pasamos por el puente, lo saludé. Creo que él también; o al menos eso pareció. De veritas, levantó la mano y se me quedó viendo. Está gigante. Lo que daría porque Ricardo y Sebastián supieran que es mi amigo. Seguro que ya
no se atreverían a molestarme con Lucy, ni a decir que huelo feo. A veces me dan ganas de matarlos o al menos de quemar sus sillas. Estaría estupendo si pudiera conseguir un martillo como el de Thor para poder darles aunque sea un sustito. Mamá siempre me decía que no es bueno pensar en esas cosas y que uno sólo debe golpear en defensa propia. Por eso cuando iba en primero me metió a karate. Lo que no entiendo es por qué, si yo nunca quise que muriera, se murió. La extraño. Hasta el día en que me castigó sin ir al parque, y sólo porque le metí una rana en su bolsa. Papá no sabe, pero yo estoy enojado con ella porque me dejó solo, porque no despertó ni cuando yo la sacudí en esa caja gris asquerosa. Claro que lo hice cuando nadie estaba poniendo atención, cuando suspendió por un momento los rezos mi Tata. Yo estaba seguro de que mi mamá iba a despertar, que sólo se había quedado dormida muy, muy profundo, como los lunes que no me despierto ni con el ruido del tractorcito que papá está calentando antes de ir a la escuela. Llegué a pensar que era una broma, sólo que una muy naca, mucho más que la de la rana. Todavía me da risa cuando me acuerdo cómo saltaba para todos lados mamá. La Tata sigue vestida de negro y siempre que voy me dice que para hablar con mamá tengo que hacer lo mismo que cuando hablo con Dios, creer que me está escuchando aunque no la pueda ver. Ayer intenté hablar con ella pero tenía tanto sueño que me quedé dormido. Le pregunté a papá si sabía cómo era el cielo y me dijo que no, que seguro era un lugar muy lindo con muchos árboles. Yo no sé cómo sea el cielo pero me lo imagino como una sala gigante de cine. Entonces imagino a mamá sentada viendo todo lo que hacemos papá y yo, como si fuéramos los protagonistas de la película. Seguro me ve un poco más fuerte y guapo, en realidad mucho mejor peinado. La veo tapándose la boca para que no se escuchen tan fuerte sus carcajadas y con las manos puestas en puño muy enojada. Porque si ella ve todo, entonces seguro sabe lo que pasa en la escuela. Igual y hasta puede ayudarme a que me haga
amigo del señor del puente, y entonces sí nadie va a querer meterse conmigo. Corazón de chocolate Carlota come un trozo de pastel de chocolate amargo. Voltea a ver a Juan, pero esta vez no tiene que atragantarse el bocado esperando que no la haya visto. Por primera vez saborea el chocolate lentamente hasta que se derrite en su boca sin escuchar la voz agridulce de Juan diciéndole, –Gordis, ¿no crees que ya comiste suficiente chocolate?, ¿sabes cuantas calorías contiene cada cucharada de ese pastel? Amor ya no vamos a caber en la cama los dos. Sólo la mira con sus ojos de toro enfurecido, y su boca cerrada para siempre. Resuenan en las paredes de la cocina las carcajadas negras de Carlota, mientras va cortando con el tenedor otro bocado. Es de noche y el pastel se acaba. El periódico en la mañana saca en primera plana la foto del chocolate que resbala por la boca de Carlota y la sangre que se escurre hasta las pezuñas congeladas de Juan. –¿Te enteraste de que la gorda mató al toro? –Le pregunta una vecina a otra de la calle Hidalgo. –No la culpo, no se como pudo aguantarlo por tanto tiempo. Hasta mi departamento escuchaba como le gritaba, “Cariño ya comiste demasiadas calorías”. “Gordis, ya no te quedan bien esos pantalones”. Carlota ya no siente el yugo de Juan sobre ella. Se acabaron sus borracheras, sus noches en otros brazos y los rumores; pero no puede cerrar ni abrir la boca para defenderse. Los médicos no logran resucitarla. El chocolate amargo que corre por sus venas le bloqueó las arterias. De Carlota sólo queda un corazón de chocolate amargo. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos Más textos de Alejandra Lluvia de plumas Carcajadas de limón Rosas en el comedor Silvio Pesares El niño que habitaba en el armario Tierra volteada
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Recomendaciones La Alegría de Joaquín, de Andrea Zalles Sorta, fue un proyecto realizado en conjunto con Xarzamora Diseño, especialmente para La Alegría de los Niños, Institución de Asistencia Privada, quienes con motivo de celebración por sus 20 años trabajando por los niños de su casa hogar han logrado múltiples causas, tales como más de 500 niños rescatados e integrados a una familia funcional. Capacidad para albergar 92 niños (20 de ellos bebés menores de 18 meses), alrededor de 140 niños atentidos por año, entre muchos otros. Con cada libro comprado, apoyas a una noble causa. Esperamos tu apoyo.
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Una hija diferente es una confesión, una lección de vida sincera, llena de dolor y esperanza, que narra la infancia y adolescencia de Maria Toorpakai, jugadora profesional de squash, actualmente en el primer lugar en Pakistán y el lugar 48 a nivel mundial. Imaginemos la vida de una niña que crece en un mundo marcado por la pobreza, la violencia, la injusticia y sin la mínima posibilidad de salvación. Donde el fanatismo religioso le impide estudiar y divertirse; donde los hombres la humillan y los niños la golpean sin piedad; donde ella, desde los cinco años, decide vestirse de niño para no ser marginada, para no vivir el terror de sentirse esclava. Una hija diferente cuenta la infancia y adolescencia de Maria Toorpakai, una niña pakistaní que tenía sólo un par de tenis rotos y la ropa vieja de su hermano mayor, y todos los días salía de casa a ser testigo de atentados terroristas, de la amargura de los refugiados afganos, del mundo atroz de las armas y las drogas, conviviendo con vecinos hundidos en la desesperación y la guerra. Una mujer inolvidable cuyos padres, catedráticos, e idealistas como ella, apenas tenían para comer.
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