Luisa Geigel Brunet

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Mis recuerdos y algo más sobre doña Luisa Géigel Brunet Nora L. Rodríguez Vallés, Ph.D.

Todo lo que voy a relatar aquí está lleno de las veladuras que producen: senderos andados, mis propias experiencias en la vida y el arte, que, en ocasiones y a la distancia de los años, podría decir que coinciden o no con aspectos de lo que conocí y hoy conozco de doña Luisa. Otros matices aquí presentes son el del cariño y agradecimiento. Para escribir esto, sin embargo, he hecho algunas indagaciones pertinentes y he sido testigo de cómo el tiempo elástico produce paralelos inesperados.

De Genealogías y libros Si estuviera escribiendo para principios del siglo XX en Puerto Rico, entonces el nombre debiera ser Luisa Encarnación Micaela María Géigel y Brunet y esto ya nos lleva a sus posibles vínculos con Cataluña o más ampliamente, el viejo Reino de Aragón. Lleva a la relación de muchos puertorriqueños con otros lugares de la Península Ibérica que no eran ni son Castilla. Son puertas que se abren y por ella entra una de las pasiones de doña Luisa Géigel, la genealogía. Sus padres fueron Fernando J. Géigel y Sabat y Micaela Brunet y Guayta ambos nacidos en Puerto Rico. Sus abuelos del lado de su padre fueron José Géigel y Zenón y Encarnación Sabat y Travieso y del lado materno eran Francisco José Juan Brunet Urgell y Luisa María Guayta Munté. En la introducción al libro que editó don Fernando de su padre, Bibliografía puertorriqueña, este menciona el largo abolengo puertorriqueño de doña Encarnación, “dama puertorriqueña de añeja estirpe”.1 Esta introducción revela, indirectamente, más sobre las razones de doña Luisa, sus intereses en los libros, en la historia, en servir en el Ateneo Puertorriqueño. Don Fernando explica su vínculo con el Ateneo Puertorriqueño y su amor por los libros: …casi completaban la docena los anaqueles y armarios de libros en nuestra casa solariega

de la esquina de San Justo y Luna en la capital de Puerto Rico. En la época evocada por mis recuerdos, año de 1892… A aquella su gran afición debióse, en gran parte, el engrandecimiento e importancia que alcanzó por entonces la biblioteca del Ateneo de San Juan, enriquecida por él con numerosas donaciones de ejemplares, mientras fue honrado, en repetidas ocasiones, con el cargo de bibliotecario de la docta casa… Mi padre tenía asignado para su uso un escritorio. Entre mis recuerdos de cuando era niño conservo uno que aun hoy consigue conmoverme. El conserje del Ateneo, un simpático viejo llamado Aniceto Ruiz, solía sentarme sobre aquel pupitre y contarme maravillosas historias las veces que iba a esperar a mi padre. Muchos de los cuentos eran leyendas que aprendía de Don Alejandro Tapia.2 Me parece importante hacer una revaloración de la obra y vida de la pintora y escultora que trabajó de múltiples maneras para Puerto Rico porque a mi entender doña Luisa dejó plantada su obra en la historia de la plástica puertorriqueña. El énfasis debe estar en lo que hizo y no en lo que dejó de hacer. Además de su dedicación al arte y a la docencia del arte, doña Luisa era estudiosa de la historia y, como ya he mencionado, dentro de la historia, la investigación genealógica. Era aventurera y en su juventud le gustaba participar en carreras de automóvil y en torneos de pesca. A las carreras de carros las mencionaba de vez en cuando mientras platicábamos, y sobre este tema viene a mi memoria su sonrisa ante una de sus travesuras preferidas. Aunque no era ostentosa, doña Luisa estaba marcada por su clase social. Podríamos decir que hay un aspecto de desclasamiento en el situarse vivencialmente dentro del mundo del arte. Escoger este camino te hace un ser extraño entre los de esa clase de viejos hacendados, propietarios y profesionales. En 1939, año que marca su entrada a la escena del arte en Puerto Rico, doña Luisa era nada más y nada menos que la hija del administrador de la ciudad de San Juan o lo que hoy equivaldría al alcalde de la ciudad capital. Para ese entonces don Fernando ya había dirigido la Oficina de Puerto Rico en Washington, a donde también lo acompañó su hija. Fue esta situación económica y social la que permitió que ante la enfermedad de su madre partieran hacia Barcelona buscando tratamiento, donde permanecerían por varios años hasta el fallecimiento de

1 José Géigel y Zenón y Abelardo Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña (Ed. Fernando Géigel y Sabat. Barcelona: Editorial Araluce, 1934), IX. 2 Géigel, Zenón y Morales Ferrer, Bibliografía puertorriqueña, VI, XI.

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