La Ria del Eo. Naturaleza entre dos aguas

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LA RÍA DEL EO. NATURALEZA ENTRE DOS AGUAS

expuestas a barlovento, expuestas a toda la fuerza del viento, olas y corrientes, y las más resguardadas al sotavento. Todo ello nos permite deducir que en un acantilado rocoso existen numerosos ambientes para la vida, separados con frecuencia por unos pocos centímetros y con una estratificación vertical que supone la progresiva transición desde el total dominio marino infralitoral hasta el exclusivamente terrestre. Pero además son zonas no estables sino cambiantes incluso a lo largo del día (mareas), o dependientes de la meteorología (vientos, oleaje, corrientes, lluvia…). Los animales y plantas que han afrontado el reto de vivir en estos medios han desarrollado una serie de adaptaciones para resistir sus duras inclemencias y poder aprovechar sus ventajas. La lapa es un molusco perfectamente adaptado para enfrentarse al violento embate de las olas. En las rocas del acantilado o del pedrero, prepara un lecho al que se adhiere y sella su pie musculoso con una fuerza extraordinaria. Además, su forma cónica

y aplanada apenas ofrece resistencia al agua, y el perfecto sellado le permite la exposición a la intemperie. Los balanos o bellotas de mar, a la izquierda, también se fijan con firmeza a las rocas mediante un cemento, y sellan unas placas cuando se retiran las aguas.

Vivir en el acantilado Los dos principales problemas que se encuentran los seres vivos en la zona intermareal son resistir el oleaje y la periódica exposición al aire en las bajamares. Para no ser arrancado de las rocas por las olas, hay que fijarse con firmeza, y tampoco conviene ofrecer resistencia al embate de las aguas. Si hay un ser vivo que pone en práctica esos principios es la lapa (Patella spp.). Con el borde de su cuerpo araña la roca y prepara un lecho al que adhiere con una mucosidad pegajosa y sella su pie musculoso con una fuerza extraordinaria, como bien saben los mariscadores. Se han medido las presiones ejercidas por las olas sobre el acantilado, con cifras que suelen ir de 0,6 a 1,5 kg/ cm2, pero la lapa se adhiere con una fuerza superior al doble de esa cantidad: 3,7 kg/ cm2. Su forma cónica aplanada llega a ser una continuidad de la roca basal, de forma que apenas ofrece resistencia al ímpetu del agua (de hecho, las que viven en enclaves no tan batidos aumentan la conicidad de su concha). Y además, el perfecto sellado al sustrato le reporta unas ventajas adicionales, que son la posibilidad de resistir la exposición a la intemperie, la sequedad y los depredadores. Los quitones (poliplacóforos) adoptan una táctica muy similar a las lapas, y los balanos o bellotas de mar (Semibalanus, Chthamalus spp.) también se fijan muy firmemente a las superficies mediante un cemento que segregan. Como los anteriores, apenas ofrecen resistencia a las aguas, sellando unas placas a modo de válvulas cuando quedan expuestos en la bajamar, que les permite retener humedad y una pequeña burbuja de aire. El mejillón (Mytilus edulis) sigue una estrategia diferente: como los balanos, tiende a agruparse en colonias cohesionando los individuos, pero la fijación al sustrato la efectúa segregando un líquido viscoso que solidifica en contacto con el agua en forma de resistentes haces fibrosos que permiten al molusco cierta movilidad. Una vez cerrado, su forma en huso resulta suficientemente hidrodinámica.


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