Agora diciembre 2014

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Diciembre2014

Fuga de prisión Luis era un ladrón de guante blanco y tenía una habilidad especial para abrir cajas fuertes. Estaba sobrado de dinero, no trabajaba nunca, pero tampoco lo necesitaba. Una noche al mes le bastaba para mantener su enorme mansión al lado de la playa, comprarse todos los coches que quería y satisfacer a su mujer. Paco corría en carreras callejeras ilegales. Apostaba grandes cantidades de dinero y corría con su Audi R8 de 520 caballos de potencia y tuneado hasta al tubo de escape; era una joya de la velocidad.

Ambos fueron detenidos el mismo día, un 22 de febrero de 2014. Acabaron como compañeros de celda en la Cárcel del Dueso, en Cantabria, una prisión de alta seguridad y una de las más seguras de España. El juez le había impuesto nueve años de pena a Luis y otros siete a Paco. Ninguno de los dos estaba dispuesto a pasar tanto tiempo encerrados, por eso planearon una fuga.

En ese momento salieron de la celda por la ventana a la que le habían serrado todos los barrotes de hierro durante meses. Dieron una fuerte patada y los derribaron. Salió Luis y, tras este, Paco. Corrieron hasta la pista de baloncesto donde se encontraba una alcantarilla ya destornillada hacía unos días. La abrieron, bajaron a los túneles subterráneos de la cárcel y una vez allí, avanzaron por un camino ya estudiado previamente en el mapa. Todo estaba saliendo a la perfección y no había margen para el mínimo error. El camino acababa con un muro que separaba la cárcel de la ciudad. Escalaron el muro y al llegar a la superficie se toparon con la enorme valla de seis metros, el límite de la prisión. En este momento, lo más seguro es que algún guardia desde la torre de control ya hubiese localizado visualmente a los fugitivos pero, aun así, se arriesgarían. Luis cortó la valla con una navaja de afeitar que daban a todos los prisioneros para afeitarse. Hicieron un agujero en la gran valla y salieron. Ya eran libres, ya estaban fuera. Tantos meses de trabajo habían servido para algo. Justo en ese instante de máxima felicidad, en menos de lo que canta un gallo, ni medio segundo, en un abrir y cerrar de ojos, los rodearon hasta una docena de vehículos policiales. Un agente disparó un par de dardos tranquilizantes a ambos y los durmieron. Al día siguiente se despertaron cada uno en una celda de la zona K. Una zona de altísima seguridad de la cual esta vez sería totalmente imposible escapar y el juez les puso diez años más de pena a cada uno.

El primer paso fue conseguir un mapa de la cárcel, cosa que no fue difícil, pues lograron acceder al ordenador de un guardia e imprimirlo. Después, necesitarían saber todos los cambios de turno entre guardias, lo cual les costó algo más, unas pocas semanas. Más tarde, estudiaron cada rincón de esa celda en la que se encontraban, la 211 de la zona B. Inspeccionaron todas las zonas comunes accesibles de la prisión y durante otro par de semanas estuvieron entrenando el plan y perfeccionándolo. Así, un 16 de octubre del mismo año, decidieron escaparse. Esperaron a que se produjese un cambio de turno entre los guardias de la zona B. Este cambio a la hora de almorzar solía dejar la cabina del guardia unos minutos vacía.

Javier Anula 3º ESO A


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