NOTI-ARANDAS -- Edición impresa - 1071

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12 · Número 1068 · Del 16 al 22 de julio de 2011

Opinión

LA PIEDRA EN EL ZAPATO Por Francisco Guzmán fraguz41@yahoo.com.mx Sexta parte Alguien había llevado al salón de clases una fotonovela de corte pornográfico, en blanco y negro. Encubierta entre las páginas del libro de Ciencias Sociales, iba la revista de mano en mano y de unos ojos a otros ojos. El profesor no se daría cuenta, pero nos llamó la atención por el desorden. Lo que pude ver en la secuencia gráfica con poca nitidez, era una pareja, primero con ropa, después sin ropa y el acto sexual. Se me disparó la hormona. Me sentí como aquel que está destinado a ser alcohólico y que prueba por primera vez una cerveza. Tenía que conseguir mi propia revista a toda costa. Lo que hallé por ahí fue una foto de la vedette Olga Breeskin, tocando el violín, mostrando aquella voluptuosidad que la había hecho célebre en los años setenta, durante sus apariciones en televisión en el programa Siempre en Domingo, conducido por el siempre odioso “Raúl del Asco”. Por esa misma época yo solía frecuentar algunas salas de cine de Guadalajara, sobre todo El Colonial, donde no era requisito la cartilla militar a la entrada, ya que “discretamente” se permitía el acceso a menores. Presentaban películas que hoy en día nos parecerían simplemente frívolas, pero que para la época eran verdaderas bombas. Se trataba de películas italianas mediocres, con dos o tres desnudos en el marco de una trama incipiente. Honrosas excep-

La Ridícula y Penosa Historia de mi Pene ciones: ¿quién no se enamoró de la bellísima Ornella Muti, en la película: “Con el Sol en la Piel”, cinta de gran éxito en cartelera? Se alborotaba la gallera en el cine ante las pocas escenas en las que las “encueratrices” mostraban sus atributos. Estallaban en la sala las frases que pedían a gritos que les aventaran una hermana; y los homosexuales al acecho aguardaban la ocasión en los sanitarios, por aquello de que la “carne es débil” y “al cuerpo lo que pida”. Mi primera revista fue una de Play Boy que compré de uso en “el baratillo” (un tianguis que todavía se pone los domingos en el sector Libertad.) La oculté bajo el colchón. Aún puedo recordar las curvas y los ojos de lujuria de aquellas modelos. Exóticas y complacientes, desde la foto parecían decirme: ¿qué esperas? Anda, ven; soy tuya. Y así fue como una tarde surgió el genio de la lámpara: tuve una eyaculación. Fue como un parto precoz, mezcla de angustia y placer; como un grito interno desesperado; como una sacudida eléctrica que te recorre por un instante; tan breve, y sin embargo frente a tus ojos la eternidad, a riesgo de quedarse loco. Tu corazón, que late en acelere, no puede más. Con eso, mi amigo, ni falta te hacen las drogas. Cuando volví en mí, aún tenía la revista en una mano. La pared estaba salpicada con un líquido entre café y amarillo. Entonces me pregunté ¿qué podrá ser esto? Parecía que había vomitado el licuado de la mañana, pero era semen. Todos esos años pensando que masturbarse era simplemente

acariciarse, sintiendo que algo estallaría por dentro. Pero lo que sentí esa tarde, que por nada me deja inconsciente o ciego, era indescriptible. Ahora tenía un juguete y no estaba dispuesto a compartirlo con nadie. ¿Habría un sitio en el mundo para estar a solas? “Pero Dios el Señor llamó al hombre y le dijo: -¿Dónde estás? El hombre contestó: -escuché que andabas por el jardín, y tuve miedo porque estoy desnudo. Por eso me escondí. –¿Y quién te ha dicho que estás desnudo? –le preguntó Dios. ¿Acaso has comido del fruto del árbol que yo te prohibí comer?” ¿Lo ves? Siempre el celo y la envidia de los dioses para con el hombre. No podemos, no debemos intentar construir una torre de Babel, porque aparece el gigante egoísta que es Dios y la derriba de una patada. Para nosotros el dolor, para nosotros la angustia, la soledad; porque todo lo que nos gusta, lo que nos hace llevadera la vida, todo lo que es placer, resulta que es pecado. Así que el sexo era pecado y era evidente que yo iba a seguir pecando. ¿Qué objeto tenía entonces recurrir al acto de contricción o la penitencia? Adiós a las confesiones de los viernes primero de cada mes. Adiós a las misas, adiós a los sermones, adiós a los curas, adiós a Dios. Tenemos aquí un trato. Venga pues esa mano. Ahora sí, la palabra derramar cobraba significado. Desafiando la moral y las buenas costumbres, aquella mano y aquel pene se reunirían de manera furtiva. Buscarían la oscuridad, la ocasión

No ti -A ra n da s propicia, el chorro íntimo; casi siempre con los ojos en blanco, fijos a una revista de Play Boy. Aquel romance se prolongaría por años. Pero quedaba, no sé por qué, al fin un vacío, una soledad gorda como una vaca. De pronto tuve el presentimiento: la estoy regando. Me puse enérgico. ¡Basta! Le dije a mi pene: Lo que tú necesitas es una mujer. No me escuchó. Se supone que los penes no piensan y tal vez sea cierto. Pero tampoco son estúpidos. Lo que pasa es que tú te acobardas -me contestó insumiso, y agregó: -Hazte una novia, desnúdala, que yo sabré qué hacer. No pude explicarle, no lo iba a entender: que la mayoría de mujeres no lo hacen solo porque tengan ganas, o por calor, o porque el otoño las pone nostálgicas. Es muy complejo abordarlas. Además no sé bailar. Sí, en las tardeadas de rock me suelto como un loco, pero eso es diferente. A ellas les gusta que las consientan, que las traten con delicadeza, que les regalen flores, que les mientan sobre la impúdica pereza de los gatos. Y a mí lo único que me sale decirles es que esos animales son unos huevones. En pocas palabras: ellas son a tal grado un enigma, que me siento desfallecer cuando me miran. De cualquier modo, más tarde, a los diecinueve años cumplidos, conocí a mi primera novia con la que no tuve relaciones sexuales. De hecho ella tampoco parecía mostrar interés. No puedo recordar su nombre. Pero me enseñó a besar y me dejó en la boca el sabor a pastillas de cereza. Me contó puntualmente cada uno de los capítulos de la telenovela del momento, incluído el predecible final. Luego dijo que yo era un perfecto aburrido y no la volví a ver más.


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