Kobro y Strzemiński. Prototipos vanguardistas

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no son para siempre. En cuanto aparezca uno nuevo y mejor, más próximo al ideal imposible –o cuando el prototipo se haya implementado en la producción, quedando sustituido por el aparato definitivo–, el prototipo anterior quedará obsoleto. El concepto de prototipo no aparece en los textos de Strzemiński y Kobro, como tampoco se ha empleado en la teoría de la modernidad. No obstante, creo que podría resultar de ayuda a la hora de desenredar esa maraña de finalismo e historismo, autonomía y utilitarismo, tan fuertemente presente en el arte contemporáneo. Y me refiero sobre todo a ese arte frente al cual se fraguó la obra de Kobro y de Strzemiński: el arte de la vanguardia rusa de la época de la Revolución de Octubre. Fue precisamente en ese arte donde se produce la verificación más radical de las tres motivaciones que Bois considera clave de la obra de Kobro y Strzemiński, determinando de una forma evidente las ideas artísticas de ambos y colocando en su centro este “aparato” que denomino prototipo.

LA FÁBRICA RUSA Según observa Andrzej Turowski, la vanguardia rusa abarcaba desde el idealismo hasta el materialismo extremos, desde la metafísica hasta el análisis. “Por una parte –escribe Turowski– estamos ante una racionalización neopositivista del empirismo, que dotaba a la búsqueda artística de un carácter científico, y por otra, ante un panteísmo neorromántico, visible en el deseo de superar la experiencia vital personal para encontrarse a sí mismo en la inmortalidad del Universo”8. Por encima de estos extremos, lo que compartían los vanguardistas rusos era la convicción de que el arte tenía que participar en la reconstrucción del mundo. Las controversias surgían en torno a cómo debía hacerlo y, consecuentemente, a la dimensión social de la creación artística. El debate fue intenso y muy dinámico, alterándose una y otra vez las líneas divisorias entre las diferentes posturas. No obstante, a modo de aproximación, podríamos decir que en un lado estaban los partidarios del “arte puro”, y en el otro, aquellos para los que el arte tenía sentido en tanto que instrumento al servicio de determinados fines prácticos. Entre los primeros, las personalidades más destacadas eran Kandinsky y Malevich, convencidos de que la solución de los problemas de organización de la obra pictórica o escultórica contribuiría también a conocer y articular un orden general. El segundo grupo estaba encabezado por

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