Cerebro

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Robin Cook

Cerebro

—¿Cuál es el problema? —preguntó Denise. —Ese es el problema —confesó Thomas, abriendo la puerta del salón—. La pobre chica lleva cinco horas aquí, y no he podido resolverlo. Pensé que podía ser drogadicta, pero no; ni siquiera fuma marihuana. Thomas puso la placa contra el visor y Denise la inspeccionó por orden, comenzando por los huesos. —El resto del personal de Urgencias me ha dado un mal rato —comentó él—. Creen que me interesa el caso tan sólo porque la chica es preciosa. Denise interrumpió el estudio de la radiografía para echarle una mirada intensa. —Pero no es cierto —continuó él—. Esa muchacha tiene algo en el cerebro. Y sea lo que sea, está muy extendido. Denise Sanger volvió su atención a la placa. La estructura ósea era normal, incluso en la zona pituitaria. Luego revisó las vagas sombras en el interior del cráneo. A fin de orientarse, se fijó en la glándula pineal, por si estuviera calcificada. No lo estaba. Cuando estaba por declarar que la radiografía era normal, percibió una ligerísima variación de textura. Cubrió la placa con las dos manos, dejando una pequeña zona abierta para estudiarla en especial, en una triquiñuela similar a la que había visto emplear a Philips con el papel agujereado. Al sacar las manos estaba convencida: había descubierto otro ejemplo de los cambios de densidad que Martin le mostrara anteriormente en la radiografía de Lisa Marino. —Quiero mostrársela a otra persona —dijo Denise, sacándola del visor. —¿Ha encontrado algo? —preguntó Thomas, alentado. —Creo que sí. No deje ir a la paciente hasta que yo vuelva. Y Denise desapareció antes de que Thomas pudiera decir una palabra. Dos minutos después estaba en el despacho de Martin. —¿Estás segura? —preguntó él. —Bastante. —Y le entregó la placa. Martin tomó la radiografía, pero no la observó de inmediato; se quedó manoseándola, como si temiera verse ante otra desilusión. —Vamos —dijo ella, ansiosa porque confirmara sus sospechas. La radiografía se deslizó bajo las grapas y la luz del visor se encendió con un parpadeo. El ojo adiestrado de Philips trazó un sendero errático sobre la zona adecuada. —Creo que tienes razón —dijo. Y utilizó la hoja perforada para examinar con más cuidado la imagen. No cabían dudas: el mismo esquema de densidad anormal que había visto en la de Lisa Marino se repetía en aquélla. La diferencia era que, en la nueva placa, las variaciones no eran tan pronunciadas ni tan extensas. Tratando de dominar su entusiasmo encendió la computadora de Michaels y suministró el nombre. En seguida se volvió hacia Denise para preguntarle cuáles era los síntomas de la paciente. Ella le informó que se trataba de dificultades en la lectura, combinadas con períodos de inconsciencia. Philips suministró la información y se acercó al visor de láser. Al encenderse la lucecita roja, introdujo el borde de la radiografía. La máquina de escribir se puso en

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