Cuentos Solidarios 2008

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NOSOTROS

con el manto del misterio que sacudirse el polvo de lo fósil. Y lo fósil es lo futuro, lo hoy. Siempre lo fue. Lo supimos desde que nos vimos y abrigamos esperanzas. ¿Todavía las abrigas? Tal vez no, pero allí estás, en medio del mundo, esperando, lo mismo que yo, sólo que en su centro, desnudo y pisando sus calles para hacerte sentir, para que se oiga a sí mismo caminando a contracorriente, desequilibrado, roto, irreconciliable consigo. Otro. Oyes su murmullo indiferente y sabes de su pasión hecha por espasmos de civilización dolorosa e incongruente, trizada en su mismo centro de resistencia vital, en permanente huida y rabioso florecimiento sobre un abismo de muertos vivos que pululan por sus calles, como una vez lo hicimos juntos, ¿recuerdas? Ahora te evoco en tu obstinada soledad, allá, en el mundo, siempre en retiro de ti mismo. O quizás no. Quizás tu persistencia es la forma correcta de luchar, amigo mío, y no esta espera cadenciosa de pregunta jamás contestada. Subes a un colectivo y entras en la fragua de la vida cada mañana, encendido como un carbón crepitante que se niega a apagarse definitivamente, a fundirse en la disolución final de toda ciudad. Hurgas en la maraña de las calles con la firmeza de un aguijón, tu presencia, la veo ahora, haciendo resonar sus pasos detrás y delante de otros pasos, sobrellevando aquel ritmo, pero imponiéndole su propia virulencia, su acompasamiento indesmentible. A veces te ven, no siempre, te presienten en la proximidad de su afán cotidiano de luces rojas, amarillas y verdes indicando hacia dónde debe ir el mundo. Los detienes a mirarte, a contemplar la leve cadencia de tus caderas planeando sobre el asfalto, sólo un poco, lo suficiente para notarlas abrigadas bajo la impecable vestidura ceremonial de la rutina y la perfecta aceptación de lo establecido. Luego un breve gesto con una de tus manos quizás, una blanca paloma que denuncia sus anhelos de libertad moviéndose a contrapelo en un espacio no hecho para ese gesto, una brizna de soltura en tus párpados al bajar la mirada o una mansa quietud ardorosa y hambrienta titilando en el fondo de una pupila escrutadora de otros cuerpos iguales al 186


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