Red queen victoria aveyard (La reina roja #1)

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—¿Qué pasa, mi señora? Cuando nos alcanza, sus ojos vuelan directamente a la celda abierta y jadea detrás de su máscara. Pero Julian es demasiado rápido, incluso para un Centinela. —Fuiste a dar un paseo. Al volver lo encontraste así. No nos recuerdas. Llama a uno de los otros —murmura, su voz una canción terrible. —Centinela Tyros, te necesito —afirma con rotundidad. —Ahora vas a dormir. Cae casi antes de que diga la última palabra, pero Julian la sujeta y la pone suavemente detrás de él. Kilorn suspira con sorpresa, impresionado por Julian; quien se permite sonreír con suficiencia. El siguiente en bajar las escaleras es Tyros, confundido pero deseoso de servir. Julian lo hace de nuevo, cantando sus órdenes susurradas en pocos segundos. No esperaba que los Centinelas fuesen tan estúpido, pero tiene sentido. Están entrenados desde la infancia en el arte del combate, la lógica y la inteligencia no son sus prioridades. Pero los dos últimos, Ojos de Cerdo y el curandero, no son tan tontos. Cuando Tyros le ordena al Centinela curandero que baje, murmuran entre sí. —¿Ha acabado, lady Titanos? —dice Ojos de Cerdo con cautela. Pensando rápidamente, les grito de nuevo. —Sí, hemos acabados. Sus compañeros han regresado a sus puestos, quiero asegurarme de que también lo hacen. —Oh, ¿lo han hecho? ¿Es eso cierto, Tyros? Con mucha rapidez, Julian se arrodilla sobre un Tyros desmayado. Le abre los ojos, sosteniéndole los párpados. —Di que has regresado a tu puesto. Que la dama ha terminado. —He vuelto a mi puesto —dice de forma monótona. Afortunadamente las largas paredes de piedra de las escaleras distorsionan su voz—. Lady Titanos ha terminado. Ojos de Cerdo gruñe para sí mismo. —Muy bien. Sus botas resuenan por las escaleras, están bajando juntos. Dos. Julian no puede manejarlos sólo. Siento a Kilorn tensarse a mi espalda, apretando el puño, preparándose para cualquier cosa. Con una mano lo empujo contra la pared, mientras que la otra palidece con chispas. Los pasos se detienen, un poco más allá de la abertura. No puedo verlos y tampoco Julian, pero Ojos de Cerdo respira como un perro. También está el curandero, que permanece fuera de nuestro alcance. En completo silencio, es difícil no oír retumbar de un arma. Los ojos de Julian se ensanchan pero se mantiene firme, agarrando su arma robada. Ni siquiera quiero respirar, sabiendo que estamos en peligro. Las paredes parecen encogerse, acorralándonos en un ataúd de piedra del que no hay escapatoria.

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