Biografia de la Fisica - George Gamow

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Bohr gustaba de las ideas de Rutherford y éste dijo a un amigo: "Este joven danés es el mozo más inteligente que hasta ahora he encontrado". Así, se hicieron amigos y fueron compañeros de armas para siempre en adelante. Es prácticamente imposible describir Niels Bohr a una persona que nunca trabajó con él. Probablemente su cualidad más característica era la lentitud de su pensamiento y comprensión. Cuando a fines de la segunda década del siglo y principio de la tercera el autor de este libro fue uno de los "muchachos de Bohr" que trabajaban en su Instituto de Copenhague con una beca de Carlsberg (la mejor cerveza del mundo), tuvo muchas ocasiones de observarle. Al atardecer, cuando un grupo de discípulos de Bohr "trabajaban" en el Instituto Paa Blegdamsvéjen discutiendo los últimos problemas de la teoría de los cuanta o jugando al ping-pong en la mesa de la biblioteca con tazas de café en ella para hacer más difícil el juego, aparecía Bohr diciendo estar muy cansado y que le gustaría "hacer algo". Hacer algo significaba indefectiblemente ir al cine, y las únicas películas que le gustaban eran las tituladas "Lucha a tiros en el rancho Lazy Gee" o "El jinete solitario y una muchacha india". Pero era penoso ir con Bohr al cine. No podía seguir el argumento y nos preguntaba constantemente, con gran enojo del resto del público, cosas como ésta: “¿Es ésta la hermana del cowboy que mató de un tiro al indio que guiso robar un rebaño de ganado que pertenecía a su cuñado?" La misma lentitud de reacción mostraba en las reuniones científicas. Muchas veces, un joven físico visitante (la mayoría

de

los

físicos

que

visitaban

Copenhague

eran

jóvenes)

hablaba

brillantemente de sus recientes cálculos sobre algún intrincado problema de la teoría de los cuanta. Todo el mundo, en el público, comprendía claramente el razonamiento, menos Bohr. Así, todo el mundo empezaba a explicarle el sencillo punto que había equivocado y en la baraúnda que se producía, todo el mundo terminaba por no comprender nada. Por último, después de mucho tiempo, Bohr comenzaba a comprender y resultaba que lo que él había comprendido sobre el problema presentado por el visitante era absolutamente distinto de lo que éste pensaba y esto era lo correcto, mientras que la interpretación del visitante estaba equivocada. La afición de Bohr a las películas del Oeste se tradujo en una teoría desconocida para todos excepto para sus compañeros de cine en aquel tiempo. Todo el mundo


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