La filosofía en la poesía

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Nos perdemos en esa huella. Perpetuando el error hasta el infinito, (Schopenhauer, 1934) nunca dejamos de desear, al punto que cada deseo soñado llega, y la intranquilidad aparece y nace con ella el deseo inverso y esto se repite una y otras vez hasta el infinito de cada hombre. ¡Tan pronto pasa todo cuanto pasa!/ ¡tan joven muere ante los dioses cuanto/ muere! ¡Todo es tan poco! (Pessoa, 1995) que relegamos nuestro destino, el hado a la muerte; todo es, pero deja de ser, hasta el hombre mismo que Nada se sabe, todo se imagina./ Lo demás es nada. (Pessoa, 1995) El hombre piensa su muerte como sujeto individual, que persigna sus pensamientos en la eternidad, olvidando que el día que nace, ese día muere, muere en la noche, ordenando todos sus objetos y adentrándose en cualquier santuario, de satín, de seda y todas esas vanidades que permiten un renacer al día siguiente para retornar a una futura muerte. Sueño, muerte: El sueño es bueno pues de él despertamos/ para saber que es bueno. Si la muerte es sueño/ despertaremos de ella;/ si no, y no es sueño… (Pessoa, 1995), y una y otra se anudan en el silencio del descanso de la doctrina de un mundo incesante que nos aplasta con su velocidad, pero con la insensible voluntad de levantarse a otros mundos, como cuando el poeta escribe un verso y al paso de su descanso mormura, “qué pesadez, ahora que está empezado voy a tener que terminarlo, que fatalidad, Es que la gente nunca se da cuenta de que quien acaba una cosa nunca es aquel que la empezó aunque ambos tengan nombre igual, que es sólo eso lo que se mantiene constante, nada más.” (Saramago, 1984) El choque incesante entre la locura y un cielo que atraviesa el oleaje tenue de la vida, es al menor parpadeo de ojos, lo que dejamos de ser para convertimos en ese, que instantes atrás, deseaba no existir. El nacimiento y la muerte son el mayor juego de dados que conocemos.(Schopenhauer, 1934) Dados lanzados en cada momento y en ello manifestando que sólo podemos llegar a ser cenizas o abono para la tierra, y durante la vida el fertilizante que marchita la naturaleza, y aún así preferimos destruir que conservar: ¿qué perderíamos con la destrucción del hombre? Su conocimiento que quiere perdurar en una banal y frágil eternidad. La muerte unida al deseo de perdurar, contradicción que se hace la tente al tener la conciencia de la muerte, conciencia que al parecer aleja al hombre de su condición: muere con cada soplo de vida, donde encontramos la eternidad de cada soplo si con el pasa la vida y la muerte y nos arrastra con su zumbido melodioso a otros vientos. ¿Quién nos explica por qué exista el deseo de perdurar en una eternidad de inconstante vida? ¿Alcazo seria mejor no haber nacido? “Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompañante de Dionisio, sin poder cogerlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil calla el demón, hasta que, forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: “Estirpe miserable de un día, hijos del azar y la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para ti sería muy ventajoso no oír? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzable para ti: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para ti- morir pronto”. (Nietzsche, 2002) Un terror se ha enmascarado en la debilidad del hombre, de su conocimiento, queriendo jugar con el tiempo pedimos explicaciones que son ocultadas en la belleza de cada instante; la muerte no pide explicaciones, no entiende de lo bueno o lo malo, que sólo son conceptos impuestos para dominar e imponer voluntades ajenas. El sileno, apartado de todas las necias construcciones de lenguaje habla claro y con la verdad de los Dioses, “morir pronto”, Tanto cuanto vivimos, vive la hora/ en que vivimos, igualmente muerta/ si pasa con nosotros,/ que pasamos con ella. (Pessoa, 1995) Regresemos al camino 20


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