Pagafantas

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cubrir a su hermano porque era más chico y eso debe hacer un hermano mayor, cuidar a los más pequeños. De un codazo Baeza movió a su hermano que ya se iba quedando dormido, terminemos de una vez, dijo, y recordó los meados calientes y apestosos de los hermanos escurriéndoles por la cara, abre la boca puto, órale hijos de la chingada para que se refresquen y el chorro amarillento no cesó hasta que Baeza y su hermano, ellos sí, dispararon sus armas dando en las caras charrasqueadas por el sol, el disparo aflojó los ojos apretados. Y se quedaron viendo el par de charcos rojos como aquella vez el charco amarillento y lodoso abriéndose paso a los pies del sauce.

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