El Médico - Noah Gordon

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es una mujer pero no tiene marido, y todo esto se ha convertido en un escándalo mayúsculo. Coincidieron en que sería mejor que Rob evitara la vaquería durante las horas de ordeño. Estaba bien que Meir le hubiese hablado, pues no sabía que podría haber ocurrido si no le hubiese hecho ver claramente que la hospitalidad incondicional de los judíos no incluía el disfrute de sus mujeres. Por la noche sufrió torturadas y voluptuosas visiones de muslos largos y plenos, cabellos rojos y pechos pálidos con pezones como bayas. Estaba seguro de que los judíos tenían una oración para pedir perdón por la simiente derramada —tenían una para todas las cosas—, pero el no sabía ninguna y ocultó la evidencia de sus poluciones debajo de paja fresca, e intentó dedicar todas sus energías al trabajo. Era difícil. A su alrededor reinaba una hormigueante sexualidad estimulada por la religión. Consideraban una bendición especial hacer el amor la víspera del sábado, por ejemplo, lo que tal vez explicaba por que les gustaba tanto el final de la semana. Los jóvenes hablaban libremente de esos temas; Si murmuraban acerca de si una esposa era intocable. A los matrimonios judíos se les prohibía copular durante doce días después del inició de la menstruación, o siete días después de su término. La abstinencia no terminaba hasta que la esposa se purificaba mediante la inmersión en el pozo ritual, que se llamaba mikva. Se trataba de un aljibe bordeado de ladrillos, en una caseta de baños levantada sobre un manantial. Simón le contó a Rob que para que fuese ritualmente correcta, el agua del mikva debía provenir de una fuente natural o del río. El mikva era para la purificación simbólica, no para la higiene. Los judíos se bañaban en casa, pero todas las semanas, antes del sábado, Rob se sumaba a los varones en la caseta de baño, que solo contenía el aljibe y un gran fuego rugiente, en un hogar redondo sobre el que colgaban calderos con agua hirviendo. Bañándose desnudos entre vapores y con el ambiente caldeado, competían por el privilegio de volcar agua sobre el rabbennu, mientras lo interrogaban sin parar. —Shi–ailah, Rabbenu, shi–ailah! ¡Una pregunta, una pregunta! La respuesta del Shlomo ben Elaiahu a cada cuestión era deliberada y reflexiva, llena de citas y precedentes eruditos, a veces traducidas por Simón Meir para Rob con excesivo detalle. —Rabbennu, ¿esta de verdad escrito en el Libro de los Consejos que todo hombre debe consagrar a su hijo mayor a siete años de estudios avanzado? El rabbennu, en cueros, exploró meditativamente su ombligo, se tiró de una oreja, y enredó sus dedos largos y pálidos en su nívea barba. —No esta así escrito, hijos míos. Por un lado —dejó asomar el pulgar derecho—, Reb Hananel ben Ashi, de Leipzig, era de esa opinión. Por otro —dejó asomar el pulgar izquierdo—, de acuerdo con el rabbennu Jose ben Eliakim, de Jaffa, esto solo se aplica a los primogénitos varones de sacerdotes y levitas. Pero —empujó hacía ellos el vapor con ambas palmas— esos dos sabios vivieron hace cientos de años. Hoy somos hombres modernos, entendemos que el aprendizaje no solo corresponde al primer nacido, porque eso equivaldría a tratar a los demás hijos varones como mujeres. Hoy estamos acostumbrados a que todos los jóvenes dediquen su decimocuarto decimoquinto y decimosexto año al estudió avanzado del Talmud, de doce a quince horas diarias. Después, los pocos que sean llamados pueden dedicar su vida a los estudios, en tanto los demás pueden entrar en los negocios y estudiar solo seis horas diarias a partir de entonces. Bien. La mayoría de las preguntas que le eran traducidas al Otro, no correspondían a la índole que hacía palpitar su corazón y ni siquiera, en realidad, mantenían su atención constante. Sin embargo, Rob disfrutaba del viernes por la tarde en la caseta de baños, y nunca en su vida se había sentido tan cómodo entre hombres desnudos. Quizá esto tuviera algo que ver con su miembro circunciso. Si hubiese estado entre sus paisanos, esa particularidad habría dado lugar a groseras miradas, burlas, preguntas y especulaciones obscenas. Una flor exótica que crece sola es una cuestión, pero es muy distinta cuando está rodeada por todo un campo de flores de configuración similar.

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