Francisco de Asís Fernández Poemas

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Así las cosas, mi ángel no sufre penurias en mi alma, que es íntima y melancólica. Le hago muchas preguntas y no siempre espero respuestas. Pero hoy me hizo una confesión que me hizo perder la fe en el hombre. Me dijo que los ángeles no tienen tierra nativa y que su casa es el infinito, que la tierra es la punta de una aguja en un inmenso pajar de estrellas, que el Sol es como un grano de arena comparado con Sirio, Pollux, Arturo, Rigel, Aldebarán, Betelgeuse, y la inmensidad inconmensurable de Antares, que nuestro mundo no cuenta ni sirve para nada en la noche estrellada, que el hombre no es el dueño de la creación ni el centro del universo, que somos como una letra menuda perdida en la Biblioteca de Alejandría, que nuestros mares, cordilleras y continentes, los países y estados, junto al amor y el odio que nos tenemos los seis mil millones de hombres y mujeres, no significan nada en el Universo, que solo somos quinientos cuarenta millones de kilómetros cuadrados, seis mil cuatrillones de toneladas de roca, mil trillones de toneladas de agua, y que ni siquiera nos podemos distinguir desde los anillos de Saturno. Me dijo que estamos solos, terriblemente solos dentro de nuestra soledad, que somos un imperceptible puntito azul en el cielo, que todas nuestras guerras, nuestras grandezas y nuestras miserias, nuestra Historia, nuestro arte, nuestra poesía, nuestras pasiones, nuestra flora y nuestra fauna, nuestras razas y nuestras religiones, estamos en un barco a la deriva que nadie vio partir y nadie lo está esperando. Y ahora ya solo quiero rezar: “ángel mío de mi guarda, dulce y fiel compañía, no me desampares, ni de noche ni de día”.


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