Jenofonte, Helenicas

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Grupo Thalassa

Jenofonte, Helénicas

tres días de ayuno, y antes de sentarse en el trípode, se bañaba en la fuente Castalia, bebía de sus aguas y masticaba las hojas de laurel. Delfos tuvo una enorme importancia en Grecia, dado su prestigio, y llegó a ser considerado el centro del mundo. La fama de este Santuario rebasó las fronteras del mundo griego, y ya en la Antigüedad, reyes de estirpe extranjera preguntaron a su oráculo y le obsequiaron con largueza. Cada ciudad griega tenía allí su tesoro, artísticos edificios donde depositaban los objetos votivos y el erario público o particular enviado a Delfos, ya para ofrendarlos a Apolo o para ponerlos bajo su protección. Sin embargo, fue decayendo poco a poco debido a los avatares políticos, llegando a ser clausurado en época cristiana. Eran famosas las frases escritas en las paredes de su templo, como: “Nada en demasía”, “No se aproxime aquí quien no sea puro”. Viejas sentencias que se relacionan con las leyes morales más que con las sociales. Pero la inscripción apolínea por excelencia es: γνῶθι ζεαςηόν (“conócete a ti mismo”), que más que una invitación a la introspección era una representación de la diferencia entre dioses y hombres. B) Por otra parte estaban las Religiones Mistéricas, que se caracterizaban por la relación individual entre dioses y hombres, y la idea de liberación, sea terrena o no. En ellas podían participar tanto hombres como mujeres y esclavos. Se cree que tenían un origen pre-griego. En común tenían la característica de guardar el secreto (de ahí su nombre) del culto celebrado. Entre éstas destacaban: el Orfismo, que tienen relación con Dioniso y con el origen del mundo. En ellas se exponía la leyenda de la muerte de Dioniso (aunque volverá a renacer de su corazón) devorado por los Titanes. Luego éstos fueron abrasados por Zeus, y de sus cenizas nacieron los hombres, cuya naturaleza estaba formada así por una parte divina y otra maléfica. De este modo el hombre debe liberarse de la parte maléfica y purificarse por medio de los ritos órficos, según unos comportamientos morales, que llevan aparejados unos premios o castigos, teniendo que ser superados estos últimos mediante distintas reencarnaciones; el Dionisismo, que está relacionado con la introducción en Grecia del culto a Dioniso, narrada admirablemente por Eurípides en su tragedia Las Bacantes. En ella se cuenta cómo Dioniso, hijo de Zeus y Sémele (una mortal), intenta introducir su culto en Tebas, su ciudad natal. A ello se opone Penteo, su primo y rey de Tebas, argumentando que Dioniso no era un dios y que sus seguidores estaban embebidos por el vino, la orgía, la locura, la danza y la lujuria. Finalmente, Penteo es engañado por Dioniso y llevado a ver a las Bacantes,

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