Mitad Doble nº 20 "Mujeres"

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jalá el otoño no llevase de esquina en esquina las hojas tostadas de los árboles; que no fuesen tan contados los sueños que se tienen despierto; y que los papeles de la calle, en verano, no se arremolinasen de arriba abajo. Porque todo me recuerda a ella. Cogerla de la mano y contemplarla era un signo de santidad. La luz que se entrometía por la ventana iluminaba con impaciencia las sábanas. Su rostro mantenía una paz de duermevela, despertaba solo un poco y volvía a los sueños. La belleza era serena. Al salir de sus brazos la humedad se adueñaba de todo: de las farolas y su luz, de las aceras y sus pisadas. Mi caminar se hizo cotidiano en el segundo paso, aburrido en el tercero, olvidado en el cuarto. Y sin rumbo que fuese parecido a todos los destinos, me paré. Me detuve pese al viento, al frío y a su humedad. Sus besos se colaron en mis brazos en un manto helado y suspiré con aquel gastado suspiro de tantas otras veces. No había luna; extrañaba su brillo, su luz. Extrañaba la luna. No quedaba nada que hacer, solo caminar sobre trajes polvorientos de aquellas, las imágenes de ahora. Y entre el recuerdo de su olor, una llovizna mojaba con impaciencia mis hombros, mi cuello y mi cara. Puede que llorase por no aprender nunca a parar las agujas del reloj, a cambiar nuestras fotografías. Deseé ser la luz de aquellas sábanas que la acariciaban. El camino terminó con un cortejo, sin pasos bajo mis suelas. El tacto de su piel aún se confundía con el de la mía; su mano manchada, arrugada por aquella edad. Sonreí con un quejido que me anudó el alma al mirar al cielo. Ojalá el otoño arrastrase hojas hasta tu puerta, madre, esas hojas que serán afortunadas. Texto: Santos Moreno

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