Encenden lecturas sin apagar culturas san miguel

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Literatura de la provincia de San Miguel | leyenda

eso escuchó un ruido extraño, como un fuerte ronquido, estremecedor. Ella empujó suavemente a su marido reprochándole sus ronquidos. Al poco rato los estertores volvieron con la misma intensidad. Molesta la viejita levantó un tizón llameante y lo dirigió a la altura del rostro del anciano. Vaya sorpresa que se llevó. El viejo yacía en la cama sin cabeza, sólo el cuello respiraba desaforado. Su cabeza sedienta se había apartado de su cuerpo para irse al pozo a tomar agua. La anciana asustada perdió el conocimiento y despertó tarde, acostada al lado de su marido. Se levantó en silencio y, apenas pudo, instó a su marido retornar a Sayamud lo más pronto. Una vez en casa informó a los hijos lo acontecido en las alturas de la comunidad de Suytu Orco. Anoche he visto al ayauma, les dijo. Pero la cabeza arrancada de su padre, contaba don José Manuel, seguía deambulando. Apenas escuchaban los ronquidos del viejo, corrían a ver el cuello húmedo, el cuerpo sacudiéndose y la cabeza escapando a toda velocidad por la ventana para ir en busca de un pozo, un manantial o el río y saciar su sed mortal. Entonces se le veía saltando por los caminos, trepándose en las ramas de los árboles, enredada entre las zarzas y siempre dando ronquidos como si salieran desde el fondo de un sepulcro: ¡Chuseq! ¡Mokmo pum! ¡Chuseq! ¡Shak pum! ¡Chuseq! Hasta llegado el año en que por fin el anciano se fue a descansar en paz. En el pueblo había también dos muchachos muy inquietos, contó otra vez don José Manuel. Su madre ya no sabía cómo retenerlos en casa. Hacían sus tareas a la carrera y esperaban el menor descuido de sus padres o sus abuelas para salir y desaparecer horas de horas por el pueblo. Iban a jugar fútbol por el barrio de Saña o en la cancha polvorienta frente al cementerio. Los sábados se encaminaban a nadar en el pozo del molino viejo. Otros días subían las escaleras de la iglesia para llegar al campanario y fumar, en plena libertad, cigarrillos Inca. Los castigos eran severos cuando regresaban a casa, pero esto no era escollo para volver a desobedecer o incumplir promesas. Entonces su madre recurrió a quitarles la ropa y dejarlos desnudos. Salían al balcón desnudos y avisaban a sus compinches que no podían salir. Uno de los amigazos fue a su casa y regresó con dos pantalones. Cuando los dos hermanos vestían orondos las prendas prestadas, apareció la madre y se adueñó de los pantalones, claro, a continuación les cayó una cueriza de padre y señor

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