EL HOMBRE QUE CONFUNDIÓ A SU MUJER CON UN SOMBRERO

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agnosias, la dramática agnosia visual del doctor P. («El hombre que confundió a su mujer con un sombrero») y las agnosias auditivas y musicales de la señora O'M. y de Emily D. (capítulo nueve, «El discurso del Presidente»). Y nos plantean interrogantes similares sobre el carácter de la acción (o praxis) la perturbación motriz, o apraxia, de ciertos retrasados, y los pacientes con apraxias del lóbulo frontal, apraxias que pueden ser tan graves que impidan caminar a los pacientes, que los pacientes pueden perder sus «melodías cinéticas», sus melodías de caminar (esto sucede también en el caso de los pacientes parkinsonianos, como se vio en Awakenings). Lo mismo que la señora O'C. y la señora O'M. padecían de reminiscencias o irrupción convulsiva de melodías y escenas (una especie de hipermnesis e hipergnosis), nuestros pacientes amnésicoagnósicos han perdido, o están perdiendo, sus escenas y melodías interiores. Ambos casos atestiguan el carácter esencialmente «melódico» y «escénico» de la vida interior, la naturaleza «proustiana» del recuerdo y de la mente. Si se estimula un punto del córtex de uno de estos pacientes hay un despliegue convulsivo de una reminiscencia o evocación proustiana. ¿Qué es lo que facilita esto, nos preguntamos? ¿Qué clase de organización cerebral podría permitir que sucediera lo que sucede? Las concepciones hoy predominantes acerca de la representación y el procesado cerebrales son todas ellas computacionales básicamente (ver, por ejemplo, el inteligente libro de David Marr Vision: A Computational Investigation

of

Visual

Representation

in

Man,

1982).

Y,

en

consecuencia, se expresan en términos de «esquemas», «programas», «algoritmos», etcétera. Pero, ¿podrían los esquemas, los programas, los algoritmos, aportar por sí solos ese carácter espléndidamente visionario, dramático, musical de la experiencia, ese profundo carácter personal, que la hace «experiencia»? La respuesta es clara, y hasta apasionadamente, «¡No!». Las


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