Impresión Nº 30

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noviembre, 2012 //

La segunda inauguración ególatra de Alan Damián se llevó a cabo el 11 de julio de 2011. Irse de la presidencia estrenando el tren, así lo quiso. Los mortales nos vimos obligados a esperar hasta abril de 2012 para montarnos en ese cuento de años. VIAJE Villa El Salvador, Villa María del Triunfo, San Juan de Miraflores, Surco, Surquillo, San Borja, San Luis, La Victoria y Cercado de Lima son los distritos que atraviesa el tren. 7:30 a. m. hora punta. Al entrar a la estación Jorge Chávez en Surco, una voz me informa que “Usted entra bajo su responsabilidad, es hora punta y el tren está viniendo lleno”. Más que una advertencia es una amenaza contra el tiempo. Nadie niega que el tren es una vía óptima para reducir el lapso de viaje, pero ese lapso es un martirio. Sin embargo, las personas esperan, pero el que no espera es el tren. Llega a la hora pactada y parte en menos de un minuto, dejando a muchos en la histérica espera del próximo. Algunas veces, el tren puede llegar a ser tan impuntual como son los peruanos. Nada inusual sabiendo que aquellos datan de la década de los 80 y muchas veces se han varado dejando a los mortales cinco metros sobre la tierra y muchos bajo el cielo. “Estos trenes tienen más de 20 años y hasta que no lleguen los siguientes se van a seguir malogrando”, fue lo que me dijo un operario quien trataba de calmar a los furibundos y ansiosos pasajeros que clamaban por llegar a su destino. Algunos precavidos, o abandonados por el tren, esperan inmiscuidos en celulares, periódicos y conversaciones. Miradas impacientes a ese reloj que sigue corriendo. También, miran los carriles del tren pero siempre detrás de la línea amarilla, como lo dice esa estridente voz en off: “Por favor, mantenerse detrás de la línea

amarilla hasta que el tren se haya detenido por completo”, esa línea que separa la vida de la muerte. Por fortuna, la línea no ha sido cruzada por alguna mente suicida que imite a Ana Karenina, quien acabó saltando a las rieles por sus tormentos, traiciones, dolores y desdichas en una vida que convirtió en tinieblas. La voz en off nos quiere dar lecciones. “Cuando el tren se detenga espere a que salgan los pasajeros para que pueda ingresar, contigo somos mejores”, señala. Simples insinuaciones que no son tomadas en cuenta cuando el tiempo vale más que la educación. 7:51 a. m. ¡Ya viene el tren! La zozobra se apodera del ambiente. Caminan impacientes. Preparados, listos para ensimismarse y atrapar el pueril espacio que quede en un vagón hallado a la suerte. Miradas atentas, acróbatas listos. Las puertas se despliegan, las masas se ‘avalanchan’. Tienes que pelear porque hay menos de un minuto para que puedas entrar. Lograste entrar ¡con las justas! Tu bolsa casi queda afuera. Mientras tú te embrollas con la gente, tres hombres vestidos de color fosforescente golpean con vigor las plegadas puertas para que la masa no se desborde. MUJERES Tumulto, aglutinamiento. Caras soñolientas, pesadas, mundos embarcados en audífonos cerrados. Nadie quiere nada, nadie quiere verte. Cuerpos cansados por el obligado vaivén del quehacer de la vida. Tus hombros se rozan, tus piernas se pegan, las miradas se cruzan sin querer. Olores, sensaciones, roces, toques. En el tren, tu espacio es mínimo; tus movimientos, torpes; y tu pudor, errado. “Si no quieres que te rocen, entonces toma un taxi”, triste afrenta de un hombre quien se vio incomodado por la distancia y espacio que exigió una mujer.

Si bien los hombres van tan enmarañados como las mujeres, ellas son las que deben cubrirse y protegerse. Es una sensación que se ha ido forjando por el constante acoso al que se ven expuestas las mujeres en cualquier esquina de Lima. Acoso que viene de años y que sigue presente en las mentes femeninas. DESCARGA Y CONTINUACIÓN 8:02 a. m. Estación La Cultura, San Borja. El tren se detiene, las puertas se despliegan, el tumulto disminuye y un respiro se avecina. Una mayoría desciende del tren para conectar su ruta a través del tráfico incesante y real de Lima. El viaje continúa, te mueves con frescura, te acercas a la ventana. Ahora ves las realidades, los colores se entremezclan en los techos de La Victoria, Gamarra y el Cercado de Lima. Techos desconocidos y avergonzados por el ineludible descubrimiento. Desperdicios, chatarras. Prendas colgando, esperando ajarse con el tímido brillo solar que se avecina con poca costumbre. 8:14 a. m. Estación Miguel Grau, Cercado de Lima. Llegamos al paradero final, pero no al fin del viaje. Los pasajeros enfilan marcha con dirección a la puerta. El tren detendrá en pocos segundos, los pasajeros se preparan para embarcarse en la siguiente lucha. La puerta se abre, la masa se balanza. Los más fuertes descienden, los débiles se quedan esperando el sosiego y una salida triunfante. La avalancha que salió primero se apresura en la salida, bajan la escalera con rapidez, traspasan la salida. La premura de la vida los obliga a dirigirse al siguiente paradero, tomar el próximo bus y vivir el desdichado destino de los de abajo. Porque el que no conoce el servicio de transporte público, no conoce la realidad. u

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