OBITUARIO #50

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escapar del interior de un coche en llamas justo antes de que saltara por los aires. El balance de hoy es de doscientas pulsaciones por minuto. Sí, el balance de hoy y el de esta semana es el mismo que el de ayer y la semana pasada. Idéntico al de todos y cada uno de los días desde hace treinta y dos años. La temperatura correcta a la que debes hervir el agua para

preparar un té negro es de noventa y cinco grados. Entre setenta y ochenta grados en el supuesto que quieras hacer té verde. Hasta ahora nadie ha establecido lo caliente que tiene que estar el agua para potenciar el sabor de la lejía, aunque yo la recomiendo servir a temperatura ambiente. Pero me gustaría decir algo hasta que toda esta pócima que siempre preparo pero nunca consigo probar empiece a hacer chup-chup. Escucha, cuando enaltezco el agua en entrevistas televisadas no lo hago para ir de místico, ni para que se me tache del típico oriental que aprovecha la lejanía de su hogar para vender filosofía de baratillo del tipo galleta-de-la-fortuna a sus vecinos occidentales. Si despego un poco el culo de la silla y me echo hacia delante cuando insisto en que seas agua, amigo mío, es para enseñarte la maniobra de supervivencia por antonomasia; una que hará que rías

de la de Heimlich. Pero para ello necesito que tengas muy en cuenta que Platón significa espaldas anchas en latín, y que al tipo le pusieron ese nombre porque entre sus hombros se podían sentar cuatro embarazadas. Esa espalda no tendió hacia el infinito a fuerza de rumiar, sino porque el sabio levantaba pedruscos con musgo desde sus talones hasta su clavícula en series de doce repeticiones. Sé que cuando te imaginas a un erudito lo haces proyectando la imagen de un

individuo canoso, encorvado y que tose un poco más de la cuenta cuando pontifica sobre ética, pero lo cierto es que la mayoría de los -


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