Dag iv completa

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La primera referencia documentada sobre la leyenda nos retrotrae hasta la Crónica de Juan II (1405–1454) en la que, cuando se narra la toma de Antequera, en esa fecha villa árabe, por el entonces infante don Fernando, se refiere un episodio en el que el futuro rey Fernando I de Aragón(1380– 1416), conocido ya como Fernando de Antequera, envía a un grupo de caballeros a que cabalguen hacia Archidona pues los guardas, se afirma, « …que estaban en la Peña que dicen de los enamorados…» hacían señas. Es evidente que esto quiere decir que entre los que combatían en 1410, en el cerco de la villa antequerana, ya se llamaba así a la montaña que hasta hoy hemos conocido con ese nombre. Sin embargo, la primera noticia pormenorizada sobre la leyenda se testimonia muy lejos de Antequera; la escribió un humanista italiano, llamado Lorenzo Valla (1406–1457), nacido y muerto en Roma, el cual ejerció de secretario de Alfonso V de Aragón durante doce años. Sabiendo Valla que Antequera pasó a poder cristiano, con gran impacto en Occidente, en 1410, alguien que hubiera estado en la toma de la villa pudiera haberle contado el argumento de la leyenda, o el italiano la habría leído en los papeles que le servían de información para su crónica. Lo que sí es seguro es que la entremetió en las páginas de su ya mencionada Historia del rey Fernando I de Aragón, escrita en latín entre 1445 y 46, cuando estaba en la corte de su hijo y sucesor Alfonso V El Magnánimo (1416–1458). Para Lorenzo Valla los dos coprotagonistas, que viven en Granada, se verán impelidos a huir ante la imposibilidad de materializar su amor, siendo perseguidos por el padre de la joven hasta el trágico final, en el que ambos se arrojarán por la Peña.

La leyenda, traducida del latín, dice así: «El vigía estaba situado sobre una peña situada a igual distancia de ambas poblaciones, llamada Peña de los Enamorados o de los Amantes. Bien merece la pena dar un resumen, mejor que pasarla por alto, del origen de este nombre, pues es una historia muy agradable. Cierto joven —del cual se ignora el nombre, el lugar de nacimiento y únicamente se sabe que era español— prisionero o de guerra o de alguna correría, estuvo sirviendo de esclavo en Granada durante dos o tres años, utilizando su dueño sus servicios tanto para la casa como para los asuntos de la ciudad. Prendada la hija de este moro de su apostura, de su manera de hablar y de comportarse, sintiéndose irresistiblemente atraída por el joven, y éste, a su vez, enamorado con locura de la belleza y distinción de la doncella. Convencidos de que en aquellas circunstancias no podrían, ni en el futuro tampoco les sería posible —el uno era esclavo y la otra casadera-, constituyendo tal situación un peligro de vida o muerte, decidieron escapar en la primera ocasión que encontraran. Los hechos posteriores inducen a suponer que el joven procedía con más honradez —mientra él se encaminaba a los suyos, ella se alejaba de sus lares-, a no ser que mediaran motivos de religión, extremo al que no me inclino. Al llegar en su huida hasta la Peña, la joven, agotada, quiso tomarse un poco de descanso; y de ahí que su padre, seguido de algunos acompañantes, todos a caballo, en veloz carrera, venían en su persecución. Los amantes, trepando por los salientes de la Peña, llegaron hasta su cumbre, único refugio en aquellas circunstancias. Cuando llegó el padre de la joven, enfurecido y bramando, con palabras autoritarias e injuriosas les ordena que desciendan inmediatamente o que, de lo contrario, hará en ellos un ejemplar escarmiento. Los demás advertían y exhortaban al joven y, muy especialmente a la doncella, que se arrojaran a los pies de su dueño y padre, en cuyo caso serían objeto de su misericordia más que de su venganza, porque con la resistencia exacerbarían más y más su irritación. En vista a que no se doblegaban ni a las órdenes


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