Justo serna anaclet pons la historia cultural autores, obras, lugares akal (2013)

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nosotros, como todos los seres humanos que se ven arrojados al mundo con recursos escasos. Es decir, no eran guías de la revolución ni eran líderes de movimientos sociales organizados. Eran, en definitiva, gente menuda sobre quienes el historiador volcaba su mirada y su simpatía. Así pues, los protagonistas eran personas que no sabían leer ni escribir, de los que en contadas ocasiones se conocía su nombre, personas, pues, que, por lo común, tenían dificultades para expresarse y a las que el historiador difícilmente entiende. Por tanto, lo que en otro momento hubiera sido considerado como una serie inconexa de curiosidades, como una mera nota a pie de página –añade Hobsbawm–, era entonces reivindicado como objeto privilegiado del análisis. En la lección de aquel Hobsbawm hay dos enseñanzas posibles, que no son exclusivas, sino que se apreciarán en otros historiadores, y que nos interesa destacar por la influencia que tendrán. La primera, la que podríamos denominar perspectiva antropológica. La segunda, la que llamaremos enfoque gramsciano. ¿Hay algún tipo de etnología en la obra de Hobsbawm y, por extensión, en los textos de otros colegas que después seguirán? A juicio de este autor, la mayoría de los historiados provienen del medio urbano e intelectual, cosa que les habría impedido comprender –literalmente, comprender– a individuos que son tan distintos de ellos, de extracción campesina u ocupados en tareas manuales. Por esa razón, al estudiar las agitaciones y revueltas populares, las han presentado como atavismos inexplicables o como mera antesala de la modernidad. Y eso les ha ocurrido a todos los investigadores, a todos menos a los antropólogos, concluye rotundamente, al verse precisados a tratar con sociedades precapitalistas, ágrafas, primitivas. Esta defensa enfática de la etnología no era una rareza entonces, sino que formaba parte del contexto intelectual de los años cincuenta en la Gran Bretaña. Y ello, por dos razones suficientemente conocidas. La primera, por la aproximación que historiadores y antropólogos habían emprendido desde que E. E. Evans-Pritchard postulara las afinidades mutuas y la colaboración que podían prestarse. En cambio, en el continente y por aquellas mismas fechas, la antropología de Claude Lévi-Strauss marcaba una distancia infranqueable entre el estudio sincrónico y estructural de los etnólogos, de un lado, y el relato del proceso consciente presentado por los historiadores, del otro. La segunda razón de la huella que esta disciplina tenía en la obra de Hobsbawm debemos hallarla en la renovada búsqueda del primitivo. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la etnología británica habría ido resignándose a la evidencia de que el salvaje puro, prístino e incontaminado, era ya una rareza. El propio Evans-Pritchard invitó precisamente a rastrear su impronta entre los «primitivos» del sur. Esto, que puede parecer una especie de paternalismo anglosajón, tuvo, sin embargo, resultados muy interesantes que se materializaron al menos en dos objetos: los pueblos del Mediterráneo y los campesinos. En efecto, de esa llamada surgi48

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