Escucha correr el agua del arroyo

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Al Santo se le fue el milagro –¡Al Santo se le fue el milagro! –¡Dios mío, se le fue el milagro! –¡Ha perdido el brillo en los ojos! –¡Escuché que está tan molesto que hasta enchueca su boca! En el pueblo de Josefina, ese que está olvidado por casi todos, donde sólo vive la gente olvidada, ahí había ocurrido una desgracia: al Santo se le fue el milagro. Eso parecía imposible, porque hasta Dios a veces se olvidaba de ese pueblo, pero jamás de su Santo Patrón. Él siempre los cuidaba, cada cosa que pedía el pueblo, por más difícil o insignificante que fuera, la cumplía, no existía ninguna persona en ese lugar que se quejara del Santo. Si le pedían lluvia: llovía; si pedían buenas cosechas: el maíz y el frijol se daban en abundancia; si pedían sol: el día escampaba; si pedían dinero: también les llegaba; cualquier milagro, por absurdo que fuera, sucedía. En ese pueblo olvidado, la gente vivía feliz y le agradecía al Santo. Por esa razón, cada año celebraban una fiesta en la cual la gente no dudaba en dar el poco dinero que tenía para que fuera la fiesta más hermosa de todos los lugares cercanos e igual de olvidados. Las calles se llenaban de sonidos, la banda tocaba en la noche y el castillo iluminaba el cielo. Pero la desgracia llegó a ellos un día de todas esas celebraciones. La gente esperaba con ansias la quema de los castillos. Todos se pusieron sus mejores ropas para bajar a la iglesia, no eran de telas caras ni de alta costura, sólo las menos despintadas y desgastadas. El cielo se estaba poniendo naranja, cuando de repente una campana empezó a sonar. Al 7


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