MARIO BENEDETTI

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Entonces vienen las contradicciones o sea la razón. El mundo existe con manchas, sin azar, y no hay conjuro ni fe que lo desmienta o modifique. El manantial se seca, al árbol cae, la sangre fluye, el odio se hace muro. ¿Es mi hermano el verdugo? Ese asesino y dios padrastro todopoderoso, ese señor del vómito, ese artífice de la hecatombe, ¿puede ser mi hermano? Surtidor de napalm, profeta imbécil, ¿ése, mi prójimo?, ¿ése, el semejante? Síndico en todo caso de la muerte, argumento y proclama de la ruina, poder y brazo ejecutor. Estiércol. Por esta vez no he de mirar mis pasos sino el contorno triste, calcinado. Miro a mi sombra que está envejeciendo, la sombra de los míos que envejecen. El mundo existe. Con o sin sus manes, con o sin su señal. Existe. Punto. El mundo existe con mis ex iguales, con mis amigos-enemigos, esos que ya olvidé por qué se traicionaron. Tiendo mi mano a veces y está sola y está más sola cuando no la tiendo, pienso en los compradores emboscados y tengo duelo y tengo rabia y tengo un reproche que empieza en mis lealtades, en mis confianzas sin mayor motivo, en mi invención del prójimo-mi-aliado. Ni aun ahora me resigno a creerlo. 87

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