Revista Mejores Empleos 36

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#FuerzaMéxico

E

l piso de duela se cimbra como una mano temblorosa. Del respaldo de la silla sube una vibración inusual, como de motor encendido. –¿Se está moviendo? ¿Es un camión? En Gabriel Mancera 1121 estamos acostumbrados a las ligeras sacudidas y vibraciones provocadas por helicópteros, aviones y camiones de carga, pero esta vez es diferente. La duda, primero; luego, la certeza, como un dardo de adrenalina. –¡Está temblando! –el grito proviene del fondo del pasillo. Abandonamos nuestros lugares: en una fracción de segundo pasamos de la incredulidad al miedo y, después, al más básico instinto de supervivencia. Bajamos por las escaleras en grupo. “¡Apúrense! ¡Rápido!”, les gritamos, desesperados, a las compañeras que se balancean al vaivén del movimiento telúrico, tomándose de las paredes. –¡Tranquilos! ¡Tranquilos! –una voz trata de calmarnos. Salimos del edificio. Unos, se quedan afuera; otros, corren hasta la esquina, donde un grupo de personas se apodera del carril central, para refugiarse. Una señora se aferra a la correa de su perro. –Estamos bloqueando el tráfico, ¿no? –¡Que se esperen! Rostros de incredulidad, de pasmo. Las miradas se posan en los huecos, como cicatrices, que dejaron los azulejos de la fachada de un edificio, que reposan hechos añicos en la calle. –¿Sigue temblando? –No sé. Creo que ya pasó.

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La tierra se sigue moviendo. Y se seguirá moviendo en nuestro inconsciente, alimentando nuestras pesadillas. Y en la vigilia, los nervios –lo sabríamos después– no nos dejarán en paz: sentiremos un mareo interminable, una sensación de que el edificio en el que trabajamos se mueve a cada hora, y escucharemos en la dermis de nuestro inconsciente un sonido similar al de la alerta sísmica. “¿Regresamos?”, nos preguntamos unos a otros. Nadie quiere subir. La “normalidad” –también lo sabríamos después– no es fácil recuperarla. Escudriñamos, quisquillosos, la fachada de nuestro edificio, que no tiene grietas ni aparentes daños estructurales (dos palabras que nos serán familiares después). Nos volteamos a ver. Todos estamos bien, aunque sacudidos por dentro, un poco fracturados. Hoy 19s, a las 13:45 horas, salimos de las oficinas, sin saber que, al regresar, ya no seríamos los mismos.

AYUDA ESPONTÁNEA

Gabriel Mancera, Escocia y Edimburgo. Ese día escuchamos hablar, por primera vez, de esas calles que forman una h minúscula en el mapa. Estamos incomunicados, sin señal, sin internet, sin luz. En las calles buscamos amparo, respuesta. –¿Tienes señal? –No. –¿Te llegan mis whats? –Sí.


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