Mi Familia Magazine

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Semana Santa y Resurrección Siento la intensa emoción de vivir de nuevo los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Para mi no es un simple recuerdo emotivo, ni una costumbre heredada de mis padres. Es algo mucho más profundo: la vivencia más sublime de generosidad, entrega y amor que puede darse en este mundo.

Cristo vive. Cristo libera. Cristo salva. Cristo abre caminos de renovada generosidad. Cristo enamora. Cristo mueve corazones y voluntades. Cristo nos muestra cielos nuevos y una tierra nueva. Hoy, como ayer, -y será así para siempre- Cristo sufre y muere: en los niños abandonados, en las víctimas del terrorismo, en las mujeres que sufren violencia doméstica, en los ancianos agobiados por la soledad, en los enfermos sin atención y cuidado, en los caídos en la guerra, en los marginados por la sociedad opulenta, en los pobres que viven sin esperanza, en los “tonticos” que no saben defenderse, en los que carecen de educación y vivienda, en los que encuentran la muerte en el seno de vientres egoístas, en los jóvenes de caminos cerrados en una sociedad competitiva, en los pueblos privados de libertad por los “castros” de turno, en las víctimas inocentes del sexo sin seso, en los hijos vejados y humillados por el egoísmo de los padres, en los ciudadanos de tercera clase engañados por políticos corruptos, en los trabajadores maltratados por sueldos de miseria y condiciones infrahumanas de trabajo, y muchos más... En estos días miro con atención la CRUZ. Y me siento aliviado. Si mi Señor perdonó en los momentos más dramáticos de su intensa vida, ¿Por qué me quejo de mis pequeñas cruces?

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Repaso mi vida. Y la mayor parte de los episodios que he tenido que vivir han sido positivos: buenos padres, una familia maravillosa, estudios variados, excelentes profesores, salud, mi cuerpo, mis ilusiones, mis amigos, mi vocación, mi trabajo, mi inteligencia. Nunca me ha faltado el pan, ni la luz, ni la alegría de vivir, ni una sonrisa, ni una mano amiga, ni un beso, ni una caricia, ni un regalo, ni un abrazo, ni un paisaje, ni un bocado sabroso, ni un vaso de agua, ni palabras de miel, ni un pañuelo para secar mis lágrimas, ni una cama para descansar, ni un libro para leer... Mi pasión es el amor. Mi cielo es la vida misma. Mi cruz es el instrumento pedagógico que me ha enseñado a vivir. Mi casa es el corazón de cientos de amigos que siempre tienen sabanas limpias para que descanse de mis fatigas. Mi meta es Cristo Jesús que siempre me espera con los abrazos abiertos para acogerme, que me sale a mi encuentro ofreciéndome un cielo de quereres dorados y una felicidad sin fin. En mi cruz está mi resurrección. Cada lágrima es un bautismo de ternura y cordialidad. Cada suspiro es el eco de un amor que me envuelve, me libera, me calma, me salva. Me siento triste por el dolor del “Cristo Vivo” que palpita en cada ser humano. Pero supero esta tristeza con la esperanza inacabable de que el dolor nunca tiene la última palabra. La última palabra la tiene siempre el AMOR. Y el amor palpita en cada letra, en cada palabra, en cada frase, en cada sonrisa, en cada lagrima, en cada sueño, en cada plegaria. Vive, mi buen amigo, la magia de la Pasión. Pero no te detengas. Sigue adelante. Pronto llegará la RESURRECCIÓN. Para mí ya ha llegado. Mi resurrección eres TÚ, mi querido amigo, tu amistad, tu ayuda, tu cercanía, tu comprensión. Por esto quiero seguir pidiendo a mi Dios FELICIDAD PARA TODOS.

Por: Padre Gregorio Mateu

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Abril 2009

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