Aquarellen N° 10

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Algunas noches llegaban cargadas de una inspiración que le sobresaltaba en pleno sueño; aún recordaba con cierta inquietud aquel párrafo que le llegó en medio de un extraño duermevela del que despertó con la ansiedad de quien ha tenido una pesadilla y un rastro de sangre sobre su cuello, al lavarse para buscar y desinfectar la herida comprobó con total estupefacción que no existía el menor rasguño en su piel ¿de dónde había salido esa sangre? Sí, con toda seguridad era el mejor trabajo de toda su vida, tal vez por ese motivo intentaba olvidar que en muchas ocasiones le asustaba sentarse ante su vieja máquina de escribir con la cabeza llena de ideas terroríficas. Adolfo era un joven poeta que compaginaba versos y novelas de misterio y terror con el oficio de ayudante en una imprenta; un negocio familiar heredado desde tiempos de su tatarabuelo. Su padre solía observarlo con preocupación, en estos últimos meses se lo veía desmejorado, pálido; Adolfo lo achacaba por supuesto a la dedicación que prestaba a su novela y su padre aceptaba las explicaciones a regañadientes. El negocio se encontraba en la planta baja de una casona muy bien situada, la buhardilla de la casona había pasado a ser con el permiso de sus padres territorio de Adolfo que prácticamente pasaba como una sombra por el resto de las dependencias una vez concluidas sus tareas en la imprenta, llegando incluso a ausentarse en múltiples ocasiones a la hora de las comidas. Le encantaba escribir, pero en esta ocasión todo era distinto, esa maldita novela empezaba a ser una auténtica obsesión, un cáncer que le devoraba durante cada espera y que le devoraba cada segundo que dedicaba a escribirlo, en ocasiones llegaba a sentirse como si estuviese redactando su propio testamento la noche antes de su muerte; se había jurado dejarla mil veces, incluso acabó arrinconada durante algunas semanas esperando que una nueva veta de inspiración le llevase a empezar un nuevo poemario o algún relato; nada, fue incapaz de escribir nada con sentido durante esas semanas, y las noches eran lo peor, llenas de grandes espacios de insomnio coreados por voces que redactaban en su cerebro aquello que él se negaba a escribir sobre el papel. - ¡Por fin!, pensó con una malévola sonrisa al escuchar el ritmo de unos tacones apresurados sobre el empedrado de aquella callejuela, un brillo acerado centelleó en su mano, en ésta ocasión usaría un estilete; llevaba días observando a su presa, una prostituta que recorría ese camino de vuelta a su casa tras varias horas haciendo la calle. Le gustaba observar a sus víctimas durante días, semanas incluso; disfrutaba contemplando sus quehaceres cotidianos mientras pensaba cómo y cuándo acabaría con sus vidas, se deleitaba una y otra vez decidiendo si sería una muerte rápida o por el contrario se tomaría su tiempo. En ésta ocasión sería rápido, antes de darse cuenta aquel taconeo rítmico dio paso a una sombra que caminaba apresurada por la niebla, salió a su encuentro, sin darle tiempo a reaccionar hundió el estilete en aquel corazón joven y lleno de vida al tiempo que con la otra mano cogía su víctima por la cintura para dejarla caer suavemente hacia el suelo, ¡como disfrutaba ese momento, mirando a los ojos aterrados de aquellas desgraciadas, sentir como se apagaban aquellas vidas entre sus manos le llenaba de vitalidad!, saco el estilete del pecho y lamió con avaricia aquella hoja ensangrentada.¿Otra mala noche hijo? estas demacrado, deberías intentar dormir algo más, ¿tan importante es esa novela tuya que no te importa dejar tu vitalidad en ella? No te preocupes padre, estoy bien. ¿Qué te ha pasado, te has mordido la lengua? Sí, anoche tuve una pesadilla, seguramente me di un buen mordisco sin darme cuenta. ¿Qué otra cosa podía ser? era del todo imposible que su herida estuviese relacionada con aquella lamida sedienta que dio su personaje al estilete recién bañado con la sangre de la prostituta solitaria. En cualquier caso Adolfo estaba deseando terminar esa extraña novela que había hecho que su vida diese un extraño giro, era como vivir en un laberinto formado entre su imaginación y las páginas de su novela. 35


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