Via aérea

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CARTA A UNA MUJER DORMIDA

Has entrado en mi compartimento en la estación de Ávila tras una breve detención del tren que, penetrando en las primeras horas de la madrugada, me arrastra hasta los andenes desde los que te diré adiós en el más absurdo de los anonimatos. Yo fumaba y tú sonreíste al pasar con tu vaquero ajustado y tu bolsito de viaje para ocupar tu asiento reservado hasta La Coruña. Comenté, por aquello de la galantería y el atractivo que siempre irradian las mujeres como tú, el difícil significado de la reserva cuando en el compartimento sólo viajábamos mi cigarrillo y yo, y no parecía haber amenaza de invasión a lo largo del recorrido. Me ofrecí a colocar tu bolso en la redecilla, pero preferiste situarlo a tu lado, sentada frente a mí, junto a la ventanilla y en contra de la marcha. Sonreíste ante mi decadente protocolo de acercamiento y procuramos relajarnos. Lo primero que busqué, casi sin el menor disimulo, fueron tus pies, pues había escuchado un taconeo peligroso al acercarte por el pasillo, y allí estaba el hechizo de tus tacones de aguja hiriendo de pasión al animal domesticado que oculto bajo la apariencia de médico rural. Luego vino el cruce de tus piernas hasta ocupar 18


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