Antologia Sexto

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Me llamaron de casa de un viejo reumático, a quien di seis o siete purgas, le estafé veinticinco pesos y lo dejé peor de lo que estaba. Lo mismo hice con otra vieja, a la que abrevié sus días con ruibarbo y cebollas. Así pasé unos meses, hasta que acaeció en aquel pueblo una epidemia del diablo: acometía a los enfermos una fiebre, y en cuatro días tronaban. Para colmo, me tocó atender a la gobernadora de los indios. Le di el tártaro, expiró, y a otro día, que fui a ver cómo se sentía, hallé la casa inundada de indios, indias e inditos que lloraban. Apenas me vieron, comenzaron a tirarme piedras con gran tino, diciéndome: “Maldito seas, médico endiablado.” Yo apreté los talones a la mula y, con tanta carrera, a los dos días la mula cayó muerta. Vendí la silla en lo primero que me dieron, tiré la peluca en una zanja, y a pie, con la capa al hombro, llegué a México. José Joaquín Fernández de Lizardi, El periquillo Sarniento, Sus extraordinarias venturas y desventuras contadas por Felipe Garrido. México, SEP, 2006

161. Primera consulta Cuando mi primo Chucho terminó su carrera, el más feliz y orgulloso de todos era mi tío Tacho. Su mayor satisfacción era nuestros logros. Inmediatamente le acondicionó un consultorio al lado del suyo. –Mire, chuchito –le dijo–, este consultorio es para usted, pero no quiero que se sienta obligado a venirse a trabajar a San Miguel. Si usted desea quedarse en el pueblo, o irse a otro lugar, está bien; sólo quiero que tenga en cuenta que los aparatos y el mobiliario que están aquí son suyos y si quiere se los puede llevar... claro que en este caso usted pagaría la mudanza –agregó rápidamente–... aquí contaría con casa y comida, pero le advierto que en cuanto usted comenzara a ganar dinero tendría que pagarme la renta del consultorio. No me conteste ahorita, piénselo todo el tiempo que necesite.


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