Keneally, Thomas - El Arca de Schindler

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La corte SS le había permitido abandonar la prisión de Breslau por su diabetes. Estaba vestido con lo que era probablemente un uniforme sin insignias. Hubo abundantes rumores acerca del sentido de esa visita, y algunos han persistido hasta hoy. Algunos piensan que Goeth pretendía ayuda económica; otros que Oskar guardaba algo para él, tal vez dinero u objetos de valor procedentes de los últimos negocios de Amon en Cracovia, y en los que Oskar hubiese podido ser su agente. Personas que trabajaban en los despachos de Oskar piensan incluso que Amon pidió una tarea administrativa en Brinnlitz. En verdad, las tres versiones sobre los posibles motivos de la presencia de Amon parecen aceptables, aunque no es probable que Oskar haya sido nunca agente de Amon. Apenas entró se vio que la cárcel y las tribulaciones habían dejado honda huella en él. Estaba demacrado. Se parecía más al Amon que había ido a Cracovia el Año Nuevo de 1943 para liquidar el ghetto; y sin embargo no del todo, porque ahora se percibía también en su piel el amarillo de la ictericia y el gris de la cárcel. Y si uno miraba con atención, podía ver en él una pasividad nueva. Sin embargo, algunos prisioneros que alzaron la vista desde sus tornos, vieron surgir aquella figura del abismo de sus pesadillas más atroces cuando, sin aviso previo, atravesó las puertas y el patio de la fábrica en dirección al despacho de Oskar. Helen Hirsch sólo pudo desear que volviera a desaparecer. Otros lanzaron silbidos o escupieron en el suelo junto a sus máquinas; algunas mujeres maduras elevaron las labores que tejían como un desafio. Era una venganza; a pesar del terror, Adán aún cultivaba y Eva hilaba. Si Amon buscaba un trabajo en Brinnlitz -y no había muchos otros sitios adonde pudiera dirigirse un Hauptsturmführer bajo sospecha-, Oskar lo disuadió o le dio dinero para que se marchara. El encuentro no fue, pues, muy distinto de los anteriores en ese sentido. Como cortesía, el Herr Direktor invitó a Amon a recorrer las instalaciones, y la reacción fue aún más intensa. Se oyó más tarde cómo Amon pedía a Oskar, en su despacho, que castigara a los reclusos por su falta de respeto; Oskar murmuraba que algo haría contra esos rebeldes judíos y reiteraba su permanente apoyo a Herr Goeth. Las SS lo habían puesto en libertad, pero la investigación proseguía. Pocas semanas atrás, un juez de la corte SS había ido a Brinnlitz para interrogar nuevamente a Pemper acerca de los procedimientos administrativos de Amon. El comandante Liepold había advertido a Pemper, antes del interrogatorio, que tuviese gran cuidado porque el juez quizá tuviera la intención de ordenar su ejecución en Dachau después de obtener de él toda la información posible. Pemper, hábilmente, hizo todo lo posible para convencer al juez de que sólo realizaba en la administración de Plaszow tareas de muy poca importancia. De algún modo, Amon había sabido que los investigadores de las SS habían acosado a Mietek Pemper. Lo llamó al despacho exterior de Oskar y le preguntó sobre qué temas lo había interrogado el juez. Pemper creyó ver -con toda razón- en los ojos de Amon la sospecha de que su antiguo secretario fuese una fuente viva de pruebas para la corte SS. Amon, delgado, enfermo, con ropas viejas, ciertamente no parecía un hombre poderoso. Pero no se podía estar seguro. Era siempre Amon Goeth, y conservaba su presencia y su hábito de la autoridad. -El juez me ha ordenado no hablar del interrogatorio -dijo Pemper. Goeth, furioso, lo amenazó con quejarse a Herr Schindler. Pero eso mismo daba la medida de la impotencia del Hauptsturmführer. Antes, jamás había tenido necesidad de pedir a Oskar el castigo de un prisionero.


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