ALEJANDRA CAMPOSECO SOBRE EL ESCRITOR Alejandra Camposeco nació en la Ciudad de México un lluvioso 6 de abril. Desde que tiene memoria ha amado las palabras. Estudió un Diplomado en Creación Literaria en la SOGEM ( Sociedad General de Escritores Mexicanos) además de muchos cursos y talleres. Durante algunos años ejerció el oficio periodístico en la Ciudad de México. Ha ganado varios premios nacionales de cuento, poesía y crónica periodística. Es autora de los libros: El bilé y otras ensoñaciones, Fondo Editorial Tierra Adentro; Hoya de Serpientes, Editorial Tintanueva; Mientras Esperas, Editorial Fuera de Comercio; Reconstrucción de los Pecados, Gobierno del Estado de Querétaro, Del alcoholismo y sus emociones, Editorial Vergara, Antonia y las mariposas vampiro de Par Tres Editores. Ha participado en múltiples antologías a lo largo de los años y actualmente se dedica a dar talleres para la prevención de adicciones, de autoestima y de escritura, así como a la docencia.
ÍNDICE
Casi imagen Frente a mí Si acaso Romance Las muertes de Ramón Las hadas del mar.
El contenido de estos textos es propiedad y responsabilidad del autor, Par Tres Editores, S.A. de C.V. transmite estos textos de manera gratuita a través de su proyecto de difusión cultural y literaria denominada Biblioteca Digital de Escritores Queretanos. Los autores han seleccionado sus textos para permanecer en dicha biblioteca para su uso única y exclusivamente como difusión literaria, por lo que se prohíbe la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la anuencia por escrito del autor, quien es el titular de los derechos patrimoniales de los mismos.
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Casi imagen Casi imagen tu rostro que divide las horas y cae en la luz roja de amapolas, tinta solitaria donde se lee el rito amanecido de llamarte en mi cuerpo el sol es gemido que empapa las mañanas vela que esconde el último aroma de una noche tu cuerpo vela del insomnio se deshace en la intimidad de su flama Casi rostro tu imagen de agua aislada y silenciosa delirio de muchas noches como ésta hilvanada a tantas otras innombradas sin cuerpo navegante circular de un tiempo sin barcos sin viento Tu rostro se divide y de hace aire, pliegue, lejanía superficie de un mar más quieto fosforescencia de los calamares en celo invasión de luz verde en estas manos que acarician las cicatrices de tu cuerpo nacido apenas en el acantilado de mi almohada nacido quizás en la ventisca de un sueño y otro cuerpo tal vez el mío vislumbrado entre los párpados transparentes de un espejo Tu rostro más total que el día, que el sonido luminoso del día luminosamente tu rostro de día recién parido impresión de sol en las sábanas blancas, vacías sin tu cuerpo Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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sin mi cuerpo diluido en las cintas esféricas del mundo abrazo de ecuadores y horizontes nómadas, imposibles mapas trazados tantas veces sobre la geografía de tu rostro de tu rostro sin tiempo Del poemario Génesis de la Piedra (sin publicar, primera mención en el concurso Nicolás Guillén)
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Frente a mí Frente a mí esa piel que deshoja el insomnio Que insinúa y traza la geografía descompuesta de los parques Y tiende sobre mi cuerpo la sábana que es el mundo Cuando el pensamiento es sólo migración de insectos en una esfera más [blanca Teje mi espalda Con las estaciones Y el ópalo De tus manos Ante mí tu piel derrumbe de lunas Que tatúa el vuelo del unicornio con la transparencia de una sombra Y envuelve mis labios perdidos en las redes de un beso Cuando las nubes dementes envejecen en la noche Hilvana mis senos Con el sonido del colibrí Y la caída solitaria De tu boca Sobre mi esta piel que hunde catedrales Que rescata el naufragio de la ausencia con su fuego negro Y amarra los gemidos en las fronteras de mis huesos Cuando el espejismo sea sólo condena y sueño Ata mi sexo Con lava blanca Y la travesía desgarrada De tus palabras Dentro de mí tu piel laberinto de signos Que penetra con íntimo rapto el último resplandor Y cicatriza el monólogo alucinado de la lluvia Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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Cuando para siempre sonámbula me encadeno a tu desnudez Del poemario Génesis de la Piedra (sin publicar, primera mención en el concurso Nicolás Guillén)
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Si acaso Si acaso mis manos fueran el ala que incandescente te acaricia en la marea donde brotan los corales o quizás la sangre intacta en las venas de la aurora Te entregaría el rubor de las mejillas de Psique o la flecha fugitiva que incinera las sílabas en la cresta de su nombre Si acaso mis labios fueran mediodía o un impulso en la tela de otros labios en la risa de amapolas de tu cuerpo enamorado Abriría la brillante embriaguez del petirrojo con un fuego más alzado en la hoguera de esta voz voz súbita y florecida por el vértigo del amor Pero entre mis manos nacen y se inscriben las mañanas de un sol que mira hacia dentro de un sol que estalla en los labios y penetra el corazón de la nube devorada por el luminoso clavel vertido entre las sábanas Vuela el cardenal más alto y sólo mira tu ausencia granada de luz y versos Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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en una copa de vino en la sombra del guerrero donde tu nombre agoniza
Del poemario Reconstrucción de los pecados, primer lugar en el concurso estatal de poesía. Editado por el gobierno del estado de Querétaro
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Romance Esa tarde caminaron el ala del cuervo rota la ciudad fue sólo lluvia hilo fino entre las hojas de los árboles morados y en el cielo dos palomas A una librería fueron era el mes de las magnolias gime su aliento en las calles y en su silueta reposa Con los ojos habitados pasa el viento llamándola nada detiene la visión de ese cuerpo como gotas La ciudad fue sólo lluvia que el ala del cuervo borda El quisiera ser el libro verbo que en su mano brota y escribirla con el mundo que se fuga de su sombra Con sus manos más desnudas ella las sílabas roza y al aire las va arrojando donde él en cristal transforma sus miradas como noche alas de bronce y rocas cuatro libros en los brazos y en los hombros amapolas En las calles una iglesia sólo lluvia en la ropa el vuelo del cuervo un arpa y las campanas palomas Ya las tardes se agotaron Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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y un libro de pasta roja es un clavel solitario en esta lejana alcoba Son los labios cicatrices donde el viento la invoca una burbuja su nombre el ala del cuervo rota una tarde más antigua y en el cielo dos palomas
Del poemario Reconstrucción de los pecados, primer lugar en el concurso estatal de poesía. Editado por el gobierno del estado de Querétaro
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Las muertes de Ramón Cuando Ramón nació se trajo a la muerte con él. Sí te lo aseguro. Mira, salió medio asfixiado y pues todos pensamos que ya ni iba a respirar y de repente que empieza a dar unos grititos así medio raros, y yo que pienso, ya se viene el agua y las ranas estas no se callan, pero no, era el chamaco que estaba de terco y yo toda afligida porque de veras quería un hombrecito, pero no así, con la cara medio chueca y un cuerpecito enano. Pero pues ni modo, me dije, y así lo he querido todos estos años, aunque, ¿sabes?, cada vez que festejamos su cumpleaños se nos muere alguien cercano. Ya estoy acostumbrada, por eso junto una lanita para cooperarme con la caja del que se muere y no sentir tanto remordimiento. Lo bueno es que el hijo me salió bien inteligente y hasta dizque literato, por eso ando hoy por acá en la presentación de su libro, porque a los hijos hay que apoyarlos siempre, aunque una no siempre los entienda Respirar la noche es abrir la densidad del pensamiento. Hoy no tengo equivalencias al aire, sólo existo entre mazmorras de parias homosexuales y un libro de Rimbaud entre las manos deformes. Mi madre se tiñe el cabello de rojo, transgrede los espacios vitales de mi mundo y yo se lo permito porque sin ella mi tristeza sería igual al deshielo de los días. Estamos ligados de manera cruel. Yo soy el tiburón y ella mi rémora, cazadora del alimento cotidiano que nos mantiene vivos. Esta noche escribo en sus manos lo inalcanzable que es la muerte, pero ella no comprende, sólo sonríe con esa sonrisa de mares y penurias y me saluda suspendida entre las filas de personas que vienen a escuchar mi poesía, a reflejar sus destrucciones en las mías, a roerme los huesos para dejarme un poco más vacío. Y acerco mi rostro al micrófono y mi voz paralítica llueve metáforas en el silencio, roto apenas por las aspas de los ventiladores, y mi voz paralítica es una cascada vieja de viento y cristales. El salón medio lleno, las sillas cafés, el mantel verde sobre la mesa de triplay, un micrófono gastado de tanto reproducir voces y la jarra de cristal con el agua recién vertida. La mano izquierda de Ramón anclada en su brazo derecho en un impulso de detener los movimientos involuntarios del cuerpo y el nombre de su madre antepuesto a la lectura. Una pila de libros grises y muchas sombras que llegan tarde. Las sonrisas, algunas compasivas Biblioteca Digital de Escritores Queretanos
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y otras de admiración, y el viento haciendo revolotear las hojas blancas en el estrado. Ramón es un ejemplo para los jóvenes, una nueva voz que abrirá caminos a futuras generaciones, un luchador, y los aplausos redimiendo el dolor del poeta que ahora se ve más pequeño y estira sus brazos hacia la figura de su madre en un intento de contener las lágrimas. Mi casa queda de frente a la cordura. Extraviado de mí mismo siento miedo de los días. Los pescadores arrojan redes en el mar y cada pensamiento urde en su espíritu un verso muy antiguo, paso mucho tiempo con ellos, hilando metáforas de peces muertos y sargazo violeta. Pero no se rezar. Para exhalarme necesito proas luminosas y siempre tengo prisa y envejezco. Dentro de mi casa arrecia la tormenta y el demonio dicta los espacios que existen entre mi madre y yo. Y sigo sin poder rezar. La casa se deshace, la cuna del monstruo incita a la violencia. Desde aquí fluyo. No me atrevo a entrar a esos cuartos donde todo está inundado. No hay bordes ni fronteras. Me golpeo contra los barrotes de la cama y naufrago perdido para siempre en mi interior. ¿Qué crees? Ayer este Ramón me llamó por teléfono dizque para despedirse, y pues que dejo el trabajo y me voy volando a la casa y el muchacho estaba a punto de colgarse del tubo de la regadera. No lo entiendo. Si la lectura le salió muy bien y todos dijeron cosas muy bonitas de sus poemas. Esto de ser madre a veces es una carga. Si por lo menos tuviera hermanos todo sería más fácil. Bueno, pues que lo bajo del banquito que había puesto y le quité el mecate del cuello y entre tanta lloradera, mía por supuesto, que me dice que es homosexual, que ya no aguanta más y que el otro muchacho, del que está enamorado, ni caso le hace. Y yo ahí, como paralizada porque pues de eso no entiendo nada. Pero a los hijos nomás hay que quererlos, y yo que comienzo a pensar en él como una hija, ¿me entiendes?, ¿qué más me queda?, y a decirle que ya lo querrá, que el muchacho, como se llame, va a reaccionar y a llamarlo porque Ramón es bien listo y buena gente y hoy ando como ida, a ver si no me corren de la chamba con tanta bronca que me da el hijo. La muerte significa deshacerse de la bruma y volver a templos incendiarios. ¿En qué parte del cuerpo se rompen los latidos? Mi madre se sienta en la orilla de la cama y me protege de tu fantasma. Te extraño. Lo que podemos ser es un sueño que se deshace por los muslos. Mis manos intentan prohibirme una nueva herida en la entrepierna. Vencido, después del orgasmo soy el que siempre fui. Después de recorrerte con mis labios, los ángeles censuran este deseo. Este es el tiempo. Las horas sólo albergan el veneno. Quise salvarte y mi madre detuvo la fuga. Tengo miedo de soñar y sigo intacto. No hablaré de ti, los meses se extienden al horizonte, ¿y después?, sólo queda enumerar las tardes, los días en que te llamé. Tú me 12
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acaricias el cabello con ternura y dices: sabes que no te amo. Contigo la muerte llega después de la muerte. Un niño me observa desde dentro. Estoy aprendiendo a rezar. Ramón camina a la iglesia tomado de la mano de su madre. Arquitectura posmoderna que llena huecos entre el Backstage, refugio de homosexuales, y un cine remodelado hace poco. Los puestos de comida a la orilla del estacionamiento, la cascada anaranjada de los flamboyanes y los chavos banda sin saber a qué banda pertenecen. Del portafolio asoman algunos ejemplares del libro y muchas plumas sin usar. Su madre lo ayuda a hincarse y lo abraza para unir su silencio al de Dios. Un muchacho se acomoda unos bancos más atrás y espera. El reloj anuncia la hora, la madre que parte y las miradas que se encuentran más allá de cruces y oraciones. La tarde los resguarda de la lluvia y la madre en el trabajo, sonriendo satisfecha del encuentro, pero no de este, del otro, Ramón y Dios. Ramón y el muchacho, Ramón y su madre, cómplices para siempre, redivivos en otros cuerpos que son la salvación. La sangre abraza toda lucidez; no hay nadie en casa. Mis caderas se amoldan a las tuyas, nada detiene nuevas tormentas. Es tiempo de despertar. La libertad disuelve tu silencio, lo inesperado de estar siendo, y el lugar del encuentro es sólo tiempo. Vencido a la espera dejo de rezar. Cada noche será ahora la primera. Comienzo a escribir un libro nuevo, pero esta vez lo haremos juntos. Tú serás mi madre y mi amante. Nadie nos conoce. Permanecerás sentado en esa silla café disfrazado de mujer y abriré los brazos para tocarte con mi aliento. Quizá soy culpable. Exigí un Dios sin darme cuenta. Nunca sabrás de escapatorias, permanecerás unido a mis versos. La tinta erosiona tus muslos entreabiertos. Mi madre cuelga del tubo de la regadera. Su ausencia no cuestiona el delito de inventarnos. No hay nadie en casa. Para evadir culpas abro los armarios de la orfandad y repaso las sábanas sucias de semen desde las cuales un ángel se aferra al eco de un cumpleaños más. Texto incluido en la Antología Fantasiofrenia, Antología del Cuento Dañado
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Las hadas del mar Hemos navegado toda la noche tratando de llegar hasta él. La redonda placidez de la luna y alguna que otra estrella han sido nuestros guías en el camino; aunque sabíamos que la ruta estaba trazada de antemano. Hace frío. El agua cambia de color con los días. Mientras más cerca nos encontramos, su color se hace más abismal. He tratado de disuadir a los otros, pero sólo me miran con esos ojos llenos de sal y espuma y me ignoran. Hace tiempo ya que dejamos de hablar; nuestra convivencia se basa únicamente en el silencio, un silencio grisáceo, roto sólo por los ruidos del mar. Debo confesar que tengo miedo, pero mi deseo de encontrarlo vence toda duda. Cada mañana, la madera de la embarcación cruje envejecida cuando despierto con su sabor a algas y moho adherido a mi paladar. Bebo un sorbo de agua (cada día escasea más), y paso el día oteando el horizonte, buscando la más mínima sombra que delate su presencia. Todos los días son iguales desde que entramos a este círculo. Al principio nadie quería hacerlo, entonces hablamos mucho de ello, discutimos, creo que hasta llegamos a golpearnos, pero lo inevitable siempre tiende a suceder; después simplemente lo hicimos. Izamos las velas, arrojamos por la borda todo lo que consideramos superfluo, incluidas nuestras voces, y con esa nueva ligereza entramos a su espacio. Sé que nos estamos acercando por la inusitada aparición de las flores. Comenzaron siendo una que otra, pero esta mañana el mar estaba completamente invadido por ellas. Las he estado mirando con una curiosidad casi morbosa, hasta he tratado de capturar alguna; pero evaden mis caricias y se alejan nadando. Casi podría decir que se ríen de mis intentos, como si quisieran que con cada golpe del oleaje me acercara un poco más a ellas. Preocupado, uno de mis compañeros se sentó muy cerca de mí, y respirándome en la nuca pronunció una sola palabra semejante al crujido de la madera seca: Medusas. Sin pensarlo salté al agua. Sé que probablemente jamás lo encuentre, que soy débil por haber sucumbido al hechizo de estas hadas marinas, pero llevaba muerto ya mucho tiempo, y con ellas encontré mi paraíso. He dejado de tener frío. Hasta que aparezca otra embarcación, sé que sus bolsitas llenas de veneno serán mi alimento cotidiano; mientras tanto, la armónica liviandad de mis nuevas amigas será la música o quizás el hielo que me empuje más a él. 14
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