Opio en las nubes

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acariciaban ding dong en el trasero esas manos solitarias que buscaban calmar allí entre los cristales del baño los reflejos dementes de los gritos de Marciana, que nunca preguntaba el nombre, la ocupación, la canción preferida, la marca del perfume. Solamente exigía que fumaran cigarrillos rubios para que el humo azul se mezclara con su amor, descalabro, angustia, café, negro, ven para acá mi amor, te tengo, pocillo, no cierres la ventana, vaso. Por su parte. Alain nunca se repuso de la pérdida de Marta. Al otro día la enterró en el parque, cerca de la casa de las palomas, cerca de esas palomas que Marta perseguía en las tardes mientras Alain se fumaba un cigarrillo sin filtro abaleado por el sonido roto de la tarde. Tal vez Marta era la única que sabía moverse entre su amor, descalabro, angustia, café, negro, ven para acá mi amor, te tengo, pocillo, no cierres la ventana, vaso, sin hacer ruido. Tal vez Marta era la única que entendía que los días estaban salpicados de pequeñas pulgas negras, insignificantes.

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