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Especial

Panorama Cajamarquino.com Lunes 14 de mayo del 2012

Javier Heraud, muerto entre pájaros y árboles Murió a una edad temprana, un 15 de mayo, embelesado por un camino de libertad que no encontró su alma pura. Se dice que tuvo un amor que fue Adelita, que una vez se quitó el saco de su impecable terno y se lo dio a un mendigo desnudo de la calle, que escribía en cuadernos de colegio poemas que después serían ensalzados por Neruda, se dice que su marcha por la vida como un río, muy rápida y telúrica, muy breve y tormentosa. Que era un hombre bueno con alma de niño, sabemos que junto a Hinostroza, Cisneros, Calvo y Chang quisieron construir otro mundo, pero que fue imposible con la bondad que su alma albergaba. Más de treinta balazos atravesaron sus 21 años, hoy está muerto. Refúgienme como siempre en vuestros pechos

Por Jaime Abanto padilla

Al respecto Jaime Cabrera en una magnífica remembranza dice: Se suele recordar la fecha en que murió y su día de nacimiento pasa desapercibido. Este es un breve acercamiento al poeta y a su obra, que lamentablemente se difunde poco. Javier Heraud es, por su precocidad y dominio de la palabra, un poeta raro y asombroso. Tenía apenas 21 años cuando murió entre "pájaros y árboles". A los 18, deslumbró con su primer poemario, El río. El 19 de enero hubiera cumplido 70 años, pero se fue: de una manera romántica para unos, de una forma absurda para otros. Con cinco poemarios, Javier Heraud Pérez brilló por su palabra excepcionalmente bella y honda, a decir de Juan Gonzalo Rose. Se ha juzgado mucho al Heraud hombre, pero se ha dicho poco del poeta. Perteneció a la Generación del 60, junto a su gran amigo César Calvo y Luis Hernández. Se le consideraba un continuador de la poesía española moderna, sobre todo la de Antonio Machado, de quien el verso "la vida baja como un ancho río" figura en el epígrafe de su poemario más popular. Su viaje a Europa, particularmente a Rusia en 1961, hizo que sonara con más fuerza en él la entonces popular Revolución Cubana. Murió fatalmente en Madre de Dios cuando intentaba dar sus primeros pasos como guerrillero. "Cuando entrevisté a su familia para una nota, percibí que a ellos -sus padres, su hermana- lo que había hecho Heraud les parecía romántico y suicida pero no heroico", recuerda en una columna el periodista César Hildebrandt. Pero hablemos del poeta, aquel que por ese último tramo de su existencia ha quedado postergado de las clases de literatura de los colegios o únicamente es recordado en mayo para referirse a su muerte y resaltar, como en una noticia policial de rutina, que murió acribillado por 29 balazos. POETA RARO Y ASOMBROSO ¿Qué tipo de poeta era Heraud?, le preguntamos al crítico literario Ricardo González Vigil. "Era uno de esos poetas raros que temprana-

mente logró un dominio de los recursos rítmicos y de la sugerencia de las imágenes poéticas", afirma. Menciona que un caso similar era el de César Calvo, "pero Heraud era más asombroso". Si habría que rastrear alguna influencia en su obra esta estaría -dice González Vigil- en Pablo Neruda y César Vallejo. "Heraud supo asimilar la lección de Pablo Neruda en las Odas elementales y la concepción del hombre de César Vallejo", remarca sin dejar de mencionar la gran influencia de Machado. "Su tono fraterno, de corazón abierto lo hacen muy parecido a él", agrega. Para el catedrático Marco Martos, Heraud ya era un poeta maduro desde sus primeros versos, lo cual lo emparenta al arequipeño Mariano Melgar, quien murió a los 24 años. "Sin duda alguna Heraud era una persona muy versada para la literatura cuyo desarrollo no pudimos ver jamás", opina al referirse a su temprana muerte. Javier Heraud Desenterrado Por: César Hildebrandt

Javier Heraud había nacido seis años antes que yo, así que cuando se murió de treinta balazos disparados por la

Guardia Civil yo tenía quince años, estaba en el colegio militar Leoncio Prado y apenas me enteré del ­asunto. Dos años después, sin embargo, liberado de la ceguera que imponía el colegio, leí a Heraud, quise a Heraud y juré que jamás lo olvidaría. Más tarde, en “Caretas”, cuando entrevisté a su familia para una nota, percibí que a ellos –sus padres, su hermana– lo que había hecho Heraud les parecía romántico y suicida pero no heroico. Heraud era mellizo generacional de César Calvo, con quien compartió el premio “El poeta joven del Perú”. Pero mientras a César lo habían secuestrado las palabras y las mujeres –en ese orden–, a Javier lo raptaron las ideas. Había estudiado en el “Markham”, donde siempre fue uno de los primeros, y había ingresado a la Católica con el primer puesto en Letras. Era buenmozo sin remordimientos, talentoso hasta la precocidad, tierno y buenazo hasta la pared de enfrente. Con “El viaje” había ganado un premio –en esa época los premios no se daban al toma que te doy– y con “El río”, en 1960, había sorprendido a la crítica. Su poesía tenía mucho de agua limpia que discurre ya ­ limenta y a mí lo primero que me impactó fue la lim-

pia de retórica que Heraud había hecho con sus textos. Heraud no quería escribir para impresionar y por eso impresionaba, no aspiraba a ser citado y por eso llamó tanto la atención y no quiso hacer poesía social al uso en los cincuenta y por eso sus poemas tenían la serenidad geográfica de un mundo que él no parecía crear sino descubrir al mismo tiempo que sus lectores. Y por todo eso era casi imposible ­aceptar que el autor de “El río” tenía apenas 18 años. Sólo la poesía francesa había producido precipitaciones tan magníficas. Todo en Javier fue vértigo impaciente. Fue profesor de inglés y lenguaje a los 17 a­ ños, apenas salido del colegio, y teacher en el Guadalupe a los 18. Y habiendo ingresado a la Católica se matricula también en San Marcos, donde empezaría sin ganas u ­ na carrera que sólo podía hacerlo infeliz: la abogacía. La revolución cubana tronaba en sus oídos, los movimientos anticoloniales cantaban himnos y ganaban guerras, a Jacobo Arbenz lo había depuesto la CIA hacía seis ­años, Juan Bosch estaba a punto de gobernar República Domicana –la CIA lo sacaría del poder siete meses después y luego Lyndon Johnson enviaría 50,000 hombres para respaldar al mequetrefe de

Refúgienme como siempre en vuestros pechos Es imposible A mis amigos Sólo quiero conocerme a fondo como siempre, sólo quiero descansar en tierra muerta y en olvido. Yo podría vivir solo en el mar, o en los montes, pero siempre necesitaría de unos cuantos, de un puñado, de un racimo de amigos para pasar las noches al lado del café y del silencio. Refúgienme como siempre en vuestros pechos, corazones alertas. No sé si podré escribir más pues ya no puedo arreglar este poema librarme de esta mesa, librarme de esta silla. Balaguer–, a Jesús Galíndez no le encontraban el cadáver, a Patricio Lumumba ya lo habían empezado a matar entre belgas y norteamericanos, y por todas partes los jóvenes peleaban para que el mundo fuese más de Gramsci que de Mussolini, más de los justos que de los esbirros. Así que Heraud se fue a la Unión Soviética, invitado; a París, por gracia de unos amigos próximos al socialprogresismo peruano –al que Heraud se había adscrito–; y a Cuba, invitado por el régimen que en ese momento parecía encarnar todas las virtudes y carecer de todos los defectos. De regreso, Javier no pudo ser el mismo. ¿Le mortificaba la conciencia haber sido un niño de clase media al que nada le faltó? ¿Lo envenenaba esa culpa gratuita que persiguió a Vallejo, cuya tumba parisina había visitado? ¿Lo convencieron los argumentos

del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, una escisión temprana del APRA decidida a imponer por la fuerza un modelo de sociedad más próximo a los valores de la civilización? ¿Fue engatusado –como dicen los mezquinos y los parásitos de las becas– por astutos camaradas que lo llevaron al suicidio? Lo que se sabe es que el 15 de mayo de 1963 Javier Heraud está huyendo de un destacamento policial que ha dado con su paradero de guerrillero perdido en medio de la selva. Heraud y Alain Elías, que sobreviviría milagrosamente, van corriente abajo por el río Madre de Dios cuando los Policías los avistan. Los primeros testigos –los que valen– dijeron que, viéndose perdidos, uno de ellos mostró y agitó algo blanco en señal de rendición. Pero ya en 1963 era difícil rendirse en el Perú. Los Policías dispararon sus FAL calibre 7.62. Al cadáver de Heraud le contaron, para el protocolo de la morgue, 29 impactos. “El río” se había ensangrentado para siempre. El poeta caudaloso y el guerrillero estupefacto desaparecieron. Y la consigna de la Caverna peruana –o sea la derecha analfa que lee sus periódicos y sigue siendo analfa– ha sido silenciar a Heraud, prohibir su entrada a los parnasos a los que él jamás hubiese querido entrar. Ayer, en una silenciosa ceremonia de tono familiar, lo que quedaba de Heraud fue trasladado del cementerio “Los Pioneros”, en Puerto Maldonado, a los Jardines de la Paz, en Lima. Allí están sitos sus huesos, junto a los de su padre y 45 años después de la tragedia. Si Javier hubiese tenido las prerrogativas de Cristo y hubiese resucitado ayer, en plena ceremonia, podría haber repetido las palabras de otro gran poeta odiado por la Caverna española –o sea la casa matriz de los de a ­ quí–: Gabriel Celaya: “Pensadlo: ser poeta no es decirse a sí mismo. Es asumir la pena de todo lo existente, es hablar por los otros, es cargar con el peso mortal de lo no dicho, contar años por siglos, ser cualquiera o ser nadie, ser la voz ambulante que recorre los limbos procurando poblarlos”.


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