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II. SENTIDO Y ALCANCE DE LA ADHESIÓN A LA COMUNIDAD ECLESIAL

1.

Los rasgos de la adhesión eclesial

El concepto de adhesión, analizado por las ciencias humanas (sociología y psicología), nos es muy útil para trasponerlo y aplicarlo, con las debidas analogías, a la adhesión eclesial. 1.1. El sentimiento de pertenencia •

Adherirnos a una comunidad es, en primer lugar, saber que, al tiempo que nos pertenece, nosotros pertenecemos a ella. El sentido de pertenencia es un elemento de toda verdadera adhesión.

El sentido de pertenencia es componente del sentido de identidad. Uno no sabe quién es mientras no sabe a quién y a qué pertenece.

La pertenencia a la comunidad eclesial es una de las 4 ó 5 grandes pertenencias que constituyen la identidad del creyente. La actitud opuesta es el desenganche, el desmarque.

Lejos de anular o minimizar otras pertenencias humanas legítimas y saludables, la adhesión a la Iglesia se articula con ellas y se convierte en factor que favorece la unidad interior del creyente.

Se trata de una pertenencia recíproca: nosotros pertenecemos a la Iglesia y ella nos pertenece. Hemos sido convocados por Jesús a prolongar su misión perteneciéndonos unos a otros.

La pertenencia a la Iglesia es un don; por tanto, el sentido de pertenencia ha de ser agradecido. No somos nosotros los que tomamos la iniciativa de elegir a la Iglesia; es Dios quien nos elige y llama a ella. Adherirse a la Iglesia no es, pues, primordialmente, prestarle un servicio o responder a una obligación. Es recibir el don de pertenecer a ella y de interiorizar la salvación de Dios a través de ella. En vez de preguntarnos acerca de las razones por las que no hemos abandonado a la Iglesia, deberíamos pensar en aquéllas por las que Dios no nos abandona y nos mantiene en su comunidad. «No permanezco en la Iglesia a pesar de ser cristiano. No me tengo por más cristiano que la Iglesia. Permanezco en la Iglesia porque soy cristiano» (H. Küng).

Este sentido de pertenencia crea empatía entre los miembros y la comunidad. En virtud de la empatía, entramos dentro de la piel de la Iglesia y asumimos como propia su historia, con sus páginas luminosas y sus pasajes oscuros, a la manera como los miembros de una familia humana asumimos su pasado como propio. En virtud de la empatía, nos sentimos también solidarios de las grandezas y miserias presentes de la comunidad cristiana. No se nos ocurre desmarcarnos de esta solidaridad y no sentirnos afectados ni aludidos por sus

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