Surgente

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Sin cadenas Abuela, me harté de llorar a solas para acompañarte en tu viaje final hacia las estrellas. Con vos se fue una parte importante de mi vida. Quizás la más lejana en el tiempo pero también la más auténtica.

Esa cálida tarde desplegó sus alas, luego de años de estar encadenada. Sus frágiles y tibias manos se dispusieron para una última caricia. Para marcharse se vistió de gala, con su blusa y su cartera coloradas. Antes de partir entre suspiros pronunciaba: que sin rencores volvería con su mama. Nunca en mi vida olvidaré aquellas palabras las últimas que me ofrendó con su voz tierna y sagrada; ella era muy feliz de observarme “encaminada” y tomé entre mis manos ya sus manos cansadas. Una congoja inmensa me anudaba la garganta, y entre lágrimas le dije que era quien más amaba. Volví a ser niña en sus brazos, atesoré sus palabras, los recuerdos, las caricias y todas sus enseñanzas. No conocí en mi vida alguien que superara a todo lo que aprendía, con la abuela y sus miradas. Con el alma hecha pedazos, despedí a mi madre santa, como ella más quería, entonando aquella zamba.

Natalia Leali

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