El héroe discreto - Mario Vargas Llosa

Page 248

qué me dio verlo ocupando la oficina que era la suya, don Rigoberto. —Mejor él que Escobita o Miki, ¿no te parece? —lanzó una carcajada don Rigoberto. —Eso, sin la menor duda. ¡Por supuestísimo! —¿Y qué trabajo tienes, Narciso? ¿Chofer del gerente? —Principalmente. Cuando él no me necesita, llevo y traigo gente de toda la compañía, quiero decir a los jefazos —se lo notaba contento, seguro de sí mismo—. También me manda a veces a la aduana, al correo, a los bancos. Chambeo duro, pero no puedo quejarme, me pagan bien. Y, gracias a la señora Armida, tengo ahora carro propio. Algo que nunca pensé que tendría, la verdad. —Te hizo un lindo regalo, Narciso —comentó doña Lucrecia—. Tu camioneta es preciosa. —Armida tuvo siempre un corazón de oro —asintió el chofer—. Quiero decir, la señora Armida. —Era lo menos que podía hacer contigo —afirmó don Rigoberto—. Tú te portaste muy bien con ella y con Ismael. No sólo aceptaste ser testigo de su matrimonio, sabiendo a lo que te exponías. Sobre todo, no te dejaste comprar ni intimidar por las hienas. Muy justo que te hiciera este regalo. —Esta camioneta no es un regalo, sino un regalazo, don. El Aeropuerto Jorge Chávez estaba repleto de gente y la cola de Iberia era larguísima. Pero Rigoberto no se impacientó. Había pasado tantas angustias estos últimos meses con las citas policiales y judiciales, el atasco de su jubilación y los quebraderos de cabeza que les daba Fonchito con Edilberto Torres, que qué podía importarle una cola un cuarto de hora, media hora o lo que fuera, si todo aquello había quedado atrás y mañana a mediodía estaría en Madrid con su mujer y su hijo. Impulsivo, pasó los brazos por los hombros de Lucrecia y Fonchito y les anunció, rebosante de entusiasmo: —Mañana en la noche iremos a comer al mejor y el más simpático restaurante de Madrid. ¡Casa Lucio! Su jamón y sus huevos con papas fritas son un manjar incomparable. —¿Huevos con papas fritas, un manjar, papá? —se burló Fonchito. —Ríete nomás, pero te aseguro que, por sencillo que parezca, en Casa Lucio han convertido ese plato en una obra de arte, una exquisitez de chuparse los dedos. Y, en ese mismo momento, divisó, a pocos metros, a esa curiosa pareja que le pareció conocida. No podían ser más asimétricos ni anómalos. Ella, una mujer muy gruesa y grande, de cachetes abultados, sumergida en una especie de túnica color crudo que le llegaba a los tobillos y abrigada con una gruesa chompa de color verdoso. Pero lo más raro era el absurdo sombrerito chato y con velo que llevaba en la cabeza y que le daba un aire caricatural. El hombre, en cambio, menudo, pequeño,

www.lectulandia.com - Página 248


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.