L de Lector No. 19 (Enero 2017)

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de Lector

No. 19 Enero 2017 Año II

Santiago de Querétaro, Querétaro vidas miercolees leer más allá OTRAS ARTES escritores queretanos La inmortalidad de lo En la madriguera del Papaver somniferum Alicia a través del absrudo

conejo y otros cuentos

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Lewis Carroll

lente

Luis Enrique Aguirre

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Estimado Lector. Terminó el 2016 dejando atrás grandes logros que hemos compartido contigo a lo largo de los doce números repartidos con mucho esfuerzo y dedicación. Este 2017 trae consigo la publicación de la segunda mitad del reto de lectura abecé, y nuevas colecciones que podrás disfrutar. Para este inicio de año, elegimos a un escritor genio y fantástico: Lewis Carroll, seudónimo de Charles Lutwidge Dodgson, quien además de fotógrafo y matemático, decidió escribir. Famoso por su personaje Alicia, decidimos compartir en el MiercoLees el primer capítulo del famoso libro Alicia en el País de las Maravillas, donde Alicia persigue a un conejo que ve brincando y apurado, continuamente revisando su reloj, internándose en la madriguera y cayendo eternamente por un agujero, para, finalmente, caer en el fondo donde encuentra la puerta a un jardín secreto. En Leer Más Allá, Valeria García nos clarifica sobre el mito de la adicción de Carroll al láudano, anelgésico sacado del opio que se utilizaba mucho en su época y que se dice era parte de la inspiración del autor. En Otras Artes, Addy Melba desmitifica la acusasión de pedofilia en contra de Carroll, comentando la parte fotógrafa del autor, cuyo tema principal en la fotografía era la niñez. En Escritores Queretanos, presentamos a Luis Enrique Aguirre y un surtido de poesía. La librería Sancho Panza, en Recomendaciones, ofrece descuento en el libro de Carlos Ruiz Zafón titulado El laberinto de los espíritus. Disfruta este primer número del año, nos esperan grandes autores clásicos. PRT


Enero 2017 Santiago de Querétaro, Querétaro Dirección editorial Patricio Rebollar

Vidas

LA INMORTALIDAD DE LO ABSURDO Héctor Alejo Rodríguez

MiercoLees

En la madriguera del conejo y otros cuentos Lewis Carroll

Leer más allá

PAPAVER SOMNIFERUM Valeria García Origel

Otras artes

ALICIA A TRAVÉS DEL LENTE Addy Melba

Escritores Queretanos Poesía Luis Enrique Aguirre

Asistencia editorial Valeria García Origel Relaciones Públicas Diana Pesquera Circulación y promoción Librerías Nuevos Horizontes, Librería Sancho Panza, Amadeus, Punta del Cielo, La Charamusca, Dipac, Moser Kafé. Colaboradores Patricio Rebollar, Héctor Alejo Rodríguez, Diana Pesquera, Ricardo Rabell, Librería Sancho Panza, Valeria García Origel, Addy Melba Espinosa, Luis Enrique Aguirre.

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L de Lector. Enero 2017, año II, No. 19. Publicación mensual editada por Par Tres Editores, S.A. de C.V., Fray José de la Coruña 243, colonia Quintas del Marqués, 76047, Santiago de Querétaro, Querétaro. Sitio web: www. par-tres.com, blogpartres@gmail.com. Editor Responsable: Patricio Rebollar. ISSN: 2448-5586 tramitado por el Instituto Nacional de Derechos de Autor. Impreso por Hear Industria Gráfica, ubicado en Calle 1, No. 101, Zona Industrial Benito Juárez, 76120, Santiago de Querétaro, Querétaro, este número se terminó de imprimir el 29 de diciembre de 2016 con un tiraje de 1000 ejemplares.

Se permite la reproducción parcial de esta obra en lo concerniente al texto del Autor del Mes en virtud de encontrarse libre de Derechos de Autor, en cuanto a las demás secciones de la publicación, se prohíbe su reproducción parcial o total, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito de los titulares de los derechos correspondientes.


vidas La inmortalidad de lo absrudo Charles Lutwidge Dodgson, mejor conocido como Lewis Carroll, nació en la villa de Daresbury, Cheshire, el 27 de enero de 1832. En sus primeros años fue educado en casa, bajo los criterios de su padre, clérigo del lugar, quien sería ascendido a rector de Croft-on-Tees, en North Yorkshire. La familia mudó su residencia a la rectoría del pueblo en 1843, donde permanecerían por más de veinte años. Dodgson, que ya poseía ciertos avances escolares, teniendo en su acervo lecturas como The Pilgrim’s Progress de John Bunyan, fue enviado a Richmond Grammar School, con doce años de edad. Al poco tiempo, luchando con un tartamudeo que lo condicionaba gravemente, fue cambiado a la Rugby School en 1845. Abandonó la institución para matricularse en Christ Church, en la Universidad de Oxford, en 1850, y continuó estudiando vigorosamente hasta obtener su residencia en 1851. No tardó en alcanzar brillantes logros y excelencia en matemáticas obteniendo reconocimientos de calificación alta en 1852: el First Class Honors in Mathematics Moderations y el Final Honours School of Mathematics. Se aventuró a escribir poesía y cuentos después de recibir su Bachelor´s Degree en 1854, con la idea de atraerse un poco más de dinero, sus obras comenzaron a publicarse en las revistas The Comic Times y The Train, ambas de difusión nacional, y en otras de menor tiraje como Whitby Gazette y Oxford Critic; firmando sus colaboraciones como B.B. Por sus habilidades matemáticas y su historial académico sobresaliente, obtuvo la cátedra de la materia en su facultad, la Christ Church Mathematical Lectureship, en 1855, donde enseñaría por más de veinticinco años y residiría por cuarenta y siete. Descubre en 1856, por mediación de su

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Por Héctor Alejo Rodríguez

tío Skeffington Lutwidge, una nueva forma artística en la fotografía, realizando un trabajo constante y reconocido a lo largo de veinticuatro años, y póstumamente revalorizado. Alternadamente, la revista The Train publicó el poema, Solitude, el primero bajo el seudónimo que le daría notoriedad: Lewis Carroll. Obtuvo su Master´s Degree en 1857, fue nombrado Master of the House por su facultad y se ordenó como diácono anglicano en 1861. Dodgson vivió inmerso explorando teorías y publicando textos lógicos-matemáticos, escribiendo prosa humorística y satírica, versos, hasta que en 1862, durante un viaje en bote por el Thames, con la familia del diácono Henry Liddell, concibió la idea que daría luz a un manuscrito dentro de las vicisitudes de lo absurdo, a partir de una improvisación que realizó para entretenimiento de las hijas de éste último. Tres años después y con las correcciones pertinentes, se publicaría Alice’s adventures in Wonderland (1865) con ilustraciones elaboradas por Sir John Tenniel. El libro se encumbró rápidamente y ante la intempestiva aceptación de los lectores, Dodgson decidió trabajar en una segunda parte, publicada bajo el título Through the looking-glass and what Alice found there (1872) de similar agrado. Escribiría después The hunting of the snark (1875), A tangled tale (1885), Sylvie and Bruno en dos volúmenes (1889 y 1893). Publicaría además, bajo su nombre real, temas matemáticos como An elementary theory of determinants (1867), The game of logic (1876), Euclid and his modern rivals (1879). Cerca de cumplir los 66 años, Dodgson contrajo influenza, derivándose en un severo caso de neumonía de la que no logró recuperarse; murió el 14 de enero de 1889 y fue sepultado en Mount Cemetery, de Guildford.


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En la madriguera del conejo y otros cuentos Por Lewis Carroll En la madriguera del conejo Alicia empezaba ya a cansarse de estar sentada con su hermana a la orilla del río, sin tener nada que hacer: había echado un par de ojeadas al libro que su hermana estaba leyendo, pero no tenía dibujos ni diálogos. «¿Y de qué sirve un libro sin dibujos ni diálogos?», se preguntaba Alicia. Así pues, estaba pensando (y pensar le costaba cierto esfuerzo, porque el calor del día la había dejado soñolienta y atontada) si el placer de tejer una guirnalda de margaritas la compensaría del trabajo de levantarse y coger las margaritas, cuando de pronto saltó cerca de ella un Conejo Blanco de ojos rosados. No había nada muy extraordinario en esto, ni tampoco le pareció a Alicia muy extraño oír que el conejo se decía a sí mismo: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Voy a llegar tarde!» (Cuando pensó en ello después, decidió que, desde luego, hubiera debido sorprenderla mucho, pero en aquel momento le pareció lo más natural del mundo). Pero cuando el conejo se sacó un reloj de bolsillo del chaleco, lo miró y echó a correr, Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera que se abría al pie del seto. Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir. Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció bruscamente hacia abajo, tan bruscamente que Alicia no tuvo si-

quiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecia un pozo muy profundo. O el pozo era en verdad profundo, o ella caía muy despacio, porque Alicia, mientras descendía, tuvo tiempo sobrado para mirar a su alrededor y para preguntarse qué iba a suceder después. Primero, intentó mirar hacia abajo y ver a dónde iría a parar, pero estaba todo demasiado oscuro para distinguir nada. Después miró hacia las paredes del pozo y observó que estaban cubiertas de armarios y estantes para libros: aquí y allá vio mapas y cuadros, colgados de clavos. Cogió, a su paso, un jarro de los estantes. Llevaba una etiqueta que decía: MERMELADA DE NARANJA, pero vio, con desencanto, que estaba vacío. No le pareció bien tirarlo al fondo, por miedo a matar a alguien que anduviera por abajo, y se las arregló para dejarlo en otro de los estantes mientras seguía descendiendo. «¡Vaya! », pensó Alicia. «¡Después de una caída como ésta, rodar por las escaleras me parecerá algo sin importancia! ¡Qué valiente me encontrarán todos! ¡Ni siquiera lloraría, aunque me cayera del tejado!» (Y era verdad.) Abajo, abajo, abajo. ¿No acabaría nunca de caer? –Me gustaría saber cuántas millas he descendido ya –dijo en voz alta–. Tengo que estar bastante cerca del centro de la tierra. Veamos: creo que está a cuatro mil millas de profundidad... Como veis, Alicia había aprendido algunas cosas de éstas en las clases de la escuela, y aunque no era un momento muy oportuno para presumir de sus conocimientos, ya que no había nadie allí que pudiera escucharla, le pareció que repetirlo le servía de repaso. –Sí, está debe de ser la distancia... pero


me pregunto a qué latitud o longitud habré llegado. Alicia no tenía la menor idea de lo que era la latitud, ni tampoco la longitud, pero le pareció bien decir unas palabras tan bonitas e impresionantes. Enseguida volvió a empezar. –¡A lo mejor caigo a través de toda la tierra! ¡Qué divertido sería salir donde vive esta gente que anda cabeza abajo! Los antipáticos, creo... (Ahora Alicia se alegró de que no hubiera nadie escuchando, porque esta palabra no le sonaba del todo bien.) Pero entonces tendré que preguntarles el nombre del país. Por favor, señora, ¿estamos en Nueva Zelanda o en Australia? Y mientras decía estas palabras, ensayó una reverencia. ¡Reverencias mientras caía por el aire! ¿Creéis que esto es posible? –¡Y qué criaja tan ignorante voy a parecerle! No, mejor será no preguntar nada. Ya lo veré escrito en alguna parte. Abajo, abajo, abajo. No había otra cosa que hacer y Alicia empezó enseguida a hablar otra vez. –¡Temo que Dina me echará mucho de menos esta noche ! (Dina era la gata.) Espero que se acuerden de su platito de leche a la hora del té. ¡Dina, guapa, me gustaría tenerte conmigo aquí abajo! En el aire no hay ratones, claro, pero podrías cazar algún murciélago, y se parecen mucho a los ratones, sabes. Pero me pregunto: ¿comerán murciélagos los gatos? Al llegar a este punto, Alicia empezó a sentirse medio dormida y siguió diciéndose como en sueños: «¿Comen murciélagos los gatos? ¿Comen murciélagos los gatos?» Y a veces: «¿Comen gatos los murciélagos?» Porque, como no sabía contestar a ninguna de las dos preguntas, no importaba mucho cual de las dos se formulara. Se estaba durmiendo de veras y empezaba a soñar que paseaba con Dina de la mano y que le preguntaba con mucha ansiedad: «Ahora Dina, dime la verdad, ¿te has comido alguna vez un murciélago?», cuando de pronto, ¡cataplum!, fue a dar sobre un montón de ramas y hojas secas. La caída había terminado.

Alicia no sufrió el menor daño, y se levantó de un salto. Miró hacia arriba, pero todo estaba oscuro. Ante ella se abría otro largo pasadizo, y alcanzó a ver en él al Conejo Blanco, que se alejaba a toda prisa. No había momento que perder, y Alicia, sin vacilar, echó a correr como el viento, y llego justo a tiempo para oírle decir, mientras doblaba un recodo: –¡Válganme mis orejas y bigotes, qué tarde se me está haciendo! Iba casi pisándole los talones, pero, cuando dobló a su vez el recodo, no vio al Conejo por ninguna parte. Se encontró en un vestíbulo amplio y bajo, iluminado por una hilera de lámparas que colgaban del techo. Habia puertas alrededor de todo el vestíbulo, pero todas estaban cerradas con llave, y cuando Alicia hubo dado la vuelta, bajando por un lado y subiendo por el otro, probando puerta a puerta, se dirigió tristemente al centro de la habitación, y se preguntó cómo se las arreglaría para salir de allí. De repente se encontró ante una mesita de tres patas, toda de cristal macizo. No había nada sobre ella, salvo una diminuta llave de oro, y lo primero que se le ocurrió a Alicia fue que debía corresponder a una de las puertas del vestíbulo. Pero, ¡ay!, o las cerraduras eran demasiado grandes, o la llave era demasiado pequeña, lo cierto es que no pudo abrir ninguna puerta. Sin embargo, al dar la vuelta por segunda vez, descubrió una cortinilla que no había visto antes, y detrás había una puertecita de unos dos palmos de altura. Probó la llave de oro en la cerradura, y vio con alegría que ajustaba bien. Alicia abrió la puerta y se encontró con que daba a un estrecho pasadizo, no más ancho que una ratonera. Se arrodilló y al otro lado del pasadizo vio el jardín más maravilloso que podáis imaginar. ¡Qué ganas tenía de salir de aquella oscura sala y de pasear entre aquellos macizos de flores multicolores y aquellas frescas fuentes! Pero ni siquiera podía pasar la cabeza por la abertura. «Y aunque pudiera pasar la


cabeza», pensó la pobre Alicia, «de poco iba a servirme sin los hombros. ¡Cómo me gustaría poderme encoger como un telescopio! Creo que podría hacerlo, sólo con saber por dónde empezar.» Y es que, como veis, a Alicia le habían pasado tantas cosas extraordinarias aquel día, que había empezado a pensar que casi nada era en realidad imposible. De nada servía quedarse esperando junto a la puertecita, así que volvió a la mesa, casi con la esperanza de encontrar sobre ella otra llave, o, en todo caso, un libro de instrucciones para encoger a la gente como si fueran telescopios. Esta vez encontró en la mesa una botellita («que desde luego no estaba aquí antes», dijo Alicia), y alrededor del cuello de la botella había una etiqueta de papel con la palabra «BEBEME» hermosamente impresa en grandes caracteres. Está muy bien eso de decir «BEBEME», pero la pequeña Alicia era muy prudente y no iba a beber aqtrello por las buenas. «No, primero voy a mirar», se dijo, «para ver si lleva o no la indicación de veneno.» Porque Alicia había leído preciosos cuentos de niños que se habían quemado, o habían sido devorados por bestias feroces, u otras cosas desagradables, sólo por no haber querido recordar las sencillas normas que las personas que buscaban su bien les habían inculcado: como que un hierro al rojo te quema si no lo sueltas en seguida, o que si te cortas muy hondo en un dedo con un cuchillo suele salir sangre. Y Alicia no olvidaba nunca que, si bebes mucho de una botella que lleva la indicación «veneno», terminará, a la corta o a la larga, por hacerte daño. Sin embargo, aquella botella no llevaba la indicación «veneno», así que Alicia se atrevió a probar el contenido, y, encontrándolo muy agradable (tenía, de hecho, una mezcla de sabores a tarta de cerezas, almíbar, piña, pavo asado, caramelo y tostadas calientes con mantequilla), se lo acabó en un santiamén. *******

–¡Qué sensación más extraña! –dijo Alicia–. Me debo estar encogiendo como un telescopio. Y así era, en efecto: ahora medía sólo veinticinco centímetros, y su cara se iluminó de alegría al pensar que tenía la talla adecuada para pasar por la puertecita y meterse en el maravilloso jardín. Primero, no obstante, esperó unos minutos para ver si seguía todavía disminuyendo de tamaño, y esta posibilidad la puso un poco nerviosa. «No vaya consumirme del todo, como una vela», se dijo para sus adentros. «¿Qué sería de mí entonces?» E intentó imaginar qué ocurría con la llama de una vela, cuando la vela estaba apagada, pues no podía recordar haber visto nunca una cosa así. Después de un rato, viendo que no pasaba nada más, decidió salir en seguida al jardín. Pero, ¡pobre Alicia!, cuando llegó a la puerta, se encontró con que había olvidado la llavecita de oro, y, cuando volvió a la mesa para recogerla, descubrió que no le era posible alcanzarla. Podía verla claramente a través del cristal, e intentó con ahínco trepar por una de las patas de la mesa, pero era demasiado resbaladiza. Y cuando se cansó de intentarlo, la pobre niña se sentó en el suelo y se echó a llorar. «¡Vamos! ¡De nada sirve llorar de esta manera!», se dijo Alicia a sí misma, con bastante firmeza. «¡Te aconsejo que dejes de llorar ahora mismo!» Alicia se daba por lo general muy buenos consejos a sí misma (aunque rara vez los seguía), y algunas veces se reñía con tanta dureza que se le saltaban las lágrimas. Se acordaba incluso de haber intentado una vez tirarse de las orejas por haberse hecho trampas en un partido de croquet que jugaba consigo misma, pues a esta curiosa criatura le gustaba mucho comportarse como si fuera dos personas a la vez. «¡Pero de nada me serviría ahora comportarme como si fuera dos personas!», pensó la pobre Alicia. «¡Cuando ya se me hace bastante difícil ser una sola persona como Dios manda!» Poco después, su mirada se posó en una cajita de cristal que había debajo de la mesa. La abrió y encontró dentro un di-


minuto pastelillo, en que se leía la palabra «COMEME», deliciosamente escrita con grosella. «Bueno, me lo comeré», se dijo Alicia, «y si me hace crecer, podré coger la llave, y, si me hace todavía más pequeña, podré deslizarme por debajo de la puerta. De un modo o de otro entraré en el jardín, y eso es lo que importa.» Dio un mordisquito y se preguntó nerviosísima a sí misma: «¿Hacia dónde? ¿Hacia dónde?» Al mismo tiempo, se llevó una mano a la cabeza para notar en qué dirección se iniciaba el cambio, y quedó muy sorprendida al advertir que seguía con el mismo tamaño. En realidad, esto es lo que sucede normalmente cuando se da un mordisco a un pastel, pero Alicia estaba ya tan acostumbrada a que todo lo que le sucedía fuera extraordinario, que le pareció muy aburrido y muy tonto que la vida discurriese por cauces normales. Así pues pasó a la acción, y en un santiamén dio buena cuenta del pastelito. El bosque donde las cosas pierden nombre Mientras se adentraba bajo los árboles, tras haber pasado el lindero del bosque, Alicia se dijo: “Después de tanto calor, vale la pena entrar aquí en este… en este… ¿en este qué?”, repetía sorprendida de no poder recordar cómo se llamaba aquello. “Quiero decir, entrar en el… en el… bueno… vamos, ¡aquí dentro!”, afirmó al fin. “¿Cómo se llamará todo esto? Estoy empezando a pensar que no tenga ningún nombre…”. Se quedó parada ahí, pensando en silencio; y súbitamente continuó sus cavilaciones: “Y ahora, ¿quién soy yo? ¡Vaya si me acordaré!”. Pero de nada le valía toda su determinación. En ese momento, se acercó un cervato y se puso a mirarla con sus tiernos ojazos. –¡Ven! ¡Ven aquí! –le llamó Alicia, alargando la mano para acariciarlo; pero el cervato se espantó un poco y, apartándose unos pasos, se quedó mirándola.

–¿Cómo te llamas tú? –le dijo al fin, y ¡qué voz más dulce tenía! “¡Cómo me gustaría saberlo!”, pensó la pobre Alicia; pero tuvo que confesar: –No me llamo nada, por ahora. ¿Me querrías decir cómo te llamas tú? –rogó tímidamente–. Creo que eso me ayudaría un poco a recordar. –Te lo diré si vienes conmigo un poco más allá –le contestó el cervato– porque aquí no me puedo acordar. Así que caminaron hasta otro campo abierto. Pero, justo al salir del bosque, el cervato se sacudió del brazo de Alicia dando un salto por el aire. –¡Soy un cervato! –gritó con júbilo–, y tú… ¡Ay de mí! ¡Si eres una criatura humana! Una expresión de pavor le nubló los hermosos ojos marrones y, al instante, salió en estampida. Alicia se quedó mirando por donde huía, casi a punto de llorar por perder tan de repente a un compañero de viaje tan amoroso. “En todo caso –se dijo–, al menos ya me acuerdo de cómo me llamo: Alicia… y eso me consuela un poco”. El sueño del rey –Ahora está soñando. –¿Con quién sueña? ¿Lo sabes? –Nadie lo sabe. –Sueña contigo. Y si dejara de soñar, ¿qué sería de ti? –No lo sé. –Desaparecerías. Eres una figura de su sueño. Si se despertara ese Rey te apagarías como una vela. El sueño del rey II El Rey roncaba sonoramente. Llevaba puesto un gran gorro de dormir con una borla en la punta y formaba como un bulto desordenado. –Ahora está soñando –señaló Tarará–; y ¿a que no sabes lo que está soñando? –¡Vaya uno a saber! –replicó Alicia–. ¡Nadie podría adivinarlo!


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más de CARROLL

–¡Te está soñando a ti! –exclamó Tarará, batiendo las palmas por su triunfo–. Y si dejara de soñar contigo, ¿qué crees que te pasaría? –Pues que seguiría aquí tan tranquila, por supuesto –respondió Alicia. –¡Eso es lo que tu querrías –replicó Tarará con gran suficiencia–. ¡No estarías en ninguna parte! ¡Tú no eres más que algo con lo que él está soñando! –Si se despertara –añadió Tararí– tú te apagarías… ¡zas! ¡Como una vela! –¡No es verdad! –exclamó Alicia indignada–. Además, si yo no fuera más que algo con lo que él está soñando, ¡me gustaría saber lo que son ustedes! –¡Eso, eso! –dijo Tararí. –¡Tú lo has dicho! –exclamó Tarará. Tantas voces daban, que Alicia no pudo contenerse: –¡Cállense! Si siguen haciendo tanto ruido, lo van a despertar. –Eso habría que verlo; lo que es a ti, de nada te sirve hablar de despertarlo –dijo Tararí–, cuando no eres más que un objeto de su sueño. No tienes ninguna realidad. –¡Que sí soy real! –insistió Alicia y empezó a llorar. –Por mucho que llores, no te vas a hacer ni una pizca más real –observó Tarará– y, además, no hay razón para llorar. –Si yo no fuera real –continuó Alicia, medio riéndose a través de sus lágrimas–, no podría llorar como lo estoy haciendo. –¡Anda! ¡No supondrás que esas lágrimas son de verdad! –interrumpió Tararí con el mayor desprecio. “Sé que no están diciendo más que tonterías”, razonó Alicia para sí misma, “así que es una bobada que me ponga a llorar”. De forma que se secó las lágrimas y continuó hablando con el tono más alegre y despreocupado que le fue posible.

Por la editorial

Datos Curiosos

I

Fue creador de más de tres mil imágenes fotográficas de las cuales se tiene evidencia de mil aproximadamente. Dodgson es considerado el exponente victoriano más influyente en la fotografía contemporánea.

II

Se dice que el personaje de Alice está basado en una de las hijas del reverendo Henry Liddell. El autor negó tal suposición a pesar de que Alice recibió como regalo el primer manuscrito de la obra.

Nunca se casó, incluso se llegó a afirmar que el autor sufría desequilibrio mental por sus argumentos literarios y la dualidad entre ser Carroll y el ReveIIIrendo Dodgson. Richard Wallace lo señaló, en un caso inédito, de ser Jack el Destripador, relacionando frases en sus libros que anticipaban la consumación de tales asesinatos. Fue creador de ingeniosos juegos de lógica, palabras y números. Además, inIV ventó un dispositivo para escribir en la oscuridad, llamado Nyctógrafo.

V

Escribió y recibió cerca de 98,721 cartas, correspondencia que fue publicada bajo el título de panfleto Eight or nine wise words about letter-writing.


leer más allá

Papaver Somniferum Un autor controversial, aunque no existe evidencia de ello, Lewis ha sido señalado, entre otras cosas, como un aficionado a los efectos del láudano, un analgésico bastante común en la época, extraído del opio y el cual supuestamente utilizaba con fines medicinales. Entendamos el contexto histórico que da sentido a la conexión entre el autor y la droga. Hasta ese momento, finales del siglo XIX, la reina Victoria tuvo el reinado más largo en Inglaterra, 63 años para ser exactos. Fue una época de grandes cambios culturales, políticos, económicos, industriales y científicos, Inglaterra pasó de ser un país agricultor a una potencia industrial. Sin embargo, a pesar del desarrollo, el crecimiento económico trajo consigo una brecha social de gran magnitud. La literatura se convertía en un espacio para la crítica a la disparidad social, un ejemplo de ello es, Oliver Twist de Charles Dickens, donde se refleja la situación en la que vivía la mayoría de los niños. Para tener un panorama más claro, se estima que cerca del ochenta y cinco por ciento de la población británica vivía en pobreza. Este porcentaje se concentraba en la mitad del territorio lo cual propició que las epidemias tuvieran una más rápida y efectiva expansión. Dichas condiciones crearon además la tensión social a la que no somos ajenos hoy en día. Lo ilícito se volvió la única opción viable para algunos, la prostitución, la distribución de narcóticos y las apuestas

9 Por Valeria García Origel

eran cada vez más comunes. Debido a la poca accesibilidad a medicamentos, el opio y sus derivados eran frecuentemente utilizados causando en algunos de sus usuarios una adicción irremediable y volviéndolo una droga social. La adormidera, o planta del opio, posee propiedades analgésicas debido a componentes como la morfina. De una compleja mezcla conformada principalmente por esta planta obtuvimos al protagonista de esta sección, a quienes muchos atribuyen la creación de obras literarias y la inspiración de filósofos y pensadores. Sin embargo, el opio, no es responsable del genio de los autores victorianos. Charles Dickens, Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle lo incluyen en sus obras para reflejar la realidad de su entorno, puesto que no hay mejor referente histórico que el que se percibe a través del arte. Pensemos en el opio como un referente cultural, un símbolo presente en los modos de entretenimiento y sociabilización, y un factor tan importante que se convirtió en un elemento de identificación para los lectores de aquella época. Lewis Carroll, diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico, no debe su grandeza a los efectos de una sustancia de la cual no tenemos siquiera la certeza que consumía. De lo que sí tenemos certeza es de su destacado legado cultural y científico al que hemos dedicado esta edición del L de Lector.


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OTRAS ARTES Alicia a través del lente Charles Lutwidge Dogson, fue un gran escritor; es así como muchos lo conocemos, pero Lewis Carroll, era mucho más que eso. Carroll, era diácono, un destacado matemático y además un gran fotógrafo aficionado. Primero que nada recordemos el contexto: en 1856 la fotografía era un arte nuevo y mucho más exclusivo de lo que es ahora. La fotografía en esa época, incluso a modo de aficionado, era un pasatiempo bastante complejo, caro y demandante. Para ello, Carroll montó un estudio pequeño en Oxford y contó con la mentoría de Oscar Gustav Rejlander, considerado uno de los mejores fotógrafos de la época. Su tema predilecto era la belleza y la inocencia y como tal una de sus modelos más recurrentes fue Alice Lidell, y sus hermanas. Alice es considerado por muchos historiadores como la inspiración detrás de su personaje más famoso. Él afirmó que el personaje no está basado en nadie en particular, aunque la historia inició como un cuento para Alice y sus hermanas. Cuando Caroll conoció y comenzó a sacar fotografías de Alice, la pequeña contaba con tan solo cuatro años, y siguió siendo su modelo hasta cumplir los 16 años. Muchas de las fotografías de esa época buscaban utilizar escenarios y accesorios muy elaborados, creando una sensación algo acartonada. Sin embargo, Caroll, prefería las fotografías más naturales, lo que le da a su trabajo un sello más auténtico. Este pasatiempo dejó mucho de que hablar en la biografía del escritor. A lo largo de su carrera como fotógrafo, realizó más de 3,000 fotografías, lo que representaba horas de trabajo. Sin embargo,

11 Por Addy Melba

de esas, a nuestros días solo han llegado cerca de mil. La mayoría de sus biógrafos afirman que él mismo destruyó parte de su obra. Al retratar principalmente niñas y muchas de ellas en camisón o desnudas, creó una fama de pedófilo que persiste hasta nuestros días. Algunos afirman que en realidad, los conservadores de la época se escandalizaron por algo que él veía natural: él creía que la forma más pura de la belleza se encontraba en las niñas, puesto que la infancia es un reflejo de inocencia. Mucho de su trabajo se descubrió cerca de 1947 y al día de hoy es considerado uno de los mejores retratistas infantiles de su tiempo. Muchas de las fotografías que podemos encontrar en internet, desafortunadamente han sido manipuladas con la intención de reafirmar la fama de pedófilo de Carroll. Aunque de todas las niñas a las que retrató, contó con el permiso de los padres, es una realidad que su tema predilecto era algo controversial y, sin que sepamos si esto está relacionado o no con su afición por la fotografía y con las hermanas Lidell, en especial con Alice, Caroll se distanció de la familia alrededor de 1875. La relación con Alice continuó, pero principalmente a través de cartas. Lo que no podemos negar es que la genialidad de Carroll se extiende mucho más allá de la escritura. Las fotografías que llegaron hasta nuestros días reflejan una mente curiosa y una gran sensibilidad ante las emociones humanas. Vale la pena conocer su trabajo en otras ramas y conocer a Alicia a través del lente de su propio autor y no solo a través del lente que las grandes producciones nos acercan en estos días.


Una colección de la A a la Z con las obras más reconocidas de la literatura clásica. 27 autores consagrados y cuidadosamente seleccionados para que vivas en cada letra una aventura. Te invitamos a que seas parte de esta colección y te sumerjas en el abecédario más exclusivo uniendo tus letras favoritas y fomentando la lectura y cultura de nuestro país.

EMILIO SALGARI

LOS TIGRES DE MOMPRACEM Reunidos en la isla de Mompracem y liderados por su fiero capitán, los hombres que le acompañan recorren las costas de Malasia confrontando al enemigo y construyendo su reputación como verdaderos tigres de batalla. En medio de una fuerte tormenta, Sandokan espera a Yáñez, su más cercano y leal compañero, quien trae consigo información sobre la colonia enemiga de Labuán. Yáñez ha escuchado los rumores sobre una joven de extraordinaria belleza que habita en aquella isla, Sandokan, hipnotizado por la descripción de la llamada “Perla de Labuán”, decide emprender un viaje al mando de dos embarcaciones y sus mejores hombres. Esta expedición, será el comienzo de una aventura llena de sorpresas y el destino del pirata más temido de Malasia, cambiará por completo pues se enfrentará a algo mucho más poderoso que su gran enemigo.


BRAM STOKER

LA JOYA DE LAS SIETE ESTRELLAS Esta novela es maravillosa, ¡nos encanta!, si eres fanático de las momias y el antiguo Egipto este libro es para ti. Es, básicamente, de terror. Tiene momias, una reina poderosísima del Antiguo Egipto que tenía siete dedos en la mano, una maldición misteriosa, instrumentos enigmáticos, inscripciones secretas en cajas secretas con reliquias casi imposibles de conseguir en la vida real, descripciones milenarias del Antiguo Egipto, una heroína desvalida y una deliciosa narración. ¡Ah!, y también hay un par de gatos: uno momia y otro normal.

MARY SHELLEY FRANKENSTEIN

Algunos hombres acaban de descubrir en el Ártico algo de gran valor. La fiebre del oro ha comenzado y se necesita la ayuda de perros fuertes para la misión. Buck, acaba de ser raptado. Un perro, mezcla de san bernardo y pastor escocés, que llevaba una vida tranquila como perro doméstico en un rancho en California, es ahora arrastrado a las frías tierras de Alaska. Después de una lucha fatigante e inútil, es vendido a un par de canadienses que lo entrenan como perro de trineo durante largos

y crueles días donde aprende a resistir el frío, el hambre y alguna que otra paliza, pero sobre todo, donde aprende a convertirse en líder. Tras recorrer miles de kilómetros y posicionarse como el líder de la manada, Buck es vendido de nuevo para comenzar otra aventura. Por fin conocerá la unión entre un perro y su amo y sus instintos salvajes comenzarán a florecer.

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escritores Queretanos Poesía

Por Luis Enrique Aguirre Luis Enrique Aguirre nació en la ciudad de Querétaro en 1983. Es licenciado en Lenguas Modernas-Español por la Facultad de Lenguas y Letras de la UAQ. En 2003 obtuvo el primer lugar en el XIX Certamen Estatal Universitario de Poesía. En 2006 publicó su cuadernillo Postmortem. Ha sido maestro de Lectura y Redacción a nivel preparatoria. Actualmente tiene la beca de la Fundación para las Letras Mexicanas por segunda ocasión. Celaya Lees la biblia en un televisor blanco y negro. Grietas dolorosas las arrugas de las sábanas. El silencio se estrella en la ventana no puedes oír la lluvia, un insecto ha inmovilizado tu cuerpo y desde el techo te mira -burlónagitar tus alas sobre el catre. Tu pecho huele a hierro. El azufre apesta en las bacinicas donde has guardado el ámbar de tu aliento que yace entre orina y alcohol. Ahogado en el sufrimiento de los hijos que ya no reconoces visitas las imágenes de este cuarto y buscas –desde la obscuridad el versículo que te salve del infierno. I Soy el tema ausente de mi padre en una conversación entre amigos. Soy la bocanada que hiere la garganta de mi padre para que no me nombre. Soy, en la mente de mi padre, un bolsillo

sin un boleto de éxito. Llevo mi vida vacía de él, y sólo tengo en la cartera un par de identificaciones con su apellido. Eso es todo. V Desde niño daba filo a los dulces que ponía debajo de mi lengua. Te los regalo ahora escupiéndolos como flechas envenenadas. VII Nací sin alas y a cambio tuve el don de lastimarlo. Después la venganza será sencilla: clavar la conciencia en la cruz de la casa y mirar a mi padre limpiar la sangre. X Mi padre tenía un traje azul que me gustaba; de niño me lo ponía para jugar a ser él. Sin embargo nunca me enseñó a usarlo, nunca me mostró cómo hacer un nudo en


la corbata. Un nudo en la garganta, me dijo, y fue lo único que aprendí sobre sujetar lazos.

colgué del techo insectos heridos para verlos morir cada vez que mi padre me llamaba a comer. XXV

XI El traje que sé usar es distinto: piel y grasa adheridos a la sal, huesos y músculos cosidos con sangre. XVI

Nací a los 33 años, el día de la muerte de mi padre.

Canicas

Debe ser difícil abrazarse después de tanto tiempo.

Guerra de mundos multicolores, el infierno es el círculo que hemos dibujado sobre la tierra, galaxia en movimiento. Nos deslizamos en el vehículo esférico hacia la derrota del otro: ahogarse estar en la raya esconderse detrás de una piedra todo el equilibrio de la vía láctea está en saber cómo colocar la fuerza en los dedos, el dolor en el pulgar, la uña en el punto exacto.

Mi madre extraña a mi padre cuando el sol cae sobre el último ángulo del ventanal. Ella sabe que en dos horas al bajar por las escaleras verá el saco de mi padre en el perchero como se mira al tiempo en los ojos de los hijos.

Llegamos tarde a casa con el polvo en los pantalones de un planeta perdido con las manos heridas de impulso cinco mundos nuevos en la mochila colores que nadie había conquistado un regaño en la línea inmóvil de crecer y la comprensión del universo.

Recostada en el sillón de la sala mi madre dibuja círculos con el humo que no fuma. Piensa en el mar quizás por el frío terrible que se siente a 40° centígrados en una casa de provincia a las cuatro de la tarde.

XXII Aprendí a arrastrarme debajo de la cama a jugar con arañas y polvo de zapatos viejos. Fui un temido reptil que gobernó esta habitación,

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Recomendaciones Se supone que Alicia está leyendo un libro, sentada a la orilla de un río junto a su hermana, cuando de pronto ve a un conejo blanco vestido con chaleco corriendo con prisa; inteligentemente decide seguirlo por su madriguera y de pronto cae en un abismo interminable. Tras un rato, cae al suelo y bebe de una botella y comienza a encogerse muchísimo, después ve un pastel y al comerlo la hace crecer, y así varias veces. Una vez entra a un jardín que había por allí, se encuentra con un mundo bizarro en el que los animales hablan, donde un loco se peleó con el tiempo y éste lo castigó a vivir eternamente la hora del té, una oruga que fuma de una pipa, un gato sonriente que aparece y desaparece, una reina berrinchuda que dirige un ejército de cartas y quiere cortarle la cabeza a todos. Vaya, un país de las maravillas.

EL LABERINTO DE LOS ESPÍRITUS Carlos Ruiz Zafón

Daniel Sempere ya no es aquel niño que descubrió un ejemplar único de La sombra del viento en el Cementerio de los Libros Olvidados. Es ahora un joven que sigue sin poder recordar el rostro de su madre, y que se exige a sí mismo conocer la verdad. Como un mecanismo de relojería, de nuevo el embrujo del relato nos arrastra a través de la más fascinante de las historias, en la que comparecen todos los protagonistas de la saga con sus verdades y secretos, para componer una novela que pronto formará parte de la leyenda. Una historia que no podrás olvidar y que recordarás el porqué te gusta leer.

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