13 Fábulas y otros relatos

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13 fabulas y otros relatos richard montenegro

Editorial regional CARABOBO

XII 26

El oráculo estudió los signos con sumo celo y mostrándole su visión le dijo: Nunca serás Martín Tinajero. Tu lujuria desmedida rompió un lazo que debía ser eterno. No importa lo que pudiste enseñarle a los hombres. Con tu persecución llenaste de veneno un ánfora colmada de un amor que te era ajeno. Ellas, con razón, mataron sin piedad a tus compañeras. Condenaste al mundo a no escuchar más prodigios. Buscaste desesperado el consejo del oráculo. Él te dijo: - Un óctuple sacrificio debes hacer para purificarte. Seguiste sus palabras y ellas alegres volvieron danzando para ti ¿El sacrificio saldó la deuda? No, no podría. El milagro era producto de tu alcahuete padre. Pero en el corazón del oráculo vivía la justicia y te mostró cuál sería tu desgracia. En la edad de hierro, en una tierra aun sin nombre. Más allá del extremo oriental del reino de los Atlantes, él te dio a ver lo que nunca serías: -¡Ay! Aristeo, nunca serás Martín Tinajero.

IX

Los candelabros desprendían brillos en medio de las charlas de rigor. La música luchaba por vencer la panoplia de olores y sabores que se desprendían de la mesa. Aquí y allá los saltimbanquis y bufones arrancaban atención con regular éxito. El amo y señor de este palacio aguardaba con impaciencia al invitado de honor. No se escatimaron gastos en la fiesta sorpresa. Todos vinieron con sus mejores galas y perfumados con el mejor aceite. El anfitrión se acicaló como si esperase al rey de los persas. Al fondo del pasillo se escucharon risas y todos hicieron silencio. Vendado, trastabillando y perseguido por mujeres el invitado entró al salón. De improviso le fue quitada la venda, vio a su amigo y éste le dijo: - No digas nada. La música estalló y se reanudó el remolino de sabores y olores. Él fue llevado al mejor lugar de la mesa y después de unos tragos y bocados su amigo le pidió que admirara los nuevos frescos del techo. Levantó la mirada y vio una joya bruñida, digna del atelier de Hefestos & Co. , colgada de un hilo invisible. Se sonrió, se levantó y con calibrada apostura ofreció el puesto de honor a su amigo diciéndole: - Soy indigno de servir de vaina a la espada destinada a mi señor.

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