PATRICIA BETANCOURT SOBRE EL ESCRITOR Patricia Betancourt nace en la Ciudad de México. Obtuvo el título de Licenciada en Geografía por la UNAM y el DPFE por L’Université de Franche-Comté de Besançon, Francia. Desde hace 26 años radica en la noble y bella ciudad de Santiago de Querétaro, a la que con gran honor ha adoptado como suya. Por más de treinta años ha impartido cursos sobre diversas materias geográficas tanto para la capacitación de maestros como para estudiantes de niveles medio superior y superior. Publica una novela histórica ambientada en México titulada Cuando lleguen los tordos (Par Tres Editores, 2017).
ÍNDICE
Los leones La lluvia La crisálida La quimera Xilitla, el bosque que no quería morir Haikus
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
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Los leones I Un suave murmullo, de chicharras y ranas cantadoras, rompían el silencio nocturno alrededor de aquella cabaña escondida en un pequeño rincón del bosque siempre húmedo. Lorenza, vestida con un suave camisón de franela, disfrutaba sentirse calentita mientras descansaba plácidamente dentro de la calidez de su hogar. De pronto, tuvo un exabrupto y con ademanes se dijo a sí misma que era imperioso llegar al aeropuerto. Con ansiedad, lanzó el camisón al suelo y se puso los pantalones, con rapidez tomó la primera playera que encontró, se calzó unos tenis y se colocó la gruesa chamarra que su novio le había regalado. Por último, se puso la mochila al hombro con sus documentos y pertenencias. Al tomar las llaves del automóvil volteó la vista hacia la espectacular fotografía, la que descansaba sobre el muro de cantera, justo por arriba de la chimenea, <<¡espérame!, ya voy>>, susurró con voz trémula al mirar la imagen. Con premura cerró la puerta de la cabaña y subió al auto, prendió el motor, encendió las luces porque aún no amanecía y tomó dirección rumbo a la terminal aérea. II Una semana antes del viaje había recibido una llamada telefónica de larga distancia, la que fue sumamente amorosa por parte de su prometido, quien reafirmó su amor al decirle que, <<la esperaba con ansia en aquel lugar tan lejano para contraer matrimonio, ya que ella era el motivo de su existencia>>. Plena de alegría decidió que era la hora de dejar atrás las dudas, los miedos y que iría en pos de su felicidad. El día previo a la partida sacó del banco sus ahorros, y posteriormente, después de haber estudiado cuál sería la ruta más factible, acudió a la agencia de viajes para recoger los diferentes boletos de avión, sin importarle que tuviera que hacer varias escalas para saltar a través de tres distintos continentes. Al salir del local entró a una pequeña tienda comercial para comprar comida preparada, puesto que no quería cocinar esa noche, así no ensuciaría los platos y dejaría todo limpio. Al pagar la cuenta tomó del mostrador el periódico con las últimas noticias de la tarde, ya lo leería durante la cena. Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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Satisfecha, porque había arreglado todos sus pendientes y contenta por el próximo encuentro, conducía alegremente por el camino sinuoso que la llevaba a la hermosa cabaña de piedra y madera que estaba escondida en un paraje del Parque Nacional conocido como Desierto de los leones. El que no era un desierto sino un bellísimo bosque cubierto por fresnos, oyameles y encinos. Y por supuesto no existían leones sino que era el resguardo de coyotes, zorros y venados, así como de reptiles, diversas aves y demás especímenes de bosques templados. Aquella cabaña ubicada al poniente de la capital era el refugio donde ellos huían de la megalópolis los fines de semana para dar rienda a su amor. Por igual, al escapar del bullicio de la gran urbe, allí podían trabajar con toda calma en sus proyectos profesionales, pero sobre todo, era el lugar donde Lorenza fungía como una ayudante paciente y eficaz cuando él revelaba la interminable serie de fotografías que tomaba tanto de paisajes naturales, como de la fauna y flora que encontraba esparcidas por todo el orbe; los que le provocaban una solemne admiración. Lorenza sabía que él no era fotógrafo de profesión, sino que la fotografía era su pasatiempo preferido, mas ella consideraba que dicha afición se había tornado en la mayor obsesión de su novio. Una obsesión que los distanció. Al llegar a la cabaña, revisó que el equipaje estuviera listo y por enésima vez repasó sobre el mapa la ruta trazada. Al localizar la isla de Terranova, con su dedo índice, marcó una curva imaginaria justo al sur de Groenlandia, observó que cruzaría el océano por la región boreal más estrecha del Atlántico y llegaría a Ámsterdam. De allí, ahora marcó una recta hacia el sur <<¡Alpes Suizos!, ya nos volveremos a ver>>, rió al tamborilear con sus dedos la zona y siguió marcando la ruta hasta llegar a Nairobi. <<¡Ah, vaya!, ya estaré en el hemisferio sur>>, expresó con asombro. Al final localizó la Reserva de Masai Mara, y pensó que, después de los miles de kilómetros recorridos, aquella distancia ya era lo de menos y pronto se reencontrarían para que juntos observaran unos de los espectáculos más sorprendentes de la naturaleza y al mismo tiempo culminar con aquel anhelo esperado largamente por ambos. Cerró el mapa y en silencio se cuestionó el por qué terminó con su relación, si ella lo adoraba y sabía que él también la amaba, además de que su novio siempre le manifestaba su gran deseo de compartir la vida juntos. Sin embargo y a pesar de lo expresado por él, ella se molestó cuando él pidió que le concediera hacer un último viaje para fotografiar durante el verano la gran migración de los caribúes hacia el norte de Canadá, ya que enormes rebaños se dirigían hacia la tundra en busca de pastos, musgos y líquenes. Entonces, Lorenza aceptó esperarlo. Mas él no regresó como lo dijo; se quedó para fotografiar el regreso de los cérvidos hacia el sur junto a las crías nacidas, y ella lo esperó. Como también lo había esperado cuando fue a Europa para capturar con su cámara la partida de 4
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las grandes parvadas de cigüeñas blancas, y más lo esperó cuando se fue a Australia para observar el caminar de los cangrejos rojos. E incluso, lo siguió esperando cuando partió hacia la India para fotografiar la llegada desde Mongolia de los gansos peregrinos. Y todavía lo siguió esperando, como siempre, cuando se fue a la Antártida para presenciar el arribo de las ballenas jorobadas australes en su regreso desde Costa Rica. La realidad era que Lorenza estaba cansada de sus ausencias; deseaba formar una familia junto a él, tener hijos, en suma quería una pareja estable y presente, y no un futuro padre de sus hijos siempre ausente. Ahora Lorenza, en virtud de que se había reconciliado, ya no deseaba pensar más en los motivos de la separación, entonces, ya cómoda en pijama y con la ilusión a flor de piel por el próximo reencuentro prefirió leer el periódico para relajarse y conciliar el sueño, puesto que se levantaría en la madrugada; de inmediato al estar leyendo, ¡cuán gran sorpresa se llevó!, que la hizo estremecerse hasta lo más profundo de su ser por ver publicada en la primera plana una fotografía insólita, tomada recientemente por su futuro marido. III Un tenue haz de luz iluminaba la habitación oscura. Lorenza adormilada agitaba con pesadez sus párpados hinchados mientras que, recostada sobre la cama, extendía su brazo para tratar de alcanzar y tirar de un manotazo el instrumento electrónico que emitía un sonido rítmico y constante, y que le era tan familiar. El primer pensamiento que tuvo al despertar, fue para su novio, al recordar el momento preciso de la ruptura matrimonial cuando un par de meses atrás le había dado un ultimátum, o prometía quedarse con ella y se dedicaba a su despacho jurídico, o se olvidaba de ella para seguir deambulando por el mundo. Dicha promesa él se la brindó el día en que Lorenza lo acompañó, por primera y única ocasión, a presenciar una de las más extraordinarias migraciones del reino animal. Ascendieron hacia la cumbre de la serranía michoacana hasta llegar al Santuario de la Mariposa Monarca, y entre cientos de miles de lepidópteros voladores que llegaban desde las lejanas tierras canadienses, y dentro de una inefable danza de alas negras y naranjas que los rodeaban, y bajo el límpido azul del cielo, le colocó en el dedo anular un anillo con un reluciente diamante como testimonio de su compromiso matrimonial. Entusiasmada, Lorenza se aferró a él llena de alegría al darle el beso más cálido y apasionado que todo su ser podía expresar. Sin embargo, su corazón se congeló rápidamente por la nueva noticia, se entumeció al igual que otras tantas Monarcas que enteleridas estaban regadas por todo el suelo. El editor de una afamada revista de la Naturaleza al conocer su archivo fotográfico, quedó altamente impresionaBiblioteca Digital de Escritores Queretanos
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do por la calidad mostrada, por consiguiente lo invitó a realizar una travesía por el Serengueti para fotografiar la portentosa migración de los enormes rebaños compuestos por alrededor de un millón de barbudos, ungulados y cuadrúpedos ñus. Era una oportunidad que él no podía desdeñar, así que partiría a Tanzania y a su regreso se casarían. Ella no aceptó que se fuera de nueva cuenta y le devolvió la sortija. A pesar de que Lorenza había decidido terminar con la relación, se percató de que sin él, ella no quería vivir, entonces recapituló que probablemente por un capricho o egoísmo hacia lo que él realizaba y concediéndole que tenía un don especial para capturar esos momentos únicos de la Naturaleza, ella por lo tanto, no tenía derecho a coartarle aquella creatividad y más cuando él siempre la incitaba para acompañarlo. Si no aceptaba unírsele en sus múltiples excursiones, era porque ella estaba realizando el internado en neurocirugía y tenía urgencias y pacientes por atender, sin contar las guardias y los diferentes cursos a los que asistía. <<Pero, ¿qué decía él? >>, se preguntó. <<¡Nada, ningún reproche!>>, lo admitió con franqueza. Lorenza aceptó que él no le reclamaba sus ausencias, al contrario siempre la apoyaba, le daba ánimos cuando la veía cansada, la felicitaba por sus éxitos y la escuchaba con atención cuando le describía algún tratamiento o alguna cirugía, e incluso si disponía de tiempo la acompañaba a ciertas conferencias, y aún más, cuando él estaba lejos procuraba hablarle todos los días. Finalmente, reconoció que él siempre estaba al pendiente de lo que ella hacía o decía. Por todo ello, Lorenza decidió ir en su búsqueda cuando le habló por teléfono desde África para repetirle que la amaba y que la esperaba con ansia. En aquel preciso instante en el que despertó y recordó aquellos momentos, su corazón latió con fuerza y expresó con apremio y obstinación, <<¡tengo que alcanzarlo!, ¡tengo que encontrarlo!>>, ya que angustiada deseaba salir a toda prisa. IV Lorenza entró en pánico al percatarse que de pronto giraba y giraba, y a pesar de que llevaba puesto el cinturón de seguridad volaba por los aires dando tumbos al tratar de aferrarse a lo que pudiera mientras que, desde lo alto, en un movimiento en espiral se precipitaba hacia lo profundo de un barranco al que miraba, desde la ventanilla, acercarse con rapidez en su estrepitosa caída. Escuchó un estruendoso crujir de metales justo en el momento en el que atada al asiento salió proyectada hacia el exterior, en ese instante ya no supo más al quedar inconsciente en aquella recóndita sima en la que había caído. Poco a poco fue recuperando la conciencia, había perdido la noción del tiempo y en completa oscuridad, con gran lentitud, pudo zafarse del brazo 6
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de fibras sintéticas que la sujetaban. Sentía todo el cuerpo profundamente lastimado y también que le sangraban las manos, piernas y rodillas por arrastrarse sobre los guijarros que la laceraban como filosas navajas; más al no ver a nadie a su alrededor el miedo crecía mientras que titiritaba a causa del dolor y sobre todo por el frío intenso, que le provocaron un nuevo desmayo. Unos suaves rugidos la despertaron de aquel letargo, el terror y el espanto la invadieron nuevamente al mirar con la luz del alba a doce leones que se le acercaban cautelosamente. Quiso gritar, pero sonido algún emitía, quiso moverse y correr pero estaba paralizada y de súbito, ¡los reconoció! Eran aquellos hermosos leones marmóreos que había visto en el centro de un soberbio patio, adornado éste con calados exuberantes que estaban tallados primorosamente sobre columnas, frisos y arcos de medio punto. En aquel esplendoroso patio de Granada, conoció al que sería el amor de su vida. Ella había asistido a un congreso médico y en un tiempo de descanso, como todo turista, admiraba la preciosura de la filigrana que adornaba la construcción y que enmarcaba la fuente de los leones. –Entre las maravillas, de las maravillas de la Naturaleza, te he encontrado a ti, la más bella, junto al marco perfecto –escuchó la voz de un hombre, quien al tomarle con suma delicadeza del hombro, le dirigió aquellas palabras. Volteó y allí estaba él con su cámara fotográfica colgada del cuello. Le gustó el piropo de aquel hombre de modales educados y de gran prestancia varonil, le encantó su tierna mirada y su sonrisa franca, y por demás cautivadora, lo que le permitió entablar con toda confianza una amena conversación. Estaban a punto de retirarse del lugar, para después volver a verse, cuando él le pidió que posara para tomarle una fotografía al lado de la fuente de los doce leones que ocupaban el centro de ese majestuoso patio. Algunos meses más tarde, mientras que ellos se encontraban en el refugio del bosque contemplaban aquella fotografía, la única que él había capturado con un ser humano y la que decidió imprimir en un formato de gran tamaño para colocarla sobre la pared, justo por arriba de la chimenea de la cabaña del Desierto de los leones. –¿Quién lo diría, eh?, que estos leones y tú, haciendo honor al nombre del parque, son los únicos que viven aquí –rio Lorenza en el momento que vio la imagen suspendida sobre el muro e hizo una reverencia en son de guasa para después sentarse junto a él. Al observar cómo los leones de la fotografía adquirían una tonalidad rojiza cuando eran iluminados por la luz que desprendía la hoguera, él añadió –pareciera que de un momento a otro cobrarán vida para venir a rendirte Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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un tributo, a ti la mujer más linda y el amor de mi vida –dijo él con total convicción. De inmediato, al estar acurrucados sobre el sillón y de frente a la chimenea, comenzó a besarla y a acariciarla con suavidad y ternura. Ahora, esos doce leones estaban ahí para ayudarla a levantarse, a caminar, para con su fuerza no dejar que ella se rindiera. Con dificultad caminaba por el fondo del precipicio, si resbalaba tratando de escalar las paredes verdes, cubiertas de musgos húmedos, entonces un león se acercaba para empujarla cuesta arriba cada vez que caía, otro más con sus fauces la jalaba para sacarla del río en el que se había zambullido al perder el paso, uno más le limpiaba con su lengua las múltiples heridas provocadas por las salientes filosas de las rocas y otros la defendían ante la presencia de algún animal que la intimidaba, mas todos en conjunto la arropaban y rodeaban para guiarla hacia la salida de aquel abrupto desfiladero. Por fin había ascendido hasta la cima de aquella inhóspita barranca, estaba exhausta y maltrecha, por lo que sentía que de un momento a otro fenecería al sentirse desprotegida ya que los doce leones se habían esfumado y nuevamente la noche se acercaba; sólo se percató de uno que estaba herido y yacía petrificado al estar empotrado sobre una pared de piedra; por igual, ¡lo reconoció! <<¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Por qué los doce leones me condujeron hacia este lugar? ¿Quizás he caído en los Alpes, en la ruta hacia África?>>, se preguntó acongojada. Mientras que discernía perturbada y en silencio observaba al león pétreo, una vez más las imágenes llegaron a su mente al recordar que después de estar en Granada ambos se fueron a Suiza, en un paseo por los alrededores de Lucerna se toparon con la escultura labrada sobre la piedra arenisca; entonces ella exclamó con emoción –¡Mira, es un monumento a tu persona! –A pesar de que es bellísimo, ¡espero qué no!, –contestó él –porque es un león que está moribundo –añadió con un dejo de pesar. Acto seguido procedió a narrarle el motivo de la escultura. –Si bien dices, que se esculpió para conmemorar a los caídos, también lo es cuando dices que es hermoso –afirmó Lorenza. Enseguida le pidió prestada su cámara fotográfica Hasselblad, enfocó al león junto a él, accionó el disparador y esperó a que el obturador cerrara y abriera. –A la vez que el león muestra una gran tristeza, también transmite mucha dignidad, nobleza de corazón y una increíble ternura, ¡tal cómo eres tú! –dijo Lorenza satisfecha. Al devolverle su cámara le atizó un beso y añadió –espero que la haya tomado bien y salga muy linda para que nunca me olvides y recuerdes cuánto te admiro y te quiero. Postrada en el suelo y de frente al felino, Lorenza había recordado ese 8
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momento, <<claro que lo quiero, ¡lo amo!>>, reafirmó su sentir. <<A unas cuantas horas de volver a verlo, ¡estoy perdida!>>, expresó compungida. <<¡No es justo que esto me esté sucediendo!>>, se quejó con gran lamento. Entonces, alzó la cabeza hacia el león moribundo y observó con sorpresa que desde los ojos entrecerrados del carnívoro de piedra cayeron lágrimas que le humedecieron sus mejillas pétreas, con lo cual, en ese instante todo comprendió y también ella lloró, <<¡ya no tengo ninguna esperanza de verlo!>>, exclamó con una zozobra enorme. A la sazón, Lorenza sintió un escalofrió profundo que le recorrió todo el cuerpo, sus lágrimas se habían convertido en pequeños trozos de cristales de hielo, su cuerpo yerto no respondía y con la mirada dirigida hacia el magnífico félido pensó que sin importar el espacio, el tiempo y la distancia sus almas estarían entrelazadas por siempre; y cual si fuera La Bella Durmiente del bosque, poco a poco se quedó dormida mientras que entre susurros repetía, <<¡León! ¡León! Adiós mi amor>>. V Recostada sobre la cama, Lorenza procuraba jalar y tirar con la mano ese instrumento electrónico que estaba ubicado a su lado en aquel cuarto en penumbra donde ella se encontraba, entre tanto sentía que su corazón se agitaba al tratar de incorporarse porque deseaba salir con celeridad para alcanzar a su prometido. Con debilidad insistía en levantarse ante la cantidad de recuerdos que le habían llegado a su mente y de los pensamientos recurrentes que la confundían y le distorsionaban el tiempo. –¡Lorenza! ¡Lore! ¿Me escuchas? –reconoció la voz familiar que la llamaba. La alarma del dispositivo que registraba sus signos vitales se había accionado al alterarse su condición cardiaca, por lo cual entraron rápidamente a la habitación del hospital el médico, las enfermeras y sus padres. –¡Qué gusto que hayas despertado! –dijo el galeno en jefe de cirugía del hospital donde ella trabajaba. –Llevas una semana inconsciente padeciendo una terrible neumonía y tienes contusiones y laceraciones por todos lados –explicó el cirujano. Lorenza insistía en erigirse, <<¡tengo que encontrarlo!>>, fue lo primero que dijo. –¡Tranquila!, todo va a estar bien –indicó el facultativo, su amigo y profesor. De inmediato, la revisó e hizo una mueca de satisfacción al zamparle un sonoro beso sobre la frente. –En verdad que eres muy valiente, pareces una leona aferrándote a la vida –añadió con gusto. Al escuchar lo dicho por su colega Lorenza emitió una sonrisa muy sutil. Su madre, con delicadeza la tomó de la mano al decirle que unos excurBiblioteca Digital de Escritores Queretanos
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sionistas la habían encontrado inconsciente, muy lastimada y sumamente enferma a la vera del camino que va desde su cabaña hasta la capital. Le informó que su automóvil estaba destrozado en lo más hondo de una barranca, que el asiento del auto estaba por fuera del vehículo y atorado en el cinturón había un boleto de avión, sin embargo, ella no estaba allí. Empero, lo más incomprensible para ellos, era entender cómo había sido capaz de escalar aquellos desfiladeros con animales salvajes asechando, sobrevivir durante dos noches a la intemperie con lluvias y heladas, y sobre todo en esas condiciones físicas tan lastimosas. –Fueron los doce leones, ¡ellos me ayudaron! –suspiró Lorenza con voz débil. Con incredulidad, todos los presentes voltearon a mirarse entre ellos. A continuación Lorenza, con gran angustia trató de levantarse de nueva cuenta en tanto comenzó a gritar <<¡León! ¡León!>>. Confusa repitió con apremio aquel pensamiento que la obsesionaba, <<tengo que alcanzarlo, tengo que encontrarlo>>. –¡Tranquila! ¡Estás a salvo! Aquí no hay nada –remarcó el médico al detenerla por los hombros mientras que procuraba infundirle serenidad. –Estás en el hospital –enfatizó. –Hijita, ¡no hay peligro! Has estado delirando y diciendo muchas incoherencias sobre leones –arguyó su padre. –¡No es eso papá! Me refiero a León, León Esquivel, mi novio –respondió con lágrimas. –Quería alcanzarlo pero ahora sé que… –hizo una pausa y con voz trémula añadió, –se me ha ido, ¡ha muerto! –exclamó y lloró con una pesadumbre intensa. Todos guardaron silencio respetando su dolor a la vez que se preguntaban cómo sabía del fallecimiento de León Esquivel, si éste había acaecido justamente cuando ella estaba perdida en aquellos intrincados parajes y además nadie había hecho ningún comentario al respecto por temor a que ella pudiera escucharlos a pesar de su inconciencia. Lorenza, entre balbuceos y más sosegada, les relató que la víspera de su viaje estaba en pijama dispuesta a dormir, pero al abrir el periódico vespertino que había comprado, vio la última fotografía captada por León que mostraba el gran salto de un imponente felino hacia él. Luego al calce leyó la terrible noticia: << El fotógrafo León Esquivel, siguiendo a los rebaños de ñus en su cruce por el río Mara, se topó con una manada de leones que los estaban cazando, sin embargo el macho alfa al percibir aquella presencia se lanzó sobre el intruso de la cámara>>. –Deseaba llegar cuánto antes al aeropuerto porque no daba crédito a lo que leía, –explicó con desazón –además en la nota se decía que, no obstante 10
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su gravedad, León estaba aún con vida internado en una clínica. No quería perder la conexión del vuelo, mas por mi angustia y premura no me fijé que el tronco de un árbol estaba tirado en una curva de la carretera y en un santiamén me vi volando en el aire y caí –concluyó con una inmensa amargura. VI Había pasado un mes de todo aquello, y junto a los restos de León también llegaron sus pertenencias con la cámara fotográfica, rollos de película, fotografías tomadas y una cartera de piel negra; dentro de ésta había un hermoso anillo y una fotografía. Lorenza al mirarla se dio cuenta que era la que ella le había tomado al pie del león moribundo. En el envés de la imagen vio una cita escrita de su puño y letra: <<Con todo el rugido de mi amor, recuerda que te amaré más allá de la muerte. León>>. Estupefacta, exhaló un suspiro profundo al percatarse de que por medio de esa dedicatoria le había dejado su legado de amor y a través de aquella figura fantástica él se había hecho presente para despedirse de ella cuando estaba postrada y herida. Besó con solemnidad la fotografía y con enorme emoción sólo alcanzó a decir, <<gracias León, por venir hacia mí. ¡También te amaré por siempre!>> En honor a León Esquivel, Lorenza montó una muestra fotográfica póstuma con todo el trabajo que él realizó por el mundo, la que tuvo un reconocimiento internacional a través de la divulgación en diversas revistas. Solamente no expuso una fotografía, la que tenían sobre la chimenea de la cabaña del bosque. Lorenza consideraba que si aquellos leones africanos lo apartaron de ella, entonces la esencia de esos grandes felinos de Tanzania, para redimir aquel hecho tan cruel, hicieron que aquellos doce leones de mármol blanco le rindieran un tributo; no a ella, como su prometido lo mencionó alguna vez, sino que fue a él, para resarcirle a León el daño causado y que Lorenza, el amor de su vida, viviera. La guardó sin exhibirla porque esa fotografía era su gran tesoro, el secreto fascinante y sublime de un acto mágico de reverencia ante un amor eterno.
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La lluvia Sebastián, deseaba subir a las nubes para jugar en ellas. Llevó una escalera, al no ser tan alta no las alcanzó. Pidió al gorrión lo transportara en sus alas, ambos cayeron por ser el ave demasiada pequeña. Encontró un globo, se asió al hilo, el globo subió hasta las nubes más altas hasta que reventó. Ahora, las lágrimas de Sebastián escurren desde las nubes blanquecinas, por no poder retornar a casa, más cuando se ven múltiples relámpagos y se escuchan truenos estruendosos, son los berrinches y pataletas que profiere, y por ser grande su congoja, anuncian una escalofriante tormenta.
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La crisálida Fue tanta mi melancolía, al ver que el Sol se escondía detrás de la Luna, que me arrebujé dentro de una gota oscura de hilo de seda. Pero el Sol, para que dejase aquel sombrío letargo, de un empujón ahuyentó a la estorbosa Selene. Y para alejar mi tristeza, me obsequió dos hermosas alas de su mismo color. Si bien su asombroso regalo fue efímero, ya que pronto sucumbí bajo sus rayos fulgurantes cuando él despuntó cual primoroso diamante, fui la más dichosa criatura al remontar los aires, pasear por fantásticos paisajes y embelesarme entre miles de flores.
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La quimera Al cruzar la calle, la observé, ella me sonreía. La invité a dar un paseo por el parque, ella me acompañaba. Al estar sentado en la banca del jardín quise besarla, mas al sentir su desprecio, con enorme pena salí de mi ensoñación. Al abrir los ojos miré a la linda chica que seguía sonriendo, la acompañaba un guapo galán invitándola a subir al auto deportivo y último modelo que le mostraba. Con pesadumbre admití, <<tú no eres para mí, regalos semejantes no puedo ofrecerte>>, me levanté y sin volver a mirar el cartel publicitario con desánimo me alejé.
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Xilitla, el bosque que no quería morir Cuento ecológico infantil. Había una vez, hace ya mucho tiempo, que en un reino lejano existía una montaña donde había nacido un árbol muy hermoso y se llamaba Xilitla, el que era grande y frondoso. Años después, Xilitla tuvo cientos de árboles hijitos, ¡qué digo!, miles de hijitos que crecieron altos y fuertes al igual que su padre; así pronto, todos cubrieron a la montaña con un bosque muy denso y de una incomparable belleza. Al verlos, el viento fresco del este, sopló con satisfacción al traer esporas y semillas para que crecieran los pinos, encinos y magnolias junto a ellos, las coloridas orquídeas se instalaron en sus ramas, los musgos diminutos y los extraños líquenes cubrieron sus troncos, los helechos que querían crecer tan alto como los árboles se apiñaron en el suelo, y bromelias hermosas y hongos pintorescos adornaban el suelo del bosque. El Sol, que a veces ilumina con mayor fuerza el norte y otras al sur, sonreía al ver tanta lindura por lo cual también condujo hacia este lugar a los ocelotes pequeños y a los grandes osos y jaguares, a los colibríes veloces y a los lentos caracoles, a las salamandras y ranas que escurridizas se escondían entre el follaje, y a las muchas aves que alegres volaban entre las copas arbóreas y cuyos trinos y cantos brindaban alegría a todos los habitantes. También llegó la lluvia para formar ríos cristalinos y recargar los mantos del subsuelo, y las nubes blancas decidieron tejer con muchas gotitas de agua un velo extenso, tenue y suspendido en el aire, el que proporcionaba humedad y a la vez protegía a todas las criaturas del bosque nuboso, ya que de no hacerlo así, podrían morir prontamente por ser demasiado delicadas. Al final, llegaron al bosque los hombres bondadosos, quienes al conocer la región quedaron extasiados por su belleza, entonces fue que lo nombraron Bosque Xilitla, en honor a aquel árbol esplendoroso que, gracias a toda su descendencia, pronto cubrió a las montañas con un color verde intenso espectacular y cuyas raíces detenían al suelo para que éste no resbalara y así acunara a las plántulas pequeñas que crecían al igual que sus hermanos mayores. Los hombres bondadosos eran felices en aquel lugar, bebían de sus ríos transparentes y limpios, utilizaban sus maravillosas plantas para curar sus malestares, sólo cazaban para alimentarse, construían sus casas Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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con troncos, ramas y el lodo del suelo, y las adornaban con las bellas flores. Sembraron café a la sombra de los árboles para beberlo por la tarde en compañía de sus amigos, y cuando los hombres bondadosos estaban tristes se sentaban al pie de los árboles y mientras ellos cerraban sus ojos expandían sus pulmones para que el aire fresco llegara hasta sus mentes y así pudieran escuchar el murmullo de las hojas que, al moverse por el viento, les indicaba una solución para resolver sus aflicciones. Pero sobre todo agradecían y cuidaban con sumo esmero al Bosque Xilitla por todas las bonanzas que éste les ofrecía. De pronto, un día se escuchó un ruido estruendoso, no era el rugido de los felinos en busca de alguna presa, ni el trueno que anunciaba las tormentas, ni el piar de las aves que volaban en parvadas y mucho menos el chirriar de los grillos saltarines; era un sonido horripilante de sierras eléctricas y hachas, los hombres ignorantes habían llegado, por su codicia talaban los árboles y destruían todo a su paso, por lo cual los árboles lloraron, los ríos cristalinos dejaron de correr cuesta abajo, el viento sopló con mayor intensidad llevándose por los aires al suelo que se desprendía y a las plantitas que acababan de nacer, el velo tenue de nubes se disipó y los animales corrieron a esconderse atemorizados. Entonces, el gran árbol Xilitla se estremeció tanto que hizo vibrar a la Tierra con angustia, y al agitar con inmensa fuerza sus grandes ramas emitió un sonoro grito de auxilio para que los hombres bondadosos, que eran inteligentes y amaban al bosque y a todas las criaturas que habitaban en él, le ayudaran a defenderlo. Así ellos se unieron y con rapidez fueron a todas las aldeas vecinas para alertar a sus moradores, porque si el bosque desaparecía, ya no tendrían fuentes de agua, la contaminación aumentaría y el calor sería tan fuerte que haría estragos a su alrededor, tampoco tendrían remedios medicinales, ni aire limpio y fresco que respirar, y mucho menos alimentos sanos que consumir, y es más, el suelo se erosionaría y resbalaría provocando aludes hacia sus aldeas para sepultarlas bajo toneladas de tierra, y lo peor es que se dejaría de conservar la vida. Por todo ello, los hombres bondadosos llorarían por siempre de tristeza ya que muchas plantas y animales morirían irremediablemente, y también perderían la protección, la belleza y el bienestar que el bosque primoroso les ofrecía y el que tardó muchos, muchísimos años en crecer. La noticia para defender al bosque cundió por toda la comarca. Todos los árboles, al igual que su padre, el gran árbol Xilitla, sacudieron vigorosamente sus ramas y hojas para dar la alerta hacia los confines del reino. Los aldeanos al unirse, detuvieron las máquinas de destrucción y al mismo tiempo les enseñaron a aquellos hombres ignorantes acerca de las bondades y virtudes que ofrecía el bosque primoroso con su cubierta delicada de nubes 16
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y sus habitantes únicos y excepcionales. Fue así que los árboles y los aldeanos, al unirse, defendieron valientemente al bellísimo y esplendoroso Bosque Xilitla, para que no fuera a perecer y volviera a ser aquel lugar armonioso y equilibrado entre la naturaleza y las actividades humanas. La alerta y la defensa que realizaron no sólo se extendió en el centro del reino donde vivían ellos y los bosques de La Sierra Gorda, sino que se dio más allá, hacia los demás bosques de niebla en donde vivían los otros hermanos arbóreos de Xilitla, los que se encontraban en los cuatros puntos cardinales del señorío: en el norte El Cielo y en el sur El Triunfo. En el este Los Tuxtlas y en el oeste Manantlán; para que así, ellos tampoco fueran a ser destruidos por la ambición de aquella gente ignorante que no se daba cuenta de su gran hermosura, ni comprendía la importancia y la riqueza que brindan los bosques nubosos para sustentar la vida, y menos aún se entendía, que son unos escudos poderosos que protegen a La Tierra.
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HAIKUS Semilla nueva Tulipán en capullo Eres para mí Alma que creces Anhelo tus caricias Ilusión de ti Soy luz de otoño Roca resquebrajada Sueño perdido.
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ESCRITOR QUERETANO: PATRICIA BETANCOURT
¿Qué somos los dos? Vidas entrelazadas Lazos del alba Mares de besos Abrazos fulgurantes Lirios del agua Al anochecer Tu calidez evoco Trepida mi ser.
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ESCRITOR QUERETANO: PATRICIA BETANCOURT
En honor a las víctimas del sismo 19S y al pueblo solidario. Tiembla la tierra Septiembre fatídico Lágrimas sueltas Sismo que duele Sacude los cimientos México llora Manos unidas Esperanza que llega surge la vida.
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