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Marciano Reyes Y La Cruzada De Venus por Rubén Mesías Cornejo, María Larralde y Elmer Ruddenskjrik Ilustraciones por Israel Montalvo
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Israel Montalvo es un trazador de pesadillas, las cuales ha manifestado en diversos medios artísticos como la pintura, la música, el arte secuencial y la narrativa. En donde aborda como temáticas centrales la metaficción, y la condición humana. Israel ha participado en diversas exposiciones colectivas e individuales en diversas ciudades de México. También se desarrolla como promotor cultural desarrollando eventos de diversa índole en los estados de Nayarit y Jalisco. Como escritor e ilustrador ha publicado en diversas revistas literarias, cómics y libros en México, España y EE. UU. Fue miembro del consejo editorial de la revista literaria Herética (2012-2015). En el 2016 publicó su primera novela gráfica “Momentos en el tiempo” y en el 2018 publicó la novela literaria “Abel en la Cruz”.
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Índice
EL PRINCIPIO LA BÚSQUEDA CONOCIENDO A VENUS EL HJUN AIRE FRESCO Y TEXTURA DE BRASAS EL HOMBRE ALTO PRESENTACIONES FORZOSAS EL PELIGRO DE SUBESTIMAR LA ESTUPIDEZ EN POSICIÓN HORIZONTAL UN MAL TRAGO PARA AKNOUSENSTEIN LO QUE ES DE AKNOUSENSTEIN UN CAFÉ Y UN BOLLYCAO BATALLA MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS DISEÑOS DE CORTESÍA POR SADAKO NIGHTMARE TEMA MUSICAL “SOUND STORM”, POR AKIRAMAROK
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EL PRINCIPIO Marciano Reyes se despertó sobresaltado con la vívida percepción de que le habían arrancado el pene de un mordisco. Entonces sintió que un dolor superlativo brotaba de su entrepierna y empezaba a tomar por asalto otras partes de su organismo; también percibió la húmeda calidez de la sangre aflorando hacia su epidermis, dando inicio a un proceso que solo podía conducirlo hacia la languidez de la muerte. Pero no quería morir todavía y, por eso, la mitad de su cuerpo asomó por encima de las sábanas como una montaña recién nacida, sus ojos estaban desorbitados, preparados para ver lo peor. Pero nada de esto había sucedido: ninguna marea de sangre manchaba la ropa de cama, el fláccido miembro que colgaba entre sus piernas indicaba que todo estaba en su sitio, que ninguna boca provista de dientes filosos la había seccionado después de una excitante fellatio como la que había disfrutado poco antes, pero lo mejor de todo era que la sensación de dolor que lo invadía había desaparecido tan repentinamente como se había suscitado. A pesar de esto, los residuos de la ira y el miedo todavía permanecían como una emoción que impregnaba su psique y no era para menos pues, para un hombre como él, la castración, aunque hubiera sido imaginaria, constituía poco menos que una afrenta. Necesitaba descargar su ira, y no solo por lo de la supuesta castración, sino también por el hecho de haber despertado solo, cuando debería haberlo hecho acompañado; pero no fue así porque la maldita zorra con la que acababa de intimar, por enésima vez, había vuelto a escabullirse de sus brazos para irse a dormir sola a la cama contigua, a pesar de que le había pedido que no lo hiciera. De un manotazo arrojó las sábanas hacia el suelo y caminó descalzo hasta la otra cama; sobre ella se extendía el cuerpo de la meretriz en cuestión: estaba de espaldas y tan desnuda como él; sus largos cabellos negros caían sobre su espalda y la protuberancia de sus glúteos esta vez no constituían ninguna tentación para él. Había gozado de ella en una pose parecida poco antes. Ahora no se trataba de excitarla para inducirla a aceptar una cópula contra natura... Marciano aprisionó el hombro de la fémina dormida con todo el vigor de sus dedos y la remeció violentamente hasta conseguir despertarla. Ella volvió la cara hacia él y sonrió estúpidamente como forzada por las circunstancias, mientras farfullaba. —Hola amor. Me encantó lo que me hiciste hace un rato. ¿Quieres hacer algo nuevo?
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¡Sorpréndeme cariño! Marciano permaneció en silencio, mientras su índice recorría las líneas de expresión de aquel semblante cuya amorosa mirada lo contemplaba dejándole hacer. La chica continuaba sonriendo, a la espera de una respuesta afín, pero ésta llegó en forma de una feroz bofetada que la tumbó sobre la cama. —¿Por qué me pegas? —dijo ella empezando a sollozar. —Te pego porque sonríes, y porque me has dejado durmiendo solo. Te dije que no lo volvieras a hacer —replicó Marciano furioso. —Perdóname, por favor —respondió ella con el dolor del golpe todavía ardiéndole en la mejilla. —Lo siento, no puedo perdonarte. No eres obediente, y eso es un defecto de las de tu clase que hay que subsanar... —dijo Marciano mientras apuntaba cuatro dedos de su mano derecha, como si fueran cañones, contra la sollozante imagen de la chica desnuda; su mente accionó los percutores como si de cualquier otro movimiento de su cuerpo se tratara, y los dedos de su mano se convirtieron en bocas de fuego que escupieron varias ráfagas que acribillaron sin piedad los senos de la chica cubriéndolos de agujeros y de sangre. La chica, o mejor dicho, la androide estaba muerta, y jamás volvería a desobedecer a nadie en ninguna parte de la Tierra, de Marte o de Venus; ahora bien, el arma que Marciano se había hecho implantar en la mano había funcionado muy bien, demostrando las terribles heridas que provocaba a distancia de quemarropa. Mientras contemplaba el estado de los cañones de sus dedos, algún extraño tipo de cortocircuito interno produjo un violento chisporroteo bajo el cuero cabelludo de la androide, que desencadenó la incineración de sus cabellos, probablemente naturales e injertados minuciosamente por las rápidas máquinas de una carísima cadena de producción en algún sitio.
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Su mano le parecía pesada y ardiente, por efecto del recalentamiento que los cañones sufrían al disparar. Esto era algo a lo que debería ir acostumbrándose conforme usara el arma con mayor frecuencia; por el momento, lo mejor que podía hacer era recargar los cartuchos. Además no pasaría mucho tiempo antes de que la administración del hotel enviara a sus empleados para averiguar qué había pasado. Se vistió un poco para recibirlos, y abrió su compartimento de carga disimulado en 8
la palma, reemplazando ya los cartuchos vacíos por unos nuevos, cuando sintió que su cráneo vibraba una y otra vez, con insistencia, como si algo quisiera salir de ahí dentro, y en cierto modo así era, pues un tubo delgado empezó a emerger lentamente justo en medio de su cabeza rapada; a continuación, el mismo empezó a bifurcarse formando una especie de antena plana de la cual brotó un rayo luminoso que se proyectó sobre la pared del cuarto como si fuese una pantalla de cine. Marciano abrió bien los ojos para apreciar la imagen que iba apareciendo ante él; parecía que se estaba formando a partir de la nada, pero poco a poco iba adquiriendo cierto espesor de realidad que se tradujo en la imagen de un humanoide masculino de piel azulada que lucía un extraño collar dorado de pequeñas calaveras, por todo atuendo. Parecía contemplar con curiosidad, desde el fondo de sus negros ojos, la brevedad del atuendo de su interlocutor. Marciano se dio cuenta de eso, pero creyó conveniente disimular su extrañeza ante los cuatro brazos que salían de los costados de aquel cuerpo de aspecto un tanto contrahecho debido al mayor volumen de la caja torácica de su poseedor. El holograma habló primero y se presentó a sí mismo. —Mi nombre es Kranytox Tranxas, y digamos que soy un turista extrasolar de visita en los dominios de la Confederación Triplanetaria del Sistema Solar. Según he oído tienes una buena reputación como mercenario y cazador de recompensas, aunque últimamente no te está yendo muy bien que digamos. —Es verdad —replicó Marciano recogiendo el testigo del diálogo—, me he metido en muchos líos con las empresas que producen androides sexuales. Me ha dado por liquidar las muñecas de carne que producen, porque mi experiencia me ha enseñado que son productos que siempre ocultan algo defectuoso en su funcionamiento. En represalia, los leguleyos que asesoran a esas empresas me están poniendo trabas para impedirme trabajar en los planetas de la Confederación. Te han informado muy bien sobre mi persona, hombrecillo azul. —Por lo que veo te encanta acabar con esas seudo mujeres después de haber gozado de ellas —dijo Kranytox como si quisiera encauzar el diálogo sobre este tema para satisfacer su perversa curiosidad, pero Marciano no replicó nada. Desanimado, siguió hablando—. Iré al grano. Me interesa que busques a esta chica —dijo el azulado, mientras pasaba el dedo índice de su brazo inferior derecho sobre una superficie lustrosa con pequeñas imágenes. Una de ellas salió como disparada hacia afuera, enmarcada en un recuadro que dio varias vueltas antes de quedarse flotando fuera de la imagen del alienígena de piel azul. Cuando el recuadro (que tenía la forma de una ficha de dominó, aunque su tamaño fuera mucho mayor) dejó de girar, Marciano pudo contemplar a una de las chicas 9
más bellas que podría llegar a ver en su vida: era de piel tersa y acanelada, de largos cabellos negros, de labios no demasiado gruesos y nariz pequeña; su máximo atractivo, dejando de lado la armonía y esbeltez de su cuerpo (en la imagen, calzado con botas de caña alta, y vestido con una especie de leotardo plateado), eran sus maravillosos ojos verdes, unos magníficos pozos de jade que parecían ser los portales hacia una dimensión de ensueño. —Realmente es una chica preciosa... ¿No me digas que estás enamorado de ella? —dijo Marciano en un tono que pretendía ser irónicamente amistoso. —Su nombre es Venus, y es la chica más lujuriosa de la que he tenido noticia, y la quiero en mi lecho —respondió el azul tajantemente—. Trabaja quitándose la ropa en varios cabarets, aquí en la Tierra, o donde la requieran. —Si es como dices no necesitas de mí para tenerla. Ofrécele una buena suma y será tuya por un rato —dijo Marciano mientras terminaba de cerrar el cargador de su mano. —¡No la quiero por un rato, la quiero para siempre! —bramó el azul un tanto disgustado. —Está bien, no te sulfures tanto. Tampoco necesito tus motivaciones, solo una buena paga y estaré a tu entera disposición. —¡Oh, el dinero no es problema, Marciano! Te transferiré dos millones de créditos extrasolares tan pronto como me entregues a la mujer... —¿¡Dos millones de créditos extrasolares?! ¡Hostia! Eso son... ¡Puff, mogollón de millones de dólares triplanetarios! —En realidad son exactamente trescientos mil dólares triplanetarios, al cambio. Pero sigue siendo mucho, ¿no? Oye, creo que debes vestirte un poco para ir al aeropuerto, no creo que sea adecuado que empieces tu misión vestido solo con unos calzoncillos —dijo Kranytox en un tono de burla como para incordiar un poco a su flamante empleado. En ese mismo momento llegaron. La puerta del cuarto empezó a sonar con fastidiosa insistencia, eran los empleados enviados por la Administración para averiguar el origen del pandemónium que se había suscitado en el cuarto a raíz del asesinato de la androide, cuyos restos permanecían en la cama contigua. —¡Abra, señor Reyes! ¡Abra de inmediato! —le gritaba desde el otro lado de la puerta uno de los guardias del hotel, mientras amartillaba su arma. Él y su compañero esperaban detrás de los empleados, que habían empezado ya a hurgar 10
con su juego de llaves hasta encontrar la de esa habitación—. ¡Vamos a entrar! ¡Le aconsejo que se tire al suelo boca abajo con las manos entrelazadas en la nuca! ¡¿Me oye, señor Reyes?! —¡Ya le dije al director que no debíamos dejar que se quedara! ¡Es un puto paranoico antisintéticos! —comentó uno de los empleados, mientras se apartaba de la puerta—¡En Venus tiene prohibido el desembarco! —¡Él mismo es un cyborg! Sus problemas de adaptación son los que deben haberle vuelto loco —le contestó el otro acabando de abrir la cerradura y apartándose a su derecha para dejarles a los guardias la tarea de asaltar la habitación—. A saber cuánto tiempo lleva sin tomar su medicación. Esta gente no se da cuenta de que los circuitos neuronales de sus implantes contaminan y acentúan sus instintos primarios. Los cyborgs sin tratamiento deberían ser ejecutados, por norma. —¡Amén a eso! —repuso el guardia más adelantado, y abrió de golpe la puerta dispuesto a eliminar en el acto al cliente. Tan pronto como la puerta había empezado a abrirse, Marciano, vestido solo con el pantalón y descalzo, disparó contra ella los dedos recargados de su mano derecha. La munición de perdigones estriados, a esa distancia, se esparció como una lluvia de un metro de diámetro que hizo añicos la puerta y parte del marco. El guardia que la había abierto recibió la mayor parte de la metralla en su torso, cayendo primero de rodillas y luego con la cara contra el suelo, ya muerto, mientras su compañero de detrás y los empleados se revolvían con heridas más leves en la cara y los brazos. Gritaban de dolor y miedo. El guardia miró hacia Marciano con el único ojo que le quedaba, mientras con la mano izquierda se apretaba la herida sangrante que se le había vuelto el otro. Alzó su arma para intentar dispararle. Temblaba. Marciano sonrió para sí, y se apartó a un lado de la habitación, quitándose de la vista del guardia herido. Ahí, se acabó de vestir tranquilamente. Estaba convencido de que todo el que tomara por valiosa la imitación de la vida de un androide, bien merecía la muerte. O lo que le cayera. No eran más que artefactos defectuosos y susceptibles de matar a cualquiera. Sacarles el uso debido y luego desecharlos era lo más lógico, como se hacía con cualquier otra máquina. Para cuando se estaba acabando de poner su largo guardapolvos y sombrero, el guardia entraba en la habitación tambaleándose, con la mano derecha por delante, apenas sujetando ya su pistola con alguna fuerza. Estaba muy pálido. Bajo su mano izquierda afloraba la sangre a chorros. Debía estar perdiendo demasiada, o estaría entrando en shock por el dolor. Marciano no perdió tiempo, y avanzó hacia él. Justo cuando el tipo intentaba dispararle a quemarropa en el pecho, Marciano apartó su brazo, y con la mano 11
derecha, los cañones de sus dedos aún calientes, le golpeó en el cuello, en plena nuez, una vez, y otra, y otra, empujándole contra la pared y machacándole el cuello hasta desgarrarle la carne y aplastarle la tráquea. El tipo intentaba gritar o respirar, pero solo gemía como un globito pinchado. Para terminar, Marciano cerró su puño derecho y le soltó un brutal puñetazo en la mandíbula, sin necesidad, solo para hacerlo caer y acrecentar la herida en el cuello con la torsión de su cabeza. Se ajustó las solapas del abrigo y salió de la habitación, ignorando a los empleados que se arrastraban heridos por el pasillo. —¡Díganle al director que la estancia en su hotel ha sido de mi agrado, caballeros! —dijo, sin volverse.
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LA BÚSQUEDA Kranytox Tranxas había mencionado que la tal Venus era una especie de cabaretera de baja estofa. Marciano no era muy amigo de mirar lo que no se podía tocar, así que no la conocía de nada, ni a ella ni a ninguna chica de ese ámbito. Pero sí sabía que, en buena parte del yermo de polvo y radiación de la Tierra que aún era habitable, solo había dos pueblos con clubes para espectáculos de ese tipo, los dos muy próximos al aeropuerto interestelar, la única vía (oficial) de entrar y salir del planeta Tierra en uno de sus transportes masivos de pasajeros. Tras las viejas guerras en que otras razas alienígenas se habían aliado contra la peligrosa humanidad, la Tierra, pese a la devastación, se había convertido tanto en un curioso lugar de turismo como en un mercado libre y abundante de esclavos humanos para cualquier otra raza, incluidos otros humanos acomodados de Marte. Alrededor del aeropuerto, la megaciudad de brillantes torres metálicas del centro y barrios de chabolas del extrarradio había ido creciendo a lo largo de sesenta años como un tumor maligno y arraigado al suelo estéril pero que, en realidad, atraía la vida que prevalecía en ese mundo. Las tecnologías y mercado alienígenas hacían de aquella metrópolis un lugar donde se generaban y distribuían recursos que la Tierra ya no era capaz de producir: agua, pastos verdes y cultivos, de tierra sintética e hidropónicos, e incluso diversidad de ganadería, todo ello estructurado en terrazas superpuestas unas a otras y por capas alrededor de las torres de construcción alienígena.
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La mayoría de esos recursos estaban centralizados en el turismo de los pudientes, pero todo ello conformaba un estrato social que los vagabundos terráqueos acababan antes o después aspirando a alcanzar. Si Marciano podía moverse por esa ciudad y otros mundos con cierta soltura, era porque la ley en el universo era el dinero, y él era un tipo generoso. Salvo en Venus, donde una comunidad humana progresista tenía por iguales no solo a todos los 14
humanos, sino además a los robots. Allí la moral valía a veces más que el dinero, ¡el mundo al revés! Tampoco tenía ningún interés especial en Venus, pese a su agradable terraformación, con cálidas temperaturas todo el año, vistas de cielos de un verdoso y morado increíbles a lo largo del día, esponjosas nubes rosadas o púrpuras de caprichosas formas continentales, vastos mares desalinizados y desquimicados, hermosos y altos volcanes activos de lava azulada cuyas erupciones se controlaban mediante campos magnéticos... Bueno, en definitiva, era mejor no pensar en Venus. Sobre todo porque estaba lleno de humanos. Y de la peor clase. Los que se creían “los buenos” del Universo. El caso era que para viajar hasta alguno de los pueblos de las afueras (porque estaban “muy a las afueras”) necesitaría un transporte aéreo personal del aeropuerto. No había manera de viajar por tierra como no fuera corriendo el riesgo de ser asaltado por las jaurías de mutantes caníbales del yermo, o recibiendo ocasionales oleadas de viento radiactivo que acabaran por envenenar a uno hasta la muerte. Así que Marciano alquiló un deslizador terráqueo, uno de bonito y plateado fuselaje redondeado, y se disponía a dirigirse al pueblo al suroeste del gran aeropuerto interestelar. ¿Por qué? No sabría decirlo. Había dos, tenía que elegir uno, ¿no? Era el más cercano, y si la tal Venus estaba allí, se habría ahorrado un pilotaje de más de una hora, y si no... Pues ya habría tiempo de cagarse en todo. Pero, pese a ser un cyborg, con casi la mitad de todo su ser sustituida a retazos sueltos por partes robóticas de alta tecnología, Marciano seguía necesitando comer para mantener tanto sus partes todavía humanas, como para alimentar de bioelectricidad las biónicas. De modo que se sentó en uno de los más sencillos y solitarios puestos de comida basura del aeropuerto dispuesto a zamparse un bocadillo de calamares venusianos acompañado de un ardiente café solo y sin azúcar. Creyó que dada la naturaleza insana y dirigida al aparato digestivo humano de la mayoría de la comida del puestecillo podría desayunar tranquilo y luego largarse directamente en su deslizador. Pero con la mitad del bocadillo devorada ya, y el café, humeante, sin tocar, una presencia cernió sobre él una gran sombra desde detrás, de una manera insidiosa, como buscando impresionarle. Marciano echó un rápido vistazo por encima de su hombro. Un altísimo hombre de edad avanzada, de pelo cano y lacio que le caía alborotado a ambos lados de su larga cara pálida y apretada como en gesto de desaprobación. Los labios prietos, la mandíbula tensa. Como si estuviera preparado para liarse a puñetazos con uno. Los ojos pequeños pero despiertos, vigilantes... e inquisitivos, le miraban desde ahí arriba, unos lejanos más de dos metros de altura. Iba pulcramente vestido con una suerte de viejo smoking, algo gastado, la chaquetilla cerrada, una estrecha corbata negra sobre camisa blanca... Al bajar la vista, vio que calzaba unos brillantes zapatos de cuero negro con innecesarias alzas en los tacones. Su postura, con el cuello algo 15
encorvado, las piernas rectas, y los largos brazos colgando, con las manos abiertas, como muertas, le hizo suponer que no pretendía amenazarle... aunque también que no parecía un tipo que pudiera sentirse amenazado por nada ni nadie. —¿Qué tripa se te ha roto, larguirucho? —preguntó Marciano volviendo a mirar al frente y dándole un gran mordisco a su bocadillo. Había mordido más de lo que podía mantener en la boca (estaba un poco nervioso con aquel tipo a sus espaldas) y salsa verde se le escurrió de las comisuras junto con algún pequeño trozo de tentáculo. —Respondo al nombre de Jebediah Morningside, señor Reyes —le rugió el hombre alto con una monótona voz ronca—, y he sido contratado por un consejo de abogados de la coalición de empresas de robots, para dar con usted. —¡Vaya! No me digas, negro... —se rió Marciano sin mirarle, con la boca llena de pegajosa comida. —¡Escúcheme con atención, señor Reyes! —le espetó el hombre alto poniéndole con ímpetu su gran mano derecha sobre el hombro izquierdo. Marciano se volvió impresionado. Los dedos tensos le apretaban el hombro como con ansia, sin llegar a hacerle daño pero demostrando una increíble fuerza—. He sido autorizado a disponer de su persona como me convenga, si no ejecuta usted el pago, más intereses, de los desperfectos ocasionados a las empresas de robótica. —¡Oye, hombre, que estoy comiendo! ¡¿Quieres que me dé un patatús o qué?! —le gritó Marciano ya de bastante mal humor, golpeando el brazo del tal Jebediah para que le soltara. Pero el hombre no movió su extremidad un milímetro; como si fuera una estatua de roca, sus dedos seguían aprisionando su hombro. —Tiene 24 horas de la Tierra, señor Reyes —le informó con la voz igual de monótona, pero esbozando una sonrisa torcida, siniestra—. Ejecute el pago a éste número de cuenta, señor Reyes. El hombre alto le pasó una pequeña tarjeta blanca y agrietada, como de cartón, por el bolsillito del pecho de su gabardina, y de inmediato, como si el acto hubiera activado un resorte, su mano derecha le soltó al fin el hombro. —¡¿Pero a ti qué te pasa, tío?! —le gritó de nuevo Marciano, levantándose de su taburete con el bocadillo de calamares venusianos en la mano derecha y cogiendo su vaso de papel con el café con la otra. Empezó a alejarse del puestecillo y del hombre alto, que le seguía con esa mirada dura y la sonrisa torcida, los brazos de nuevo caídos a los lados—. ¡Ni desayunar tranquilo puede uno ya! ¡¡Mira, porque tengo prisa, que si no...!! 16
Y con esa vacía amenaza que soltaba más por mezquino orgullo que otra cosa, Marciano se atrevió a darle la espalda al siniestro Jebediah Morningside... una vez alejado de él más de una veintena de metros. Se dirigió dando un lento paseo hacia la pista donde se encontraba su deslizador alquilado, y no perdió la ocasión de dejar caer por donde iba tanto el envoltorio de servilleta del bocadillo como el vaso de papel según iba dando cuenta de uno y otro (pese a la cantidad de papeleras que había disponibles por todas partes). De pronto se acordó también de la mugrienta tarjetita que el hombre alto y siniestro le había colado rápidamente en la pechera de su abrigo, y tiró de ella. La examinó por ambas caras con un gesto de repulsión. Solo traía un número de cuenta bancaria por un lado, sin ninguna clase de información. Era posible que aquel tipo no fuera más que un chiflado o un estafador. La apretó entre los dedos mecánicos de su mano derecha y la dejó caer al suelo. Lo que no sabía Marciano era que Jebediah Morningside le vigilaba desde la distancia. Y al momento de dejar caer la sencilla tarjetita, el gesto del siniestro e inmóvil hombre, parado entre la multitud de gentes de todas las especies que deambulaban a su alrededor, se surcó de marcadas arrugas mientras se le fruncía el ceño y entrecerraban los ojos, con tan tremenda suspicacia que cualquiera que se hubiera fijado la habría confundido con auténtico odio. Y es que el hombre alto se sintió ridículo, como nunca en siglos pasados antes... Había dado por hecho que su imponente presencia haría a Marciano Reyes hacerse responsable de inmediato de sus deudas, y acababa de descubrir que el muy patán no era capaz ni de asustarse, como habría hecho cualquier otro ser de cualquier otra especie. Acababa de fracasar muy estrepitosamente en su trabajo asignado... y ahora solo podía esperar a que pasaran 24 horas para dar el siguiente paso... Mientras tanto, Marciano, inconsciente y muy concentrado, se había terminado de subir a su aeronave de alquiler y la hacía despegar sin ningún cuidado con la destreza de la mera costumbre. Tras unos veinte minutos de monótono vuelo en línea recta, en el horizonte empezó a definirse con paulatina claridad el punto marrón oscuro que era el poblado en medio del marrón claro que era el desierto (como una especie de hez de mosca en una mesa). Había hecho volar su deslizador a buena altura y a su máxima velocidad, esperando evitar así los arpones y rudimentarios morteros que sabía que usaban contra los incautos los mutantes subterráneos del yermo, así que empezó a reducir la velocidad al tiempo que se inclinaba hacia la izquierda describiendo un amplio giro descendente alrededor de la pequeña localidad. A simple vista el lugar parecía como en fiestas, con una multitud de gente entre los destartalados edificios que parecían traer y llevar, en pequeños grupos, artefactos que semejaban ser grandes órganos de 17
iglesia o tubos para fuegos artificiales... —¡La madre del cordero...! —exclamó Marciano Reyes, al distinguir, según descendía la nave, cómo esa gente dirigía hacia él aquellos tubos sobre rudimentarios carros de dos ruedas de los que tiraban y empujaban a un tiempo—. ¡Coño, que son morteros, idiota! Se gritaba a sí mismo por ser tan descuidado, mientras que veía con los ojos enrojecidos de verdadero pánico cómo los tubos empezaban a humear, intentando predecir la trayectoria que seguía y alcanzarle. Hizo voltear el deslizador en una espiral con la que esperaba esquivar la andanada. De nada sirvió; había evitado la mitad, una segunda impactó de lleno en el deslizador en mitad de la filigrana, justo cuando estaba boca abajo. Aferrado al asiento por el cinturón, se asustó sin embargo al sentir toda la capota de la nave arrancada de cuajo sobre su cabeza. El motor antigravitatorio del morro había sido alcanzado. Marciano descubrió ahí ensartadas unas enormes lanzas de hierro colado. ¡Eso le estaban disparando! —¡Malditos primitivos hijos de la gran puta, me cago en las putas de vuestras madres, hijos de puta, os voy a joder, hijos de puta, hijos de puta, HIJOS DE PU...! Otra andana alcanzó la nave de lleno en el morro. Esta vez la partió en dos y Marciano, en la cabina, empezó a caer a plomo sin control dando vueltas de lado por la inercia del impacto, mientras el motor gravitatorio repulsor caía hacia quién sabía dónde como un erizo de chatarra. Marciano, lleno de ira, pensó que iba a morir sin tener tiempo ni de recordar en un rápido flash toda su vida (de lo cuál no era capaz ni esforzándose), pero para el último ataque ya había hecho descender bastante su nave, y la cabina, dando vueltas sobre su eje vertical, rebotó sobre el árido suelo del desierto, cerca del pueblo, mientras recorría medio centenar de metros arrastrándose sobre la piedra y la arena. Del mareo y los saltos, Marciano escupió parte del desayuno a medio digerir con el que se había hecho en el mismo aeropuerto, yendo todo ello a esparcirse de manera casi imperceptible por los restos de la cabina, y haciéndole sentir como un bebé retrasado cuyo cuerpo no supiera seguir siquiera el sentido natural del aparato digestivo. Aturdido y mareado, Marciano apenas notó cómo unas figuras recortadas contra el sol y distorsionadas por los restos de metal y vidrio de la cabina le miraban y estiraban hacia él sus extremidades, zarandeándole. —¡Es él! ¡El que dijo que vendría! —¡Llevamos días diciendo que ella sabe todo! ¿Ahora lo creéis? —¡Puede ver el futuro! 18
—¡No puede ver el futuro...! ¡Ella sabe algo, más de lo que nos dice, nada más! Marciano intentó resistirse pese a la desorientación. Intentó disparar sus dedos cañón contra alguno de esos dicharacheros acosadores, pero su mano solo hizo “clic”. “Je je. Olvidé recargar la manita. Soy idiota.” —¡Ha intentado dispararnos! —¡Zurradle en su puñetera cabezota de cyborg! Y una pesada barra, parte de alguna antigua y enorme herramienta, fue a precipitarse sobre su sombrero, arrugándolo sin ninguna consideración. Ah, y haciendo retumbar, de paso, la carcasa de titanio que tenía por cráneo. Una conmoción cerebral instantánea. Una voz que nunca había oído le susurró en ese momento, dentro de su mente, “luces fuera”.
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CONOCIENDO A VENUS —Despierta, Marciano Reyes... Marciano sentía la cara caliente en su lado izquierdo. La mejilla y el pómulo le ardían, y el calor se disipaba cerca del ojo, donde empezaba, bajo la piel, su parte de cráneo de metal. Pocas cosas había como tener el cerebro fresquito. Al menos por fuera. —Coño, Marciano, el destino de la gente en el sistema solar pende de un hilo de esperanza, y tú, salvaje hijo de puta, durmiendo aquí sentado... La voz femenina se le fue acercando mientras soltaba su discursito y lo remató con un soberano guantazo a mano abierta que reactivó todo el calor que ya estaba olvidando en ese lado de la cara. Vamos, que le estaban espabilando a bofetones. Abrió los ojos y alzó la cara. —Como sigas dándome así, puta, caeré redondo antes de acabar de despertar... —rugió con los dientes rechinando. —Sí, me tienes acojonadísima, Marciano. Sabes quién soy, ¿no? —inquirió la mujer, clavándole sus ojos verdes. Marciano la observó de arriba a abajo. No para identificarla, sino para valorar qué clase de fetiches tendría aquel estirado palo de menta con traje que era Tranxas con aquella mujer, y si valía la pena perder un cliente por darse el gustazo de matarla a golpes... Si es que llegaba a tener la ocasión.
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La mujer era sin duda la de la presentación de Kranytox, pero para nada iba vestida de manera tan sugerente. El mismo cabello negro y largo, pero recogido en un sencillo moño, las mismas bellísimas facciones... Pero vestía una casaca raída de gruesos botones, cada uno de una forma y color, como reciclados de otras prendas inútiles, y unos pantalones negros agujereados en las rodillas. Tampoco las botas 21
eran de caña alta, parecían botas tobilleras como de trabajo de minería. Un negro y largo guardapolvo le daba a toda ella una estampa de dignidad y fuerza que nunca habría ni imaginado él sentir desprenderse de una mujer. Y eso le hacía odiarla más, aun sin conocerla. Al menos no era una jodida androide defectuosa, con esos pequeños caprichos de carácter que les hacía imitar la vida de una mujer real... —Bueno, sé que Venus es tu nombre, y que bailas desnuda para ganarte la vida, y a saber qué otras cosas más y... —Nada de todo eso, majadero —le interrumpió ella, frunciendo el ceño—. Venus es mi nombre, pero todo eso que te han dicho es mentira. ¿Sabes lo que soy? Una androide, hijo de puta... Marciano se quedó por un momento con cara de tonto, pero de inmediato empezó a sonreír y susurró: —Y... Eso me importa algo, porque... —enarcando las cejas hacia ella, animándola a terminar la frase como si fuera una retrasada. —Vete a tomar por culo, Reyes —le espetó ella, pateándole con la puntera de acero de su bota la espinilla derecha. Le había hecho mucho daño; él se empeñó en disimularlo, pero no pudo evitar empezar a gruñir como alguien que sufre estreñimiento atroz—. Sí, tienes partes mecánicas, pero al fin y al cabo eres un puto humano. Dime, gilipuertas, ¿quieres pasarte la vida así? ¿Cazando personas y robots para otros? ¿O quieres hacer algo por tu raza? Ahora tienes la puta oportunidad de iniciar algo, Reyes... —Joder, puta esquizofrénica robótica, ¿de qué me hablas? ¿Se te han cruzado los cables? Si no estuviera atado a esta silla te abriría el torso y sacaría a tirones tu corazón de titanio, chorreando aceite o la mierda esa que parece sangre, que os meten... —Si no estuvieras atado a esa silla, te daría tal hostia que tu cráneo metálico daría diez vueltas sobre sí mismo antes de saber que te has muerto —le dijo ella, bajando la voz y acercando su hermosa cara a la de él. Marciano pensó que realmente parecía una mujer real, con su carácter indómito. Las robots solían ser serviles... aunque fallaran en sus servicios, haciendo siempre “alguna cosita” que les venía en caprichito—. Atiende, mentecato. ¿Sabes por qué me buscas? —Porque... ¡la chupas requetebién! —exclamó Marciano tras hacer que se lo pensaba, con entusiasmo de ojito derecho de la profe. La respuesta a eso fue otro puntapié (en la espinilla izquierda, esta vez) y otro bofetón en su ya castigado lado izquierdo de la cara. Que era una robot no cabía 22
duda, con la potencia y firmeza de su palma. Pero no le cuadraba su capacidad para ofenderse y discutir... —El tipo que te mandó buscarme... Te ha dicho que es un turista sexual, o algo así. Se llama Kranytox Tranxas, y no es turista. Le llaman el Procurador. Es el intermediario de material de inteligencia militar entre las especies extrasolares... —¿Extrasolares? —repitió Marciano. Nunca había oído el término. —Coño, tío, ¡las especies alienígenas, de fuera de nuestro sistema solar! —le espetó ella, casi como si hablara con un duro de mollera. Pero sin el “casi”—. Mi creador y yo hemos sido perseguidos desde un laboratorio secreto en Marte, donde un concilio de razas alienígenas que aún insiste en extinguir lo que queda de la raza humana le había encargado mi creación. Él era como tú, un tipo tan desapegado a su propia raza, tan cínico, que solo le importaba el dinero que le iban a dar con mi desarrollo... ¡Pero se enamoró de mí! ¡Y yo de él! —Marciano se sintió turbado por la auténtica expresión de dolor enterrado en el recuerdo de la mujer robot. Sentía entre asco y tristeza por ella—. Y huimos hacia la Tierra, donde pensamos que nadie nos encontraría. Pero nos siguieron, y a mi amado creador lo asesinaron... A él solo le había importado una cosa toda su vida: él mismo. Pero cuando me desarrolló, todo cambió para él. Lo vi, él cambió ante mí, al tiempo que yo me conocía a mí misma y él me estudiaba. ¡Él cambió para mí! Y en su honor, es que he decidido luchar del lado de la raza humana, y hacer justo lo contrario para lo que se me creó: ¡ayudaré a exterminar o expulsar a los alienígenas del sistema solar! —¿Qué? ¿Y cómo esperas hacer eso tú sola, cabeza de hojalata? ¿Vas a liarte a puntapiés con todo bicho extrasolar, como tú los llamas? —Fui creada para calcular, pedazo de subnormal... Y antes de que hagas un chiste, hablo del misterio de la cábala. Mi creador ha hecho de mi mente positrónica un calculador de constantes probabilidades eventuales de una precisión tal que puedo saber qué pasará en el futuro con unos datos mínimos. Soy un arma. Soy el arma que puede decidir el lado vencedor en todo conflicto. Y tú, ¡tú puedes formar parte del futuro calculado! Puedes morir ahora, Reyes; solo debes decir que no, y te pondré la cabeza del revés antes de extirpártela de cuajo del cuerpo con la médula espinal aún colgando... O puedes decir que sí. Dí que sí, Reyes, haz algo por el futuro de tu raza. Llévame a Venus, escóltame, hazme pasar desapercibida. Tienes la autorización como ciudadano de la Confederación Triplanetaria y los medios económicos para ello. Sabía que vendrías, pero no sabía qué decisión tomarías llegado este momento. ¿Qué eliges, Reyes?
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EL HJUN Él la miró, y calló por un largo rato. Venus, de pie ante él, miró un momento por la ventana del vacío apartamento donde lo habían metido. Marciano, atado a una silla eléctrica, de pies y manos, miró ese horizonte amarillento fruto de las radiaciones del exterior que imposibilitaban ver, en la Tierra, un cielo azul desde hacía más de sesenta años. Entonces, sin que ni él mismo supiera muy bien cómo, comenzó a hablar, sosegada y calmadamente: —La humedad era tan alta en la Selva de Kguntri que nos costaba respirar. Sentía una saturación de vapor de agua en los pulmones que era asfixiante; los dilataba de manera que uno no podía moverse con facilidad a los veinte minutos de comenzar la caminata a través de aquella amalgama de plantas y agua. El suelo se hundía a cada paso, por la espesura de hierbas, hojas y plantas muertas que cubrían como una moqueta toda aquella superficie. No llovía, la humedad ambiental se licuaba en las plantas, insectos, animales reptantes y sobre nosotros. Frío… a pesar de ser una selva tropical en Marte, artificial, creada para potenciar una atmósfera natural en el planeta marciano, el frío era producido por la humedad que penetraba toda la protección que llevaba, y calaba los huesos hasta hacerme tiritar, castañetear los dientes y encogerme hecho un ovillo sin poder siquiera andar, teniendo que montar mi tienda de campaña, meterme en ella, desnudarme, secar todo mi cuerpo, cambiarme de ropa y dormir enfundado en un saco hipertérmico para entrar de nuevo en calor y no morir de hipotermia… —Marciano parecía hablarse a sí mismo, su voz era un susurro y repentinamente su actitud violenta y extremadamente cargante desapareció hasta de su semblante. Su forma soez de lenguaje, sus malos modos, parecían eclipsados por los recuerdos. Venus estaba algo confundida con ese cambio, lo miraba perpleja, y vio lo que sabía que había escondido en ese duro corazón de cyborg: un posible aliado. La persona que necesitaba para su guerra contra los confederados extrasolares. —¿De qué me hablas? ¡Mi pregunta es sencilla y clara! —con voz suave y acercándose a Marciano, Venus quiso una respuesta a su pregunta, no quería que pensara que prestaba atención al contenido de las palabras, ella estaba necesitada de su ayuda y todas esas explicaciones le sobraban en ese momento. Pero Reyes había comenzado a explicarse, justamente, porque la propuesta de Venus no podía ser aceptada. Él solo quería aniquilar androides sexuales, beber, dormir y realizar trabajos sucios por encargo, tanto para los cerdos de sus congéneres como a propuesta de cualquier individuo de otras especies, a él no le importaba ya nada la 24
especie humana, ni sus sufrimientos, ni sus luchas, ni la injusticia de tal o cual grupo elitista para con el resto de seres vivos. Siguió sin hacer ningún caso, como si tuviera la obligación de soportarlo por haberle hecho rehén. “Ahora te jodes furcia”, pensó para sus adentros sin saber que ella conocía sus pensamientos. —Así, como el planeta rojo, así me llamaron mis padres: Marciano Reyes. Porque, a pesar de ser humano, nací allí, donde regresé años después a luchar por mi especie: los jodidos hombres. Mis padres habían sido emigrantes, trabajadores de las minas de radioisótopos, y muy pronto murieron por los nocivos efectos de aquellos compuestos radioactivos que, a pesar de las protecciones que les proporcionaba la empresa UREN44, hizo mella en su ADN hasta llenarles de tumores cancerígenos malignos, cuando yo contaba con 17 años —continuó, mirándola a los ojos verdes—. Odiaba aquel trabajo, era la muerte silenciosa lo que me esperaba si seguía los pasos de mis padres en la vida. Así que tomé una decisión drástica. Me vine a la Tierra, me alisté en el Ejército de la Resistencia Humana Terrícola o ERHT, y con ellos, ya entrenado, volví a luchar a ese planeta rojo donde mis “supuestos” hermanos humanos del ERHT me dejaron tirado, herido en una escaramuza, me dieron directamente por perdido, ¡los hijoputas, ni intentaron saber qué había ocurrido! Pude sobrevivir gracias a mi gran capacidad y entrenamiento físico. Vagué por aquella selva durante semanas. Herido, tuve que comer raíces y tubérculos, pues las heridas eran profundas y una de mis piernas estaba rota por tres partes… ¡Los hijoputas me dejarooon allí…! La rabia afloraba a su cara, pero no dejaba de mirarla, y ella no sabía si era cosa de odio hacia su persona, por el hecho de ser una androide, o si realmente eran los recuerdos dolorosos de la traición. —¡Mira tío, me dan igual tus experiencias traumáticas, mi planteamiento es muy claro, así que deja ya de lamentarte, porque si dices que NO, voy a matarte cabrón llorica! —y agarró su cabeza para romperle el cuello. No soportaba esa actitud lastimera. Ella sabía que Marciano tenía el conocimiento, los contactos, el dinero, los pases, las posibilidades de ayudarla como ningún otro, pero también sabía que era un peligro… sus cálculos, esta vez, le decían que era él quien debía llevarla a Venus, pero era imposible obligarlo, y eso lo convertía en enemigo… sabía demasiado de ella, y quien le había enviado era uno de sus objetivos principales a combatir: Kranytox Tranxas. —¡Bájame los pantalones! —le gritó Marciano. —¿Qué cojones dices? ¿Ein? —se sobresaltó por la inesperada propuesta del loco cyborg. —¡Bájamelos, te digo! ¡Mira mis cojones! —le decía con repulsión Marciano, mientras 25
movía su pelvis como si quisiera aproximarla al cuerpo de Venus en un acto más de fuerza que de seducción. Venus se separó de él, podría haberlo matado en ese instante, pero la voz del tipo no era promiscua, no… no era eso… quería que ella comprendiera, y si era así, todavía tenía alguna posibilidad de convencerlo y atraerlo a su causa. —No te muevas cabrón… —y mientras le desabrochaba la cremallera de botones del pantalón militar, y rebuscaba en su sexo algo que ver, él le decía… —Una como tú, una puta muñeca de plástico como tú, me mordió los cojones… Sí, sí, y me arrancó un huevo, el escroto y parte de la piel del pene… mira, mira, ahí… ¿Lo ves? ¡Pues ahí tienes mi respuesta, puta androide de mierda! Aquello era una carnicería. La gran herida cicatrizada de mala manera, por ser partes tan blandas y difícilmente recuperables, le hacían tener un miembro torcido aunque de una considerable dimensión, y el único huevo que pendía de su escroto mutilado le hacía tener el aspecto de péndulo deforme. Daba verdadero asco mirarlo. A ella le dio repulsión porque además le apestaba. El tipo no se había lavado en mucho tiempo. Venus le miró con asco, él le sonrió con mueca torcida. —¿Qué, no habías visto nada igual, verdad? , ¡zorra, androide de mierda! —odio era lo que Venus veía en él. Todo comenzó a temblar, la tierra se movía como si un gran terremoto estuviera asolando el lugar. Venus, de cuclillas ante él, se levantó rápidamente haciendo equilibrios para no caerse, y ambos, él atado de pies y manos en la vieja silla de electrocución donde lo tenía sujeto, y ella a su lado, se quedaron atónitos y paralizados mirando por la cristalera de enfrente, en el piso cuatro de un edificio de diez plantas, viejo y medio en ruinas, donde Venus tenía una de sus guaridas. Un gigantesco ser tubular apareció ante ellos, a unos cien metros de distancia, elevándose en el cielo desde el interior de la tierra. Subió más de cuarenta metros sobre la superficie en un inmenso salto. Su piel era grisácea, casi metálica, y el sol la hacía relucir cual si de una espada de plata se tratara; el apéndice craneal tenía una especie de gran casco duro en la parte parietal y frontal; la bestia tenía una gran boca cuyas fauces abría horizontalmente y que, desde la posición en la que ambos se encontraban, no se veía con claridad.
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Una gran cantidad de tierra, arena, escombros, cascotes y polvo se alzaron con ese cuerpo inercialmente pero pronto comenzaron a caer despedidos con fuerza hacia todos lados disparándose como proyectiles de muchos quilos de peso. Cerca de su cabeza, aquella cosa del subsuelo, presentaba unas patas delanteras cual topo, como 27
palas, que ahora en el salto quedaban inertes y pegadas al cuerpo. No tenía patas traseras. La parte posterior era como la de un gusano de tierra. El descomunal ser hizo un giro de 180 grados para volver a meterse de un gran golpe sobre la tierra arenosa de la ciudad, abriendo un agujero con su boca cual si de una barrenadora gigantesca se tratara. La tierra volvió a temblar. Los cristales saltaron por los aires ante los asustados ojos de Marciano (que no sabía de la existencia del Hjun, el gusano topo de las tierras yermas), que por primera vez en su caótica vida sentía verdadero miedo. Venus hizo amago de salir a la carrera del edificio que, junto con todos los circundantes, comenzaban a desplomarse siendo engullidos por la gran sima que aquel gigantesco gusano topo acababa de producir sobre el terreno. —¿Pero qué coño…? ¡¡Venuuus, ehhhhhh, Venuuuus, no me dejes aquí!! —sus gritos no se escuchaban pues el gran estruendo ocultaba cualquier otro sonido. Venus ya iniciaba su huida por las escaleras semi derruidas del edificio. Algunos de sus hombres, subían para rescatarla. De repente, volvió sobre sus pasos, no había escuchado a Marciano. Partes del suelo de la planta cuarta, donde se encontraban, comenzaban a desplomarse bajo sus pies. Corrió y saltó varios agujeros que se abrieron a su paso, llegó a la silla donde Marciano estaba intentando desatarse con todas sus fuerzas. Y ella, agachada, le hablaba al oído para cerciorarse de que la escuchaba, mientras todo temblaba alrededor: —¡¡Si juras por tus padres que colaborarás conmigo, te desato...!! —¡¡Tu putaaa madre!! —y Marciano con gesto tenso, mostrando arrugas en toda su cara y lleno de polvo que lo cubría ya casi entero, pareciendo un hombre enharinado, continuó—¡¡¡Que sí, que sí, loca, desátame!!! Venus se sonrió al escuchar esta respuesta. La desolación del Hjun le había venido muy bien para conseguir su colaboración: ¿era una casualidad? Marciano nunca supo si aquello fue todo calculado por esa androide singular, programada de manera única por su creador, capaz de predecir el futuro no solo de personas, sino de conocer los acontecimientos naturales antes de que ocurrieran. Marciano se levantó para seguir la carrera de aquella mujer que había conseguido su compromiso “in extremis”, pero sus pantalones se le cayeron hasta los tobillos provocando que, al primer paso, tropezara y se diera testarazo contra el suelo que quedaba a su alrededor. Venus se volvió para comprobar que la seguía, y al verlo ridículamente tirado en el suelo, lleno de polvo, con los pantalones en los tobillos, sintió algo parecido a la lástima o tal vez al desprecio, si es que podía sentir algo así una androide. Volvió para ayudarle, él la miró con desesperación porque era demasiada 28
humillación ante aquella mujer de plástico a la que en cualquier otra circunstancia se hubiera follado y matado sin pensar… y ahora se veía así, dependiendo de ella. Quizá hubiera sido mejor morir dignamente, pensó en un rayo fugaz de honor que rápidamente olvidó, porque ella lo alzó con su descomunal fuerza, lo cargó al hombro y corrió con 80 kilos de peso a sus espaldas hacia las escaleras viéndose, en alguna ocasión, en peligro de caer por los agujeros de la planta del piso, pero sorteándolos con saltos milimétricamente perfectos y un equilibrio que ningún humano podría ni siquiera soñar. La androide llegó a las escaleras, sus hombres estaban esperándola, y ayudándola a descargarse de Marciano y siendo ellos quienes le subieron los pantalones, le indicaron que los siguiera. El edificio seguía derrumbándose mientras Marciano corría detrás del segundo hombre de Venus que iba la primera encontrando camino firme para que ellos no cayeran o se desplomaran por terreno inseguro. Cuando llegaron a la planta baja se metieron por un agujero en la tierra, un túnel que inesperadamente se encontraba allí para salvarles del caos. La ciudad estaba siendo literalmente engullida por el suelo desgarrado en aquella zona. El túnel les salvó, pero tuvieron que recorrer grandes distancias bajo tierra antes de verse liberados del peligro de los destrozos causados por el gran gusano del yermo. Marciano la miraba, delante de ellos: eran dos hombres, ataviados con trajes militares de combate, pero se notaba que estaban raídos, usados al límite. Llevaban unas armas algo viejas, de las que se hacían en la época de la gran confrontación, y que no debían tener ni siquiera repuestos. No se fabricaban desde hacía 30 años, calculó Marciano observándolos desde la retaguardia, aunque el tercero iba detrás, apuntándole con una especie de arma cuyo cañón tenía una bayoneta a modo de arpón, señalándole continuamente… Marciano aún pensaba en liquidarlos a los cuatro, a pesar de ir desarmado, a pesar de haber dado su palabra, porque Marciano Reyes no tenía palabra. A pesar de parecer que andaban fuera de peligro, los derrumbes cercanos hacían temblar la tierra, la arenilla de las paredes caía a su alrededor. Los túneles eran, seguramente, una antigua mina, pues estaban algo iluminados, aunque casi no se veía. Una pequeña y débil bombilla, cada cuarenta metros, era la única fuente lumínica, por lo que no se veía casi nada delante de sus narices. Venus andaba muy cauta, sin hacer ruido, cosa que Marciano achacó a un programa básico de supervivencia que la tipa debía llevar en su programación. De repente ella se volvió a sus hombres y les hizo detenerse. Se tocó la frente, justo encima de su graciosa y pequeña naricilla. Marciano pensó que era un simple gesto casual de rascado, pero los otros se volvieron hacia él y gritaron: —¡¡Correeee!! Y comenzaron a correr en dirección opuesta a la que llevaban hasta el momento, siendo ella ahora la última en la hilera de corredores de aquellos tortuosos túneles 29
que se bifurcaban hacia arriba y hacia abajo, a izquierda y derecha, constantemente. Marciano iba entre el último, que era ahora el primero, y los otros dos, que corrían delante de ella. —¡¿Que pasa?! —Gritaba para comprender algo de lo que esta gente hacía, corriendo de aquí para allá. —¡El Hjun! —le gritó el de delante—, ¡sígueme! —¿El gusano? ¡Me cago…! Pero no dijo nada más, guardó el aire para poder mantener la carrera loca y desenfrenada. Por nada del mundo quería volver a ver aquella bestia. Prefería cumplir su promesa, todo antes que volver a enfrentarse con aquella cosa amorfa, horrible, descomunal, imposible de existir… El de delante torció repentinamente hacia la derecha; sin previo aviso, se metió por un agujero que daba a una cueva. Pero aquello no era una cueva cualquiera, era una guarida, el refugio de Venus y sus huestes. Marciano, atónito por lo inesperado de la huida, y sin saber el motivo, comenzó a interrogar a los hombres cuando entraron en el agujero, porque Venus había desaparecido por los túneles. Entonces uno de ellos, cerrando una compuerta metálica a los ojos invisible, por la que solamente existía una mirilla acristalada hacia el exterior, le dijo, como respuesta a su pregunta, que mirara por ella. —¡¿Qué locura es esta?! El tipo más grande le cogió del cuello por la nuca y le obligó a mirar. Marciano intentaba escabullirse, y le metió un codazo en el costado. El hombre le soltó cagándose en su madre, pero diciéndole a un mismo tiempo: —¡Que mires, coño! Pero no hizo falta, porque de nuevo el temblor de tierra, aunque mucho menos potente, comenzó a mover suelo, paredes y techo de la cueva. Pero el lugar estaba reforzado. Era, en realidad, un búnker de hormigón armado, preparado para soportar las radiaciones, los bombardeos… Entonces Marciano se asomó. Lo que vio le dejó atónito: a la frágil luz de las bombillas del túnel, apareció Venus en plena carrera, y detrás de ella aquel monumental gusano barrenando la tierra y engullendo todo lo que encontraba a su alrededor. Pero no solo eso, detrás del Hjun, que tardó en pasar más de un minuto por delante de la puerta acorazada de la guarida… detrás, corrían unos seres que jamás había visto Marciano, aunque sabía de su 30
existencia: eran los mutantes del yermo. Seres derivados de humanos pero muy alejados de ellos. Eran hombres contrahechos, con monstruosas deformidades en sus rostros y sus cuerpos; Marciano sabía que vivían bajo tierra, pero no sabía nada más. Y, como todo el mundo, había escuchado historias en las que se contaba que eran caníbales… pero lo que pudo observar fue una jauría de seres cuyos cuerpos deformes presentaban sobre el tórax, brazos y piernas, unas estructuras pétreas que les envolvían como armaduras oscuras. Los mutantes se movían con dificultad y, a pesar de correr rápido, sus movimientos eran muy ortopédicos, dando la sensación de irrealidad o de no ser seres vivos. Andaban detrás del gusano zampándose las heces que éste soltaba tras de sí. Pasaron de largo y desaparecieron rápidamente por el túnel, un profundo agujero en posición perpendicular a la puerta desde la que Marciano observaba atónito la escena, que era lo único que ahora se veía desde la mirilla. Al volver su mirada asustada hacia la “cueva—guarida”, Marciano se percató de que estaba repleta de gente. Todos eran soldados, mujeres y hombres, soldados armados muy deficientemente. El armamento era antiguo o simplemente estaba deteriorado. Su mirada sobrevoló las cabezas y, cual ganado, contó a ojo de buen cubero unos 30 individuos. Andaban atareados. Solamente los tres tipos que lo habían traído con Venus estaban a su lado, esperando algo. —Esto es increíble ¿Qué coño acabo de ver ahí afuera? —interrogó al grandote. —Has visto al Hjun, y a Venus llevándolo lejos de aquí para evitar que se zampe nuestra cueva. Ella sabe cómo atraerlo. Y el resto, pues no sé, de todos nosotros es sabido que los caníbales comen las heces del gusano siempre que no tienen carne fresca disponible. Donde esté Él, están ellos. —¿Entonces ella lo llama o la huele o cómo es la cosa? —siguió averiguando Marciano, con una actitud de sorpresa, mientras observaba la conducta de los allí hacinados. —Venus tiene incorporado un transmisor y sensor de ultrasonidos, por eso puede recorrer la oscuridad como si viera. El Hjun se mueve a través de estos mismos ultrasonidos, es ciego como un topo, y… come de todo, no caza, simplemente horada la tierra y engulle todo lo que hay en ella, sean raíces, mutantes, hombres, animales… ¡pero ya ves la destrucción que causa! Venus lo atrae con ultrasonidos. Él no distingue nada. solo la persigue porque recibe estos impulsos. El Hjun puede acabar con los subterráneos de una ciudad entera en unos meses —Marciano miraba al tipo con fascinación, le recordaba a sí mismo cuando aún tenía fe en la especie humana, pero no le interrumpió, le dejó seguir con todas sus explicaciones—. Y esto es lo que pasa aquí, en este apartado e inhóspito lugar de la Tierra. Sin embargo, tiene de bueno una cosa: en estos túneles podemos sobrevivir —y Martin, que así se 31
llamaba, movía su cabeza rapada y sus manos dándole mucha veracidad a sus palabras—. Aquí adentro no llegan las radiaciones del exterior. Pero por este mismo motivo los caníbales viven aquí también. Y ellos sí nos persiguen, ellos nos cazan en manadas cuando algunos de los humanos andamos solos, suelen unirse en cacerías grupales para apresarnos y comernos vivos. Pero, lo normal, es que vayan tras el gusano y coman constantemente su mierda y desechos. Venus se lleva lejos al gusano y también a los mutantes, y después de alejarlo kilómetros de aquí, vuelve para seguir organizando la resistencia a los ataques de las fuerzas del Concilio Extrasolar. El Procurador, ese Nhom del lejano planeta Wynor, ese ser azul de cuatro brazos llamado Kranytox Tranxas, es el encargado de eliminarnos, a todos nosotros. Somos la última resistencia, y Venus es nuestra líder. Hasta ahora, claro —Marciano lo miró callado, pero rápidamente se sintió con el deseo de seguir sabiendo, hacía tiempo que no se divertía tanto, echaba de menos su época en el ERHT, sus misiones, el compañerismo de los camaradas, las juergas tras batallas ganadas… —Oye, y esta tal Venus, sé que está del lado humano, pero es una puta androide y sé por experiencia que un día se les cruzan los cables y ¡adiós lealtad! —le guiñaba un ojo mientras le decía esto al soldado, pero éste no le correspondió en absoluto—. ¿Desde cuándo es vuestra líder? —y volvió a mirar alrededor. Se percató de dónde se guardaban las armas mientras daba palique a aquel grandullón, que se mostraba entusiasmado hablando de ella. —Hace un par de años que vive con nosotros —contestó haciendo cálculo mental. —Un par de años… mmm, ¿eso quiere decir que su programador y creador murió hace un par de años? —le interrogó de nuevo aunque se interesaba en observar a los rebeldes del interior. —Lo que tengas que hablar hazlo con ella, no quiero andar hablando más de la cuenta, me parece que eres un listo Marciano, se acabaron las preguntas... ¡entra y siéntate hasta que venga Venus! —le ordenó algo cansado de tanta cháchara. —¡Y tú eres un puto subnormal, que andas a las órdenes de una muñeca hinchable, serás capullo! Apuntándole con un subfusil, Martin, lo dirigió hacia el interior, donde los otros dos ya andaban lavándose y comiendo algo. La cueva estaba completamente habituada para la vida humana y aunque se notaba que era un búnker antiguo, el deterioro era mínimo, a pesar de todo, y estaba dividido en habitáculos para dormir con dos hileras de literas dobles; unos cuantos baños sin distinción de sexos; una despensa—cocina con dos mesas metálicas adheridas al suelo y bancos laterales, con espacio para 20 personas cada una; una zona para el armamento custodiada por un solo soldado de guardia, cosa que a Marciano le parecía una oportunidad para 32
hacerse con un arma para liquidar a Venus... Después de todo iba sin munición para recargar su mano, y tampoco había podido coger ningún arma adicional, además de que le habían limpiado por completo al derribarlo. Le hicieron sentarse en la zona de cocina y le sirvieron lo que parecía el resultado de un guiso de carne, patatas y alguna verdura. Su sabor le recordó al del rancho que le solían dar en el ERHT. Martin, a su lado, comió con avidez aquel plato de comida que era el único alimento del día. Pero ni miró a la cara a Marciano, que de pura ira no sentía hambre. Venus entró al búnker en silencio. Los demás ni la miraron, como si fuera habitual para todos que ella hiciera lo que acababa de hacer. Se dirigió a donde estaba Marciano y se sentó a su lado. Lo miró y éste hacía como que comía, sin prestarle atención. —Has jurado —dijo, por fin. —¿Tenía opción? —le contestó mirándola con resentimiento, pues no podía olvidar lo que era aquella mujer. —Sí, siempre la hay —y se levantó de su lado, se acercó a un grupo de hombres que andaban ya armándose y se dirigió de nuevo hacia el exterior. —¿Qué hace? ¿A dónde va ahora? —le preguntó a Martin. —No come, no duerme, no descansa… ¿tú qué crees? Va a distribuir a los hombres por los túneles para las guardias. Hay gente haciendo guardia en un radio de unos 5 km alrededor del búnker. No podemos permitirnos una invasión del Concilio Extrasolar, o la llegada de una horda de mutantes o que el Hjun nos ataque por sorpresa. —Es increíble el empeño que pone en salvar a los humanos… es incluso absurdo —meneaba su cabeza negando con ella mientras hablaba—; de todas formas acabarán con vosotros —y miró a Martin intensamente a los ojos con una sonrisa irónica en sus labios secos, enseñando unos dientes descuidados, amarillentos, y unas comisuras agrietadas. —Bueno, eso es lo que tú crees claro… Repentinamente se abrió la puerta del búnker y el grupo salió junto con Venus desapareciendo rápidamente de la vista de Marciano. —¿Y yo qué coño hago ahora? Me niego a estar aquí prisionero. —¿Prisionero? —dijo el otro—, has venido por propia voluntad, nadie te obligó, tú 33
pediste venir para salvar el culo —siguió—. ¡Ven! —¿Qué quieres ahora, joder? —¡Que vengas o te parto la puta cara! Martin se lo llevó hasta la zona donde tenían las armas, una vez delante del arsenal y con una gran sonrisa en la boca, mostrándole las armas, le ofreció que cogiera cuantas quisiera. —¡Ármate Marciano! ¡Coge todo lo que quieras! ¡Abran la puerta! ¡Marciano se vaaa! Y todos comenzaron a reír a carcajadas, quedando el pobre cyborg como un tonto de capirote ante todos los allí congregados. Martin le aclaró acercándose con una metralleta que le lanzó a los brazos… —¡Sal hombre, sal ahí afuera! ¡Recorre tú solo los túneles, y cuando te mueras de hambre y de sed, cómete el arma o métetela donde te quepa y aprieta el gatillo! Marciano se dio cuenta de lo ridículo que era. De lo poco que conocía este mundo. De lo excesivamente rápido que había juzgado a aquellas gentes y de las pocas posibilidades de escapar con vida de allí. Aunque los matara a todos, cosa que podría hacer en ese mismo momento, ¿de qué le serviría? Estaba dentro de la tierra, sin referencias, en algún lugar en medio de innumerables túneles recorridos por mutantes y un gusano gigantesco que se tragaba todo lo que le salía al paso. Solo le quedaba esperar. Se sentó en un banco metálico y comenzó a observar la metralleta. —Bien. Tienes razón. No estoy acostumbrado a trabajar con otros. Pero no me queda otra. Venus entró sola. Se acercó donde ellos estaban y mirando a Marciano dio instrucciones para que todo el mundo se armara. Un grupo de mercenarios enviado por Kranytox Tranxas andaba por el exterior, acercándose excesivamente al lugar donde ellos se encontraban. Parecía que el búnker había sido detectado desde el exterior por un SICK, (un sistema de detección de objetos a distancia) y era cuestión de tiempo que encontraran una entrada porque, aunque ocultas al exterior las entradas a los túneles, aquellos hombres disponían de unos androides con capacidad geoeléctrica. En cuanto encontraran una sima, un pozo, un agujero… entrarían y, habiendo localizado el búnker, sabrían cómo moverse hasta encontrarles. Debían abandonar la zona. Venus ordenó recoger todo lo que era transportable y con todo su armamento salieron de allí. Marciano, envuelto en aquella huida, comenzó a pensar en escapar y esperar a los “suyos”. Pero no le dio tiempo a trazar un plan. De repente, Venus hizo 34
el mismo gesto que unas horas antes, se tocó el sensor de ultrasonidos de su frente, y todo el mundo se distribuyó por distintos túneles en grupos de 4—5 personas. Salieron corriendo perdiéndose de la vista de Marciano, y fue entonces cuando ella le gritó: —¡Corre y sígueme! De nuevo, aquel temblor comenzó a surgir de todas partes a un mismo tiempo y después comenzó percibirse un terrible ruido a sus espaldas junto con aquel movimiento de tierra. Ambos estaban corriendo por un túnel que ascendía con una inclinación cada vez mayor y Marciano comenzó a agotarse. El oxígeno le faltaba y, aunque era un tipo fuerte y preparado, no tenía nada que hacer ante la capacidad inagotable de la androide. Ella le dejó atrás, y Marciano la vio desaparecer en la oscuridad. Creyó que era su fin pues una gran boca dentada, tan grande como la luz del túnel por el que corría comenzaba a ganar terreno respecto de él. Y Marciano comenzó a claudicar. Desaceleraba y la boca se acercaba con rapidez. Una red, algo pegajosa, le alcanzó desde delante y repentinamente tiró de él hacia arriba, arrastrándolo por el suelo y haciéndole dar tumbos por las paredes, hasta que unos segundos después se sintió volando por el aire y una luz cegadora le dejó sin vista. Lo habían pescado y sacado del túnel justo cuando el Hjun saltaba tras él; con un gran impulso, salía del subsuelo tragándose a ocho mercenarios de los diez que, con todo su equipo de búsqueda, habían localizado la entrada hacia el búnker y se encontraban en la boca del mismo. Fueron engullidos. Una gran cantidad de tierra y piedras saltó por los aires y Marciano sintió que volaba durante unos segundos; después, suspendido en la red, intentó moverse pero parecía envuelto en un capullo de seda o una tela de araña y, efectivamente, aquella red era de algún material sintético pero con la misma resistencia y elasticidad de una seda de araña. Venus lo había rescatado “in extremis”, de nuevo. Aquella androide estaba destinada a salvarle y él estaba destinado a ser su asesino.
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AIRE FRESCO Y TEXTURA DE BRASAS Un desierto. A más de 50 grados. El calor asfixiante y repentino tras la loca carrera dejó sin respiración a Marciano, que era arrastrado dentro de la red por el suelo. Tiraban de él con fuerza. La arena ardiente se le metía en los ojos y no podía ver. Cuando pudo alzar la cabeza, tras una repentina parada en seco a los pies de unos cuantos hombres de Venus (enfundados en trajes contra los rayos radiactivos y con máscaras en sus cabezas para que no se les chamuscaran los pulmones), vio que los mutantes salían del agujero tras el Hjun. A Marciano le dolía respirar por las altas temperaturas desérticas y rápidamente le sacaron de la red y le pusieron aquella máscara que le dio la posibilidad de seguir vivo. Venus corría hacia la izquierda alejándose de sus compañeros que se encontraban alrededor del agujero de salida, aunque algo alejados del borde (había sido ella la que le había cazado con la red a una distancia de 5 metros), y el gusano detrás de ella, enloquecido por los ultrasonidos. Los mutantes del yermo seguían sus pasos pero vieron a un par de mercenarios que, por pura casualidad, no habían caído en las fauces del gran gusano. Los mutantes, con sus andares descompuestos y caóticos, se dirigieron hacia ellos que, tirados en el suelo con brazos y piernas rotos por el impacto de la caída desde las fauces del monstruo, no pudieron huir ni defenderse. Se los comenzaron a comer vivos a bocados. Se escuchaban sus desgarradores gritos de dolor y sufrimiento a pesar de la gran hecatombe que producía el Hjun. Marciano y los otros hombres fueron testigos de su canibalismo. El grupo de Venus se acercó hasta la jauría junto con Marciano, al que le ofrecieron un arma, rodearon aquel grupo de monstruos que estaba entretenido desgarrando las carnes y entrañas de los hombres de Tranxas y, a la orden de Done, el que ahora parecía al mando de los hombres, acribillaron a aquellos seres repulsivos. Era muy difícil matarlos pues sus exoesqueletos les hacían las veces de armadura y debían dar en partes blandas como cuello o la cara para que los impactos fueran mortales. El gusano se alejaba detrás de Venus, que desapareció por un agujero del suelo imposible de detectar para cualquier ojo humano inexperto. Cuando acabaron con el grupo de mutantes caníbales se acercaron despacio, aún podían estar vivos o medio muertos, y podían asestar bocados en las piernas. Marciano observó de cerca a los mutantes que todavía tenían restos de carne desgarrada en sus pronunciadas bocas de homínidos. Pero lo que más llamaba la atención eran esas estructuras pétreas sobre su piel. Eran realmente duras y no podían ser callosidades. Estaban compuestas de algún material mineral cálcico, aunque su aspecto era oscuro, pero se podía intuir que era por la suciedad acumulada por el tiempo. Brazos, tronco y piernas estaban, en mayor o menor 36
medida y dependiendo de los individuos, recubiertos por estas placas de gran dureza. Las cabezas, sin pelo, que de lejos podían parecer rapadas, tenían estas placas adheridas por todo el cráneo… —¿Esto qué…? —Marciano tocaba con su arma los cadáveres de los mutantes— ¿… coño… es? —Lo producen ellos mismos, es una especie de mineral… lo van acumulando en la piel a lo largo de los años —le contestó una de las mujeres del grupo. Era la primera mujer que le hablaba y la primera en la que se fijaba desde que había llegado a la Tierra. No recordaba cuándo había sido su última vez con una de verdad. No una simuladora, no con una androide que, aunque perfectas para tirárselas, eran completamente incapaces de sentir nada. Mientras mantenía el arma sobre el mutante, Marciano miró a los ojos de aquella mujer joven, casi una niña; a través de su máscara, los ojos negros brillaban por la excitación del momento. Seguro que alguno de aquellos cabrones se la había trajinado muchas veces en su corta vida: "es casi una cría". Pero la realidad se impuso al pensamiento de Marciano. Sin Venus con ellos, parecía que no tenían rumbo que seguir. —¿Y ahora qué? —dijo mirando alrededor. —A la nave —contestó Done con su gravísima voz. —¡Joder!, ¿pero sabéis tripular una nave? —contestó Marciano—. Yo llevo las MLF32 con bastante destreza. No soy piloto, pero sé pilotar algunas de las más ligeras. Nadie le miró. Nadie le hizo ningún caso. Pero Done les hizo señal de acercarse con sigilo a aquella nave que, posada en la arena desértica, de un color dorado casi amarillento, parecía estar completamente solitaria. Y eso era raro. Siempre, algunos hombres deben quedar en ella de guardia, por lo que pudiera pasar. Marciano decidió quedarse husmeando en el grupo de mutantes un poco más. Mientras los otros se dirigían ya hacia la nave por ambos flancos para abordarla desde todas las direcciones posibles, él se agachó sobre uno de aquellos cuerpos para tocar con su propia mano cyborg las placas calcáreas sobre la piel del brazo que el monstruo tenía sobre su cara, cubriéndola parcialmente. Un sonido como de choque de espadas pesadas se escuchó por un instante, el mutante no estaba muerto y había abierto sus fauces asestando un gran bocado a la mano de Marciano, arrancándole parte de los dedos. Afortunadamente era la mano robótica. Marciano se levantó pisando la cabeza del mutante con la pierna derecha y, golpeándolo primero con el cañón, y separándose después del grupo de hacinados mutantes, disparó una ráfaga sobre él. El sonido hizo que sus compañeros pararan su carrera y se volvieran al son 37
de los disparos. Segundos después, se hizo el silencio. —¡Puto anormaaal, correeee! —le gritó alguno de los hombres de Venus. Marciano se volvió hacia ellos. Retomaban su carrera hacia la nave. Se quedó perplejo y contrariado. Al mirar a su alrededor se vio rodeado por cabezas y cuerpos que, desde debajo de la tierra, comenzaban a emerger rugiendo, gritando, esforzándose por salir desde su interior. Hordas de mutantes arañaban y levantaban terreno a zarpazos desde abajo para salir. El estruendo de los disparos los había llamado cual luciérnagas. Marciano corrió con su mano indolora medio amputada. Varios dedos—cañón estaban desprendidos y colgaban de la palma balanceándose al son de la carrera hacia sus, ahora, únicos compañeros de viaje. El grupo tomaba ya la nave abandonada, encendían motores y amenazaban con marcharse de allí. ¿Sin él y sin Venus? —¡Jodidos cabrones! ¡Ehhhhh, no me dejéis aquí! ¡Ehhhhh! —Gritaba a pulmón lleno con su voz rasgada y grave cual cantante de death metal. —¿Asustado? —una voz femenina le hablaba desde atrás, cerca, casi a su lado, pegada a sus espaldas. —¡Joder, Venus menos mal, no sabía…! —y al verla sonreír o, más bien, reírse de él, se calló enojado pero feliz, por primera vez en mucho tiempo, de ver a alguien conocido que le infundía seguridad. —¿Qué…? ¡Corre Marciano, no mires atrás! —le contestó ella corriendo a su lado pero sin prestarle ayuda ninguna. Marciano miró por el rabillo del ojo. Hordas de mutantes les perseguían en una carrera desigual. La nave ya quedaba cerca, estaba a punto de despegar. Y despegó del suelo antes de que llegaran. Marciano no se lo podía creer, ¡los dejaban allí! —¡Correee! —le gritaba ya habiéndole sobrepasado unos metros Venus, que iba por delante de él como marcándole el camino. —¡Se vaaan! —solo supo gritar. Y cuando estaban bajo la sombra de la nave que se alzaba sobre el suelo unos 50 metros, una escalera de cuerda fue arrojada como único medio de subida. Venus le dio prioridad a él. Ella se colocó justo debajo apoyando las nalgas de Marciano en su cabeza para ayudarle en la ascensión. Enseguida la escalera fue izada y los mutantes quedaron sobre tierra dando grandes saltos y alaridos enfurecidos por no poder dar alcance a unas presas tan apetitosas.
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Marciano tenía la mano cibernética destrozada, se sentía agotado, casi al límite del desmayo y, mientras se sentía desvanecer, Venus y los demás andaban ya organizándose en la nave. Done y Martin la tripulaban.
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EL HOMBRE ALTO Marciano sintió cómo la nave daba un par de vueltas sobre sí misma y súbitamente parecía enfilar con decisión una dirección. Sin dejar de mirarse la mano destrozada, alzó la voz para que Venus le escuchará. —¿Y ahora adónde vamos? ¿Qué pasa? — y por fin buscó con la mirada a Venus, quién estaba dándole la espalda mientras hablaba con los dos pilotos. Entre él y ella se sentaban a ambos lados del interior, en los asientos para los difuntos soldados enviados por Tranxas, los demás miembros del equipo. Todos le miraban ceñudos, como teniéndole por un imbécil que no se merecía estar allí. Llevaba puesta la máscara y no se le entendía bien al hablar, a pesar de que la nave era sumamente silenciosa, pues los motores no requerían de combustible alguno sino que su propia fuerza cinética más los campos gravitatorios eran utilizados para desplazarse por el espacio a grandes velocidades sin ser detectados por ningún radar—. ¿Sabéis lo que hacéis? —¿Es que no has escuchado nada de lo que te he estado diciendo? —exclamó ella volviéndose a mirarle, aún con las manos sobre los respaldos de los asientos de los pilotos—. Nos dirigimos al aeropuerto interestelar ¡Quítate eso de la cara ya! Allí, con tu dinero y con tus permisos, conseguirás que nos den la licencia de vuelo espacial y a tomar por culo todo este puto desierto. Marciano, ¡que te quites la mascarilla! —¡Vaya! ¿Así que después de todo se trataba simplemente de escapar de este mugriento planeta? ¿Qué hay de los demás miembros de tu grupo, los vas a dejar aquí abandonados? —quiso Marciano dejarla en evidencia, aprovechando que todos le prestaban ahora atención. Mientras se arrancaba, por fin, la mascarilla y todos podían escuchar su voz desgarrada. —Oye, tío, ¿de verdad eres tan tonto? —volvió a hablarle aquella joven que se le dirigió en el planeta—. Todo el mundo sabe que Venus tiene que salir de aquí por el bien de nuestra especie. Y no podemos irnos todos. ¡Simplemente porque no hay naves para todos, capullo! ¿Es que hay que explicarte hasta lo más obvio? —y volviéndose a mirar a la androide con verdadera cara de susto, terminó por exclamar—. ¿¡Venus, éste te va a ayudar!? —Ahora mismo no tenemos a mano ningún otro ciudadano de la Confederación Triplanetaria, ¡es lo que hay! —le dijo con calma Venus, con una lenta caída de ojos, como disculpándose. 40
—¿En serio crees que me voy a gastar mis dineros en una licencia de vuelo espacial para este cacharro? —se quejó Marciano, volviendo a examinarse la mano escacharrada y pensando también en el precio de una nueva—. Si necesitáis mi influencia, pase, ya que soy casi vuestro rehén, pero ni de coña me gastaré una perra, gorda o pequeña, en nada para vosotros, ¡mugrientos! —Marciano... —empezó Venus, como cansada ¿Se cansaban los androides?—. Vamos a ver, hijo... hijoputa, claro... ¡Que nos vamos a Venus! Allí, quienes conspiran contra los alienígenas te remunerarán con creces por llevarme con ellos. ¡Les vas a llevar el arma que dará un vuelco definitivo a la hegemonía sobre todo el sistema solar, y en un lejano futuro, quizá más allá! ¿Tienes idea, cabeza de chorlito, del valor que tengo? ¿De lo que serán capaces de pagarte por mí? ¿Hay alguna manera de que entiendas de una puta vez que no hay manera de que no salgas ganando si me llevas hasta Venus, capullín? —Vale, vale —quiso calmar a todos Marciano, alzando ambas manos, la humana y la mecánica, aún con un par de dedos colgando de cables chisporroteantes—. Ya basta de tantos elogios. Lo comprendo. Es el trabajo de mi vida, lo he entendido. —Es el trabajo de tu vida, sí —resopló Venus, como aliviada de haber conseguido aquel mínimo avance en su entendimiento con el cyborg. El resto del viaje lo hizo Marciano en una especie de periodo de introspección que todos agradecieron. Venus hablaba con los pilotos ocasionalmente, y los demás miembros del grupo conversaban entre ellos con total tranquilidad. Marciano pensaba, mirándolos de reojo, en lo tranquilos que estaban ahora pese a la expectativa de un viaje al espacio y una posible gran guerra en ciernes, pero no era de extrañar, si su día a día consistía en alternar con aquel horrible gusano gigante y aquellos puñeteros mutantes acorazados y caníbales. Había decidido que poder volver al planeta Venus una vez más no estaba mal, y más pensando en todo el dinero que decía la androide que podrían facilitarle. Quizá la proeza tuviera el suficiente valor como para que olvidaran para siempre los crímenes contra sintéticas que había venido llevando a cabo, y le permitieran quedarse a vivir allí, en aquel paraíso de lujo tecnológico y naturaleza exótica... Dándole vueltas a estas ideas, Marciano se recostó en el sencillo e incómodo asiento para tropas, y acabó adormeciéndose muy poco a poco, cansado como estaba por todo el ajetreo de ese maldito día. No sabía cuánto había pasado, pero el descuidado zarandeo de Venus, cogiéndole del hombro izquierdo, fue lo que le sacó de su tranquilo sueño. Le había parecido haber dormido siete horas, aunque el viaje no podía haber durado mucho más de
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quince minutos. —¿Eh? ¿Qué? ¿Mande? —balbuceó con la impresión de que una gruesa gota de saliva se apresuraba a resbalar por su barbilla, con los meneos y su movimiento de labios. —¡Que despiertes, Marciano! Ven conmigo, vamos a sacar la licencia para salir de la atmósfera —le intentaba espabilar Venus, mirándole con una especie de compasión. —¡Coño! Venus, ¿y por qué no salimos directamente del planeta con la nave, desde el desierto? —preguntó la misma joven, mirando con suspicacia a Marciano. Estaba claro que no le quería con ellos—. ¿No hubiera sido eso más seguro que venir aquí? ¿Donde toda la policía y la gente alienígena? —¿No os lo explicó Done? No se puede hacer eso. Los cañones fronterizos de la órbita desintegran todo vuelo u objeto que pretenda traspasar la atmósfera en cualquier sentido sin una licencia computerizada. Y con los peajes debidamente pagados, Cami —añadió Venus, acariciando con un dedo la mejilla de la muchacha—. Esperad todos aquí, me llevo a éste a las taquillas de trámite. Y aún sin acabar de despertarse, Venus sacó casi en volandas el peso casi muerto de Marciano. Al salir del estrecho fuselaje, Marciano se llevó una mano sobre los ojos. El sol del mediodía le estrellaba sobre la desnuda cabeza. —Ay, ¿y mi sombrero? Y no sé por qué no usas la licencia de la nave, no pareces tan lista, al fin y al cabo, ¿ein? —Joder Marciano, yo nunca te vi sombrero alguno, ¡las licencias están codificadas, y no sabemos decodificarlas, ¡calla la bocaza de una vez, Marciano, o acabaré por amputarte la mano esa inservible que tienes! —le dijo ella, mostrando un enfado impropio de un androide, hablando de corrido como si quisiera acabar rápidamente la conversación con él, y empujándole a lo largo de las líneas trazadas en el asfalto del aeropuerto como pasos para peatones. Por todos lados había estacionados deslizadores, coches voladores y naves espaciales de todos los tamaños, ocupando unos y otros plazas de su tamaño estandarizado adecuado—. Vamos a tardar dos minutos, aguanta un poco de sol, siniestro hijo de puta. —Sí, sí —aceptó Marciano, acertando a mover mejor las piernas. Sentía las partes humanas de su cuerpo doloridas, y que las biónicas actuaran con completa eficiencia solo le hacía sentir aún más débil, como un anciano con achaques. Tenía hambre—. Oye, vamos a pillar café de ahí. Está cerca de las taquillas. No es que sea bueno pero tampoco malo. —¿Cómo que café, Marciano? No, no, déjate de hostias y truquitos de perro viejo, a 42
por la licencia y el peaje, déjateme de gilipolleces... —¡Coño, reputa! —se zarandeó de pronto Marciano manoteándola en sus brazos con el suyo robótico, el derecho, pese a faltarle los dedos; uno de los dos que permanecían colgando terminó por caerse, con el golpe—. ¡Que quiero café y voy a tomar café! ¿Entiendes, reputa? Venus se le quedó mirando como alucinada. Parecía un niño pequeño rebelándose contra la autoridad de su madre. Todos los alienígenas que iban de aquí para allá a sus asuntos se les quedaron mirando, incluso un par de personas humanas. Nadie daba crédito a la rabieta de aquel hombre de aspecto lamentable y mano hecha añicos pegándole voces. Un alienígena de aspecto peligroso (alto, de ojos rojos con pupila de gato, boca sin labios y largos dientes, vestido con gabardina y sombrero grises) parecía tener ganas de intervenir para darle a Marciano una lección por su trato a la mujer. Pero ella volvió a asirle del brazo con los dos suyos, como si fueran íntimos amantes, y le susurró: —¡Está bien, Marciano, venga, vamos a por tu café! —mientras le empujaba con todo el cuerpo hacia el puesto de comida. El extraño les siguió con la mirada pero al instante continuó su camino indiferente como todos los demás. Llegaron al puestecito y Marciano se pidió un café solo con un par de bollos dulces rellenos de chocolate. Venus le miraba con verdadero estupor beber con ansia y devorar manchándose los morros. Parecía un muerto de hambre. —¿Qfué? —balbuceó mirándola un momento, con la boca llena—. ¿Tfú fno qfuieres fnada? —No... ¿Te falta mucho? —Nfo —replicó casi cayéndosele de la boca el último trozo de bollo, que se apresuró a empujar hacia el fondo de su garganta con un largo trago de café—. ¡Pufff, mucho mejor, ale, a las taquillas, mujer! —Joder, macho, eres de lo que no hay... —¿Qué, qué pasa? Tú no necesitarás comer, pero los humanos reales como yo, mira, morimos de hambre, sabionda... —dijo mezquinamente Marciano, alzando ante sí el vaso de papel con el sorbito de café que le quedaba—. Venga, que ya tengo ganas de llegar a Venus... —¡Ah, ahora sí quieres ir! —refunfuñó la androide, ralentizando un poco su paso y
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viéndole terminarse la bebida sin dejar de caminar casi a tientas. —Soy una fuerza de la naturaleza, nena —dijo con un tono chulesco, estrujando el vasito y tirándolo por encima de su hombro. Venus puso su perfecta imitación de ojos humanos en blanco un momento, y acto seguido se apresuró adelantando a Marciano hasta llegar a las taquillas. Se apoyó junto a la que estaba vacía, sin cola ninguna. Todas las demás tenían delante larguísimas colas. —¡Oye! ¡No! —se negó Marciano, meneando ante sí ambas manos, la sin dedos y la entera de carne. —¡¿Qué?! ¡Joder, Marciano! ¡¿Qué mierda pasa ahora?! —le animó Venus, haciendo aspavientos hacia la taquilla. —¡Claro, no lo sabes! ¡No sabes por qué nadie usa esta taquilla! —No, no lo sé Marciano, pero me lo vas a decir, ¿a que sí? —Este maldito crumpfo. ¿Sabes lo que es un crumpfo? Venus se volvió para mirar al ser de dicha especie. Tras la taquilla, con la cabeza al ras de su mesa de trabajo, había un ser gelatinoso y rosado con pequeños y vivarachos ojos. La boca le asomaba sonriente donde en cualquier otro ser vivo estaría la frente. Carecía de cualquier clase de pelo, y su carne o gelatina, fuera lo que fuera lo que lo componía, temblaba agitadamente como animado y expectante. Vestía una imitación de camisa blanca de botones humana adecuada a su pequeño tamaño y forma redondeada, con una corbata y todo pero que no era de verdad, sino que estaba estampada en la misma prenda. —A mí me parece muy dispuesto a atendernos —repuso Venus clavando sus ojos en los del crumpfo, que también la miraba fijamente. —Toma, toma —le dijo Marciano, extendiéndole sus tarjetas de crédito y su papeleta de asignación de permisos de vuelo—. Cuando necesitéis mi impronta génica, me avisas, moza.
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—¡Yo no sé cómo va esto! —se quejó Venus. —¡Tú dile a dónde queremos ir, él tramitará el papeleo y te pedirá lo que necesite! —le gritaba ya Marciano, que no paraba de retroceder paso tras paso, sin dejar de 45
mirarla e incluso tropezando con otras personas alienígenas que iban de aquí para allá y que le insultaban en varios idiomas. —En fin —se resignó la androide, volviéndose hacia el crumpfo—. A ver, oiga, queremos pagar todo lo necesario para poder volar hasta Venus con la nave del estacionamiento wd—233... —¡Poj claro, mi amol! —empezó a gritar la cosa rosa, con un entusiasmo que no concordaba con la sencillez de sus obligaciones. Con cada sílaba que decía, Venus sentía una densa nube de pestilente olor envolviéndole la cara tras recorrer con gran velocidad la corta distancia entre ellos dos, a través de los sencillos barrotes metálicos de la taquilla. Seguía gritándole, mientras Venus tenía por primera vez auténticas ganas de vomitar, cosa extraña, pues nunca había necesitado siquiera comer—. ¡A vel, mi amol, tené que dame la identifiqueision de lo que será lo pagadol, asín como un pedazo de fistro de medio de pago y achín luego solo la certifiqueision de adn y luego “al ataqueeeerl”, ahí to volandillo pal Venus ese...! —¡Tome, tome! —Venus tiró todas las tarjetas de crédito y el papel de permisos hacia la mesa ante la cara del crumpfo. Por suerte, su organismo artificial podía mantener cerca de dos horas la respiración—. Avíseme enseguida cuando necesite la impronta... ¡tenemos prisa! —¡Poj claro mi amol, trabajaré mách rápido que un fistro duodenaaaaaal...! Ante su mirada espantada, el ser se volvió arrastrando su gelatinoso cuerpo hacia su derecha y empezó a teclear en su terminal informático con una suerte de apéndices gelatinosos pero secos que se había sacado de las aparentes mangas cortas de la camisa. Tecleaba con una precisión y velocidad increíbles, y las pantallas administrativas se sucedían en el monitor como una rapidísima secuencia de jeroglíficos. No tardó ni un segundo en hacer lo que en otras taquillas les llevaban cuartos de horas completos... —¡Muy bien, mi amol! —le sonrió el crumpfo estirando su gelatinosa boca sobre la cabeza hacia ella, aún mirando su ordenador—¡Nechechito lo que é la marca génica del fistro de Marciano Reyech, prechiocha! —¡Marciano! —le llamó. Él dejó de discutir de inmediato con un alienígena que parecía estarle pretendiendo vender cigarrillos que le mostraba en un maletín abierto, y se acercó hasta la taquilla corriendo con una viveza impropia de él. —¡¿Qué?! —preguntó, como si no supiera para qué estaban allí.
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—¡Oigh, qué buen mozo el de la improntaaaa...! —gritó el crumpfo estirando su sonrisa cabezuna y haciendo brillar los pequeños ojitos. —¡Ahg, pero coño, dímelo tú, mujer! ¡Joder, me cagon todo! ¡Cierra el buzón para cadáveres de gatos, puto bichooo! —gritó Marciano muy rápido, meneando la mano de carne en el aire para ventilarse. —¡Oigh, no te se me te se te me sulfureeeee mi amoool, fistro pecadoooorl! ¡Ya hago echto rapidito y ya och váis! ¡Al Ataaqueeeeerl! —gritó el crumpfo para nada ofendido y alargando sus apéndices como ansioso para que Marciano tendiera su mano y guiarla sobre la superficie de escaneo a un lado de su estrecha mesita de trabajo. Marciano hizo gesto de repulsa al sentir el tacto del crumpfo, pero aun así dejó que éste le empujara con suavidad la mano contra el aparato. Un sonidillo de timbre, como cuando un microondas termina de calentar, certificó que el proceso había salido exitoso. Acto seguido, soltando la mano de Marciano, el crumpfo cogió el papel de permisos y lo pasó con gran habilidad por una pequeña impresora que actualizó con unos dibujos de puntos unas pequeñas casillas: aquello representaba el permiso y peajes pagados para volar hasta Venus con la nave del aparcamiento. Se lo pasó a Venus estirando sus apéndices de gelatina. —¡Aquí tené mi amol, que no ché qué tripa che le ha roto a echte “triparrota”! —terminó por decir el taquillero rosa, sin dejar de sonreír y meneando los ojillos de ella a él y de él a ella. —¡Puaj! ¡Vámonos, corre, mujer! —gritaba Marciano ya alejándose a buen paso, y dejándola a ella recibir todo lo entregado de manos (o tentáculos) del crumpfo. —¡Que tengan pfuen viaje, mis amigüitos de la praderaaarl! —les gritó el taquillero, según Venus se alejaba y corría para ponerse a la altura de Marciano. —¡Estarás contenta! ¡Joder, qué pesteee...! —Sí, pero ha sido muy rápido... —reconoció ella. —Pues trata con él tanto como quieras, ¿vale? —Anda, volvamos a la nave, cuanto antes... ¡Larguémonos de una vez! —Por una vez, estamos de acuerdo... —rezongó Marciano meneando la mano robot destartalada. Cuando subieron a la nave, llamando Venus con una rápida pero concreta clave de golpes con sus nudillos en la puerta, Marciano se encontró con las primitivas pero 47
eficientes armas de fuego de todo el equipo apuntándoles. —Todo perfecto, muchachos. Podemos despegar ya... —anunció la androide acercándose de nuevo hasta los asientos de piloto y copiloto y volviendo a apoyarse con los codos sobre los respaldos. Marciano desvió la mirada de la figura redondeada del sugerente trasero de Venus remarcándose contra la superficie de imitación de cuero negro de su viejo y usado guardapolvo, y se dio cuenta de que la joven llamada Cami aún le apuntaba con su pequeño revólver del calibre 38, incluso cuando todos los demás ya habían guardado sus armas. —Entonces es que ya no necesitamos al mequetrefe... —dijo mientras martillaba con su delgado pulgar de la mano izquierda el arma apretada con firmeza en su derecha. Marciano le sonrió como un idiota, y le guiñó un ojo, seguro de que no dispararía. Pero Cami disparó. Marciano recibió el disparo en el pecho, cerca de donde se encontraba el dispositivo neumático que le hacía de sustitutivo del corazón. La bala rebotó contra la placa de titanio que lo protegía, bajo la piel cultivada en laboratorio e injertada quirúrgicamente, y Cami sacudió la cabeza hacia atrás de inmediato, con un pequeño agujero de bala abierto justo sobre la ceja izquierda. Le miró por un momento con los ojos muy abiertos. Marciano ya no sonreía, el disparo le había asustado bastante y tenía la cara cubierta con los antebrazos. Pero seguía vivo. Y ella se sintió caer hacia delante, con la visión oscureciéndosele de súbito, como si alguien hubiera apagado las luces del universo. Esperaba sentir el suelo, pero no llegó. Su caída se volvió eterna, hacia el fondo de un abismo sin arriba ni abajo. Por los siglos de los siglos. —¡Qué! ¡¿Qué coño ha pasado ahora?! —se enfureció Venus, volviéndose justo para darle tiempo a ver caer a la joven y pequeña Cami cuan larga era, de cara contra el suelo—¡Cami! ¡¿Qué coño has hecho ahora, animal?! —¡Coño, que yo no hecho nada! —se explicó Marciano, sabiendo que los gritos iban para él. —No ha sido él, Venus. Cami ha intentado matarlo. Y la bala parece haberle rebotado... —dijo uno de los tipos del grupo, uno calvo con una barba espesa y canosa. —¡Joder, eso es! —dijo Marciano, palpándose el torso entero y encontrando el agujero en la ropa, directo sobre el pecho—. ¡Que la muy puta quería matarme! ¡¿Ese era el plan?! ¡Ya tenéis lo que queréis de mí, y ya a darme pasaporte! —¡Que no, Marciano! —le rugió Venus, mientras examinaba en cuclillas el cuerpo de 48
Cami, al que ya había dado la vuelta—. ¡Joder, aunque quisiéramos matarte, necesitamos tu firma biológica para que nos den por válida la entrada a Venus! ¡Además...! Yo siempre cumplo mis promesas, salvo que haya motivos de peso para no hacerlo. Simplemente... ¡esta cría ha cometido una estupidez, y lo ha pagado con la vida! ¡Estamos en paz! ¿No? —¡¿En paz?! ¿Y si a otro de estos mendrugos le da por intentar matarme de nuevo? —dijo meneando la mano de carne a su alrededor. —Eso es algo que podrías evitar si pusieras riendas a tu encantadora personalidad, amigo... —dijo muy despacio y con una sombría mirada aquel hombre de la barba canosa—. Mantén la calma y nosotros haremos igual, ¿hay trato? —Ya le has oído, Marciano. Joder, deja de lloriquear al menos cinco minutos, ¿quieres? —le espetó Venus, abandonando el cadáver de la chica y poniéndose en pie con los brazos en jarra. —¡Joder, Venus, ven aquí, mira esto! —la llamó Martin, que se sentaba en el puesto de copiloto—. ¿Qué hago? ¿Abrimos fuego? —¿Qué? —exclamó ella, avanzando de nuevo hasta los asientos de la cabina delantera—. ¿Pero quiénes son esos? ¿Qué mierda pasa ahora? —¡Comunicación entrante, Venus! ¿Abro? —preguntó Done. —Sí. Marciano se había adelantado hasta poder ver por encima del hombro de Venus que una nave pequeña pero de rotundo fuselaje negro se había interpuesto en el camino. Brillaba intensamente bajo el efecto de los potentes focos delanteros que habían encendido Done y Martin al verla ponérseles delante. —¡Marcianoooo...! —se oyó una gutural voz por la radio. Parecía contrariada y cansada al mismo tiempo, y era tan profunda que retumbó hasta la parte trasera, donde todos pudieron oírla claramente—. ¡No puedes dejar la Tierra, Marciano! ¡Tienes que venir conmigo! El aludido sentía que conocía aquella voz, pero no acababa de recordar a quién podía pertenecer. —¿Hola? Sí, estoy aquí —dijo él, de manera involuntaria, como si respondiera por el telefonillo de la puerta de su propia casa—. ¿Quién es? —¿Quién es, Marciano? —preguntó casi al mismo tiempo Venus. 49
—No te burles de mí, Marciano... —insistió la misma voz, con su tono monocorde, neutro en emociones pero que parecía siempre fuera de sí de malhumor—. ¡Soy Jebediah Morningside! ¡Han pasado las veinticuatro horas, Marciano! ¡Ahora eres mío, y parte de tus bienes legados servirán para pagar tus delitos robóticos! —¿Conoces a este tipo? —le preguntó Venus, poniendo una auténtica cara de incredulidad. —¡Ah, sí! ¡Joder, es un payaso que ayer en el aeropuerto me quería pedir limosna! —desdeñó Marciano Reyes, encogiéndose de hombros—. Lleva un rollo como de cobrador del frac, pero no hay que hacerle caso... —¿Limosna? Esa puta nave es mil veces mejor que esta... —señaló Venus hacia la reluciente y negra nave del exterior. Parecía hecha para no más de dos tripulantes en la cabina, y quizá cuatro o cinco sentados en la parte de atrás. Tenía la forma de un larguísimo coche fúnebre, con suaves y elegantes líneas redondeadas y cristales tintados (y seguramente blindados contra láser) en ambas partes, delantera y trasera—. No sé si tiene armas, ¡pero a ese tipo no parece faltarle el dinero, majete! —¡Entréguenme a Marciano de inmediato, sean quienes sean los que viajen con él! ¡O aténganse a las consecuencias! —advirtió la voz de Morningside por la radio. Venus alargó una mano y cortó la transmisión por radio sin decir nada más. Mientras, el calvo de barba canosa había empujado a Marciano a un lado para echar a su vez un vistazo. —¡No me jodas! ¡Venus, esa es la nave del Hombre Alto! ¡Es real! —gritó el tipo. —¿Ein? —hizo ella sin mucho entusiasmo y sin saber qué pensar—. Es real, sí, míralo ahí. —¡No! ¡No lo entiendes! —dijo el hombre meneando la cabeza. Marciano le miraba sonriéndose. Después de sus lúgubres amenazas ahora le hacía gracia verlo asustadillo como un crío—. Ese hombre, se dice que es inmortal... y los alienígenas o empresas más poderosas lo contratan para quitarse de en medio a personas molestas, o que les deben dinero. ¡Es lo más famoso que hay entre las mafias de la Tierra, de Marte, y de todo el puñetero universo! —Ha dicho algo de los delitos robóticos... Marciano... ¿te han pedido indemnizaciones por matar robots sexuales? —quiso saber Venus, de nuevo con los brazos en jarras, las manos sobre las caderas. —Pues... a lo mejor dijo algo de eso, sí... —reconoció Marciano, haciendo gesto de intentar hacer memoria mientras miraba hacia el cuerpo sin vida de Cami tirado en 50
el suelo, y rebuscaba en su chaqueta empolvada por arena del desierto del yermo—. Espera, me había dado una tarjeta con una cuenta a la que dijo que debía pagar... ¡Quizá aún tenga arreglo, esto! —se hurgó un momento en todos los bolsillos—. ¡Puff, se me olvidaba! Creo que la tiré... —¡Joooder, Marcianooo...! ¿Hay manera de que salga algo bien contigo? —le gritó la androide, mientras él volvía a sonreír, encogiéndose de hombros, como una niña tímida. —¡Venus! ¡Joder, mira esooo...! —gritó Martin con una voz demasiado aguda. Ella se acercó corriendo hasta la cabina, acompañada de Marciano y el hombre de barba blanca. Las caras de ambos hombres estaban muy cerca una de la otra, pero no se sintieron incómodos, estaban demasiado atentos a lo que sucedía en el espacio, delante de la nave. El Hombre Alto, aquel tipo que Marciano se había encontrado en el puestecillo de calamares venusianos el día anterior, salía por la compuerta lateral de la cabina de su nave, como si nada. Sin sufrir descompresión, sin aparente necesidad de respirar. Sus largos miembros moviéndose en el vacío con la soltura de una gravedad natural, sus lacios cabellos blancos revoloteando alrededor de la coronilla como si estuviera debajo del agua. Su gesto apretado, mandíbula tensa, las comisuras de la boca hacia abajo en señal de disgusto y asco, un ojo más cerrado que el otro, pero ambos muy oscuros y relampagueando por las potentes luces arrojadas hacia él, hacían que los compañeros de Marciano sintieran miedo por primera vez desde hacía mucho, pues al Hjun y los mutantes estaban acostumbrados, pero no a un hombre cuya reputación le daba fama de fantasma atemporal capaz de deshacerse de cualquiera en cualquier momento del espaciotiempo. —No puede ser... ¿Será un robot? —se preguntó Venus, viéndole flotar como a voluntad por el vacío, hacia la nave propia. —Os lo dije... ¡No es humano! ¡Nadie sabe lo que es! —alertó el de la barba, agarrándose a la gabardina de Marciano con fuerza—. ¡Entreguemos al zafio! —¡No! —se volvió Venus, mirando a Marciano, que ya tenía cara de circunstancia—. Ningún otro robot, o lo que cojones sea eso, me va a obligar a no cumplir una de mis promesas... ¡y aún le necesitamos!
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—¡Venus! ¿Disparamos? ¡Ya se acerca! —gritó Done. —¡No! Seguimos dentro del alcance de la vigilancia de los cañones de seguridad 52
orbitales. Si disparamos, nos abatirán de inmediato. —Sí, se necesitan permisos de cazarrecompensas especiales para disparar con una nave, a no ser que sea una de la policía... —dijo Marciano, distraído, mirando al siniestro hombre flotar hacia ellos—. ¿Qué hacemos? —¡Mueve la nave, aléjate de él, y larguémonos! —ordenó Venus. De inmediato, Done dirigió la nave hacia la izquierda, rodeando la parte trasera de la nave de Morningside, y perdiendo la figura del hombre rápidamente hacia el lado de estribor y hacia atrás. Un sonido como de arañazos o pequeños golpes acompañó a la maniobra. —¡Se nos ha agarrado! —gritó el de la barba, asustadísimo. —¡Imposible! Estábamos aún muy lejos, y la nave se mueve demasiado rápido... —¡MARCIANOOOO...! —se oyó la siniestra voz de Jebediah Morningside desde el exterior, como si apretara su cara contra el casco y gritara con una voz sobrenatural que reverberara a lo largo del fuselaje. —¡Hostias! —se acojonó por fin Marciano Reyes, encogiéndose de hombros y sentándose en el suelo—. Decidle que no estoy... —su mirada comenzó a perderse en la pared gris de enfrente suyo, pensó que era su fin. —Seguid adelante. Yo me encargaré de este majadero... —dijo Venus, deshaciéndose del guardapolvo y arrojándolo a los pies de Marciano. Avanzó hasta la puerta estanca de la parte trasera, arremangándose las mangas de su vieja casaca oscura, de color indeterminado por el desgaste... Parecía dispuesta a liarse a puñetazos con el tal Morningside. —¡¿Venus?! —la llamó Done. —¡Seguid el viaje adelante, más allá del límite de las cañoneras orbitales, joder! Y diciendo esto, pasó al compartimento de descompresión, y tras unos segundos por fin se abrió la puerta al exterior. Venus activó su sistema auxiliar de control gravitacional para tomar como referente de su peso a la nave, y de este modo poder caminar por la superficie de la misma como si del suelo de un planeta con gravedad parecida a la de la Tierra se tratase. Caminó por el casco dirigiéndose hacia el lado derecho del fuselaje. El universo alrededor parecía inmóvil, solo el paulatino disminuir de la esfera del planeta que abandonaban insinuaba que la nave se estuviera moviendo en sentido alguno. 53
—¡MARCIANOOOO... ¡ —estaba volviendo a gritar Morningside contra el casco de la nave, mientras lo empezaba a golpear con violentos puñetazos de su mano derecha desnuda. Venus veía cómo el metal dorado y gastado de la nave se hundía como mantequilla con dos golpes, antes de reparar en que ella aparecía caminando y detenerse. Se irguió sobre la superficie de la nave, con la misma facilidad que ella. Alzó una de sus huesudas y grandes manos, señalándole con el índice—. ¡Tú! ¡Debiste entregármelo! Venus no se explicaba cómo aquel ser (que ya estaba convencida de que no era un robot) podía generar algún sonido en el espacio. Pero ella no era capaz de sentir miedo... Al menos no de esa clase. Le hizo gesto con una mano de que se acercara, retándole. El Hombre Alto simplemente esbozó una sonrisa torcida, dejando caer su brazo. Y de pronto algo brillante y redondo salió disparado hacia ella desde detrás de Morningside, pasando por encima de su hombro izquierdo. Los rápidos reflejos de Venus le permitieron apartar la cabeza de la dirección del objeto a tiempo, que se perdió más allá, en la oscuridad del vacío. Mientras ella seguía buscándolo con la mirada, el Hombre Alto se le acercó y la agarró del pescuezo por la nuca. Su fuerza era increíble. Si ella hubiera sido una simple persona, el tal Morningside ya le habría roto el cuello solo con apretar, pero ella no se amilanó, y se giró rápidamente soltándole un durísimo codazo a la altura del pómulo derecho. El Hombre Alto retrocedió por efecto del poderoso rechazo, pero enseguida recuperó el equilibrio sobre el liso casco de la nave y aprovechó para dirigirle a ella un largo y poderoso puñetazo izquierdo contra su bello rostro según acababa de girarse sobre sí misma para enfrentarle de nuevo. Ella sintió, como nunca antes, el modo en que sus músculos faciales artificiales cedían bajo el impulso de semejante golpe. Toda su cabeza se rindió a la inercia recibida por el impacto y se volvió hacia su propia izquierda mientras el poderoso puño del Hombre Alto la golpeaba en su pómulo derecho. Su melena se desató alrededor de su cara al saltársele la sencilla goma que le mantenía el apretado moño, y tuvo que dejarse caer con una rodilla sobre la nave... Tal había sido la fuerza del contraataque. Alzó la vista para mirarle, allí arriba, de pie ante ella. Sentía un calor terrible en la cara, y como si la tuviera aplastada. Pero ningún dolor, y miró al rostro del Hombre Alto, con sus ojos verdes relampagueando de desafío. Morningside tenía el pómulo abierto donde ella le había alcanzado con su codazo. Una repugnante sustancia gelatinosa, amarillenta, burbujeaba despaciosamente para flotar y perderse por encima de su cabeza. El poderoso hombre sonreía, con un ojo apretado y el otro mirándola con fijeza, como deseando recibir otro ataque. “Te voy a machacar, alienígena hijo de la gran puta”, pensó ella, incapaz de decírselo de viva voz en el vacío espacial. 54
Y justo cuando se disponía a alzarse y liarse a puñetazos con él, el costado de la nave tras el Hombre Alto estalló. Una explosión silenciosa, que apenas había podido disipar el escudo cinético estándar de la nave. El Hombre Alto se volvió a mirar, mientras ella levantaba la cabeza y buscaba el origen de los disparos. Allí arriba, algo por detrás, dos naves idénticas a aquella en que se encontraban se dirigían hacia ellos y hacían relampaguear sus cañones delanteros. —¡Confederados extrasolares! —rugió Jebediah Morningside, mirando ya lo mismo que ella—¡Con licencia para disparar! Venus asintió ante las palabras del Hombre Alto, sin dejar de mirar a las naves. De pronto vio cómo aquella cosa redonda y brillante, que por poco no la había golpeado un minuto antes, revoloteaba ante ella y salía disparada en dirección a las naves de cazarrecompensas. Hizo zoom con sus ojos cibernéticos y vio cómo la esfera metálica atravesaba sin esfuerzo la cabina blindada de la nave más adelantada y atacaba al piloto principal. La nave tenía que haberse despresurizado, pero los demás tripulantes, incluido el copiloto, llevaban trajes espaciales. La falta de aire no les detendría. Venus le hizo gestos al Hombre Alto de que la acompañara al interior de la nave. Él asintió con lentitud, y se le acercó con una actitud de lo más tranquila, con los brazos como muertos y un paso relajado. Mientras tanto, la esfera metálica que parecía obedecer a Morningside se había estampado contra el casco del piloto de aquella nave. Había comenzado a girar a toda velocidad, taladrando con su pulida superficie metálica primero el material del casco y luego la piel y el hueso de la cara del hombre. La energía cinética del giro de la esfera sobre su propio eje bastaba para quemar y desintegrar con facilidad al hombre, hundiéndose en el cráneo a la altura de su nariz, mientras él gritaba asustado primero y extremadamente dolorido después. Incluso mientras dejaba ya de gritar al perder la consciencia, su cuerpo aún se zarandeaba convulso como un títere maltratado por efecto del violento movimiento de la esfera por el interior de su cabeza. —¡Waaaaaa! ¡Ayyyy! —gritaba el copiloto para los demás, mientras intentaba hacerse con los controles de la nave que su compañero no dejaba de manotear a tientas—. ¡Joder, que a Charles se le ha metido una cosa en la puta cabeza, ayuda, hijos de putaaa...! Los demás le oían con claridad por el sistema de radio dentro de sus cascos presurizados y un par de ellos se adelantaron hasta la cabina rápidamente para levantar al tal Charles de su asiento y llevarlo a la parte de atrás. Tenía el casco
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agujereado por algo del tamaño de un puño. —Oye, veo algo. Dentro de la cabeza. Algo brilla —dijo uno de ellos con una calma que no correspondía a la situación de grotesca muerte de su compañero. —Oye, ten cuidado, no te asomes que... —la voz del segundo se interrumpió cuando la esfera salió despedida desde el interior de la cabeza del piloto muerto, como si la hubiera escupido con violencia—. ¡Joder! La esfera se mantuvo suspendida entre ambos hombres, como si esperara algo. Mientras, ambos se ponían en pie y retrocedían. —¡¿Qué es eso?! —gritó uno de los soldados confederados que seguían sentados—. ¡¿Una bomba?! La esfera, como si hubiera decidido explicarse con sus actos, salió disparada contra el pecho del que había gritado tan alarmado. Empezó a girar de nuevo de la misma manera, pero esta vez asomando por un cuarto de su hemisferio una suerte de cuchillas giratorias a lo largo del plano de su sección, en la superficie. Enseguida, unos gritos horripilantes de dolor e impotencia estallaron en los oídos de todos los compañeros mientras la esfera carcomía la caja torácica y los órganos del interior del soldado a sueldo. —¡Maldita sea! —estalló el copiloto, que ya controlaba la nave pero que había olvidado por completo la persecución de la nave de Venus—. ¡Acabad con esa puta cosa! ¡Disparad! Cuatro de los demás soldados se pusieron en pie y abrieron fuego con sus fusiles desintegradores contra el pecho abierto de su compañero, quien aún gritaba y meneaba las manos ante sí pidiendo clemencia. El fuego rojizo de los haces hicieron restallar en chispas y ascuas carbonizadas el cuerpo del soldado, que se sacudía con violencia tanto por el taladrar de la esfera como por los sucesivos disparos. De súbito, el hombre dejó de gritar tras una larga gárgara que todos pudieron escuchar. Y para su sorpresa, la cabeza, con casco y todo, del tipo ya muerto, explotó, llenando todo el interior de la nave de trozos de material de la armadura, y cráneo, y sesos. La esfera flotaba sobre el cuerpo, como pensándose quién sería el siguiente. —¡Nos está matando a todos! —gritó uno de ellos. Y acto seguido, la esfera salió lanzada del mismo modo, esta vez contra su entrepierna. La embestida de la esfera fue tal que el tipo salió arrastrado hacia un rincón, empujado así, hasta quedar sentado como un pelele relleno de paja, dejando caer su arma y manoteándose los genitales aplastados, contra los que ya giraba la 56
esfera, inapelablemente. —¡Mis huevooooos! ¡Socorro, compañeros! ¡Socorroo! ¡No, no! ¡NOOO! —acabó gritando cuando vio que todos dirigían sus armas hacia el hueco sangrante entre sus piernas. Y abrieron fuego a discreción.
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PRESENTACIONES FORZOSAS —¡Ay, rediós! —dijo el hombre de la barba blanca, pasándose una mano por la calva cabeza sudorosa, al ver entrar tras Venus al Hombre Alto conocido como Jebediah Morningside, por la puerta trasera del compartimento estanco—. ¡AY, REDIÓS! —¿Pero qué haces, Venus? —gimió Marciano Reyes, aún sentado en el mismo sitio, en el suelo, viendo la fea cara del Hombre Alto, aún más fea con esa porquería amarilla rezumando. —Nos disparan los Extraterrestres. Deben haber localizado la nave con facilidad, ¡al fin y al cabo, era de ellos! —explicó Venus, avanzando hacia la cabina como solía hacer—. ¡Más rápido! El artefacto de Morningside les está entreteniendo, pero no dejarán de dispararnos... —¿Artefacto? —preguntó Martin, mientras Done, concentrado, maniobraba con la nave para evitar recibir nuevas andanadas de plasma. —Ya os lo explicaré... Ahora debemos sobrevivir, todos... En cuanto pasemos la frontera orbital podremos defendernos, joder. ¡Acelera la nave, Done! —Venus se volvió a mirar al Hombre Alto, quien, a su vez, miraba a Marciano sin haberse movido aún de delante del compartimento estanco. Se mantenía encorvado para no dar con la cabeza en el techo, y parecía una especie de buitre humanizado, hambriento de la carroña de Marciano Reyes—. ¡Tú! ¿No tienes más bolas de esas? Nos vendría bien que la otra nave dejara de dispararnos... —Ando algo corto de personal últimamente, señorita... —declaró Jebediah, mirándola con el ceño fruncido pero esbozando una amplia sonrisa torcida—. Sin embargo, mi súbdito es eficiente, aunque le lleve su tiempo realizar su trabajo... ¡Les ayudaré a ustedes a salir de esta, por el bien de todos! ¡Yo... necesito a Marciano enterito, tal y como está! Y volvió a cernir su dura mirada, tan intensa, hacia él. Sin dejar de sonreír. —¡Ayúdanos a llegar hasta Venus de una pieza, y será todo tuyo! ¡¿Te hace?! —le dijo ella, sonriendo del mismo modo que el Hombre Alto, mirando también a Marciano. —¡¿Qué?! —exclamó Marciano, mirando de uno a otro varias veces—. ¡No! ¡No me hace, reputa! —No te preguntaba a ti, hijo de puta —le desdeñó ella, y se volvió a mirar al frente, 58
más allá de la cabina. —Hemos salido de la frontera, ¡ya podemos disparar! —anunció Martin tecleando con ansia los controles de su puesto. —Pues levanta tu puto culo de ahí, yo me encargo... —le echó Venus, tirando de él por la pechera de su mugrienta ropa y levantándolo sin esfuerzo. Venus se sentó y ordenó a Done invertir la propulsión de la nave para que los impulsores les llevaran hacia atrás al tiempo que hacía girar la nave ciento ochenta grados. El morro de la nave se volvió hacia la que les perseguía. La segunda nave de los cazarrecompensas había quedado muy atrás, como si sus tripulantes tuvieran otros asuntos que atender. Impulsándose hacia atrás, la nave gozaba de menor maniobrabilidad y velocidad, y la atacante les daría alcance enseguida, pudiendo además dispararles a placer hasta hacerles polvo espacial. Pero Venus, con su precisión y velocidad muy superiores a las humanas, empezó a disparar andanadas de plasma más allá del alcance del sistema automático de bloqueo de objetivos. Era prácticamente imposible acertar a un objetivo móvil en el espacio sin el guiado automático de disparos, pero Venus lanzó unas ráfagas para obligar a la nave enemiga a desviarse y luego lanzó consecutivamente varias ondas de plasma más, previendo su dirección. La nave de los secuaces de Tranxas se movía como intentando evitar el posible fuego, pero más bien parecía que buscaba encontrarse con cada uno de los disparos ejecutados por Venus, y uno a uno fue recibiéndolos en su fuselaje, hasta siete veces, terminando por explotar en una densa nube de chispas que de inmediato implosionó, y quedó en nada. Todo aquello lo había hecho Venus en apenas tres segundos, y luego se dirigió a Done. —Vale, ¡dale la vuelta a este trasto, y a Venus, de una puñetera vez! ¡Vamos! —Pues claro, jefa. —¡Oye, tú! —gritó de nuevo Venus, mirando al Hombre Alto, que seguía en el mismo sitio. Su herida ya había dejado de supurar, y la sustancia amarillenta parecía estar cuajando sobre su piel—. ¿Qué hay de tu bolita plateada? ¿No la echarás de menos? —Mi súbdito se reunirá conmigo cuando termine su trabajo, señorita —sonrió a Venus Jebediah—. No se preocupe por nosotros... Y allí, en el límite fronterizo, en una nave dorada de brillo gastado que iba quedando a la deriva, una masacre seguía llevándose a cabo. En medio del silencio absoluto y
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la creciente oscuridad del ocaso en esa cara de la órbita de la Tierra...
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EL PELIGRO DE SUBESTIMAR LA ESTUPIDEZ Jebediah Morningside o El Hombre Alto, como era conocido por todos, mantuvo esa postura encorvada e inmóvil permaneciendo impasible y amenazante ante el cyborg Marciano. Ninguno de los otros se atrevía a decirle nada. solo Venus era capaz de medirse con él, pues ella ni miedo ni respeto podía sentir ni tener por ningún motivo y menos por nadie (aunque ese nadie fuera un nadie cuya naturaleza no fuera concretamente conocida por nadie y, justamente por eso inspirara, no ya miedo en todos, sino terror profundo e insondable, por desconocido). Pero no le dio tiempo a reaccionar cuando éste, en un movimiento imperceptible para el ojo humano, se plantó delante del cuerpo tirado sin vida de Cami, acercó su cara a la de ella y comenzó a extraer, por medio de una succión sin contacto directo, un éter amarillento por boca, nariz, ojos y oídos de la joven, que comenzó a envejecer de modo acelerado hasta convertirse en una especie de cadáver descompuesto ya en forma de restos humanos. —Ahora sí —y lentamente El Hombre Alto se levantó apareciendo ante los demás como un hombre más alto si cabe, más fuerte también pero, sobre todo, con una torva mirada que se perdió a través de los ojos de Venus. Acababa de comprender que ese hombre podía eliminarlos casi sin esfuerzo. Su pacto le parecía ahora una auténtica chorrada. Ese hombre jamás les dejaría salir vivos de allí. Eran unos rebeldes desconocidos y completamente prescindibles. —¿Ahora sí? —preguntó Martin inocentemente mientras Venus se acercaba a él y le tapaba la boca sin apartar su mirada de Morningside. Éste no apartaba su mirada de la de ella mientras daba pequeños pasos para acercarse al bocazas que no estaba percatándose del peligro. La nave viajaba a velocidad media, sin prisas, sin miedos... habían sorteado el último escollo antes de llegar a Venus. Pero el escollo ahora estaba en su interior, y Marciano sabía que no llegarían al planeta si ese cobrador del frac no era eliminado antes. Él tenía las de perder. Iban a deshacerse de él, Morningside quería eliminarlo y Venus pronto (¡además de habérselo ofrecido en bandeja, la muy zorra!) ya no le necesitaría para nada. Su futuro estaba jodido. —Ahora sí está muerta —repitió con voz grave y ronca, algo ultramundana; torció su gesto al mirar a Marciano. ¿Aquello quería parecer una sonrisa? Sólo era una mueca escalofriante, amenazante y muy perversa.
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—¡¡Acaba con esto gilipollas!! —gritó Marciano con su voz desgarrada. Se levantó y, sin que nadie supiera cómo lo había hecho, le propinó dos tiros en la frente con su mano cyborg ¿reparada? Ni Jebediah, ni Venus, ni ningún otro tripulante hubiera podido reaccionar a tiempo. Nadie esperaba eso de Marciano, porque nadie recordaba que era un tipo cuya preparación militar le ayudó a sobrevivir sin comida y herido en las oscuras, húmedas y frías selvas artificiales de Marte, durante semanas. Morningside lo miró con gesto perplejo. Estaba claro que no había dolor sino sorpresa y que los daños eran mínimos, aunque su cerebro, o lo que tuviera en su lugar aquel ser fantasmal corpóreo, había sido perforado. Venus ordenó abrir la compuerta de salida y, aprovechando la situación de desconcierto y parálisis en que se encontraba, se lanzó a empujar al Hombre Alto. Junto a Martin, el de la barba y Marciano, que se unían para expulsarle por la puerta exterior, todos empujaron a Morgningside hacia el espacio. El Hombre Alto estaba noqueado. Venus volvió sobre sus pasos al interior de la nave y todos miraron cómo Jebediah, con brazos y piernas extendidos y mirada perdida, sin inmutarse, como si estuviera cortocircuitado, se alejaba hacia la oscuridad del espacio de un cosmos sin vida y lleno de vacío, polvo de estrellas y materia oscura. Pronto no fue, ni siquiera, una mota en el fondo opaco de la oscuridad. Todos miraron a Marciano y su mano ¿recompuesta? ¿Había sido capaz de reparar su mano sin que ninguno de ellos lo advirtiera? No, ni mucho menos, simplemente había tomado un par de armas ligeras. La nave en la que se encontraban era una nave de asalto. Estaba repleta de armamento y munición. —¿Quée? ¿Quée? —repetía Marciano, con su mano humeante y subiendo los hombros como niño bueno, ante la atónita mirada de sus compañeros, que estaban observándole como si no creyeran lo que acababa de pasar o, más bien, como si no creyeran lo que Marciano acababa de hacer. —¡Vaya Marciano... no eres tan inútil como pensaba! —le dijo Venus acercándose despacio. —¡Quieta ahí, puta! —le contestó él apuntándole de nuevo con su pistola. —¡Ey! ¿Piensas que te íbamos a entregar, verdad? —le dijo ella sin dejar de acercarse. Marciano estaba casi al lado de la puerta de la cabina de descompresión. A una orden de Venus, ésta se abriria y lo succionaría hacia el espacio exterior como le acababa de ocurrir al torvo Jebediah.
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—No lo pienso, tú misma lo dijiste. Y ahora, Venus de pacotilla, te vas a ir a la mierda. Tú y tu guerra contra los extrasolares —y apuntándole a la cabeza ordenó a los demás que se agruparan junto a ella, menos a Done, que pilotaba la nave—. Y ahora vas a escucharme bien calladita —siguió Marciano poniendo su índice en la boca en señal de silencio. —¿Qué vas a decirme tú, despojo humano, qué coño me vas a decir? ¡Si quieres matarme, intentalo y déjate de mamonadas! —contestó mientras se movía hacia él sin ningún cuidado; en realidad no podía matarla, su composición, aunque androide, era muy distinta a la que se usaba para conformar a las androides sexuales a las que estaba habituado y a las que destrozaba con su mano revólver— ¡Méteme un tiro o calla la boca! ¡Voy a ir a Venus y tú me vas a acompañar! Venus ya estaba sobre él cuando decía estas últimas palabras articulándolas despacio pero a pleno pulmón, como si estuviera haciendo llegar un mensaje importante a alguien con retraso mental. Done, comprendiendo lo que ocurría, desactivó la compensación artificial gravitacional de la nave y se dispuso a acelerarla. Marciano, de espaldas a él, apuntaba a Venus, a Martin y al de la barba, ahora con las dos armas, una en cada mano. Estos dos últimos, detrás de ella, daban la impresión de no temer por sus vidas y eso desconcertó a Marciano. Venus ya estaba muy cerca de él cuando la inercia de la repentina aceleración hizo que los cuatro cayeran contra la pared del fondo, donde había algunas plazas cuyos sillones para pasajeros estaban equipados con armas ligeras de uso rápido en caso de un abordaje de la nave. Los cuatro aparecieron amontonados al fondo de la sala de comandos. Marciano, temiendo que el barullo formado por piernas y brazos indistinguibles en el que estaba inmerso sirviera para que Venus lo matara allí mismo, disparó varias veces hasta quedarse sin munición. Dio a Martin dos veces, dio al de la barba en el tórax e incluso a Venus. La sangre mojaba todo el suelo bajo sus anudados cuerpos. Marciano intentaba levantarse pero el peso de los tres le impedía casi mover el suyo y se resbalaba al intentar apoyar sus manos y piernas en el suelo pringado. Su mano sana, ya sin arma ninguna, pues Venus se la había arrancado, le dolía horrores: le había forzado los dedos hasta torcerlos hacia atrás rompiéndole el meñique. Le dolía tanto que se olvidó por un segundo de salvar su vida, y Venus, incapaz de sentir dolor o cansancio, aprovechó para asestar su último golpe. Martin tenía perforado el muslo izquierdo y la oreja derecha le había sido arrancada de cuajo, la femoral estaba perforada y aquello era una auténtica fuente bermeja. Un zumbido horrible le aturdía, el dolor hizo que se sintiera desvanecer dejando inerte su grande y pesado cuerpo... El de la barba se llevó la peor parte, con un tiro en el pulmón izquierdo a quemarropa que le perforó el tórax desde la espalda hacia adelante. Cayó desplomado sobre Marciano mientras Venus le intentaba arrancar de las manos las armas. Él gritaba y peleaba con ella. Venus, sin mostrar emociones, luchaba con él. 63
Los otros dos sólo eran plomizos cuerpos desangrándose. Done hizo proseguir la nave tras reactivar la compensación gravitatoria que, en realidad, solo había desactivado con la intención de provocar un pequeño caos que Venus aprovechó para neutralizar al envalentonado Marciano. Venus había logrado apartar a los otros dos con su fuerza sobrehumana y montarse sobre él de piernas abiertas, con su pelvis en su cuello y las nalgas en su pecho. Le golpeó la cara con ambas manos entrelazadas, rompiéndole el tabique nasal. Y de esta manera, Marciano perdió el conocimiento.
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EN POSICIÓN HORIZONTAL La oscuridad y el silencio absoluto (con un zumbido de fondo) reinaban en el lugar cuando Marciano Reyes despertó dolorido y con dificultad para respirar. Su nariz estaba hinchada y sus fosas nasales obstruidas de no se sabía qué: ¿sangre coagulada? ¿Un algodón? La boca le dolía, y al intentar tocarla con su mano izquierda se percató de que estaba atado a la cama. Abría una y otra vez los ojos pero su visión estaba algo desenfocada. Quiso moverse un poco en el catre donde le tenían atado de pies y manos, pero era imposible. El cuerpo le dolía tanto que las lágrimas comenzaron a aflorar en contra de su voluntad y a caer trabajosamente por sus mejillas hacia las orejas. Una de ellas se inundó al poco tiempo, provocando la ira de Marciano, que se sintió humillado y molesto por aquella situación de impotencia. Ahora creía imposible una recuperación rápida de sus lesiones. El dedo meñique estaba entablillado. ¿Por qué se tomaba tantas molestias? La mano cyborg había sido reparada. ¿Pero por qué se tomaba Venus esas molestias?, pensó entre rabioso y sorprendido. Pudo mover los dedos de la misma. Un gotero que salía del techo le suministraba hidratación y analgesia, a pesar de que sentía un dolor casi insoportable que sobrellevaba, como un perro rabioso, a base de pensamientos de venganza. Pero aun así su cuerpo inútil seguía intentando zafarse de las ataduras y de la humillación. Era la segunda vez que la tipa le ataba después de dejarle inconsciente y eso era demasiado. Demasiado para Marciano Reyes, que había matado tantas androides que era perseguido por el mismísimo Jebediah Morningside. Su pensamiento era poco concreto y divagaba con escenas de peleas antiguas mezcladas con la última bacanal en la nave de los de Tranxas. Y aun así insistía y movía sus miembros con toda la fuerza que le permitía su precariedad y debilidades física y mental. —¡Pare de moverse, paciente indisciplinado! —gritó una voz grave que provenía de algún lugar indeterminado de la sala amplia que olía a desinfectante. Su nariz parecía palpitar pero podía oler aquello, y a su mente afloraba fugazmente el recuerdo del terrible golpetazo que le había propinado Venus. Todavía sentía su peso en el esternón. Pero, ahora, algo no iba bien, ¿dónde coño estaba? —Marciano… ¡pshh! Mar—cia—noo... —era la voz de Venus, susurrando desde algún lugar a su derecha. —¡Calla, cállate traidora! —Una voz algo trambóstica volvió a escucharse en la sala. 65
—¿Venus? ¿Venuus?—Marciano no entendía absolutamente nada. —¡Callad los dos!—la voz volvió a intervenir, esta vez con rotundidad. —¡Marciano, joder, nos han detenido! ¡Pedazo mamón, por tu culpa todo se vino al traste! —¡Cabrona, me has “dejao” ciego y me has roto la nariz! ¡Me importa poco tu guerra, me ibas a entregar al Hombre Alto! ¿Quién es esta gente? —le respondió a grito pelado. —¿Marciano? ¿Marciano Reyes? Ha, ha, ha, ha... ¿Pero eres tú, en serio? —la voz fue acercándose a él hasta convertirse en una forma humana ante su turbada mirada. —¿Rooob? Jooder, eres ¿Robby?, ¿pero qué coño…? —respondió casi sin dejar acabar a la voz. —¡Noo, joder! ¿Cómo es posible que no te haya reconocido, hijo de puta?—la risa era estruendosa por el eco de la sala—. ¿Pero qué haces con esta androide rebelde? A esta he venido a buscarla porque anda en una insurgencia contra la Confederación de Razas Extrasolares y se acercaba demasiado a Venus... pero, ¿tú? ¡Vamos hombre, no me jodas, hace mucho de lo del Ejército de Liberación, creía que pasabas de todo joder! Ha, ha, ha, ha... —Me tenía secuestrado coño, yo solo fui a la Tierra para poder encontrarla justamente enviado por Tranxas, pero la tipa me secuestró y… —en ese momento Marciano escuchó la voz de Venus a su lado. Su vista empezó a mejorar progresivamente, comenzando a ver algo mejor. Giró su cara hacia la de ella. —¡No es cierto, él está conmigo en todo esto! —¡Nooo, nooo... hijaputa! ¿Qué coño dices si ni siquiera sabía de tu existencia hasta hace unos días? —y volviendo su cara hacia Robby le gritó enfurecido—. ¡Pero venga vamos, hombre, no creerás esto, por favoor! —¿Pero qué cuentos me contáis los dos? ¿A mí qué coño me importa lo que hacéis juntos? Yo solo vine a por esta tipa y con la orden de llevarla en buenas condiciones a Venus, a ella y a quien estuviera con ella…! —Robby se acercó a Venus haciéndose visible, por primera vez, para ella. Era un hombre de mediana edad, bajito, moreno, de ojos grandes cuya córnea era tan blanca que captaba la atención bañando un iris negro y grande, todo ello insertado en unas cuencas cuyos párpados eran prominentes y carnosos. La naricilla del hombre era respingona y graciosa, y la boca de labios finos sonreía haciendo una 66
mueca amplia cuyas comisuras se alargaban más allá de lo normal dándole un aspecto socarrón y tétrico. —¡Puff, mira que estás buena…! —y alargó su brazo hasta tocar la cara perfecta de Venus, y comenzó a descender por su cuello de terciopelo, sus senos tersos y duros y su abdomen firme, hasta meterle la mano entre las piernas mientras ella, inmutable, miraba al techo sin pestañear. —¿Pero qué coño haces, Robby? ¡Desátame, joder, y deja de meter mano a la zorra, hombre! —¡No, y cállate si no quieres que te sede hasta que lleguemos a Venus! Mis órdenes son las de llevar a todo aquel que se encuentre con Venus, ¡ya te lo he dicho! ¿No escuchas? ¿Sigues siendo el puto tarado de siempre? ¿Ése que pone en peligro a toda una escuadrilla porque decide no seguir las órdenes del comandante e ir por su cuenta a atacar al e—ne—mi—go? ¡Debería matarte, cabrón! —y acercándose a él puso su cara muy cerca de la bastante magullada de Marciano y le escupió en los ojos, dejándole de nuevo sin visión. —¡Llevadla a la otra sala! Una voz más aguda, aunque masculina, interrumpió el grito desmesurado de Robby, al que Marciano había perdido de vista y al que buscaba desesperadamente con un cabreo monumental por el escupitajo repugnantemente oloroso que le acababa de propinar en sus maltrechos ojos. —¡Oye Rob, no creo que convenga hacer nada que ponga en peligro el cobro de la recompensa, joder, tías hay muchas, hombre! —sonaba a reproche resignado del que sabe que no va a obtener ninguna respuesta favorable. —¡Te voy a matar cabrón... te voy a sacar los ojos y te reventaré el hígado! —gritó Marciano, que recuperaba la vista pero sentía la saliva pegajosa secarse en sus párpados y alrededores, sintiendo como una película que tiraba de su piel escoriada, escociéndole, produciéndole un picor insoportable. Robby se le acercó de nuevo mientras se escuchaba el sonido chirriante de las ruedas de la camilla de Venus alejarse. Se puso de nuevo sobre él y le aulló: —¡Escoria! —y le propinó otro escupitajo pestilente aún más abundante que resbaló hasta las mejillas y boca de Marciano—. ¡Me la voy a tirar! ¿Te jode, eh? —y sin más desapareció tras el sonido de la puerta y sin contestar al oponente de su cuadrilla. Marciano no dijo nada más. Bastante tenía con soportar la asquerosa saliva de Robby y el dolor que sentía en todo su cuerpo, sobre todo la nariz; pero le jodía lo que el ex 67
colega le iba a hacer a Venus, aunque no sabía bien por qué. De hecho, es lo que él mismo hubiera acabado haciendo de haber tenido éxito en su misión… Así que pensó, jodido, enfadado, rabioso... que otro como él estaba haciendo su trabajo. “Puto imbécil”, pensó de sí mismo, “ahora otro disfruta de ese chochito de plástico y encima voy a comerme un marrón descomunal por haber sido pillado al lado de esta tipa. ¡Puto genio, Marciano... sí, señor! ¡Estoy que me salgo, jooder! ¡Me cago en Diooos!” Empezó a retorcerse en la cama para soltarse de las ataduras pero era del todo imposible. Alguien entró de nuevo con sigilo en la sala e inyectó algún sedante en el gotero de Marciano, y en menos de un minuto se durmió profundamente. Mientras… —Bien, zorra —le dijo a Venus acariciándole la melena suelta y desmarañada que colgaba desde su cabeza hacia el borde de la camilla, englobando la blanca tez de la mujer en una especie de fondo negro que resaltaba su belleza y proporciones faciales perfectas—, eres la androide más buenorra con la que me he topado. No sois más que putas esclavas pero tú te has rebelado y has organizado una auténtica batalla, ¿no? ¡A mí me importa un carajo! Ni estoy a favor ni en contra. Si tú querías joder a los extrasolares ya lo has conseguido, porque te llevo a Venus, zorra. Me manda Gookh. La cara de Venus cambió por completo, pasó de la indiferencia a la expresión de alivio más emotiva de su vida. —¿Te envía Gookh? —alzando su cabeza miró por primera vez al tipo con algo de atención—. ¿Y por qué haría algo así? ¿Es que no tiene hombres decentes? ¿O es que sigue siendo el mismo perdedor de siempre? —Sinceramente, me aburrís muchísimo todos. Gookh, tú, Marciano...—y Robby se quitó la parka militar, después la camiseta blanca de algodón; desabrochó un cinto repleto de armas blancas que andaba oculto debajo de aquella chaqueta militar. Después, y sin nada debajo de los pantalones que se bajó hasta las rodillas, mostró su miembro eréctil y lo acercó a la cara de Venus que parecía no entender nada. —¿Pero, no te manda Gookh? ¿Qué estás haciendo? Vas a entregarme a él, esto lo haces por dinero… No entiendo… ¡Te buscaré y te mataré por esto! —¿No lo ves, no? —dijo él, mientras con cara de alegría se desenroscaba el pene y se lo acercaba a los ojos a Venus—. Eso significa que parece natural, entonces, ¿no quieres comérmelo? Te aseguro que sabe a gloria, lo he probado yo mismo… Claro que podría violarte pero después debería matarte y… Dime, Venus —le dijo Rob 68
acercándose a su rostro aún con su pene en la mano derecha—. ¿Me deshago de él? Rob puso gesto de absurda complicidad, como si de repente él y aquella androide atada a una cama tuvieran algo en común, algo que les hacía cómplices, y para él estaba claro que era Marciano. —Hace años que quiero matarlo, por mí no hay problema; sé que lo pensabas hacer y que todo se te torció. Conozco a ese tipo, créeme —y agitando el pene como si fuera una varita mágica siguió enrollándose con Venus—. Es el mayor “hijodeputa” que hay sobre esta galaxia, es capaz de vender a su madre o ¡peor aún!, a su hija por dinero. Nos jodió pero bien en Marte… —Rob, no sé a qué viene todo esto. Haz lo que te plazca con él pero ¡suéltame!, y deja de agitar tu polla sobre mi cara. —No. Quiero decir, no voy a soltarte. Te dejaré aquí hasta que lleguemos. Eres peligrosa, y mucho. Pero eres una androide así que pensé que, como todas ellas, si te lo pido pues… —No soy de ese tipo de androides… Lo siento —Venus torció el hocico mientras le reprochaba—, ¡además, te huele muy mal joder! Rob se preguntaba por qué alguien se tomaba tantas molestias en él, en Marciano. Matarla a ella también sería sencillo, sería incluso muy fácil en su actual condición y asunto resuelto, pues según lo que tenía entendido ella era la única Resistencia organizada de la Tierra contra los extrasolares, medianamente seria. ¿Por qué todos la querían? Tal y como estaban las cosas en el Sistema Solar, era mejor mantener el equilibrio de poderes. Él no era más que un mercenario a sueldo, y cumpliría el encargo estrictamente… pero eso no significaba que no tuviera su propio punto de vista sobre la política entre las distintas especies. —Está bien, zorra… —se conformó Rob, agitando el pene en el aire de manera circular sobre su cara, sujeto aún desde la rosca de su base. Mientras lo hacía bambolearse de aquella manera, como envolviendo el contorno de su cara, lo iba dejando caer lentamente, sin dejar de hablar, haciendo su voz más grave, como seductora—. Entonces me las arreglaré solito, como siempre. ¡Je! Si supieras… En realidad nadie me la chupa tan bien como lo hago yo mismo desde que me implanté este pedazo de pollón de quita y pon. ¡Me pongo morado, zorra! Pensándolo mejor, es que ni me molestaría en desperdiciarlo en alguien como tú… Rob le sonrió con lascivia. Su sucia boca de dientes amarillos y el aliento frío y apestoso sugerían que cuanto estaba diciendo era verdad. Se debía pasar la vida enjuagándose la boca con el esperma acumulado en el depósito retráctil del pene 69
robótico… y, al parecer, no era muy asiduo a los cepillos de dientes. El caso era que, a pesar de lo que decía, seguía haciendo descender la gruesa, sucia y supurante punta de aquel instrumento hacia su cara, hasta que lo dejó tocar su bonita nariz. El material sintético que imitaba la carne humana se apretó contra ella y goteó un espeso y cálido suero: líquido preseminal. Venus se sacudió entera de indignación. Incluso estuvo a punto de morder el miembro sintético, de pura rabia, pero Rob ya lo había alejado, prudentemente. La gota de suero levemente blanquecino empezó a resbalar por la nariz de Venus en dirección a su mejilla derecha. Él le sonrió. —Da igual lo que hagas… estas correas están preparadas para soportar tu sobrehumana fuerza, pedazo de mala puta “modelo cyborg”. —¡En algún momento vas a tener que soltarme, cabrón! —le rugió Venus, levantando la cabeza para mirarle y sonriendo a su vez—. Y entonces te vas a cagar. Rob estalló en carcajadas. —¡Oh, nada de eso, belleza! —contestó con socarronería, mientras se marcaba unos absurdos remedos de pasos de claqué, agitando el gran pene robótico como si de un bastón de bailarín se tratara—. Para cuando te suelten, yo ya estaré a años luz de distancia... ¡pasándomelo de rechupete con la pasta que me van a soltar! Venus se sacudió de nuevo, mientras el payaso de Rob bailaba a los pies de la camilla que la ataba, con los pantalones en los tobillos, siguiendo un ritmo que solo parecía oír él. Pero ambos se detuvieron. Un estruendo y gritos estallaron en la sala contigua, de donde habían movido a Venus poco antes. Es decir, donde aún se encontraba Marciano.
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UN MAL TRAGO Alguien entró de nuevo con sigilo en la sala e inyectó algún sedante en el gotero de Marciano, y en menos de un minuto se durmió profundamente. Pero Marciano, que se lo había visto venir, activó (pensando en la cadena de palabras clave, es decir: puente, cerveza, mariquita, cuchara, lobo y crumpfo) la inyección de estimulantes sintéticos de emergencia: un recurso que su cuerpo de cyborg reservaba para contrarrestar estados alterados de la conciencia o para mantenerle con energía unos minutos si se desangraba por heridas graves. O, como en aquel caso, para contrarrestrar el efecto de una potente sedación. Marciano se incorporó de súbito al segundo siguiente de quedarse dormido, arrancando de cuajo el duro correaje que le había envuelto el pecho y los que le sujetaban por las muñecas. El hombrecillo que le había suministrado la anestesia, un tipo alto pero muy delgado, bastante pálido, y vestido con bata azul de operativo médico, se volvió a mirarle desde su pequeño taburete, frente al estrecho mostrador sobre el que parecía estar preparando suturas químicas de guerra. Llevaba una mascarilla de tela sobre boca y nariz, pero sus estrechos ojos se volvieron circulares y saltones al dirigirse hacia un Marciano que tenía toda la cabeza roja, la cara y parte de la calva cruzada por gruesas venas palpitantes, cuya boca supuraba saliva de un modo parecido al de un rabioso… y cuyos ojos, hinchados y enrojecidos en toda la córnea, soltaban gruesas lágrimas mientras se hincaban contra los suyos. El que poco antes él mismo había llamado “paciente indisciplinado” se acababa de volver “muy indisciplinado”. Con un movimiento de flexión muy rápido y lleno de rabia, aquel cyborg estiró ambos brazos hacia sus tobillos y destrozó los correajes en torno a ellos con una leve torsión, como sin esfuerzo. El paramédico mercenario, sin saber qué otra cosa hacer, paralizado de pánico, se puso en pie con las rodillas temblando, alzando las enguantadas manos. —Yo… yo… hago lo que me dicen… no soy capaz de hacerle daño a una mosca. Además… yo solo le he dormido, señor… no le íbamos a hacer ningún daño, ¿sabe? ¡Je, je! Si estamos en el mismo bando, todos, en realidad, ¿sabe? Es un placer conocerle, mi nombre es Tausen Macmilli… Marciano ya había avanzado a zancadas hasta él y lanzó su diestra mano cyborg recompuesta respondiendo al saludo que le ofrecía el paramédico. Pero ignoró la que le tendía el hombrecillo... La pasó de largo a gran velocidad, de hecho… y atravesó por completo la mitad de su cara, hundiéndose con fuerza y velocidad en el cráneo, atravesándolo por completo hasta romper la unión de las partes parietal y 71
occipital y sobresalir, así, al otro lado arrastrando sesos, fosas nasales machacadas, parte de la faringe y laringe, los ojos y un puñado de sus sesos, además de piel, músculos y carne de su cara. Todo eso salió disparado como de un cañón de picadillo, y el brazo tenso y fuerte de Marciano se quedó con el paramédico enganchado hasta el codo, dentro de su cabeza, en su lugar. Cogió el cuerpo por el cuello con la mano izquierda y tiró para quitarse de encima el cadáver. Acto seguido, imbuido de una rabia y potencia insoportables, soltó un espantoso alarido mientras lanzaba los restos del paramédico con todas sus fuerzas contra las vitrinas de suministros del otro lado de la sala. —¿Pero qué…? —exclamó un mercenario con mono pardusco, que entraba por una puerta enfrentada a aquella por la que se tenían que haber llevado a Venus. Marciano cogió una de las placas de vidrio sobre las que el paramédico estaba preparando las suturas químicas y la rompió contra el borde del mostrador para después lanzarla con impresionante puntería contra su cuello. El cristal roto atravesó el cuello del mercenario y se rompió contra el marco de la puerta tras él. En ese momento un compañero suyo entraba a su vez, a tiempo de salpicarle toda la sangre que el primero chorreaba como una fuente hacia atrás y hacia delante, desde ambos orificios de su cuello segado. —¡Ay! ¡Puaj! ¡Ay, madreee…! ¿Pero qué carajo? ¡Ayyyy, qué ascoooo....! —gritaba con voz algo amanerada el supuesto soldado a sueldo. Marciano Reyes corrió hacia el hombre que pegaba ridículos saltitos y sacudía las manos a la altura de los hombros, cegados sus ojos por la sangre, que además le corría por el interior de la boca al no dejar de gritar. Le soltó un puñetazo con la mano robótica que le aplastó el cráneo contra el mismo lado del marco donde se había partido la placa de suturas. La fuerte presión, por dentro, hizo que las mandíbulas se cerraran de golpe y partieran en dos la lengua, cuyo extremo salió disparado hacia algún lado por el suelo. A Marciano, por algún motivo, que el trocito de lengua se perdiera le parecía de lo más incómodo, y se puso a buscarlo por el suelo, arrastrándose a cuatro patas. En la sala contigua, ante la mirada cómplice en sorpresa de Venus, Robby se subía y abrochaba los pantalones, sin soltar su pene biónico, sin embargo. —¿Qué cojones está pasando ahí? —preguntó Robby al aire. Tiró con el puño tenso de su zurda del comunicador enganchado al cinto de sus pantalones y se lo llevó a los labios—. ¿Qué cojones está pasando ahí? —repitió—. ¿Macmilliardi? ¿Doctor Macmilliardi? ¡Responda! ¡Que alguien responda! —¿Señor? —respondió otra voz distinta de la del médico de la sala contigua. 72
—Ni señor ni mierdas, ¿qué pasa en la sala médica? Se oye un jaleo de tres pares de cojones… —Merry y Pippin acaban de ir a mirar, señor… —¿Merry y Pippin? ¿Ese par de maricones? Me cago en sus putas caras, ¡¿sabes?! —Ehm… sí, señor. —Manda a un par de hombres más, y dile al piloto que se dé prisita en llegar a Venus… —Ehm… Yo soy el piloto señor… —¡Pues date prisita en llegar a Venus…! ¡Pufff con estos taraos, macho! —y mirando a Venus, señalándola con el pene en su mano, empezó a caminar hacia la puerta de la sala médica, sin perder el tiempo en cubrirse el musculoso torso desnudo—. Tú quietecita ahí… Venus le siguió con la mirada, sin nada más que poder hacer, después de todo. Le vio empujar la doble puerta batiente para camillas con un ímpetu algo orgulloso. No podía ver más desde donde estaba: era una androide, pero el juego de su cuello imitaba el de un humano a la perfección. Rob, sin embargo, sí que vio. Vio la sangre empapando la pared, el techo y las dos puertas batientes al otro lado de la amplia sala. En el suelo, los cuerpos de los mercenarios Merry y Pippin, y a su izquierda el cadáver retorcido y espatarrado del que no podía ser otro que Tausen Macmilliardi. No sabía lo que le había pasado a su cabeza, hundida entre tablas y cristales de los armarios de suministros, pero estaba claro que podía ver a través de ella. También oyó: un jadeo, no, en realidad una especie de gruñido. Se volvió de nuevo al frente. Por detrás de las ruedas de la camilla vacía donde debiera estar tumbado y maniatado Marciano, apareció el mismo Marciano, arrastrándose a cuatro patas, husmeando el suelo como un perro y echando espuma por la boca. —¡¿Qué cojones haces suelto, Marciano?! —le gritó Rob, señalándole con el pene— ¿Has hecho tú esto, eh? ¿¿Has hecho tú esto?? ¡¡Chico malo, Marciano!! ¡¡CHICO MALO!! Marciano, sin decir nada, clavó sus ojos, enrojecidos, hinchados, en su viejo compañero Robby, y abrió la boca dejando caer un denso espumarajo blanco. Soltó un ensordecedor grito mientras daba un gran salto con las cuatro extremidades hacia delante, aterrizando de pie varios metros en su dirección y corriendo a toda
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velocidad, ya erguido, contra Rob, quien corría a su vez a su encuentro. —¡Te voy a matar, hijo de puta! —gritaba Rob, con todo su desnudo torso tenso de furia, tanto odiaba a aquel que creía el tipo más inepto e inútil que podía ser capaz de regurgitar el universo a lo largo de su infinito proceso caótico de creación de todo lo inerte y vivo. Vamos, que lo creía más tonto que una piedra—. ¡Cuando acabe contigo no van a quedar ni tus moléculas de ADN para…! Su bravucón discurso quedó interrumpido cuando, inesperadamente, Marciano se agachó en el momento del encontronazo para abrazarle las pantorrillas, justo por debajo de las rodillas, y alzarle con tremenda velocidad y fuerza hacia el techo. Robby se vio desequilibrado hacia delante y gracias a eso no se golpeó la cabeza contra el techo, pero sí el dorsal. El empuje del rabioso Marciano era tal que el golpe le sacó casi todo el aire de los pulmones, y una horrible sensación de asfixia le atenazó al momento de caer al suelo de costado. Marciano se volvió a mirarle, y Rob, por toda defensa, alzó ante sí el largo pene robótico, mientras se empujaba con los pies, buscando distancia con él. Los ojos de Marciano se abrieron de par en par al clavarse en el gran órgano artificial, y en su mente estalló como una supernova la incepción de la idea de que se trataba de una burla al estado desfigurado de sus propios genitales. Se le acercó en dos rápidos pasos, se cernió sobre él, dejando caer densos espumarajos de babas sobre las perneras de sus pantalones y, mirándole a los ojos, lanzó su robótica mano derecha contra la de Robby, arrancándole sin esfuerzo el pene biónico de entre sus (en contraste) debiluchos dedos humanos.
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Robby siguió con los ojos el amplio arco que describió su órgano artificial en la mano de Marciano: se alzó por encima y por detrás del hombro derecho de éste y descendió con velocidad, potencia y precisión hacia la oquedad de su boca abierta, con el glande por delante, partiéndole los incisivos al hundirse irresistiblemente, 75
ajustándose, es más, forzando con su gran diámetro y larga extensión tanto las posibilidades de apertura de sus labios y garganta como la profundidad de su esófago. Sólo el grosor del depósito seminal tras el tope de rosca había impedido que se le hubiera hundido por completo, aplastándosele contra la nariz en un fuerte golpe que se la partió en el acto. Poco dispuesto a considerar aquello el final, Marciano le dio un fuerte pisotón en el pecho, obligándole a tumbarse, sin aire aún y sin posibilidad de recuperarlo al tener su propio pene empalado en la garganta. Robby clavó los ojos hinchados por la asfixia en los ojos hinchados por el delirio psicotrópico de Marciano, y vio en ellos la intención de llevar el siguiente pisotón hacia su cara, justo sobre su boca, justo contra el depósito seminal del pollón, presto a rubricar el final de toda relación con él, al parecer. Pero más allá de su cabeza, delante de Marciano, la puerta por la que habían entrado los mercenarios ya muertos se abrió dando paso a otros dos mercenarios muy vivos. Entraron a saco, abriendo fuego con sus contundentes armas automáticas de proyectiles, barriendo hacia Marciano, manteniendo las miras por encima de su cintura para no herir a su jefe derribado. Pero Marciano Reyes se tiró a un lado, derribando dos de las camillas y protegiéndose con ellas, haciendo alarde de unos reflejos con los que normalmente no podría ni soñar, obviamente. Robby sintió el alivio de verse salvado mientras en la profundidad de su pecho, justo encima de la boca del estómago, notaba la presión que producía su miembro artificial al palpitar con fuerza mientras rezumaba un denso chorro caliente de irresistible éxtasis. Le entraron arcadas de puro asco y el estómago se le revolvió. Los jugos gástricos fueron empujados en su heterogénea mezcla con la inesperada y densa nueva materia arrojada entre ellos, y todo salió despedido con fuerza contra el glande que hacía de tapón. La presión aumentó. Robby se las arregló para ser capaz de rodar hacia el lado contrario hacia donde disparaban contra Marciano y quedar a cuatro patas, apoyado sobre las palmas y las rodillas. Otra fuerte arcada consiguió superar el aislamiento estanco en el extremo del esófago del enorme pene cibernético y le recorrió todo el conducto de manera irregular hasta la faringe, donde la curvatura de su garganta y la hinchada carne artificial del miembro, que seguía palpitando de placer, le obligaron a expulsar por las fosas nasales la ácida mezcla de ácido estomacal y del semen que el órgano artificial acumulaba y conservaba para las eyaculaciones. Tosió y empujó con los músculos de su garganta, mientras trataba de asir la superficie metálica y lisa, muy resbaladiza, con los dedos sudorosos y temblorosos de una mano, muy resbaladizos, retorciendo y enjugando aquella mezcla de vómito, mocos, saliva y semen, muy resbaladiza, que se diluía entre las líneas suaves y precisas de la rosca, encajada tras sus dientes, debajo del paladar. Entretanto, Marciano se había puesto en pie enarbolando una de las camillas con su mano robótica por encima sí mismo, mientras con el brazo izquierdo, con una fuerza 76
sobrehumana, mantenía al vuelo la otra, protegiéndose de los disparos; por suerte, las bases de las camillas se diseñaban con materiales de lo más resistentes, para casos de evacuaciones corrosivas por parte de pacientes envenenados de extrema radiación, así que ni un tiro le alcanzó hasta que pudo lanzar aquella primera camilla contra los tiradores. La camilla ni siquiera recorrió el aire en una parábola: el cuerpo de Marciano se encontraba tan repleto de estimulantes que el mueble médico voló como un disparo de turboláser hasta los mercenarios, que se estrellaron contra la pared emparedados entre ésta y la camilla. “¡Uaaak!”, sonó la voz de uno de ellos, con el esternón reventado del golpe. La camilla cayó sobre sus piernas al tiempo que ellos quedaban sentados. Su compañero había quedado inconsciente o muerto, ni había manera de saberlo, pero el borde de metal de la camilla le había entrado por la boca hundiéndole y rompiéndole toda la mandíbula inferior. El del esternón reventado lo miraba, acojonado como nunca, pero incapaz de exclamar nada ante la imposibilidad de inspirar aire sin ver las estrellas. Antes de poder pensar siquiera en tomar otra vía de acción (si se le puede llamar acción a cualquiera de las cosas que pudiera hacer en ese estado), el rabioso de Marciano Reyes apareció plantado ante ellos y, con una rapidez y facilidad improbables, agarró con su mano robótica al de la mandíbula descoyuntada por la cabeza y tiró impulsivamente hacia arriba, descabezándolo con toda la espina dorsal colgando, como la cabeza de un pescado podrido. El mercenario no pudo hacer más que abrir mucho los ojos con desamparo antes de que Marciano empuñara aquella cabeza desde el extremo de la columna vertebral y la hiciera girar en el aire como un antiguo martillo de cadena medieval antes de dejarla caer sobre la suya propia. Las cabezas de ambos mercenarios estallaron en la colisión como si se trataran de gigantescos planetas que enfrentaran sus tremendas gravedades a través de un portal espaciotemporal. Al tiempo, Robby pudo expulsar su propio pene cibernético cuando la excitación de aquel se consumó y empezó a aflojarse y reducirse de tamaño, tal y como haría uno de carne y hueso. Con increíble alivio, el órgano artificial se precipitó desde el fondo de su esófago, regurgitado y propulsado por una densa marea de vómito. Y mientras Marciano se había ocupado en hacer explotar aquellas cabezas tan salvajemente, él se había agarrado con una mano temblorosa y débil al comunicador de su cinturón. —¡Gayuda! ¡Venijd todosgggshh…! —Había intentado gritar por el comunicador, pero su voz era un hilo ahogado, sin aire, confuso entre los espumarajos de saliva que se le formaban dentro de la boca,junto a las muelas, en un esfuerzo débil de su cuerpo por limpiarse el ácido de los jugos gástricos—. ¡Mataaagddlooooghhh…! Por la puerta por la que habían entrado poco antes los mercenarios ahora 77
descabezados, y como temiendo las posibles consecuencias de la ira e indisposición que su jefe desprendía por las comunicaciones, entraron atropelladamente y chocando sus hombros entre ellos y contra los marcos de la puerta automática, al punto de que los dos primeros se quedaron atorados mientras otros tres, detrás, trataban de empujarles, tan apresurados o más que los primeros. —¡Pasad! ¡¡¿Qué hacéis, tarugos?!! ¡¡El jefe tiene problemas!! —se enfadaba uno, soltándoles codazos en los riñones. —¡¡S’han quedao trancaos, los monos estos!! —se reía otro, empujando también, pero con menos gana. —¡Me he quedao pillao aquí, con el tonto esteeee…! —se quejó uno de los aplastados en la puerta, dolorido—. ¡Joder, dejad de medirme el lomo, coño! De pronto, ante aquel, apareció la cabeza alopécica y brillante de sudor, totalmente roja, recorrida de gruesas venas a punto de reventar, de Marciano Reyes. Tenía los dientes apretados a tal punto que parecía que las encías, blancas de la tensión que soportaban, le iban a reventar. De pronto lanzó su mano cyborg en un fuerte puñetazo que le atravesó el cráneo de parte a parte a aquel que acababa de quejarse de los codazos en los riñones, y que se hundió con un potente crujido en mitad de la cara del que se los estaba soltando, a su espalda. Marciano tiró hacia sí, buscando liberarse, y ambos cuerpos se sacudieron en volandas colgando como espantapájaros de su tensísimo brazo. Giró el hombro en un círculo completo y los dos cadáveres salieron volando hasta la mitad de la sala médica, rebotando entre un par de camillas. Mientras, los otros tres mercenarios se habían caído al suelo tropezando unos con otros por la inesperada falta de resistencia. Uno de ellos consiguió alzar su arma para apuntar a Marciano, pero éste se le acercó con una rápida zancada y le soltó tal patada en los morros que el cuello y la espalda se le echaron hacia atrás al punto de partírsele la espina dorsal con un crujido y acabar su cuerpo plegado, con la cabeza sobre sus nalgas cubiertas de cuero negro de su traje de mercenario. El disparo que tenía que haber sido para Marciano salió por la puerta y recorrió todo el fuselaje de la nave, rebotando un par de veces con los bordes de algunos instrumentos, para acabar atravesando el respaldo del asiento del piloto. El potente proyectil le abrió el pecho, arqueándole las costillas como sólo un Alien del nivel—426 podría hacerlo, y destrozó los instrumentos del panel de vuelo en su viaje hacia fuera del casco de la nave. El piloto, sin saber qué había pasado, empezó a perder la vista mientras la nave acababa de penetrar la atmósfera del terraformado Venus. Sin embargo, debido a la altitud, empezaron a sonar las alarmas. Toda la nave empezó a pitar y a parpadear en rojo, avisando de la falta de presión 78
del oxígeno en la cabina. Marciano Reyes, que no sabía qué pasaba, salió huyendo como un animal asustado por el pasillo que recorría, desde ahí y hasta la parte delantera, el fuselaje de la nave, con los oídos heridos por las agudas sirenas y la conciencia cada vez más perdida en el instinto primario y más visceral de la supervivencia animal. Si bien había empezado sabiendo lo que quería, es decir, escapar de Robby y salir de aquella nave, en ese momento no tenía ni idea. Sólo corría, corría y corría, escapando del ruido y de los tipos malos, y buscando algo de silencio y aire fresco. Y agua. Un poco de agua estaría bien. Sí, Marciano empezaba a pensar en lo seca que tenía la boca, y que además le sabía a sangre. Parecía que tenía una herida en la lengua. Quizá se la había mordido. Seguía corriendo, pero dando tumbos, como confuso. La rojez de su cara empezaba a desaparecer, mientras el mundo dejaba de verse desde el final de un túnel de bordes borrosos y rojos. —¿Dónde… estamos… Venus…? —preguntó en un susurro ronco. La lengua le dolía al moverla. Sí que se la había mordido—. ¿Venus…? ¿Dónde… estás? Llegó hasta la cabina. El panel de instrumentos, totalmente ensangrentado, chisporroteaba. El piloto, erguido en la silla por los cinturones de seguridad, permanecía con el mentón contra el pecho, muerto del todo. Pese al gran agujero en el lado derecho del costillar, Marciano le puso la mano en el hombro y le agitó con bastante desidia. —¡Muchacho…! —dijo, sin apartar la vista del horizonte, que no paraba de subir mientras la nave iba picándose más y más. Unos vastos terrenos de plantaciones hidropónicas al aire libre, que rodeaban una gran metrópolis de brillantes perfiles que reflejaban los bellos colores verdes y azules de la atmósfera, parecían ir a ser su lugar de aterrizaje forzoso—. ¡Coño, tío, que nos la vamos a pegar…! Tan aturdido como estaba, aún recuperándose del subidón de estimulantes, ni se planteó plantarse sobre el asiento del copiloto, a la derecha, y tratar de manejar los mandos alternativos. Un hilo de babas y sangre se le escurrió por un lado de la boca, y acertó a limpiárselo con el lado del faldón de su gabardina. Al acercarse la mano robótica a la cara, vio pegados a sus nudillos algunos dientes encajados entre trozos de carne y pelos que parecían de cejas. Le pareció asqueroso, pero no tenía fuerzas ni para vomitar. Por detrás de él, un jaleo de pasos pesados se aproximaba. Se volvió a mirar quién venía. Eran los dos mercenarios que, por casualidad o por fuerza de alguna desconocida Providencia, aún no había matado, y se detenían al acercársele para apuntarle con sus distintas armas. Marciano levantó los brazos, sin acordarse de
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ellos para nada… ni de sus compañeros, a los que había matado él mismo. —¡Hijo de la gran puta! —rugió uno de ellos, amartillando una especie de gigantesco cañón láser de mano, o de dos manos, mejor dicho: el trasto descansaba sobre sus antebrazos y le tapaba todo el pecho—. Di adiós a tu puto culo de pirao, cabrón. —Esto… que nos caemos, muchachos… —anunció Marciano, ignorando la hostilidad evidente de aquellos hombres. Se apartó a un lado para que ellos mismo pudieran verlo. En ese momento, los campos de cultivos se vieron más allá de la cabina con diáfana precisión. Un mar de altos vegetales con alguna clase de cereal transgénico crecían desde estrechas acequias de un lustroso metal galvanizado. Y se acercaban a velocidad de vértigo. —¡No! —exclamó en un lastimoso susurro el mercenario del enorme cañón láser. Desde fuera, decenas de empleados de los cultivos, más de la mitad de ellos androides (algunos de aspecto humano, otros más bien robots con funciones muy específicas), echaron a correr en todas direcciones buscando alejarse de la inminente colisión de aquella larga y estrecha nave mercenaria, bastante parecida a la mayoría de los camiones espaciales de carga. El morro de la nave, afilado en su extremo como el filo de una espátula, rebotó contra el suelo cerámico blanco sobre el que se extendían hacia todos lados las brillantes acequias hidropónicas, llevándose por delante gran parte de una sección de varias de ellas y lanzando por los aires troncos y ramas de cereal tostados por el mar de chispas incandescentes fruto de la colisión. El impacto, que había hecho subir de nuevo el morro como si el extremo de una palanca torpe se tratara, resultó en el brutal aterrizaje de la parte trasera. Los impulsores traseros, aún encendidos a media potencia, fueron arrancados de cuajo, estallando, en la forma de dos lenguas azuladas, todo el combustible que de pronto afloraba descontrolado. Las llamas se extendieron hacia atrás más de un kilómetro por detrás de la larga carrera de deslizamiento que la nave estaba siguiendo, provocando cientos de muertos y desperfectos entre empleados orgánicos y de naturaleza sintética. La tormenta de fuego azul ya era descontrolada, mientras la nave seguía y seguía deslizándose sobre la cerámica sin control. El bajo índice de fricción entre la nave y el suelo (dado su peso y la alta velocidad a la que se había estrellado) enseguida puso en máxima alerta a los servicios de seguridad de la instalación hidropónica, que a su vez se comunicaron diligentemente con los de la ciudad de Aknousenstein, hacia la que se dirigía la nave deslizante y contra la que se acabaría estrellando si nadie ponía remedio. Naves patrulleras de superficie, con sus bandas verdes metalizadas en los laterales brillando como haces de luz robados al horizonte, despegaron desde varias 80
estaciones de la periferia de la ciudad. La descripción y hora de llegada de la nave coincidía con la de un cargamento muy esperado por el alcalde de aquella urbe de Venus, así que hacerla saltar por los aires quedaba por completo descartado. En lugar de eso, las patrulleras bombardearon de manera controlada una amplia y larga superficie de los cultivos hidropónicos, avisando antes por la megafonía que todos los empleados debían despejar la zona. La nave de Robby, que él mismo había bautizado como Estrellita, se deslizó desde un extremo de la gran zanja carbonizada a base de super petardos láser para estamparse contra la tierra compacta y oscura del otro lado, y más abajo. El escudo cinético absorbió el impacto suficiente como para que la cabina no reventara, pero al repartirse por todo el fuselaje la fuerza del choque, acabó hecha algo parecido a un acordeón de aluminio barato cuando tocó fondo, tomando una ligera forma de herradura. El combustible aún ardía como un volcán en erupción, saliendo de la zanja por centenares de metros hacia arriba y repartiéndose a decenas alrededor como un infierno de llama azul, pero los servicios de bomberos aéreos llegaron poco después y soltaron cañonazos de espuma ignífuga a discreción sobre la nave, impregnando el fondo de la zanja de blanco, como minutos antes había pasado también con el fondo del estómago de Rob. Marciano, muy aturdido, se encontró con la boca llena del relleno del respaldo del asiento del copiloto de la nave, el cual había atravesado con la cabeza al tomar tierra la nave. Ante su borrosa vista, las piernas, brazos y tripas de los dos mercenarios que segundos antes le habían amenazado por lo que no podía ser, a su parecer, otra cosa que un desafortunado malentendido, se repartían sobre los controles y entre ellos. Es decir, buena parte, apenas irreconocible, de aquella pareja, estaba incrustada en las bandejas de instrumentos y mandos de la cabina, incluso entre el duro vidrio del parabrisas. —Grafkjef jojonef —intentó hablar, saboreando la amarga y seca espuma y el metal seco y ácido de algún muelle. Se agarró con fuerza al respaldo y tiró hasta lograr sacar la cabeza, no sin tener la impresión de que se le iban a caer las orejas en el intento. Acabó por conseguirlo con un “¡flop!” de lo más cómico, pero un potente impacto contra el oscuro y caliente centro de su ano, a través de sus calzoncillos y pantalones, le devolvió al mismo agujero y su estado de encajonamiento. —¡Marciano, cabrón de mierda! —era la voz de Robby. Recordaba haber hablado con él antes, pero no en qué circunstancias ni sobre qué tema—. ¿Te has divertido? Te voy a meter puntapiés hasta que la bota te entre por el culo tan hondo que la boca te sepa a suelas. 81
Y le soltó otro punterazo entre las nalgas a Marciano. Tenía muy pocas partes humanas que no estuvieran curtidas en mil batallas y otras desventuras, pero aquella era precisamente una de ellas. Rugió de rabia mientras un creciente dolor y calor se le extendía hacia las entrañas. Confuso y furioso, usó la fuerza de su mano robótica reparada para arrancar el respaldo de su anclaje al asiento, y se pudo volver al tiempo que Rob preparaba otro patadón. Lo esquivó y, aún mareado, se tiró sobre Robby usando el respaldo encajado alrededor de su cuello como ariete. Rob, desequilibrado por la patada fallida, se vio derribado y atrapado con la cara de Marciano muy cerca de la suya. Su aliento y sudor apestaba, y le agobiaba el calor que el respaldo de goma y espuma textil atrapaba entre ambos. Intentaba propinarle puñetazos, pero el respaldo protegía a su estúpido rival con su grosor y textura mullida. Marciano no tenía fuerzas para pelear. Se afanaba por abrazarse al desnudo, musculoso, sucio y sudoroso torso de Robby buscando inmovilizarle lo máximo posible y evitar que siguiera golpeándole. No supo durante cuánto tiempo estuvieron así, retorciéndose ambos por el suelo con aquel respaldo encajado en medio de su cara e interponiéndose entre ambos, cuando de pronto unas voces sobre ellos les instaron a cesar toda lucha. Ambos las ignoraron sólo para poder verse izados de repente por varios pares de brazos fornidos y enfundados en uniformes rosas: las fuerzas de seguridad de la ciudad de Aknousenstein. Marciano se vio liberado del molesto y sofocante respaldo con un fuerte y muy poco atento tirón, y vio entre una nube de vapor borroso a quien se lo acababa de quitar. —Venusssshhh… —acertó a nombrarla, antes de desvanecerse como una damisela abrumada por la situación.
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PARA AKNOUSENSTEIN LO QUE ES DE AKNOUSENSTEIN Venus estaba de pie, mirando a Marciano roncar a pierna suelta sobre aquella mullida cama de hotel venusiano de lujo. Había llamado antes de entrar, hasta dos veces, pero ni caso. El tío estaba limpio y desnudo, aunque con las finas sábanas de seda de gusano gigante venusiano cubriéndole hasta el cuello. Su virilidad, por efecto quizá de algún sueño erótico, o por alguna consecuencia meramente fisiológica, se alzaba formando un cono en la sábanas. Aquel miembro natural, pudo apreciar Venus, era en aquel estado tan grande como el artificial de Robby. —Marciano… ¡Marciano! —sus gritos apenas conseguían un leve ronroneo del aludido—. ¡Joder, qué tío! Se acercó por un lado de la ancha cama y levantó una pierna para darle una suave patada en la sien, más bien un empujoncito. —¡Uyva! —exclamó Marciano, levantando la cabeza y mirando a su alrededor—. ¡¿Me morí?! —¡Qué te vas a morir tú! No hay quien te mate, cucaracha humana. —¡Venus! ¡Estás viva! —dijo él como maravillado. —¡¿Qué?! Lo dices como si te importara, ¿desde cuándo…? Bueno, da igual… No gracias a ti, desde luego. No sé qué hiciste pero has hecho estrellarse la nave de ese amigo tuyo tan querido… —No sé de quién estamos hablando… —dijo Marciano, mirándose la enorme erección a través de las sábanas. —No lo sabes, ¿ein? Manda cojones, contigo… Según ha dicho el propio Rob, al que han tenido que desterrar del planeta para poder mantenerte con vida, le violaste la garganta con su propia polla mientras te las arreglaste para matar a todos sus hombres y dejar que se estrellase su puta nave, la Estrellita… —Sé que soy la hostia, pero… ¿cómo iba a hacer yo todo eso? —Ni lo sé ni me importa, pero sí que fuiste tú porque incluso me han enseñado vídeos de parte de tus matanzas. —¿Crees que me grabarían un dvd con esas imágenes? Me gustaría tenerlo para verlo a veces… 83
—Un… ¿Un dvd? ¿Pero en qué año te crees que estás, Marciano? ¿En 1995? —¿Te importa darte la vuelta para que me vista? —cambió de tercio Marciano. —¿Qué? Pero si ayer mismo me hiciste bajarte los pantalones para verte tu ridículo cojón… ¡¿Y ahora te entran remilgos?! —Oye, un hombre tiene derecho a su intimidad cuando la requiere… —Mira… te espero fuera de la habitación. Vístete con esa ropa que te han traído, y rapidito. Tenemos audiencia con el alcalde Aknousenstein. —¡Salud! —dijo Marciano, pensando que Venus, pese a ser un androide, acababa de simular un estornudo. —¡Que te jodan! ¡Date prisa! Y ella salió a toda leche de la habitación. Marciano se puso en pie arrastrando consigo las sábanas, enrolladas al extremo de su miembro. Lo desenvolvió con excesivo cuidado y comprobó que se encontraba totalmente limpio, incluso olía bien. No le gustaba. Se empezó a vestir con aquella ropa que le parecía demasiado ajustada, pero enseguida comprobó que se dejaba poner prácticamente sin resistencia, y que se amoldaba a la forma de su cuerpo según se lo enfundaba. Consistía en un traje de dos piezas estilo pijama: pantalones largos y jersey o camisa, no sabía cómo llamar a eso, de una sola pieza y manga larga. El traje era azul con ribetes en forma de relámpagos verdes en algunas zonas. Era cómodo, y fresco, y dejaba moverse con total libertad. Marciano comprobó que estaba en mejor forma de lo que él mismo se creía: todo su cuerpo era un rotundo manojo de músculos abultados por todos lados con aquellas dos piezas. Nunca se miraba en espejos y estaba demasiado habituado a la ropa vieja y holgada que siempre le gustaba comprarse (compraba siempre tallas más grandes para evitar perder el tiempo probándose prendas). Terminó por calzarse las zapatillas sin cordones que había a los pies de la cama, y, tras echar un vistazo rápido por el apartamento y constatar que no había nada para comer, decidió salir para reunirse con Venus. —Hola —la saludó, como si no se hubieran visto hacía unos minutos—. Oye, tengo hambre, ¿no se desayuna, aquí? —Quizá no estés acostumbrado a estimar la hora por el sol en este planeta, pero son las seis y treinta y dos de la tarde, campeón. Además da igual, porque tú siempre tienes hambre, por lo que se ve. —¿A dónde vamos? ¿No podemos comer antes? 84
—Nos tenemos que reunir con el alcalde. Seguro que allí hay bufé libre o alguna mierda parecida para humanos… Venus le llevó hasta el ascensor, ubicado en la fachada que daba al oeste de aquel ático del hotel. El espectáculo que podían ver desde la cabina de vidrio era increíble. Una avanzada y gigantesca metrópolis se extendía hacia todas partes, plateada, limpia, ordenada, y espaciosa pese a toda la actividad y muchedumbre de todas las especies (aunque predominantemente humana) que iba de aquí para allá tanto a pie como en toda clase de vehículos, terrestres y voladores. Toda ella resplandecía en las partes más cristalinas o pulidas con las bellas e inimaginables mezclas de los colores azul y verde del cielo. Desde lo alto, el sol brillaba en algún lugar arrojando una luz más amarilla de lo que se podía ver en la Tierra. —Si todo sale bien, quizá la Tierra vuelva a recuperar su esplendor, y se parezca a esto…. —comentó Venus con cierta melancolía. Marciano la vio apoyarse sobre la barandilla ante el ventanal del ascensor. Ella vestía un traje igual que el suyo, y sus perfectas y artificiales formas de mujer se hacían patentes como nunca había visto antes en otro ser, orgánico o sintético. Mientras ella miraba la esbeltez de los edificios venusianos, él calibraba la circunferencia de aquellas nalgas prietas y trataba de escrutar el lugar entre sus piernas donde terminaría la oscura línea que las separaba dentro de aquellos pantalones ceñidos. —¿Qué nos ha pasado? —se animó a cambiar de tema, para evitar sufrir otra dolorosa erección allí mismo. —Te cargaste tú solito, de alguna forma, a toda la tripulación de la Estrellita. No sé qué te pasaba, y la verdad, ni quiero. Pero por los ruidos que hacías y el jaleo, parecía que un gorila rabioso correteaba por toda la nave. —Ah, ya… —convino Marciano, sin explicar nada, pero asumiendo que había utilizado su inyección de estimulantes de emergencia, por alguna razón. Seguramente por una situación de extremo peligro para su vida—. ¿Y qué pasó luego? Nos estrellamos, ¿no? —Vaya que sí —Venus le apartó de la cara la forma bulbosa y firme de su culo enguantado y se apoyó sobre la barandilla con ambos codos, mirándole, con los generosos pechos firmes atrayéndole la mirada como un agujero negro a la luz—. Porque te cargaste al piloto pero no tuviste la decencia de ponerte a los mandos, que sé de sobra que habrías sabido pilotarla. Robby quería matarte, pero por mandato del alcalde se le pagó el dinero de recompensa por dar conmigo y se le desterró. Desafortunadamente, aquí no creen en la pena de muerte, y eso que deberían, con el estropicio que les montaste en los campos de cultivos hidropónicos: centenares de hectáreas en llamas, casi mil muertos entre humanos, alienígenas y robots… 85
—¡Que les jodan a todos! Y sin tan gorda la he montado, ¿cómo es que ando aquí, como tú, tan limpito y tan libre, como si nada? —Ni lo sé, ni me importa, como todo lo relacionado contigo… —concluyó Venus. En ese mismo momento, el ascensor llegó a la planta baja, y tan pronto como las grises puertas automáticas se abrieron, una pequeña comitiva de agentes de seguridad de la ciudad de Aknousenstein les aguardaba en posición de firmes, con los brazos entrelazados a la espalda y sus juegos de porra táser y pistola fáser, plateados y brillantes ambos, colgando de sus cintos sobre la cadera derecha o la izquierda, según la mano dominante de cada cual. —Acompáñennos, señoritos —dijo con una cantarina y agradable voz el que parecía ser el jefe de la escuadra, un tipo de cuadrada mandíbula afeitada y lustrada como la de un muñeco para niñas. Su aspecto era un tanto pueril, pero los ojos, profundos y oscuros bajo la negra visera de su gorra rosa, y su portentoso físico, le hicieron pensar a Marciano que no era un tipo dado a jueguecitos. A no ser que dichos juegos fueran de castañas. —Claro, adelante —aceptó Venus, como si ella esperara todo eso. Marciano la seguía de cerca, aprovechando para dejar caer los ojos en breves instantes hacia el portentoso espectáculo de sus perfectos y artificiales cuartos traseros trabajando para hacerla andar. Se fijó también en que todos los soldaditos vestidos de rosa eran armarios con patas, tipos que, o se pasaban la vida comiendo y entrenando o que se inyectaban esteroides cada siete minutos. Sus caras pulcras, bellas, inmaculadas, independientemente de la raza, color del pelo y de ojos, era como algo artificial, casi como si se maquillaran con un estilo natural para verse deslumbrantes. A Marciano le daban auténtico asco. —Mi nombre es Tokken Melous —dijo el de la voz cantarina, mientras abría la puerta de una limusina aerodeslizadora para que ellos dos pudieran entrar—. Soy el jefe de las brigadas de seguridad de Aknousenstein. Respondo directamente ante el señor Aknousenstein. Seré su escolta y responsable de su bienestar hasta llevarles ante el señor Aknousenstein. —¿Por qué repite tanto el pizpireto éste eso de Aknuchestain? —preguntó Marciano, parándose ante el tipo y midiéndose con él en altura y musculatura—. Es una falta de respeto irle estornudando a la cara a la gente. Venus, que ya se había sentado en la limusina, asomó la cabeza. —Aknousenstein es el alcalde de esta ciudad, llamada igual en su nombre, y el líder 86
mayor de Venus. Nos llevan con él, Marciano. ¿Dejas ya de joder? ¿O te jodo yo pero “pa” vino? —No me gustan los tipos que se creen la hostia… refunfuñó Marciano, entrando y sentándose enfrente de Venus, al otro lado del espacioso espacio—. Oye, qué espacioso es esto… —No te enteras de nada, ¿verdad? —le increpó Venus, mientras Melous cerraba la puerta y se alejaba hacia su propio patrullero deslizador con sus demás hombres, para escoltarles—. Nuestra escolta. Enterita. —¿Enterita qué? —exclamó Marciano—. ¿Enterita te la follabas? No entiendo… —Joder, macho… —Venus puso sus robóticos ojos en blanco—. Que todos son androides, ¡pasmao! —¡Qué dices! ¿Androides de qué? —Androides de androides. —La limusina y los patrulleros voladores acababan de despegar, y la ciudad se deslizaba alrededor de ellos a gran velocidad, pero con suavidad—. Que son robots, atontao. Como yo. Bueno, como yo no hay otro, pero para que me entiendas… —¿Cómo van a tener tantos androides? Y además… ¿a cargo de la seguridad? ¡¿Estamos locos o qué?! —El alcalde Aknousenstein es un androide, también. ¿Es que no sabes nada de tu propio sistema solar, Marciano? Madre mía, eres más matao de lo que pudiera llegar a calcular… —Lo que sé es que este debe ser un planeta de taraos. Ahora entiendo por qué dejé de venir por aquí… ¡Sabía que los putos robots acabarían por hacerse dueños de todo! —Marciano miró a su alrededor, más allá de las ventanillas de vidrio blindado y magnetizado contra láser. Miraba a la ciudad con melancolía—. Qué pena. A dónde iremos a parar… —¡Bah! Anda, ¡cállate! Sé de sobra que no venías porque la anterior administración te prohibió la entrada por crímenes contra androides. Como si no hubiera tenido bastante de tus chorradas por el espacio... Vas a conseguir que me reviente alguna parte de mis mecanismos, si tengo que oírte más gilipolleces. Y te volverán a desterrar. —Claro… Tú estás muy contenta, porque aquí mandan los tuyos, ¿a que sí? —Marciano… Voy a dedicar mi vida a recuperar el control del sistema solar para los humanos, en contra de los confabuladores extrasolares, que os quieren diezmar del 87
universo… Humanos, es decir, tu especie. ¿Te enteras? ¡Esos para los que trabajabas cuando viniste a capturarme, o a meterme un tiro entre los circuitos! —Me dijo el pitufo que te quería para el sexo… ¡No hay nada que me haga pensar que tenga otras intenciones, todavía! —Claro que no… Ni todo lo que te he dicho, ni los mercenarios mandados por los extrasolares, ni nada de nada. Claro que no, Marciano. Antes de que Marciano pudiera añadir algo más, la limusina, que había aterrizado en algún lugar del centro de la ciudad sin que ni se hubiera dado cuenta, se abrió de nuevo para mostrarles la entrada a un gigantesco y ostentoso edificio, metalizado y brillante, pero engalanado con complicadas y angulosas figuras humanoides de gran tamaño que parecían esforzarse por mantenerlo en pie, con posturas muy atléticas. Las formas eran triangulares, cuadradas, geométricas todas, pero las representaciones seguían siendo bastante realistas. —¡Coño! Bonito… lo que sea —expresó él, saliendo del vehículo antes que Venus, por supuesto. —Bienvenidos al edificio del ayuntamiento de Aknousenstein —anunció Tokken Melous con cierta solemnidad, esperándoles a media de decena de metros de la limusina voladora—. El alcalde Aknousenstein les espera. Si hacen el favor de seguirme… Marciano siguió al androide seguido de cerca por la androide Venus. Empezó a mirar con el ceño fruncido como nunca a la comitiva de tostadoras con patas que le rodeaba. Todos, incluida Venus, eran unas masas sólidas pero increíblemente flexibles de músculos sintéticos para los que ninguna de sus trilladas partes cibernéticas podría ser rival. Una especie de sentimiento paranoico empezaba a embargarle, y le entraron muchas ganas de no haber desperdiciado en la nave de Robby, la Estrellita, su inyección de estimulantes. Le podría haber ayudado a escapar de aquellos androides, e incluso a cargarse alguno con sus propias manos, gracias a la aumentada fuerza de su efecto. Mientras cruzaba con ellos las amplias y transparentes puertas automáticas corredizas de cristal, analizaba todo a su alrededor pensando en alguna manera de provocar el caos y escaparse en la confusión. Quizá podría empujar al sintético a su derecha contra la hoja deslizante de vidrio con bastante fuerza como para conseguir que se rompiera contra su cuerpo y que se desmontara en una especie de puzzle de vísceras y fluidos robóticos que salpicaran a los demás y los turbara lo suficiente como para… —¡Ahí va! —se interrumpió Marciano en voz alta de entre su propia línea de 88
pensamientos escapistas—. ¡La madre del Dios de la biomecánica, macho! Lo que impresionaba tanto a Marciano era la visión repentina de una figura femenina. Desde unos zapatos de un color dorado se alzaban un par de blancas y largas piernas que tomaban sugerentes formas en unas amplias caderas antes de estrecharse en la cintura para abrirse hacia arriba en un estupendo recuerdo de la forma de un corazón que remataban un par de enormes pechos muy bien sostenidos por el escote de aquel minivestido, del mismo color dorado que los zapatos. La piel blanca que resplandecía alrededor del estrecho canalillo, que apenas separaba tremendos senos, se extendía más arriba por un delgado y terso cuello hasta una cara que brillaba por su irónica expresión de honesto recato. Los voluptuosos labios, pintados en rojo intenso y abiertos constantemente en una pequeña “o” de inocente estupor; la pequeña naricilla de punta redonda; los ojos grandes, redondos y verdes, que miraban con atención entre unas largas pestañas cargadas de rimelado. El cabello cortado a estilo tazón resplandecía en un imposible dorado tan centelleante como el de su vestimenta. Todo en aquella criatura estaba diseñado para llamar la atención, y Marciano, tan adicto como era a yacer con androides que imitaban a una mujer, sufrió una potente erección espontánea que se tornó en angustiosa por lo ceñido del traje. Su miembro se irrigaba e hinchaba alargándose por el espacio bajo su cadera izquierda, sobre el muslo izquierdo y hasta cerca de su rodilla. Empezó a cojear, molesto, mientras se acercaban a aquella belleza. —Hola, soy Becka, y soy la ayudante personal del ilustre alcalde Tobson Aknousenstein —empezó a presentarse aquella, la más impresionante androide que Marciano hubiera visto en su vida—. Creo que encontrarán estas instalaciones muy de su agrad… La mujer se quedó muda cuando Tokken Melous se apartó a un lado para dejar que se les acercaran Marciano y Venus. La mirada se le fue de inmediato hacia la apretada entrepierna de Marciano, cuya incomodidad era más evidente por su manera de moverse. La tal Becka se quedó con la boca abierta mientras sus maquillados y bellos ojos verdes recorrían con lentitud el tenso órgano que comenzaba justo sobre el apretado paquete del deformado, único e hinchado testículo de aquel hombre. Como una gruesa y monstruosa trompa de elefante unida a su pierna izquierda, aquella cosa parecía palpitar amenazando con explotar. —¡Oh, por Dios! ¡Dios santo, madre de Dios! ¿Pero qué…? —balbuceaba ella, pasando los ojos con frenesí del gran pene estrangulado a la cara de Marciano, una y otra vez. Al final pareció recuperar la compostura lo suficiente como para quedársele mirando a los ojos con una agradable sonrisa, mientras le tendía la mano—. Hola, buenas tardes, caballero. Soy la ayudante del alcalde Tobson Aknousenstein, y mi 89
nombre es Becka… —Todo eso ya lo habías dicho, cariño —la interrumpió Marciano, pasándose la mano humana por la longitud de su miembro, orgulloso, y sabiendo que la androide hacía esfuerzos por no volver a mirarlo—. ¿Nerviosa, nena? —Yo… Yo… —empezó a balbucear de nuevo la tal Becka, turbada. Su cara se puso tan colorada que parecía una bombilla que acabaran de encender. —Marciano, déjala en paz, joder. Eres un mierda… —Venus se le adelantó y le soltó un codazo en los higadillos. —¡Ay! ¡Reputa! ¡Me has dado en todos los higadillos! —se quejó él. —Necesitas aprender modales. ¿Te has criado en una piara, entre marranos, dándoos por culo unos a otros? —Venus le increpaba volviéndose hacia él, como si se sintiera responsable de su comportamiento. Marciano, turbado y algo avergonzado por la repentina regañina que todas aquellas máquinas parecían estar juzgando con la severidad de las esfinges de la Historia Interminable, se encogió de hombros al mismo tiempo que su trompa pélvica hacia lo propio, aunque sólo ligeramente, todo hay que decirlo. —¡Coño, que no es “pa” tanto! ¡Anda que no te he dicho de todo a ti, y ahora por esta puñetera androide me vas a…! —Becka no es una androide, gilipollas del cojón. Es más humana que tú, que tampoco es tan difícil… —¡¿Hu—hu—humana?! —tartamudeaba Marciano, inclinándose a un lado para mirar a la chica, delante de Venus. —Sh—sh—sh—shí, atontao —se le burló Venus—. Ahora a callar, o te hago lamerte el ano. —¡¿Mi propio ano?! Tokken Melous, como compasivo, le puso una mano en el hombro mientras cruzaba con él una mirada que venía a decir “sí, tu propio ano”. Becka repitió por tercera vez más o menos la misma presentación, con muy poca variación de palabras. Venus respondió con toda la cordialidad y soltura social de las que Marciano era incapaz, y entonces fueron todos hasta otro gran ascensor. Esta vez, y pese a la altura del edificio del ayuntamiento, el ascensor no contaba con cristaleras para contemplar la ciudad extendida en todas direcciones desde sus pies. Y de todos modos, daba lo mismo, porque Marciano sintió que el ascensor había 90
empezado a descender, en lugar de dirigirse al seguro despacho del alcalde en el ático. —Esto me da mala espina, Venus —empezó a murmurar en tono de lo más cómplice, aunque todos le estaban oyendo—. Más vale que tengas un as en la manga. Me da que quieren torturarnos o… —¡Oiga! ¿Por qué dice esas cosas? —le interrumpió Becka, mirándole de manera intensa pero sin acritud. Marciano sintió una excitante mezcla de confusión, curiosidad y esperanza, sensaciones todas que no entendía nada de nada a qué se debían. Sobre todo le intrigaba la actitud benevolente y plácida de aquella mujer tan parecida a un androide. —Porque el ascensor está descendiendo en lugar de subir, nena —contestó condescendiente, como si ella no se enterara de nada de lo que pasaba—. Y raro es el sitio en el que se cuece algo bueno en el sótano… —El despacho del señor alcalde se encuentra bajo el edificio, entre sus cimientos, como un símbolo de la que cree que debe ser su posición en el sistema administrativo —le explicó Becka con tranquilidad y tono meramente informativo. No apartó los ojos de los de Marciano, pese a notar, desde el filo borroso de por debajo de su visión, que su monstruoso órgano viril volvía a alargársele por la pierna—. Él prefiere estar debajo de la ciudad, sosteniéndola antes incluso que los empleados del nivel más básico de nuestra sociedad, sirviéndonos a todos como un pilar más. Él considera que un político siempre ha de ser una herramienta para obtener el mejor posible de todos los fines. —¡Joder chica! ¡Ni que te lo follaras, al estornúdensen, ese…! —la increpó Marciano, pese a haberla dejado terminar su discurso. Le encantaba oírla hablar con aquella voz suave, de excelente dicción y con cierto timbre de constante súplica—. ¿Es que te van las tostadoras? No te critico, nena. Es más —alzó las manos mostrando las palmas antes de volverlas y tocarse el pecho con todos los dedos—, lo entiendo. A mí también me van los coños sintéticos, es como una cruzada que… Venus ya estaba a punto de endosarle otro codazo, al lugar del bazo esta vez, dada su posición junto a él, pero fue la propia Becka la que le interrumpió, imponiéndose a él sin necesidad de violencia ni alzar más la voz: Marciano dejó de hablar de inmediato para poder oír todas sus palabras. —Lo que siento por nuestro querido alcalde Tobson Aknousenstein no es otra cosa que mero respeto por su dedicación al trabajo, la obediencia debida por mi puesto de trabajo y un sincero agradecimiento por la eficaz labor de gestión que permite seguir prosperando no sólo a esta ciudad, sino a todo el planeta Venus. Nada de ello tiene 91
que ver con que sea o no un androide —Becka fingió titubear un momento, como si reflexionara de forma improvisada, lo cual no era tal, pascual—, bueno, salvo, quizás, por el hecho de que ningún político humano podría hacerse digno de tales sentimientos. —Vaya si tienes labia, guapa —dijo Marciano, con los ojos como platos y la mandíbula suelta de admiración. Becka dejó escapar una muy leve insinuación de sonrisa por las comisura de los labios y se volvió a mirar el indicador de piso encima de la puerta del ascensor. En ese momento justo, se abrieron las puertas. Delante, se abría un espacio amplio, prácticamente interminable, de blancos paneles luminosos conformando el techo y negras baldosas mate en el suelo. No había corredores, paredes, ni por lo tanto nada parecido a habitaciones. A un par de decenas de metros del ascensor, un puesto de recepcionista parecía ocultar detrás cierta persona rebosante de actividad. —Hay sitio para montar al menos siete campos de palizabol —murmuró Marciano, entornando los ojos para tratar de ver más allá de la luz blanca del techo, buscando los límites del espacio. No los veía—. Este debe ser el sitio más aburrido que he visto en mi puñetera vida. Acompañó la observación de una leve carcajada, observando a los androides a su alrededor. Nadie reaccionó, ni siquiera la humana Becka, que iba delante, dirigiéndolos a todos hasta aquella mesa, sobre la que se montaban varias columnas de monitores de ordenador. Detrás, un tipo tecleaba todos los teclados al mismo tiempo, como si tuviera cuatro manos. —¡Me cago en la puta! ¡Que el tío ese tiene cuatro manos! —se espantó Marciano, cuando rodearon la mesa para acercarse al hombre que en ese momento había dejado de teclear para hacer gira su cómoda silla de oficina hacia ellos—. ¿También tiene dos pollas? —Marciano Reyes, madre mía… —empezó a decir el tipo de las cuatro manos, antes de que Becka les presentara—. Cuando había oído que mis predecesores humanos habían conocido a uno de sus congéneres tan miserable, insoportable, rastrero y repugnante como para tener que exiliarle por ley de nuestro querido Venus, creía en verdad que se trataba de una especie de leyenda urbana, un hombre del saco administrativo. Ni siquiera leyéndome los 47 gigas de datos sobre los casos me acababa de creer que pudiera existir persona igual… ¡Y aquí estás! Marciano escuchó todo lo que decía aquel tipo mientras seguía los variados ademanes de cada una de sus manos en el aire al explicarse. Luego, tras examinar los 92
rostros de todos, esbozando una sonrisa torcida, preguntó: —¿Acaso nos conocemos, mochuelo? —Claro que no. Soy Tobson Aknousenstein, el actual alcalde de la ciudad de Aknousenstein y gobernante de todo Venus. Por opción popular, como es debido… —Popular no serás, porque no sabía nada de ti, chavalillo… —Por opción popular, designado por elección de la población de Venus, señor Reyes —le aclaró Becka con extraordinaria educación. Tobson se puso en pie. Vestía de manera totalmente informal, con un chándal de dos piezas de color naranja. Era, o mejor dicho, parecía joven, de pelo castaño y corto y ojos azules. Delgado. Y con cuatro brazos, claro. —Marciano, Marciano… —empezó a decir Aknousenstein, acercándose a él y poniéndole dos de sus manos en los hombros, mirándole de frente—. Mira, podría decirse que, para un hombre de ley y orden como yo, un tipo como tú sería el archienemigo por antonomasia. Sin embargo, eres un espécimen tan curioso, tanto, tanto, que cuando me enteré de que venías con Venus en la Estrellita del mercenario Rob no pude por menos que asegurarme de que llegaras sano y salvo hasta mí, para poder verte con mis propios ojos. —Esto… —la constante erección de Marciano empezó a flaquear, deslizándosele el órgano lentamente en su acto de retracción y haciéndole un molesto cosquilleo por el muslo y la zona cercana a la ingle, mientras el ajustado mono se reajustaba sobre su piel—. ¿Tenemos que estar tan cerca, chavalillo? ¿No serás de la otra acera? Yo no gusto de liarme con androides del sexo masculino… Cierto es que para todo hay una primera vez, pero… —Alcalde Aknousenstein —se interpuso Venus, algo impaciente e incluso turbada y molesta por las atenciones que recibía Marciano—, creo que no tenemos tiempo que perder. Los enemigos de los humanos, la Confederación Triplanetaria del Sistema Solar, han llegado muy lejos esta vez. Han atacado abiertamente a una comunidad de seres humanos que malvivían en el desierto de la Tierra, y nos han perseguido en el camino hasta aquí, matando a todos los que nos acompañaban… Y los que no han matado ellos, los ha matado Marciano Reyes. —No todos están muertos… Un hombre que dice llamarse Done estaba preso en la nave de Rob. Se encuentra a salvo, disfrutando de las comodidades de Venus en el mismo hotel donde vosotros os hospedáis… —explicó Tobson, soltando al fin a Marciano y mirando a Venus directamente—. En cuanto a Marciano Reyes, sé que piensas que debemos deshacernos de él, pero aquí no contamos con pena de muerte, y soy de los que creen que es mejor tener cerca al peor de los enemigos… 93
Aknousenstein le guiñó un ojo de complicidad a Marciano, quien no entendió de manera correcta el gesto, y que ya empezaba a asumir que tarde o temprano se vería en la vicisitud de descubrir si sería capaz de resistirse a las insinuaciones sexuales de un androide, por muy masculino que fuera. —Me da igual Marciano Reyes —atajó Venus, incrédula—. Los extrasolares conspiradores no tardarán en tratar de darme caza o al menos destruirme. Es posible que incluso planeen un ataque a gran escala contra este planeta. Seres muy poderosos y ricos están inmersos en todo esto, y calculo que sus recursos son tales que podrían convertir en polvo todo Venus y enfrentar los juicios posteriores gracias a sus abogados. —Lo sé, lo sé, querida Venus —la tranquilizó Aknousenstein, moviendo sus cuatro manos ante él en gesto de calma, mientras se acomodaba en su silla—. De hecho, sé que eso mismo es lo que van a hacer. Al igual que me cuido de tener de mi lado a contrabandistas humanos al margen de la ley como Gookh, tengo desde hace algún tiempo algunos espías infiltrados en el entorno de los confederados Triplanetarios, y me han informado que, tan pronto como os habéis estrellado contra la superficie de nuestro planeta, ya han comenzado a reunir el grueso de su flota bloqueando la órbita comercial de nuestro planeta. —¿Qué? —se inmiscuyó Marciano, dando un paso al frente para ponerse al lado de Venus, y ante Tobson, quien hizo girar levemente la silla hacia él, prestándole toda su atención, como maravillado de lo que pudiera decir—. Mira que he oído en mi vida mentiras gordas, ¡pero esta se lleva la palma! —Este tío es una maravilla. Debería estar en un museo —dijo Aknousenstein mirando a Venus y a los demás. —¿Y qué es lo que vamos a hacer, entonces? —quiso saber Venus, ignorando el extraño vínculo entre el alcalde y Marciano. —No hay de qué preocuparse. Llevamos tiempo preparándonos para algo así, tenemos montada nuestra propia flota de naves de guerra, lista para despegar. Mira, los Confederados son un grupo de extraterrestres rencorosos, antipáticos —Tobson desdeñaba con gestos de dos de sus manos a los nombrados—, y si pueden actuar es porque la mayor parte de los habitantes del sistema solar son extrasolares, aunque ya no les importe en absoluto lo ocurrido en el pasado, ¿de acuerdo? Bien. Venus, como planeta regido aún por la raza humana, cuenta con el respeto de todos por su importancia en la economía. En definitiva, estamos unos y otros en una situación de indiferencia para los demás, y la balanza de la simpatía se inclinará hacia el que se muestre más fuerte. ¿Estamos? —Eso es obvio. ¿Pero tu flota podrá enfrentarse a un ejército de alianzas alienígenas 94
de más allá del sistema solar? —Insistió la androide. —Hombre, mujer —el alcalde se encogió de hombros, e hizo moverse la silla de un lado al otro, empujándola con los pies, como nervioso—. Contaba con tus poderes predictivos para organizar la estrategia y ganar la batalla. Para eso te diseñaron, ¿no? Para diseñar estrategias predictivas, ganadoras, triunfantes, victoriosas, conquis… —Sí, lo he pillado —le atajó Venus—. Está bien, entonces sólo necesito que me lleves al centro de mando de vuestra flota. No sólo diseñaré vuestra estrategia defensiva… —Hmmm… —empezó a interrumpirla sonoramente el alcalde, sin dejar de menear de un lado a otro el giro de su silla—, preferiría que fuera una estrategia ofensiva en toda regla, si no es demasiado pedir… —No sólo diseñaré vuestra estrategia ofensiva —retomó Venus, recalcando las palabras con un alzamiento de sus finas cejas—, sino que además comandaré la flota en persona, desde el crucero insignia de… —No tenemos crucero insignia —la volvió a interrumpir Akousenstein. —¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo que no hay crucero insignia? —Pues… que no hay crucero insignia. Perdona mi ignorancia, no sé demasiado de temas bélicos y no sabía que debíamos diseñar un “crucero insignia” para que comandara la batalla. Son todos iguales, y no sé por qué… —Da igual que sean todos iguales. El crucero insignia será el que yo dirija, y desde el que organizaré la batalla desde dentro, ¿entendido? —Ah, vale. Creía que íbamos a tener un problema de logística a estas alturas. ¡Qué alivio! —el alcalde Tobson Akousenstein giró hábilmente su silla hacia la consola de varios teclados y reanudó sus tareas de control—. Bueno, el oficial Tokken Melous te llevará al centro de mando de la flota, Venus. Yo voy a seguir con mis cosillas, cuento con que te encargues tú misma del resto a partir de ahora. —¿Y Marciano, qué? —habló Venus, en el mismo momento en que el aludido abría de nuevo la boca para preguntar qué iba a hacer él—. No quiero tenerle cerca, ni que tenga nada que ver con la ofensiva defensiva. No hace más que joderlo todo… —Oye, bonita. También mi vida era un poco más tranquila antes de conocerte —se quejó él, señalándola con un dedo de su mano cañón. —No te molestará. Marciano se irá de tranquila visita turística con Becka, ¿a que sí, querida? —Tobson se volvió de medio cuerpo para mirar a su dedicada ayudante personal, la cual bajó la mirada al tiempo que se le encendía la blanca cara de nuevo—. Ella le enseñará lo mejor de nuestra querida ciudad, Aknousenstein, y 95
quizá se replantee ser un ser humano de nuevo “más humano”. La desaparecida erección aprisionada de Marciano empezó a resurgir levemente de tan sólo pensar en pasar aunque fueran unos minutos en solitario con la preciosa mujer con aspecto de androide. —¡Hombre, pues un paseillo al aire libre y un café con un bollycao no me vendrían nada mal, para compensar las molestias! —se apresuró a confirmar Marciano, mirando con sonriente entusiasmo a Aknousenstein tras echarle una fugaz mirada por encima del hombro a Becka—. Te prometo que sin rencores, chavalillo. —¿Pero de qué vas, Marciano? ¡¿”Sin rencores”, de qué?! —estalló Venus a su izquierda, sin siquiera mirarle. —¡Joder, chica! —Marciano se volvió a hacia ella, mirándola a los ojos artificiales, que se negaban a volverse hacia él. Se encogió de hombros, abriendo las manos—. ¿Y tú me lo preguntas?
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UN CAFÉ Y UN BOLLYCAO Aunque habían salido del edificio del ayuntamiento todos juntos, Venus y los androides metrosexuales se subieron a la comitiva de vehículos aerodeslizadores y se fueron sin despedirse de Marciano, sin siquiera echarle una fugaz mirada. Parecía que todos los robots se habían propuesto olvidarse de él, o al menos eso es lo que él mismo habría dicho, de no ser porque toda su atención estaba involuntariamente concentrada en la persona de Becka. La ayudante humana del androide alcalde sí que había cruzado unas breves palabras de despedida y de deseos de suerte para Venus, antes de que se subiera a la limusina voladora. Tan pronto como la puerta se había cerrado, Marciano había dado un amplio paso hacia delante, buscando que el precavido retroceder de Becka la hiciera chocar de culo contra la hinchazón permanente que nacía en su pelvis. —¡Uyay! —La había oído gritar Marciano, pese al silbante bufido de las toberas magnéticas de los coches voladores al despegar a su alrededor, cuando ella se vio sorprendida con el diámetro de aquella carne apretada contra la tela dorada de la corta falda de su vestido. —¿Tropezaste, nena? —Le susurró Marciano al oído, sonriendo—. Tengo para que te agarres. Becka, incapaz de reconocerse en su falta de capacidad de reacción, al fin dio un paso al frente para separarse de él, y se volvió. Se llevó la mano izquierda a la boca, para toser y aclararse la garganta. Los coches voladores ya se alejaban, y podían hablar con comodidad. —Disculpe el tropiezo, señor Reyes… —Llámame Marciano, nena, eso de señor Reyes es para los banqueros y los conserjes de hotel… —Está bien... Marciano —titubeó ella, soltando una risita nerviosa y ladeando la cabeza—. Bueno, hay muchas cosas que ver en la ciudad de Aknousenstein, pero supongo que, como dijo hace unos minutos, le apetece tomarse un café y un bollycao en algún sitio. —No estaría nada mal —convino Marciano, soltando las palabras con mucha lentitud, y dejando que su imaginación hinchara sobremanera su sexo, el cual sabía que la recatada ayudante se esforzaba en no mirar de nuevo. —Bien, conozco algunas de las mejores cafeterías, que no están muy lejos de este 97
magnífico edificio de nuestro ayuntamien… —¿Y por qué, mejor, no vamos a tu casa a tomarnos ese cafecito? Apuesto a que en tu pisito hay unas vistas geniales de buena parte de la ciudad, y que desde allí podrás explicarme muchas cositas… —Pues… ¿A mi casa? Pues… No vivo lejos de aquí. ¿A mi casa? No sé… Nunca ha venido nadie a mi casa —empezó a divagar Becka, confundida. Los ojos empezaron a írsele sin querer hacia la desproporcionada protuberancia que recorría parte de la pierna izquierda de su turista, aunque se esforzaba por devolverlos hacia arriba, hacia la vista de las atléticas figuras angulosas que parecían sostener el ayuntamiento—. Bueno, tengo café de sobra en mi casa, je je… Si no le importa tomarlo allí, Marciano, podemos ir, je je, ¿sabe? —Pero tutéame, Becka. Claro que sí. Quiero decir que no. Que no me importa. ¿Vamos? —Pues… sígueme, por aquí —le animó ella, bajando la cabeza y echando a caminar a pasos cortos pero muy rápidos, y algo encorvada. —Será un placer irte detrás… —sonrió Marciano, echando a andar. Becka no sabía lo que le estaba pasando. Sentía cierta vergüenza que no le era propia para su cargo ni familiar por su experiencia en relaciones personales. Estaba convencida de que tratar continuamente con robots que no hacían más que dedicarse por entero a sus trabajos, y con ocasionales humanos tan decorosos y reflexivos que parecían más androides que otra cosa, la había mermado de alguna manera en cuanto a su solvencia social para situaciones como aquella. Tenía miedo de que el humano extravenusiano tomara su actitud por inapetencia, cuando lo que en realidad le pasaba era que se moría de ganas. Marciano, detrás de Becka, echó un rápido vistazo por encima del brillo resplandeciente que el sol poniente producía en su liso cabello dorado, fijándose en que iban directos hacia un liso, blanco y limpio bloque de pisos al límite de la amplia plaza de un kilómetro de diámetro que se abría ante el colosal edificio del Ayuntamiento. Después, dejando caer los ojos hacia el movimiento de sus caderas y gluteos dentro del ceñido y corto vestido, y regodeándose en la vista hasta el punto de que apenas podía ya mover la pierna izquierda para caminar a su ritmo, Marciano le habló de nuevo. —¡Ya podían habernos dejado un coche volador, que todo está bien lejos del puto Ayuntamiento! —¡No, no! Enseguida llegamos —desdeñó Becka con voz tímida, y aumentando la velocidad del repiqueteo de sus dorados tacones sobre el pavimento peatonal. 98
Marciano sonrió con cierta incomodidad mientras empezaba a avanzar con leves saltitos sobre la pierna derecha, cojeando con la izquierda. La dureza y tamaño de su sexo le privaban de movimiento, como si llevara aquella extremidad escayolada a la cadera. Trataba de seguir el acelerado paso de Becka, parecido al de una de esas geishas de apretados kimonos que les impiden abrir las piernas, pero puesta de anfetaminas. Aburrido, Marciano tenía ganas de sacarle algo de conversación a la ayudante del alcalde, pero era incapaz de seguirle el paso y ponerse a su lado, y no tardó en sentir que le faltaba el aliento. Se concentró en seguir aquella lenta pero intensa carrera de fondo, sin dejar de mirar el sugerente contenido bajo aquel papel de regalo que llevaba tanto rato desenvolviendo con la imaginación. Para cuando llegaron a la entrada del edificio, al que Becka accedió mediante un rápido código de ocho cifras que tecleó en una estilizada pantalla táctil, Marciano llevaba totalmente sudada la calva cabeza, y donde no estaba la superficie perlada de gruesas gotas de su piel, se podía ver el metal brillante y humedecido de sus implantes craneales, entre los recovecos de los cuales se escurría y acumulaba la humedad en diminutos charquitos. Becka se volvió al abrirle la puerta, invitándole a traspasar el elegante portal rodeado de muros de impoluto cristal en todas direcciones, y observó con nerviosismo pero cierta decepción que el bulto en la entrepierna de Marciano Reyes se había visto reducido hasta un desapercibido paquete varonil de actitud más bien cordial. A pesar de todo, el paso del hombre por su lado le hizo llegar a su pequeña nariz las densas emanaciones de su sudor, haciéndola recuperar la líbido con mayor fuerza aún. —Hacia allí, allí está el ascensor —le indicó a Marciano, sin aliento de pura excitación. Él, aún jadeante, le hizo caso, caminando por delante de ella. Becka fue esta vez la que se fijó en los atributos traseros del cuerpo del cyborg, marcados con el mismo detalle que tendría su desnudez: músculos rotundos y anchos desde la base de la nuca y hasta el fin de los gemelos en los tobillos. Quizá parte de aquella fisonomía correspondiera a implantes musculares artificiales, pero aquel cuerpo ofrecía a la vista algo que no hacían los perfectos cuerpos de los anodinos cuerpos de los desinteresados androides varones. Bajo la ajustada y fina capa del traje azulado y ribeteado de verde, Becka podía sentir la fluidez de aquella carne, la belleza en la asimetría de aquel cuerpo, en el que el desarrollo de los músculos era natural y no producto de un diseño de ideales proporcionales, y en que incluso podían distinguirse discretos cúmulos de grasa entre algunos grupos musculares, como prueba definitiva de una fortaleza auténtica, natural, animal… Becka no aguantó más y se lanzó hasta adelantar a Marciano y pasar al interior de uno de los dos ascensores, antes incluso de que él llegara. No sabía cómo reaccionar, pero algo la impulsaba a desear llegar a estar a solas en su propia casa con aquel 99
hombre, para que pasara de una vez lo que fuera que tenía que pasar. Antes de que él acabara de entrar al amplio cubículo, ella ya estaba pulsando varias veces, muy rápidas, el botón de su piso en el ático. Marciano se dirigió hacia el fondo del ascensor mientras las puertas se cerraban y se ponía en marcha. Se apoyó sobre la barra pasamanos y empezó a inspirar profundamente, tratando de recuperar el aire de la rápida caminata. —¿Se encuentra… te encuentras bien, Marciano? —preguntó Becka, sinceramente preocupada de pronto, y recordando que él quería que le tuteara. —Sí, sí… —respondió él, ahogadamente, tratando de recuperar la compostura y de hacer ver que no estaba tan fatigado de repente—. Debe ser que aquí tenéis menos oxígeno que en la Tierra, y claro, no estoy acostumbrado. Supongo que no necesitáis tanto aire, con tanto puto robot por ahí… Becka no supo qué decir, pero sabía de sobra que el aire del Venus terraformado era incluso mejor que el de la Tierra en sus mejores tiempos. —Me sentiré mejor cuando me tome ese café… ¿Sabes?, es que me han sacado de la cama bien temprano, y sin desayunar. ¡Tengo un hambre! —No te preocupes, Marciano. En mi casa, si quieres, puedes tomarte el café que quieras: capuccino, moka, freddo, flambeau… —Oye, nena, a mí háblame en español, ¿vale? Si hasta los alienígenas que vienen al Sistema Solar lo hablan, por algo será… —No, son tipos de preparados de café, Marciano —contestó, ella, sonriéndole con los rojos labios. —¡Un café solo, de toda la vida! Si hay algo que no me gusta nada son las complicaciones —sentenció Marciano, apoyándose sobre la barandilla con un codo y sacudiéndose el sudor de la cabeza y la frente con la manga de su ajustado traje. Un leve tintineo anunció la llegada a último piso. Las puertas automáticas se abrieron a un pasillo blanco. Las paredes tenían pintadas unas simples líneas onduladas, negras, como si alguien hubiera cogido un zurullo a medio derretir y hubiera corrido junto a la pared arrastrándolo por su superficie. —Oye, parece que algún vecino tarao haya subido aquí y te haya pintarrajeao el loft con un zurullo —manifestó Marciano, incapaz de callarse la ocurrencia, señalando con un dedo tímido la filigrana artística. —No es un loft, en este piso hay otras dos personas con su piso. Y eso, es una “línea de pensamiento vivo”, diseñada por el famoso artista, natural de Venus, Israel 100
Montalvo. —Pues creo que el “pensamiento vivo” de sus líneas son aquellos que recorren el intestino grueso, en un tío normal… Becka contuvo una risita, sinceramente cómplice de su análisis de aquella “obra”. Sin embargo, no detuvo su avance hacia la puerta que daba al interior de su piso. Marciano la siguió de cerca, y cuando se percató de que ella había abierto la cerradura con su código personal, él la empujó usando su pelvis como ariete, haciéndola golpearse de frente, pechos y rodillas contra la blanca puerta, apretándole, sin misericordia para ninguno de los dos, la base del recuperado gran diámetro de su enorme órgano sexual justo en el espacio entre las generosas nalgas, protegido por el tenso tejido del apretado vestido dorado. —¡Auch! — se quejó Becka, mientras la puerta se batía con brusquedad al interior, y ella empezaba a caminar siguiendo la inercia del empujón. —¿Sufres nena? —espetó Marciano, procurando seguir pegado a ella, restregándosele por detrás. —¡¿Eh?! Espera, deja que cierre la puerta, pasa, pasa, allí a la derecha está la cocina —se zafó ella, nerviosa y sin saber cómo actuar. Se volvió para cerrar la puerta con delicadeza, mientras miraba el poderoso cuerpo de aquel medio hombre medio máquina avanzando por el corto recibidor hacia el amplio espacio acristalado que ofrecía una vista sin igual de la ciudad. Becka se maravillaba de lo vivo que parecía su cuerpo y su carácter. Mientras los venusianos, hombres y mujeres, se comportaban y movían de un modo reprimido, casi contrito, Marciano paseaba su presencia física y hacía alarde una verborrea desatada producto de su indómito y salvaje intelecto, cualidades que no hacían más exaltar su curiosidad tanto como su líbido. —¡Espera! —se apresuró, tras cerrar la puerta, a seguirle hasta adelantarle y ponerse tras la barra estilo americano que separaba la amplia cocina del gran espacio que era el salón—. Ahora te saco una taza, ¿cómo quieres el café? —Solo, lo quiero solo, te dije —aclaró Marciano, sin volverse a mirarla, mientras contemplaba, con algo que escasamente se parecía al sentimiento de la maravilla (lo máximo que podía sentir), la gran extensión allí abajo de la capital de Venus, a su alrededor—. ¡Joder, qué altura tiene esto! ¿No te da vértigo? —¿Vértigo? No, qué va —respondió Becka, acabando de producir el café en su rápida cafetera express—. Los bollycaos que tenemos en Venus no son los oficiales de Marte, son de otra marca… —Si son parecidos en textura y sabor, me vale, nena —concilió él, volviéndose a 101
mirarla al fin, y avanzado hacia la barra separadora—. Aquí vendrían bien unos taburetes altos, para sentarse delante… —Ya, es que cuando la mandé poner, esta barra, no pensaba en usarla para esto… — se justificó ella, con repentina timidez, mientras ponía ante Marciano, desde el otro lado, la pequeña taza de café y el envoltorio verde y amarillento del bollycao falso venusiano—. Me voy a cambiar, espera un momento… Marciano empuñó sin misericordia el envoltorio del bollycao falso con su mano cyborg, y se lo llevó a la boca para agarrar con los dientes el extremo del envoltorio plástico y tirar de él hasta arrancarlo. Todo ello, sin perder de vista el meneo de las caderas de Becka de camino a lo que debía ser su dormitorio. Por un momento, se quedó distraído, con el bollycao repuntando desde su mano, mientras la veía desaparecer. De repente, reaccionó y agarró con rapidez y precisión la pequeña taza del café por su diminuta asa con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda y se la llevó a los labios para beberse de golpe el oscuro, amargo y ardiente néctar. Acto seguido, aún con el bollycao abierto y enhiesto, Marciano empezó a cojear en la dirección que había seguido Becka. Al fondo de un corto pasillo que se desviaba transversalmente desde el salón/cocina, una puerta entreabierta sugería el trajín propio de alguien que se está cambiando de ropa. Marciano aceleró su cojear, y embistió la puerta con el hombro, resoplando como un animal, en parte por el cansancio que arrastraba de tanto cojear y en parte por el ardor de esófago que le había propiciado el café hirviendo. Cuando la puerta giró hasta golpear la pared, Becka, sobresaltada, y desnuda delante de su amplia cama, se llevó de manera involuntaria cada mano hacia su entrepierna y en torno a sus grandes pechos. —¡Ey! ¡Ufff, qué susto! ¿Pero qué…? Marciano no reparó en absoluto en el pijama ligero sobre los pies de la cama: un camisón semitransparente de color violeta con el que Becka pensaba aparecerse ante él, buscando provocar aún más su casi constante y tan evidente excitación. Se acercó hacia ella e interrumpió su oportuna pero intrascendente pregunta propinándole un violento empujón con la mano izquierda sobre su hombro derecho. Becka se sintió lanzada como una pluma sobre la cama, con tal fuerza que se vio las propias piernas por encima de su frente, casi hecha un ovillo, antes de que su cuerpo tratara de recuperar la natural y cómoda posición decúbito supino. Sin embargo, la fuerte mano izquierda de Marciano agarró con certeza su tobillo derecho, empujando hacia ella y haciéndola mantener las piernas abiertas y alzadas, y con un ágil movimiento de los dedos de su mano robótica, giró el falso bollycao en su mano hasta empuñarlo del revés, y se lo estrelló, como si soltara una brutal puñalada, justo 102
en la mitad de sus perfectas nalgas abiertas. El contenido de sucedáneo de cacao del bizcocho se esparció como una explosión con un sonido líquido y compacto, manchándole a Becka parte de la cara interior de los muslos casi hasta las rodillas, y haciéndola muy partícipe de su viscosidad refrescante. Antes de que pudiera decir o hacer nada, vio cómo Marciano lanzaba a un lado el plástico verde y amarillo con lo que quedaba del bollycao, para después poner esa misma mano bajo su muslo izquierdo y empujar sus piernas de nuevo, hasta llevarle las rodillas bajo los pechos. Acto seguido, con la zona de coxis y perineo a su disposición, y aliñada de sucedáneo de chocolate, Marciano bajó allí mismo la cabeza y empezó a devorar. Masticaba los restos rotos de bizcocho y lamía todo el cacao derretido y restregado en la piel de la mujer. Ella, sorprendida en varios sentidos, no hacía nada más que respirar agitada, asustada ante lo que estaba pasando, pero aterrorizada a la vez de hacer nada que pudiera interrumpirlo. Marciano lamió y tragó todo lo de alrededor, hasta que cuanto quedaba manchado en chocolate era el diminuto agujero mismo del culo de la ayudante del alcalde. Movió las manos por los muslos de Becka hasta ponérselas tras las rodillas, y empujó con su cuerpo hasta poner el vértice del ángulo agudo que era la mujer justo debajo de su mandíbula. Acto seguido la abrazó envolviendo sus muslos y cintura, todo en uno, y aplastó la cara contra el espacio entre las nalgas, uniendo su boca en un intenso beso con lengua con el ano rebosante de chocolate de la mujer. Marciano lamió y saboreó, hundiendo además su incontinente lengua todo lo que pudo dentro de ella. Mientras, Becka se deshacía de placer ante aquel inesperado cosquilleo en su interior, mientras sentía el ocasional roce del mastodóntico y algo deforme sexo de su invitado contra la parte baja de su espalda invertida. De pronto, Marciano separó su cara del trasero de Becka haciendo un sonoro sonido de ventosa, como al descorcharse el champán. Se irguió un poco ante ella, sobre la cama, sin dejarla cambiar de postura, y se arrancó la flexible ropa venusiana con fuertes tirones. Primero el apretado jersey, como si se creyera el doctor Bruce Banner, convirtiéndose en Hulk, y luego los pantalones, como si fuera un miembro de los Village People convirtiéndose en actor porno gay. Además del estimulante conjunto de músculos naturales y piezas cibernéticas que se descubría, Becka observó con una mezcla de arrepentimiento y maravilla que el sexo de Marciano se sacudía en el aire, libre al fin, formando un arco en el aire con su extremo antes de ir a depositarse, derribado por su propio peso, sobre su vientre, casi a la altura de sus pechos. Su diámetro era casi el mismo que el de sus pálidas pantorrillas. Ni siquiera la breve y algo grotesca visión del único testículo pendulante del hombre consiguieron hacerla pensar en otra cosa que no fuera esta: “¿cómo me va a meter todo esto?” 103
Sin embargo, Marciano, que no había conocido sexo con otra cosa que no fuera artificial (incluida su propia mano), sabía que no podría tener sexo con una mujer real humana, sin correr el riesgo de hacerle verdadero daño en la zona del útero. Por ello, consciente de su poder pero demasiado caliente para detenerse, soltó un denso salivazo, sucio de chocolate y café, sobre el recién degustado ano aún vuelto hacia el techo de la mujer. Y antes de que ella pudiera reaccionar o de que él mismo pensara en lo conveniente de ello, se irguió de un breve salto, enfilando el enorme miembro, hinchado y duro, pero incapaz de mantenerse enhiesto, sobre el pequeño contracceso. Aplastó aquel botón, de un color marrón suave, con su monstruoso prepucio, y se dejó caer, doblando las rodillas y empujando el ariete desde su mitad, la mano derecha robótica firmemente cerrada alrededor. —¡No! ¡Oiga, señor Marciano, no…! —empezó a quejarse Becka, indefensa por la postura y la rapidez e ímpetu del cyborg, olvidándose de tutearle—. ¡NO, AY, UAAAA...! El prepucio irrumpió en el ano, haciendo que a su alrededor se formaran diminutas burbujas de saliva oscura llenas de aire a presión. La válvula natural de Becka se vio forzada a abrirse, y una vez superado el mayor grosor de la cabeza del miembro de Marciano Reyes, todo lo demás fue hundiéndose en ella de manera lenta, pesada, pero inexorable. Becka dejó de gritar y contuvo la respiración, apretando la cara e hinchando las mejillas de aire. Trataba de apretar todo su abdomen, buscando evitar la constante entrada de Marciano allí dentro, y también procurando controlar la imaginaria posibilidad de reventamiento de algún órgano interior que su mente se figuraba. Al mismo tiempo, aquel largo y grueso bulto empujaba todo su interior, haciendo palpitar su clítoris por dentro, estrujado como por el movimiento de un nudoso puño al otro lado de una fina pared de carne. De pura excitación, su sexo, humedecido desde hacía rato, rebosaba con violentas salpicaduras hacia el pecho y la cara de Marciano, por efecto de las convulsiones que recorrían todo su sometido, apretado y derrotado cuerpo pálido. Marciano alcanzó a estrujar la retorcida bolsa de su escroto unitesticular contra el cóxis de Becka, soltando un involuntario gemido grave de placer y sensación de éxito. Todo estaba dentro, y ante el repentino y breve inmovilismo de aquella carne dentro de sí, Becka se permitió suspirar, antes de empezar a jadear con avidez, las mejillas encendidas en puro fuego nuclear. Miró con los ojos muy abiertos, y verdadera cara de susto, a Marciano, y negó con la cabeza muy rápido. Él reaccionó como si aquello fuera una señal, y se movió lo justo para extraer de nuevo su sexo de aquel apretado y tierno lugar apenas un par de centímetros, antes de volver a empujarlo dentro con cierto salvajismo, apretando los dientes. Becka, con la boca abierta pero sin voz, pudo sentir cómo la cosa del hombre arrastraba su interior hacia uno y otro lado con su movimiento, y a la vez sentía el 104
palpitar de su propio cuerpo al son del pulso de aquel órgano invasor. Se sintió, pese a lo inesperado y violento de todo aquello, unida al hombre cyborg de una manera tan maravillosa, perfecta y extremadamente funcional como lo hacía cada una de sus partes cibernéticas en su propio cuerpo. Sobrepasada por las confusas sensaciones, se rindió al fin al placer, y un largo orgasmo le sobrevino, de pronto, mientras Marciano repetía el corto movimiento una y otra vez. Sintió que se derretía, derramándose hacia y por encima de todo el hombre, expulsando, tanto con fuertes chorros como con suaves derrames, una gran cantidad de cálidos jugos salados. Marciano, embriagado por la suavidad y calidez tanto interiores como exteriores del cuerpo de la bella Becka, y excitado como nunca por la combinación de aromas salados y almizcleros que impregnaban aún su paladar y estimulaban su pituitaria amarilla, no tardó en soltar el fruto de su propio clímax dentro de la chica, con la inesperada imagen mental de que estaba rellenándola como a un bollycao estallándole en la mente mientras sentía el doble placer del propio orgasmo y del denso fluir de su semen recorriéndole todo el miembro. Becka hizo una especie de aullido sostenido cuando Marciano se derramó de aquella manera, mientras ella misma aún era presa de su larguísimo orgasmo (o larga serie de ellos, jamás sabría identificar las sensaciones con certeza). El hombre convulsionó un poco, antes de quedarse quieto un momento y acabar derrumbándose sobre ella. Sus piernas abiertas quedaron liberadas al fin, y acabaron rodeando a su invitado a la altura de las caderas. Por un momento se sintió sin aire, cuando el fuerte y pesado cuerpo la aplastó sobre el colchón. La cara de Marciano quedó de lado aplastada contra la suya. Estaba atrapada, y con aquella excitante monstruosidad aún dentro de sus intestinos. Miró el rostro de ojos cerrados y de boca resoplante de él, tan pegado al suyo que apenas era un borrón de color carne oscuro. Acto seguido abrazó el musculoso cuerpo entero con brazos y piernas, y lo apretó contra sí misma aún más. Seguía excitada, pero sobre todo feliz. Jamás había sentido nada parecido a aquello. De pronto, en algún lugar del piso, se produjo un estallido agudo que le ensordeció los oídos y que hizo temblar los cristales de la única ventana de diseño clásico de su dormitorio hasta el punto de casi quebrarlos. El sobresalto la hizo contener la respiración, y tratar de averiguar de oído lo que estaba pasando. No tardó en averiguarlo: la jarana de un tropel de pasos pesados recorrió a continuación el amplio interior de su piso, yendo como alocados de un lado al otro. —¡Marciano! ¡Oye, Marciano! —trató de despertarlo Becka, aunque no creía que se hubiera dormido hasta ser testigo de su incapacidad de reaccionar—. ¡Despierta! —No, si estoy despierto… —explicó Marciano arrastrando las palabras en apenas un
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susurro—. Tardaré un rato en poder movermeeee… —¿Qué? —exclamó Becka, incrédula—. ¡Viene alguien, Marciano, no sé qué pasa! —¡Lo sientoooo…! —se disculpó Marciano con un lamentable tono de increíble sinceridad, para tratarse de él, y dejando a la palabra desaparecer en medio de un ronquido de debilidad. En ese mismo momento, de un somero patadón, un fornido alienígena con uniforme militar sin distintivos irrumpió en la habitación. Exclamó algo en el idioma propio de su raza, antes de disertar en el universal español, común en todo el Sistema Solar. —¡La madre del cordero satánico de Axunatrikis Mandeluriakulis! ¡Joder, qué sistema gonadal más horrible! Incluso para tratarse de un asqueroso humano! —casi pareció cubrirse con su pesado rifle de plasma, tratando de ni mirar el espacio bajo el trasero de Marciano Reyes—. ¡Las putas de sus madres! Un ser humano mercenario, cuyo rostro estaba recorrido por una fea cicatriz de quemadura transversal que le recorría ambos ojos, entró en la habitación haciendo girar hacia todas partes la pequeña cámara ocular que llevaba implantada sobre la frente. Entonces se detuvo sobre la visión que horrorizaba al alienígena, mientras se apartaba para dejar pasar a otros tres compañeros alienígenas, cada uno de especies distintas. —¡No es para tanto! Es que sólo tiene un cojón. ¡Aunque bien feo! Parece mentira que no se le desprenda. Oye, un poco asqueroso sí que es. —Dejaos de rollos homosexuales —terció otro de los mercenarios contratados por los extrasolares—. Hemos venío a por la Venus esa. Mirad, está ahí, debajo del muermo. Cogedla y vámonos. —Hazlo tú, que ya estás ahí —le contestó el humano cíclope. —No me verá nadie tocar a un humano, por mucha pasta que me paguen. Hacedlo vosotros, que no creeis en los gérmenes. Yo vigilo con mi pistolón —terminó por explicar el alienígena racista, sacudiendo su escopeta de postas electrificadas. —Un poco de sinergia vendría bien, siempre lo digo —resopló el humano, mientras hacía un gesto a otro alienígena para que sacara a la mujer de debajo, mientras él alzaba un poco el cuerpo del inmovilizado Marciano Reyes—. ¡Hostia, cómo hiede a sexo, el hijoputa! —Como que acaban de follar, míralos. Oye, esta puta esta agarrada o pegada a él —se quejó el otro, tirando de ella desde por debajo de los hombros. —Tira con más fuerza, que la tiene empalada por el ojete —explicó el humano con 106
una sonrisa lasciva. Joder, lo que aguantan las robots, una mujer real habría muerto, creo yo, si le hacen esto. ¡Tira, Tira! El alienígena tiró de Becka, quien, en parte por miedo y en parte por su reducida capacidad de tomar aliento bajo Marciano, no había dicho ni hecho nada. Sin embargo, al verse incorporada y al sentir que el sexo de Marciano, ligeramente relajado, salía de su interior con cierta facilidad, sintió que algo de fuerza le volvía a las piernas. De pronto, se hizo dueña de sí, y una profunda indignación por ver su intimidad ultrajada de aquella manera, empezó a degenerar en una rabia insólita. —Oye, me parece que ésta no es la Venus esa —empezó a decir el alienígena que se asomaba desde fuera del dormitorio, achinando sus ya bastante pequeños ojos, parecidos a los de un camaleón. Irguió ante sí un pequeño dispositivo con un holograma, en el cual se veía el diminuto busco y cabeza de la androide—. A ver, yo no sé mucho de las formas humanas, pero diría que el pelo, y es más, la configuración craneal, son harto distintas, por no decir, que la que buscamos lleva una especie de sobrepiel sobre la piel… —Eso que dices es la ropa, imbécil —dijo el humano, dejando caer el cuerpo de Marciano Reyes sobre la cama—. Tiene que ser ella. Dijeron que estaba con Marciano. Hemos rastreado su localizador empresarial de meñique de pie artificial suministrado por nuestros espías industriales . Helo aquí, ergo, ésta es Venus. Mientra los mercenarios discutían de tan inopinada manera, Becka, indignada de la intromisión en la intimidad de aquel momento que compartía con el deseado Marciano, y asqueada por el tacto y el trato de aquellos racistas y disidentes del orden en el sistema solar, se zafó del viscoso agarre de su brazo por parte de los tentáculos aceitosos del alienígena de su derecha, y cogió impulso para soltarle un fuerte codazo en mitad de su su cara carente de nariz. —¡Wraaaaak! —gritó el ser, soltándola de inmediato y empezando a arrastrar sus largas extremidades por encima de su cara, sin ton ni son—. ¡Me ha dado en los burnios sensoriales! ¡Mis burniooooos! —¡Sus burnios! —se preocupó el mercenario que aún agarraba a Becka por su brazo izquierdo, mirando a su compañero con asombro. Mientras, Becka lanzó con rapidez una mano hacia un discreto cajón bajo el colchón y lo abrió para extraer un pequeño pero potente artilugio: una vaporeta portátil. Con una rabia y certeza propias de la auténtica Venus, Becka lanzó en un amplio arco diagonal el extremo de la vaporetta hacia la cabeza del mercenario preocupado. A éste le dio tiempo a soltarla y cubrirse del golpe, pero acto seguido Becka empuñó la vaporeta con ambas manos, activando el interruptor que encendía el pequeño motor de hiperfusión fría que convertía a la velocidad de la luz la humedad del aire 107
en vapor ardiente. Se cernió sobre el mercenario alien, que trastabillaba hacia aquel rincón, y pulsó el sensible gatillo de la máquina de limpieza para arrojarle sobre cabeza y tórax un chorro continuo. La criatura empezó a retorcerse mientras soltaba unos alaridos en un idioma que no era el común, ni probablemente el propio de su especie. Mientras, la piel de duras escamas de su cara se derretía y enrollaba como rulos para el pelo antes de caer rodando desde el límite difuso de la capa roja y blanca que formaban los traslúcidos y delgados músculos de su cara y la estructura ósea de todo su cráneo. Al tiempo que moría entre terrible tortura, se hacía consciente del intenso hedor a iguana cocida que se esparcía a su alrededor. Los demás mercenarios, estupefactos del horror que veían, escuchaban y olían, estaban inmóviles, y sólo el mercenario humano reaccionó llevándose una mano hacia su ciclópeo ojo cibernético, para ahorrarse la visión de la matanza. Becka, sin embargo, no esperó a consumir del todo la vida del mercenario reptiliano arrinconado, y se lanzó a hacer lo propio con el que lloriqueaba todavía del dolor en sus burnios. La iguana cocida se mezcló en el aire con el aroma estimulante del calamar hervido. El estallido de los alaridos de la nueva víctima hizo reaccionar a dos de los demás mercenarios, que alzaron sus armas y dispararon a discreción en dirección a Becka, cuya figura había quedado rápidamente oculta tras una densa capa de niebla condensada. Los estallidos de las armas de energía atravesaban la humedad sin disiparla, y se repartieron en aquella parte de la habitación acallando de inmediato los gritos de los agonizantes, brindándoles cierta misericordia tardía. Pero Becka ya no se encontraba en ese lado. En cuanto había oído el primer silbido sintetizado de los generadores de plasma de las armas, se había arrojado hacia la cama, rodando sobre Marciano Reyes, al que el peso de sus glúteos desnudos sobre el dorsal le había arrancado un sonoro ronquido que los mercenarios no habían apreciado, y mientras los disparos continuaban, ella se había erguido tras el mercenario humano ciclópeo, y le había puesto la punta de la vaporeta portátil tras la nuca, antes de disparar. El humano abrió la boca sin voz, pero exhalando un pitido como de tren de vapor a toda máquina, mientras el chorro de humedad ardiente le atravesaba de un lado al otro el cráneo y le descomponía las mejillas entre las abiertas mandíbulas. El denso y fuerte vapor también se hizo hueco entre los estrechos canales por los que recorrían los cables de su órgano visual artificial, y salieron expulsados con la fuerza de una presión incomparable, destrozando los circuitos del bulboso ojo mecánico y lanzándolo con fuerza, como un proyectil más, hacia la nube contra la que se dirigían todavía los disparos de energía de sus compañeros. También restos de los diminutos órganos de sus oídos internos, precedidos de una inapreciable cantidad de cerumen, acabaron precipitándose desde los pabellones auriculares hacia fuera de aquella cabeza, antes de que la chica dejara de disparar su improvisada pero efectiva arma, dejando al fin que el mercenario se desplomara sonoramente a espaldas de los 108
otros dos. Uno de ellos, sobresaltado, se volvió de inmediato, sólo para encontrarse repentinamente ajustada a la zona de su entrepierna la boca de la vaporeta. El potente haz de calor, al pulsar Becka el interruptor, derritió de inmediato aquella parte del atuendo y las extrañas y desconocidas formas del sexo de aquel ser, antes de seguir su camino entre sus caderas para resurgir al aire libre al otro lado, como una potente ventosidad de agua acompañada de vísceras internas y excrementos espolvoreados. El último alienígena que quedaba, el de los ojos pequeños de camaleón, se volvió al oír aquellos nuevos alaridos, sólo para ver su mirada enturbiada por aquella nube de partículas microscópicas de humedad y mierda mercenaria. Becka aprovechó su turbación y el largo tiempo que se trataba de tomar para enjugarse con torpeza primero uno y luego otro de sus demasiado separados ojos, y se acercó con paso tranquilo antes de endosarle con rabia y violencia la vaporeta entre los dientes, ajustada al paladar, y disparar por última vez. El ser sintió el frío intenso de la muerte inmediata, a pesar de que el vapor tardó un poco en esparcirse por el interior de su su ancho cráneo, antes de derretir y hacer precipitarse hacia fuera las dos diminutas y brillantes canicas que eran sus ojos. Becka extrajo de un tirón seco la herramienta de la boca, y el mercenario se derrumbó, haciendo un fuerte sonido de hueso seco contra la imitación de madera del suelo. El sonido pareció sobresaltar a Marciano, que se incorporó de inmediato, como si llevara horas despierto, mostrando que su dotadísimo órgano había recuperado un tamaño disfuncional. —¡¿Qué, qué, qué…?! —tartamudeó, con los ojos muy abiertos y mirando la carnicería derretida de su alrededor—. ¡¿Por qué huele tan bien?! ¡Me está dando un hambre…! Marciano tardó un poco en reconocer los sobrios uniformes de los mercenarios extrasolares. Luego alzó la mirada hacia Becka, erguida entre los rostros y cuerpos desfigurados y humeantes de todos ellos, sosteniendo la pequeña vaporeta sobre el hombro, en una postura de espaldas a él que sugería satisfacción ante la contemplación del trabajo bien hecho.
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—¡Los has matado tú! —exclamó más que preguntó Marciano. Su sexo hizo un leve intento semicircular de erección, con vagueza, antes de volver a derrumbarse hacia el sentido de la gravedad, sin hincharse lo más mínimo—. ¡¿Pero cómo?! 110
—Buscaban a Venus —dijo Becka, aún tensa, y como preocupada por algo más importante que sus propias vidas—. Creían que estaría contigo… —¿Venus? —Marciano puso su mejor cara de falsa confusión, aunque Becka aún no le miraba—. ¡Vamos, hombre! ¡No me tiraba yo a un robot ni harto de vino! —Parece ser que pueden encontrarte por un localizador de algún implante cibernético de tu cuerpo —explicó Becka, volviéndose a mirarle al fin. Parecía muy preocupada—. Si han venido estos, vendrán más. Debemos llamar a los agentes de seguridad de Aknousenstein para que te protejan y… —¡Shhhhhhh! —la interrumpió Marciano, avanzando hacia ella y poniéndole el dedo índice sobre los labios, para hacerla callar—. Te agradezco que te preocupes por mí, nena, pero no necesito protección. Becka, con la cabeza inmóvil por la fuerte presión del dedo sobre sus labios cerrados, miró a su alrededor a la banda mercenaria con los ojos muy abiertos, consciente de que, de no haber sido por ella, podrían haberle hecho a él lo que hubiera querido. —Sé que quieres que me quede para poder repetir lo de hace horas —explicó él, ignorante de que sólo había estado unos minutos inconsciente, y aparentemente incapaz de recordar que se había dormido ante el peligro—, pero no me voy a quedar sentado de brazos cruzados para que me intenten matar en tu propia casa, poniendo en riesgo tu vida de manera totalmente inútil. Además…¡ Soy un espíritu libre, mujer! Ahora mismo me largo, para no ponerte a ti ni a tu causa más en peligro… Marciano dejó caer la voz con cierta melancolía mientras se ataba hasta la cintura con los harapos a que habían quedado reducidos los pantalones flexibles del pijama venusiano, antes de atárselos malamente con los jirones del jersey flexible. —¡No, pero no es eso lo que…! —trató de explicarse Becka, aún desnuda, dejando caer al fin la vaporeta al suelo, y poniendo sus dos manos pequeñas y pálidas sobre el ancho pecho de Marciano. —¡Calla! ¡No digas más! —él le tapó la boca con su caliente y húmeda mano izquierda—. Las cosas son como son, nena. La empujó de esa manera a un lado, con cierta desidia. Becka recuperó el equilibrio y se apoyó en el marco de la puerta de su dormitorio, mientras veía a Marciano salir del corto pasillo hacia el salón, donde la rojiza luz casi muerta del crepúsculo bañó con líquidos brillos la sugerente mezcla de musculatura humana y de metal. —¿Volveré a verte, Marciano? —preguntó ella, casi sin aliento, sintiendo que una pena profunda como el espacio se le habría en la boca del estómago. 111
Él se detuvo un momento, y antes de seguir caminando, dijo sin volverse a mirarla. —¡Quizá en la segunda parte, nena...!
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BATALLA MÁS ALLÁ DE LAS ESTRELLAS Marciano (que no tenía ni idea de cómo era Venus, pues sólo había estado antes un par de veces, hacía muchos años, y en otra ciudad), tuvo que preguntar a varias personas y robots para poder llegar, a ratos corriendo y la mayor parte del tiempo andando, hasta el hangar militar del aeropuerto espacial de la ciudad de Aknousenstein. Le había retrasado bastante el constante estupor que sentían todas aquellas personas y máquinas a las que había detenido para que le dieran indicaciones, pues no hacían más que sorprenderse, y hasta horrorizarse, de lo raído y atrevido de su vestuario, antes de dignarse a ayudarle. Una vez allí, encontró que el lugar estaba prácticamente desierto, con algunos operarios y pilotos que llevaban a cabo diversos trabajos de manera algo distraída. Era evidente que la batalla para rechazar el bloqueo orbital sobre el planeta Venus había comenzado hacía rato, y que la mayor parte de las naves de caza y destructoras de todo el planeta habrían despegado para tomar partido en ella. Marciano se fijó en un técnico de mantenimiento que estaba realizando algunas sencillas pruebas a un pequeño caza azul de sugerente línea afilada. —Hora de viajar con un poco de lujo —se dijo, avanzando hacia la nave, y urdiendo un ingenioso plan para deshacerse del técnico. El muchacho, bastante joven, y maquillado y peinado hasta el punto de no saberse si era un ser humano u otro androide (como pasaba con casi todo ciudadano de Venus), se fijó en que Marciano se acercaba casi enseguida, y le recibió con una cálida sonrisa. —¡Oye, anda que no mola el “look” veraniego ese…! —exclamó, señalando de un golpe seco de mandíbula, y con cierto humor, los restos de ropa que apenas cubrían al cyborg—. ¿En qué puedo ayudarte, amigo? ¡No tengo limosna! Ya deberías saber que los mendigos sólo pueden estar en Mercurio… —¡No soy un mendigo, espantajo sideral! —le atajó Marciano, dando los últimos pasos hasta él—. Tengo más puto dinero del que tú y el marica con el que te darás por culo veréis en vuestra puta vida. —¿Ein? —hizo el técnico, confuso ante aquella agresividad. —¡Eh, mira esto! —dijo Marciano, poniendo en marcha su plan. Unió índice y pulgar formando un irregular círculo mientras meñique, anular y 113
corazón se mantenían abiertos y casi enhiestos, formando una curiosa pero universalmente familiar figura de aquel modo con su mano izquierda. Mientra lo hacía, mantenía la muñeca por debajo de la cintura. El técnico, confundido aún por la conversación y curioso como pocas veces en su vida, dejó caer la vista hacia aquel gesto. —¡No, hombre nooo…! —exclamó, sacudiendo los hombros como un niño pequeño. —¡Sí! —gritó Marciano, antes de soltarle con el puño artificial de su mano derecha un terrible golpe en la mandíbula que lo dejó inconsciente en el acto. Acto seguido, Marciano rodeó el morro del caza de combate pisándole los riñones al muchacho recién derribado sin ninguna consideración. Se subió de un ágil salto apoyándose con las manos en el borde del interior de la cabina abierta, y se detuvo a echar un vistazo a los simplificados controles. —Joder, ¿hacen estas naves para retrasados? ¡Pero si no hay controles para hacer nada, aquí! —se quejó al técnico inconsciente, tratando de sacar la cabeza lo más posible, como para que el muchacho pudiera oírle bien—. Bueno, da igual, ya me arreglaré, ¡gracias por nada! Marciano activó el encendido de los motores, agradecido de que los tarados de los diseñadores se hubieran acordado, al menos, de incluirlo. Los motores iónicos de microfusión fría despertaron a sus espaldas con un agradable rumor que le masajeó la espalda. —¡Oye, esto está bien! —se alegró Marciano, al ver que el masaje era constante, y no un efecto fugaz del encendido. Marciano operó con la maestría de la experiencia los mandos e hizo levitar la nave sobre su invisible campo repulsor de aterrizaje. Dio ligero impulso a los motores, que centellearon con fuego frío y rojo desde detrás del achatado fuselaje, y sacó la nave del hangar pasando por encima del técnico inconsciente, cuyo cuerpo salió deslizado varios metros sobre el pulido suelo cuando los motores arrojaron su inofensivo soplo sobre él. Marciano resopló con un gargajo atorado en la tráquea en el momento en que trataba tan sólo de suspirar con alivio. Por fin dejaba Venus (el planeta), Venus (la mujer robot), y todas aquellas locuras que le habían estado ocurriendo desde que aceptara aquel ridículo encargo por parte del estirado cuatrimanos azulado de Kranytox Tranxas. Pensó que lo mejor sería alejarse del estridente Sistema Solar un tiempo, una semanita, más o menos, para que los ánimos se calmaran y todos tuvieran tiempo de olvidarse de él. Sólo sentía un poco perder a Becka, la ayudante del alcalde robot que le había 114
parecido ella misma un robot. Marciano ni siquiera recordaba haber estado antes con una mujer de verdad, y en ese momento se apoderaba de él algo parecido al sentimiento de auténtica pérdida de algo muy valioso, algo que realmente podría hacerle crecer como persona y empezar a ser capaz de creer en los demás, un sentimiento que era en realidad la puerta de acceso a muchos otros igual de maravillosos y que… —¡No, hombre, no! ¡NO! —interrumpió Marciano la narración, sin pensar en el lector—. ¡¿Pero qué hace esta puta mierda?! ¡¿QUÉ HACES, PUTA MIERDA?! Marciano se refería a la insistencia de la nave de dirigirse hacia la cruenta batalla espacial que cubría buena parte del espacio orbital sobre Venus. Tiraba y tiraba con fuerza de los mandos, y trataba de aumentar y reducir la impulsión iónica, sin obtener nada que no fuera una eficiente actitud de ignorancia, por parte de la nave, ante todos sus esfuerzos. Y es que, lo que Marciano Reyes no sabía, era que los controles completos de aquel y todos los cazas del gobierno de Venus sólo eran accesibles para el cerebro positrónico de cada piloto androide para el que estaban destinados. El puerto local de cables a la altura de la nuca de su asiento no reconocía su organismo como parte de una interfaz con la que integrarse y, por tanto, Marciano no podía desconectar la programación del piloto automático de navegar por el espacio en dirección de colisión directa con la nave comandante de la flota extrasolar. La idea de aquella trayectoria suicida era que cada piloto desconectara la navegación automática al entrar en batalla, a fin de maniobrar la nave a voluntad. Marciano, en su situación, no podía hacer nada de aquello. Comenzó a golpear y a sacudir cada mando y palanquita que tenía al alcance, es decir, los cuatro controles que permitían acelerar o frenar la nave, dirigirla en el sentido de los ejes de las tres dimensiones, disparar los cañones de plasma delanteros, y otro resorte en el que no había reparado y que servía para abrir una minicafetera exprés que proveía al piloto de un café negro especial de proteínas sintetizadas especiales para el delicado estómago de un piloto androide. El café, servido en un pequeño vaso de papel, embriagó su sentido del olfato dentro del claustrofóbico espacio de la cabina, y le calmó los nervios por un segundo, el que se tomó en darle un sonoro trago. —No hay mal que por bien no venga, supongo —se dijo, reposando el café en su posavasos, y volviendo a menear los controles—. Vale, puedo disparar, y dar vueltas sobre mí mismo. ¡Un fin de día perfecto, vamos! Mientras la recrudecida batalla de naves espaciales parecía desperdigarse en el espacio más bajo de la órbita de Venus, la nave comandante de la alianza extrasolar, rotunda y bulbosa, se mantenía algo alejada, como observando el lento pero
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inexorable triunfo. —¡Joder, con la payasa de Venus! ¡Mucho cerebro predictivo y de estrategia de cálculo de mis cojones en vinagre, y mira, la que ha liao! ¡Os están dando pal pelo, ¿eh?! —gritó Marciano al ver la lejana consecución de estallidos, disparos, explosiones y largos trazos de turboláser continuo que ambas flotas cruzaban entre sí. Después, le dio otro sorbito al café de proteínas—. ¡Espero que te revienten el perfecto culo metálico, hermosa! De pronto, sacándole de la complaciente pero equivocada observación de la batalla (pues, pese al menor número de naves, la flota comandada por Venus estaba realmente diezmando de manera lenta pero segura la de los extrasolares), un estallido de plasma alrededor del débil escudo de su caza hizo saltar hacia todas partes el interior de su cabina, hasta el punto de que el pequeño trago que le quedaba de café acabó derramado sobre su rodilla derecha. —¡Ay! ¡Me cagon todo! ¡Quema! —gritó Marciano, mientras los disparos que le llegaban desde algún invisible punto más allá del morro de la nave seguían atronando alrededor—. ¡El caféee, EL CAFÉEEE...! Tanto en los ojos de Marciano como en la limitada capacidad de su mente, estalló aquella imagen del inofensivo y servicial vaso que, de una manera tan inesperada como oportuna, le había traído unos minutos antes la certeza de que la vida puede ser (o parecer) buena incluso en los que parecen los peores momentos. Su aspecto, ligeramente ladeado, mal encajado en el posavasos, con su blanca superficie sucia de gruesas gotas del delicioso y estimulante líquido negro, se le antojó el propio de un compañero herido de muerte que, con un gesto de funesta determinación, exhorta a brindarle merecida venganza. —¡Ahora sí que os vais a cagar, hijos de la gran puta! —rugió Marciano, llevándose a la boca los dedos mecánicos de su mano derecha, manchados de la sangre del vaso, y lamiéndola como lo haría un Bruce Lee calvo, robótico, un poco más fondón y nada chino. Sin ser capaz aún de distinguir qué era lo que le disparaba, Marciano aceleró al máximo la impulsión y empezó a aporrear los botones de disparo sobre los mandos en forma de “U” de la nave, al tiempo que la hacía girar sobre su propio eje a toda velocidad, incapaz de hacer nada más. El intenso fuego de repetición que sus fuertes y expertos pulgares eran capaces de producir, añadido al giro frenético, convirtieron la pequeña nave de caza en una versión espacial de un cañón M61 Vulcan de los de la vieja escuela, pero mucho más grande y con capacidad de fuego láser ionizado en plasma. Varias de las naves de caza enviadas desde la nave comandante extrasolar que le 116
habían estado disparando se vieron sorprendidas por el apretado pero intenso fuego de energía verde, explotando acribilladas o perdiéndose en una lenta deriva por el espacio. Las que no podían ser alcanzadas empezaron a acercarse a la de Marciano lo bastante como para ser observadas a la simple vista, pero Marciano no veía nada, encerrado en su tubo de infierno circular. Sin embargo, el contacto visual duró poco. Todos los pilotos de caza extrasolares abrieron su formación hasta romperla completamente ante la terrible velocidad kamikaze de aquel pequeño caza que parecía provisto de algún arma experimental. —¡Alerta, alerta! ¡El piloto venusiano dispara un arma irresistible experimental! ¡Alguna clase de super cañón de plasma! ¡Alerta a la base comandante! —gritó a toda velocidad el alienígena que era el jefe de escuadrón, confundido, preocupado, y con la injusta sensación de ser un completo incompetente. Mientras, desde la mucho más pequeña nave comandante venusiana, Venus recibía informes de las comunicaciones interceptadas a los enemigos extrasolares, y no daba crédito. —¡¿Qué?! ¡¿De qué hablan esos?! —Venus dejó su sitio ante la amplia cabina, desde donde estaba dirigiendo la batalla, para acudir hasta las consolas del puente en las que los demás androides estaban monitorizando los movimientos y trayectorias de todas las naves de caza—. Pero si no tenemos nada que ver con eso… ¡¿Qué nave nuestra está en ese sector?! ¡No entiendo nada! —Señora, pues según los sensores es nuestra —explicó el androide, poniéndose en pie y retirando la silla para que ella pudiera inclinarse sobre las pantallas con comodidad. —No puede ser… No puede ser… Hemos perdido sólo cuatro cazas desde que empezó esto, y estamos aquí todos… Esa nave no debería haber despegado… ¿Qué está haciendo? —No lo sé, señora. No hemos recibido informes de nuevos despegues desde la superficie —dijo con tono eficiente el mismo oficial androide. —¿Qué hacemos? —quiso saber el oficial robot encargado de coordinar las comunicaciones entre todas las naves de la flota. —Nada, olvidémoslo… No sé quién es ni qué está haciendo... —resopló Venus, incorporándose y permitiendo al primer androide volver a su puesto—. Nuestra batalla va bien. Sea quien sea, se está suicidando. ¡Continúen, caballeros! 117
Marciano veía el universo girar a su alrededor en la forma de un tubo de infinitas líneas brillantes que giraban a su alrededor de manera transversal a su trayectoria. Y en el centro de aquel tubo mixto de oscuridad y luz, crecía rápidamente el manchurrón informe y gris de la que sabía que era la nave comandante extrasolar, pero que parecía en aquel momento una monstruosa forma alienígena que vibraba como tratando de adoptar la forma adecuada para enfrentarse a él. Él no dejaba de disparar y disparar, incluso cada vez más rápido. Rompió a sudar y apretó los dientes, y aceleró el pulso de sus pulgares sobre los botones de disparo hasta el punto de que los disparos prácticamente se convirtieron en un denso y largo haz del grosor de la misma nave. Un mar de haces rojos continuos de láser y de pequeños fogonazos verdosos de plasma empezaron a extenderse y a mezclarse con la luz blanca de las estrellas: la nave comandante había activado todas sus baterías en su dirección tratando de volarlo en mil pedazos, pero todos los disparos llegaban tarde a su posición. La nave de caza avanzó sin que nada pudiera detenerla, y el repetitivo fuego de sus sobrepasados cañones empezó a alcanzar los escudos. —Oye, Kranytox, espera, espera —el almirante de la flota extrasolar alzó la mano robótica protésica que tenía implantada pidiéndole permiso a su congénere al otro lado de la videollamada—. Espera que me llaman del puente. ¡Igual ya hemos ganado! Ambos seres azulados se rieron al unísono de un modo que un ser humano habría considerado falso y ridículo, antes de que el almirante azulado apoyara dos de las tres manos que aún conservaba para girar su silla hacia la pantalla de comunicación del puente. —¿Qué? ¿Cómo van las cosas, alférez? —preguntó con complaciencia. —¡¡Problemas, almirante!! ¡¡Tenemos problemas!! ¡¡Un estrecho sector de los escudos está siendo sobrepasado rápidamente!! —¡¡¿Qué?!! —exclamó el almirante, mirando a la sorprendida cara de Kranytox Tranxas, como si uno fuera un espejo del otro. —¡¡Si esto continúa así, los escudos caerán y el fuselaje se verá drásticamente
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dañad…! En ese mismo momento, desde la tranquilidad de su hogar en la estación espacial Del Paso, cerca de Jupiter, Kranytox Tranxas vio desaparecer el rostro azul del almirante de la flota extrasolar en una cortina de llamas, antes de que la conexión se interrumpiera. Desde donde estaba Venus, y justo cuando había vuelto a su lugar ante el mirador del puente, se pudo ver la gran deflagración de la nave comandante extrasolar, que la recorrió como una rápida enfermedad de fuego desde un pequeño sector de la parte baja de su fuselaje trasero y hacia el resto, abriéndose como una frágil bolsa que estuviera conteniendo llamas. A sus espaldas, todos los androides venusianos estallaron en vítores y gestos de alegría, mientras el grueso de la flota de la alianza racista alienígena empezaba a dispersarse en distintas direcciones. Venus, con el ceño fruncido, e inmóvil, aumentó el zoom de sus ojos cibernéticos todo lo que pudo, y creyó ver (pese a toda la certeza de sus sentidos) que un diminuto reflejo precedido de un denso haz verde acababa por atravesar la gigantesca nube de fuego, antes de confundirse con la negrura del espacio de alrededor. Marciano dejó al fin de disparar. Poco antes había atravesado un infierno de energía y fuego entre el que no se había atrevido a dejar de disparar, incapaz de hacer nada más, y consumido por auténtico terror ante la palpable perspectiva de la auténtica muerte inmediata. La pequeña nave de caza se vio liberada del sistema del piloto automático al terminar de arder la nave comandante a sus espaldas. —¡Joder, lo hemos hecho, colega! —exclamó, tratando de ver los restos por encima del fuselaje trasero que cubría los motores. Se volvió a mirar al vaso torcido en el posavasos, antes de volver a hablar con melancolía—. Lo hemos hecho colega. Te he 119
vengado. Hizo virar la nave hasta enfilar la dirección más rápida para salir del sistema solar, y aceleró de nuevo al máximo, convencido de que podía dejar atrás todos sus problemas… Dos días después de la batalla espacial sobre la órbita de Venus, un oscuro ser agarrado de una mano a una brillante bola plateada llegó al espacio limpio y tranquilo en torno a aquel planeta. La esfera plateada detuvo su velocidad máxima de los 142 kilómetros por hora, y dejó que el hombre vestido de negro agarrado a su superficie se zarandeara a su alrededor, manteniendo una estática y severa expresión de verdadero enojo. —¡Marcianoooo…! —rugió Jebediah Morningside, el Hombre Alto, mirando hacia la oscuridad indeterminada del espacio a su alrededor—. Tarde, muy tarde para saldar tus deudas Marciano… ¡Tu alma, y tu atrofiado cuerpo, me pertenecen ya! Continuará en... MARCIANO REYES Y EL HACENDADO DE JÚPITER
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DISEÑOS DE CORTESÍA POR SADAKO NIGHTMARE Diseños de Venus
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Diseños de Kranytox Tranxas
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Diseños del crumpfo taquillero, cuyo nombre propio es Cloten Macanitos
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TEMA MUSICAL “SOUND STORM”, POR AKIRAMAROK https://drive.google.com/open?id=1VUy-HM05svnZynZv5FZaS3fV49J01eYw
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