México ante Dios

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punta de bayonetazos a sus cuarteles en espera de instrucciones de la autoridad constitucional facultada para impartirlas. A los rebeldes o inconformes, la purga, la gran purga: que traigan una guillotina como las que se pusieron de moda durante la revolución francesa. Si viéramos caer las cabezas ensangrentadas de Santa Anna, de Tornel, Paredes y Arrillaga, además de la del padre Francisco Javier Miranda, para ya ni hablar de la de monseñor Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, entre otros tantos curas, militares y políticos más, nuestro país volvería a respirar en paz. Don Valentín analizó en forma sucinta los años posteriores a la culminación de la guerra a partir de finales de 1847, por lo que se refirió al breve gobierno del general Pedro María Anaya, el mismo que se había rendido a los norteamericanos en el convento de Churubusco, con aquello de que « si tuviera parque no estaría usted aquí...» El mismo que también se sumó alevosamente a la rebelión de los Polkos del lado del clero y, por ende, en contra de México. —Parque sí tenía Anaya, Ponciano, Santa Anna lo había enviado, pero con un calibre diferente para precipitar la rendición de la plaza e intentar el último recurso para cobrar algo del dinero acordado con el jefe de la Casa Blanca. Había que imaginarse la desesperación de los soldados cuando no podían cargar sus fusiles porque las balas no entraban por los cañones... Las maldiciones se escuchaban por todo el valle de México mientras el César Mexicano sonreía


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