ESCENARIOS FRAGMENTADOS”
“Niní en tiempos inciertos: crónicas de una docente en escenarios fragmentados”
Aquel 2 de marzo de 2020, Niní se despertó sin saber que estaba comenzando el año más largo de su vida. Profesora y coordinadora de curso, dividía su trabajo entre dos mundos: una escuela de gestión pública desbordante de estudiantes y una privada, de organización más acotada. Ese día volvió a caminar por los pasillos, a reencontrarse con los cuerpos presentes, con las rutinas de timbres, carpetas y charlas en los recreos. Quince días después, el mundo se detuvo.
Al principio, la idea era que el encierro duraría dos semanas. Luego, ese tiempo se volvió indefinido. Como muchas y muchos docentes, Niní pasó de las tizas a los clics sin manual de instrucciones. En la escuela pública, donde era coordinadora, nadie tenía claridad sobre la cantidad exacta de estudiantes por curso. Había cinco divisiones por año, unos 845 estudiantes en total. Lo primero fue intentar organizar todo en un solo Google Classroom… pero a los dos días el Drive colapsó. Entonces entendieron: debía haber un aula virtual por curso. Treinta classrooms. Treinta espacios digitales por crear y coordinar.
La brecha digital no era una metáfora. Era una realidad tangible, cotidiana, que dividía a quienes podían seguir el ritmo de las clases virtuales y a quienes apenas tenían acceso a un celular compartido entre varios miembros de la familia. Niní y su equipo buscaron aliados: la municipalidad, radios locales, impresoras prestadas. Comenzaron a armar cuadernillos en papel para repartir cada 15 días. El viernes se convirtió en el día del reencuentro silencioso, con barbijos, distancia y manos cargadas de fotocopias.
Mientras tanto, en la escuela privada, los escenarios eran distintos. A las 7:20 se izaba la bandera frente a las cámaras encendidas. Cada estudiante tenía su dispositivo y un rincón en la casa acondicionado para estudiar. Se trabajaba en clases sincrónicas, con juegos y consignas creativas para marcar la asistencia: “Díganme presente mostrando un sombrero”, “Muéstrenme un objeto que les represente”. Había rutina, organización, continuidad. Pero también, había cansancio, pantallas saturadas, cuerpos quietos que pedían movimiento.
Niní transitaba ambos escenarios con el mismo compromiso. En uno, planificaba clases por WhatsApp, armaba horarios de consulta y pensaba cómo llegar a quienes no podían conectarse. En el otro, diseñaba estrategias para mantener encendida la chispa del vínculo humano en medio de una virtualidad aplastante.
Aun así, en ambos espacios se resistía a la desconexión emocional con los estudiantes, lo convivencial. En la escuela pública, organizaron una peña virtual. Estudiantes y docentes grabaron videos con diferentes desafíos, los compartieron en un vivo de Instagram con una noche de gala. En la privada, la primera promoción egresaba. Se organizó una caravana con autos decorados, postas con docentes que saludaban desde la vereda, y una radio que narraba aquello que se dice en un acto de egresados.
Los nuevos escenarios educativos no solo pusieron en juego infraestructuras tecnológicas. También desnudaron subjetividades. Mostrar la casa, compartir el silencio, pedir ayuda por WhatsApp, descubrir que un estudiante aprendía en el patio porque allí llegaba mejor el wifi. Todo eso formó parte de la escuela en pandemia.
La pandemia desdibujó los tiempos laborales. Ya no había horarios escolares definidos, sino momentos posibles. Cada estudiante se conectaba cuando podía, cuando el dispositivo estaba libre, cuando el entorno se lo permitía. Y del otro lado, los docentes se volvieron educadores 24/7: diseñaban materiales a cualquier hora, corregían tareas de madrugada, respondían dudas en días feriados.
La docencia se volvió continua, líquida, sin cortes. El aula se había trasladado a los rincones de cada hogar, pero el trabajo no tenía más campana de salida.
Niní, como tantas otras y otros, no solo enseñó contenidos.
Acompañó duelos, alentó voces, sostuvo rituales y reinventó la escuela desde la fragilidad. Supo que la educación no transcurre solo en el aula, sino en cada gesto de cercanía, en cada intento de reducir la distancia, en cada acto de resistencia amorosa frente al aislamiento.