Réquiem por Tijuana – Néstor Robles

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afeminado aplicaba un tinte rojo a una ermitaña. Otro hombre, no tan viejo, esperaba impaciente en otra de las sillas. Su pelo estaba recortado y, al parecer, le faltaba algún retoque final. ¿Dónde estaba el, seguramente, otro anciano peluquero? Carlos tomó una revista para imitar a su compañero paciente. Resultó ser una revista de ciencias. Abrió sus páginas al azar y su atención se concentró en un artículo que hablaba sobre nahuales. «Los cambiadores de forma mexicanos», les llamaba el autor, brujos que tenían la capacidad de transformarse en animal. Un dibujo de un hombre convirtiéndose en un coyote o algo parecido ilustraba el artículo. Miró a los viejos presentes para comprobar que no lo observaban. Arrancaría la hoja para agregarla a su colección de ideas para escribir. Cuando doblaba el papel para meterlo a su bolsillo, una puerta se abrió: la mujer hizo acto de presencia. Carlos pensó en otra típica escena hollywoodense: cámara lenta; una sonrisa; un suave abrir y cerrar de ojos; música de piano en el fondo. Ella saludó, Hola, en seguida te atendemos. La velocidad normal de veinticuatro cuadros por segundo regresó. Que se tomara su tiempo. Con tal de contemplarla, que se demorara todo el día. Era joven. Demasiado. Quizá en sus veinte. Su piel era blanquísima. Qué gran alivio fue ver una piel viva de nuevo. Su atuendo consistía en unos zapatos negros, ligeros, unos jeans despintados color azul, pegadísimos, debajo 39


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