El Marqués del Zenete

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había ofrecido como mediador. Meses después su hermano lo liberaba. Rodrigo, solo ahora en la ciudad en la que había sido feliz con la única princesa, definitivamente entristecido, sobrevivirá poco tiempo a María. El 22 de febrero de 1523, mientras la nueva Virreina entraba en la ciudad, Rodrigo, en una estancia del palacio arzobispal, rodeado de libros, moría de tristeza, como años atrás había fallecido su primera esposa. Fue sepultado, como su mujer, en el monasterio de la Trinidad, «con muy grande llanto de sus criados y servidores y vecinos de la ciudad». Don Diego, que ya había regresado a Castilla, volvió a Valencia para consolar a sus sobrinas. Aún en vida, don Rodrigo se había convertido en leyenda, defensor de unos valores que empezaban a desdibujarse. El Marqués de Cenete fue prototipo del noble de su tiempo, educado en la corte, de exquisitos gustos literarios y artísticos, galán palaciego, excelente soldado, participante en campañas bélicas que evocaban los hitos sobre los que se fundaba el prestigio de su linaje. En 1554 su hija doña Mencía hizo labrar en Génova un gran sepulcro en mármol blanco de Paros para sus padres: 14


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