Obituario #10

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Desencuentro Veo a un hombre que camina con una mano en el bolsillo y con la otra sostiene un cigarrillo. Yo escruto el horizonte, y me digo si sabrá quién soy. Él no sabe (o tal vez sí) que llevo tiempo siguiéndolo, memorizando cada uno de sus pasos. Porque el final está dentro de cada principio. Una y otra vez. En su caminar, los perros lo miran, los automóviles se tropiezan una y otra vez. Yo lo sigo despacio, entreteniéndome con los transeúntes. Como una punzada en el estómago, una ardilla cruza la calle y desaparece debajo de las ruedas de un camión. Hay un policía que nos vigila, pero no me preocupa. Lo recuerdo en las playas de Argel, rodeado del sol y la arena que tanto le gustaban y le penetraban. Después vino la ciudad. Él dijo que «el absurdo no está en el hombre, ni en el mundo, sino en su presencia común». Ahora miro los pájaros volar y no siento nada. Un día, en un café de Argel, me dijo que «la nostalgia es el absurdo». Después desapareció, como siempre. Y yo seguí esperando a los buitres. Él sabe que las madres están al final de cada desembocadura. Él no actúa como si pudiera cambiar las cosas. «La muerte más idiota», leí en los periódicos cuando tuvo el accidente. ¿Acaso no jugó con todos nosotros? El automóvil en el que iba era su pasaje a la playa que tanto le gustaba, como una fiera agazapada. Nada tiene más sentido. No importa lo que digan. La mayoría de los transeúntes tiene pánico, lo he visto en sus ojos. No es la primera vez. Ni la última. Pero muchos no saben que levantan piedras y sucumben a ellas. Él sabe que en el fondo los lobos son animales solitarios. Esa es su sabiduría. Yo miro los tejados de las casas, y cuando me quiero dar cuenta, Albert ha desaparecido. Otra vez. Nos reuniremos en breve. Esta noche voy a conducir por el carril contrario.

Carlos Huerga


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