Toxina

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Por fortuna era Jed, y no parecía muy contento. Se había asustado tanto como Kim. -¿Qué cuernos está haciendo aquí? -le gritó por sobre el barullo. El golpeteo constante de la herramienta asesina sonaba como un metrónomo diabólico. -Estoy tratando de orientarme -vociferó Kim. Volvió a mirar a su atacante, pero el hombre no lo había visto o no le prestaba atención. Había dado un paso al costado y afilaba su cuchillo en una piedra mientras su compañero lo reemplazaba en la tarea de cortar cuellos. Kim podía ver el cuchillo claramente; era similar al que el hombre había utilizado para atacarlo. -Eh, le estoy hablando -chilló Jed. Lo tocó insistentemente con un dedo. -Se va ya mismo adonde están eviscerando. Ahí es donde está la mierda, y ahí es donde quiero que vaya. Kim asintió con la cabeza. -Venga, que le muestro el camino. -Le hizo una seña para que lo siguiera. Kim echó una última mirada a su atacante, que en ese momento levantaba su cuchillo para examinar el filo. La hoja del cuchillo lanzó un destello. El hombre no alzó sus ojos. Kim se estremeció y corrió tras Jed. Pronto llegaron hasta el riel transportador de reses. A Kim le impresionó la serenidad de Jed. Para cruzar del otro lado, corría los cuerpos de las vacas como quien corre ropa colgada en un perchero en vez de esperar el momento para escabullirse por un hueco. Kim se negaba a tocar esos cuerpos calientes y tenía que prepararse, como hacen las nenas que quieren saltar a la soga sostenida por dos amiguitas que la hacen girar de prisa. -Aquí es donde quiero que esté -gritó Jed cuando Kim lo alcanzó. Después, hizo un ademán abarcando todo el sector. -Aquí es donde se hace el trabajo sucio y donde quiero que se ubique con su cepillo. ¿Está claro? Kim asintió de mala gana, mientras luchaba por evitar otra arcada. Se encontraba en el sector donde se extraían las vísceras. Largas tiras de intestinos caían de los cuerpos suspendidos y se enroscaban como víboras sobre mesas de acero junto con masas temblequeantes de hígado, riñones del tamaño de un pomelo y trozos de páncreas. La mayor parte de los intestinos estaban atados, aunque había algunos que no. Quizá se habían soltado. De todas formas, las mesas y el piso estaban repletos de heces bovinas que se mezclaban con los ríos de sangre. 242


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