Papelucho en la clínica.

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casita de la telefonista. Faltaban como veinte pasos y yo quise correr, pero en ese momento apareció otra sombra más. Dos contra uno ya era un poco mucho. ¿Qué habría hecho Adán en mi caso? Quise rezar y se me enredaba todo. Quería pedirle ayuda a alguna ánima conocida, pero no conocía a ningún muerto. Mala suerte ser puros vivos en una casa; uno debe tener su ánima pariente. —¡Dios mío, que no se salgan del purgatorio esas picaras! — recé—. Cada uno en su lugar y el que debe pagar, que pague. — y apenas dije esto se desaparecieron las sombras malignas y hasta la mía también. La puerta del teléfono estaba abierta y aunque apenas podía doblar las coyunturas, entré. —¡Papelucho, a estas horas! —me dijo la señorita Eliana—. ¿Lo han mandado a usted por el recado? Es cierto que están todos agripados allá y con el teléfono descompuesto. Ahora le comunico. Metía y sacaba pitutos, marcaba y marcaba diciendo con su voz suave: Concón... Concón... hasta que al fin alguien le contestó porque puso cara de «escucha» y después de dos cuartos de hora dijo «bien», y se sacó las orejeras. —Avisan del Hospital de Valparaíso que murió el señor Adalberto Rubilar hoy a las 8. Que esperan de su papá las órdenes pertinentes. ¿Es alguien de su familia? —Sí y no —ni supe lo que decía. ¡El Profeta muerto! Era entonces su ánima la que me acompañaba. Y yo que le pedí a Dios que lo devolviera al Purgatorio. ¡Qué pensaría de mí, mi mejor amigo! Y yo que le había prometido acompañarlo siempre. A lo mejor por eso se había muerto. De pura soledad... —me dije con voz áspera. —Papelucho, perdón por darle así la noticia. No pensé que usted lo quería tanto. Nunca oí hablar de ese señor. ¿Estaba enfermo hace tiempo? La señorita Eliana me dio agua, pero yo seguía pensando en el pobre Profeta ardiendo en el Purgatorio por culpa mía. —Lo acompañaré a su casa y dejo encargado el teléfono —dijo ella amarrándose un pañuelo en la cabeza—. Vamos que se hace tarde. Salimos a la noche. Yo tenía congoja y otra cosa rara y rezaba confundido por el ánima amiga, cuando de repente veo que ella nos acompaña otra vez. Fue un gusto tremendo saber que Dios me había oído y la había soltado de nuevo. Caminaba adelante de nosotros, junto con otras


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