El Destino de Costa Rica y la Educación Superior

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los medios para empujar una reconstrucción de la clase dirigente y un relevo de generación, sin trauma social y sin alejarse de los principios de democracia, institucionalidad y solidaridad colectiva que han fundamentado el alma nacional. Este el corazón de la agenda política nacional. ¿Hacia dónde debe ir la democracia costarricense? No vamos a decir nada nuevo ni algo que solo se plantea para Costa Rica: ya hace rato que se ha señalado la necesidad de pasar de una democracia representativa a una participativa, más directa; aunque el asunto en discusión es la estructura de pesos específicos que deben tener todos sus componentes y, de nuevo, cómo realizarlos. Vayamos a lo primero. Como premisa: la democracia no debe interpretarse simplemente como el ejercicio de cambio de gobernantes sino, también, como la evaluación y decisión sobre opciones de desarrollo social y colectivo. No es un problema meramente electoral. El punto de fondo aquí se puede expresar como la necesidad de construir una ciudadanía con la capacidad de intervenir colectiva, constructiva, racional y decididamente en todos los asuntos nacionales. [248] La respuesta invoca, entonces, varias acciones a las que aquí solo vamos a hacer referencia: participación electoral más directa, descentralización, desconcentración, y control efectivo de la acción estatal por parte de la ciudadanía. En primer término, sobre la estructura de gobierno y vida social: la desconcentración y la descentralización [249] son fundamentales para promover un mayor funcionamiento eficiente y eficaz de la acción estatal y el desarrollo humano. Y en esto se debe tener la perspectiva más general: tenemos una extraordinaria centralización que el anterior estilo de desarrollo fortaleció. Y que potenciaron las posibilidades de corrupción e ineficiencia que hoy se adjudica a la clase dirigente. Costa Rica deberá realizar políticas inteligentes de descentralización y desconcentración política y administrativa. Todas las instituciones nacionales deberán participar en esta reforma. En todo esto, sin embargo, se deberá tener la lucidez y la flexibilidad para poder distinguir cuándo conviene la descentralización y cuándo la desconcentración, y cuándo la acción estatal centralizada sigue resultando la más conveniente. No se trata de asumir nuevos principios absolutos. Ahora bien, se trata de un asunto complejo con varias dimensiones que involucra no solo instituciones sino toda la población e, incluso, la misma producción nacional: por ejemplo, ¿quién puede ocultar la expansión sistemática sin control de la gran área metropolitana y especialmente de San José? Para nadie es un secreto: debilita las posibilidades de desarrollo de otras regiones y otras opciones en el país, engendra desequilibrios en el mercado de trabajo, en la distribución de la infraestructura y en la calidad de vida de amplias regiones del país, se favorece la emigración del campo a la ciudad con el consecuente cortejo de implicaciones que esto tiene. [250] Se requiere desconcentración territorial y de desarrollo urbano, y una estrategia que establezca lo que nunca ha existido: la planificación urbana. En esto debemos ser claros: descentralizar no debe entenderse como municipalizar. Por ejemplo, las instancias provinciales o regionales deben 152


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