Omotenashi nº 6

Page 36

ARTE Y CULTURA

D

urante más de 20 años, Akira Yoshizawa observó un lago con cisnes que, elegantes y tranquilos, nadaban ajenos al mundo. Quería captar toda su belleza, la paz que transmitían, pero quería hacerlo a través de su herramienta de trabajo: una hoja de papel. Sin romperla, solo doblándola, debía cobrar vida entre sus manos, sin prisa. El maestro entre maestros del origami fabricó durante muchos años el papel que le permitiría materializar su obra. Los que le conocieron cuentan aún con qué pasión explicaba que los pliegues de aquel cisne tan especial debían ser curvos para permitirle deslizarse, silencioso y a la vez majestuoso, por el agua; para darle movimiento, vida. No fue la única obra maestra de Yoshizawa, que legó más de 50.000 figuras, auténticas obras de arte que le valieron la distinción de Caballero del Sol Naciente, todo un honor con el que Japón homenajeaba a un hombre que vivió 20 años sumido en la más absoluta pobreza, dedicado a una pasión por la que abandonó casi todo. Tras esta hoja se esconden auténticos tratados de geometría, arte, matemática, belleza, y de cientos de sensaciones y expresiones más. Decía Salvador de Madariaga, en el discurso de toma de posesión de su sillón en la Real Academia, que este “es un arte que como tal, busca transmitir de un ser a otro”. Habló de una forma de arte modesta, pero esencial; brillante y única, para presentarse en lo que entonces era considerado como un templo del saber. No fue el único intelectual seducido por el papel. Miguel de Unamuno decidió hacer un sitio en la historia al Origami, disciplina a la que él bautizó como 'Cocotología', 'palabro' prestado del

36

OMOTENASHI

francés ('cocotte', pollo), y del que escribió un tratado completo y esencial. Defendía el papel cuadrado como base de esta actividad“por sus proporciones aúreas”, huyendo de los cortes, “pues nuestra figura es primero un embrión que se tiene que transformar y llegar a ser para tener vida”. Dejando a un lado la voz de los sabios, el origami es el arte de crear figuras reconocibles mediante el plegado de una hoja de papel sin cortar, ni pegar. Si hubiera que fechar la primera figura, tendríamos que volver al momento en el que nace el papel, hacia el año 100 d.C., en China. Como tantas ciencias espirituales, saltaría a Japón y al resto del mundo, aunque tendríamos que esperar al siglo XII para que los árabes lo trajeran a Europa y más concretamente a Játiva (Valencia), la primera fábrica del continente. Desde entonces, ha tenido distinta significación en Oriente –disciplina de indudable poso espiritual– y Occidente –mero entretenimiento, en muchos casos infantil, aunque recientemente son muchas las voces que reclaman su indudable valor terapéutico–. Los plegadores japoneses rezan antes de empezar, se concentran y cuidan de que todo esté bien limpio y purificado. Los occidentales, sencillamente, nos concentramos y doblamos. Dice Carlos Pomarón, miembro fundador de la Asociación Española de esta disciplina, que “plegar es un acto intemporal para el plegador, una obra que cede al mundo sin cercarla con un copyright, su deseo es que encuentre mil plegadores que la repitan. Sabe que los dedos de cada uno de ellos imprimirán en el papel una esencia diferente. Un avión de papel volará con elegancia cien metros y el mismo modelo se estrellará torpemente a dos pasos. A lo mejor, el segundo plegador no se ha lavado las manos o no ha rezado lo suficiente antes de iniciar la tarea”.

«

un arte que como tal busca transmitir de un ser a otro

»

Discurso de ingreso en la real academia de salvador de madariaga


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.